La verdad es que …

Vivimos en tiempos complejos y confusos, llenos de tensiones y contradicciones. Cuesta separar el grano de la paja, distinguir entre apariencia y realidad, entre esencia y oropel, entre auténtico y postizo, entre verdadero y falso. Como ilustra la viñeta de The New Yorker, la búsqueda de ‘la verdad’, incluso de verdades parciales se está convirtiendo en algo cada vez más fatigoso.

Entre otras cosas, porque. si bien abundan recetas y prescripciones para conseguir la verdad, resultan a menudo contradictorias. ¿Quién ha colocado esta señal – se puede estar preguntando la pareja – y con qué conocimiento?

En este contexto, o quizá precisamente a causa del mismo, no faltan quienes proclaman ruidosamente su verdad, intentando que la aceptemos como la verdad. Lástima que no todos los que les oyes, menos aún los que les escuchan, se hagan la reflexión que se plantean los simios de la viñeta de The New Yorker.Así andamos, descubriendo a veces que nos han vendido como incuestionables (y hemos tomado en serio e internalizado como tales)  verdades, actuales y futuras, que ahora nos gustaría revisar, cuando no repudiar. Pienso en grandes temas colectivos, como el progreso, la democracia, la solidaridad o la vida en sociedad. También en aspectos individuales como la integridad, el respeto, la lealtad o la fidelidad.

Lo cual, aunque pueda parecer contradictorio, nos lleva a desconfiar de las nuevas utopías y de la autoridad intelectual y ética de quienes proclaman sus bondades (ilustrativo a este respecto, el artículo de Manuel Cruz en El País). También a cuestionar algunas innovaciones disruptivas, el ‘move fast and break thinks’ que algunos presentan, sin argumentos, como un imperativo ineludible, como el signo de los tiempos. Incluyendo futuros (del trabajo, del humanismo, del conocimiento, de la vida en sociedad) que nos presentan como consecuencia del impacto de la tecnología cuando tenemos motivos para sospechar que son más bien proyectos de futuro de algunos que esgrimen las tecnologías (sus tecnologías) como herramientas para acumular (todavía más) riqueza y poder.

En fin, que no tenemos ni idea de cuál de las dos viñetas que enmarcan este párrafo nos resonará cuando nos aproximemos a la verdad, en futuro o en presente.

Total, que cuando vuelva a escuchar a alguien empezar una frase con la coletilla «La verdad es que …«, cada vez más habitual, tendré la tentación por preguntarle por la naturaleza de la verdad. A saber qué contesta.

P.S. Creo que, en lugar de apuntarme a un curso de escritura cuando me jubile, lo hará a uno de dibujar viñetas.

 

 

Pre-juicios de la tecnociencia

Entrevistan en El Mundo a un neurobiólogo español de prestigio.

Afirma categóricamente que:

(1) La mente está en el cerebro. Todo lo que somos, la esencia del individuo, lo que pensamos, lo que nos define como personas, todo, está en el cerebro.

(2) El cerebro genera la mente. Si entendemos el cerebro, entendemos la mente. Si podemos leer la actividad del cerebro, podemos leer la mente.

(3) Imagínate que podemos leer la mente y podemos manipular la actividad del cerebro, entonces podemos manipular la mente.

Me resisto a darle la razón. En parte porque entiendo que su afirmación no es el resultado de una investigación, sino de un pre-juicio ‘a priori’. Porque intuyo como mucho más verdadera la perspectiva del filósofo Markus Gabriel, que comentaba en una entrada anterior:

  • “La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.”
  • “Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.”

De otra parte, ¿qué pensaríamos de una afirmación como la siguiente?


«Imaginemos que nos dan un ordenador que ejecuta un software complejo y especializado. Por ejemplo, uno de esos nuevos programas de inteligencia artificial. La totalidad del programa y de los datos que maneja residen en el hardware del ordenador. El hardware es pues la esencia. Si podemos leer todos los bits almacenados y monitorizar todo el tráfico electrónico cuando el ordenador está funcionando, entenderemos todo lo que hay que entender.

No sólo eso, modificando los bits y quizá algún circuito podemos corregir posibles errores e incluso construir versiones mejoradas de ese ordenador.»


Creo evidente que cualquiera con un mínimo entendimiento sobre ordenadores y computación desaconsejaría por poco práctica una propuesta de este tipo. Porque:

  • Es prácticamente imposible, o como mínimo extremadamente laborioso,  hacer la ingeniería inversa de un programa en binario de una cierta para obtener el código fuente original.
  • Incluso si se tiene acceso al código fuente, muchos programas son realmente difíciles de entender, incluso por su autor cuando ha pasado un tiempo, a menos que haya una buena documentación de diseño y suficientes comentarios, lo que en la práctica pocas veces ocurre.
  • No es posible por el momento entender el razonamiento en base al cual toman decisiones los programas modernos basados en ‘deep learning‘ o similares; incluso los expertos los ven como una caja negra. En parte, regún entiendo, porque estos programas no razonan, sino que calculan a partir de matrices numéricas de gran tamaño.

Ya puestos en plan escéptico, añadiría que:

  • Hay evidencias de que algunos de los programas utilizados para analizar el funcionamiento del cerebro han resultado no ser fiables.
  • Parece ser que intentos de aplicar esos programas para entender la estructura y el funcionamiento de un ordenador sencillo han tenido, por así decirlo, resultados por debajo de lo esperado.

Mis conclusiones:

(1) El cerebro es un instrumento del pensar. Pero para entender el pensar habrá que mirar más allá del cerebro. Igual que para entender el tiempo hay mejores maneras que investigar cómo funciona uno de esos relojes con muchas complicaciones en los que los relojeros suizos son tan expertos.

(2) El problema con algunos científicos no es que sean ignorantes; es que, como ocurre a tantas personas, son más ignorantes de lo que se creen.

(3) Sobre las posibles reacciones a una entrada como ésta, recordar la advertencia de Bertrand Rusell: «Las opiniones más apasionadas son siempre aquellas para las que no existe fundamento«.

Dicho ésto, me encantará participar en un debate sobre los límites de la ciencia y este tipo de cuestiones.

Efectos secundarios del impulso de estar informado


«El rasgo distintivo de una persona que tiene el control de su conciencia es su capacidad de enfocar la atención a voluntad, de ser ajeno a las distracciones, de concentrarse durante el tiempo que sea necesario para alcanzar un objetivo, y no más. La persona que puede hacer esto generalmente disfruta el día a día de su vida.» (M. Csikszentmihaly, «Flow»).

No añadiría ni una palabra más a estas imágenes. Excepto, quizá, mencionar la envidia que me dan estos dibujantes de The New Yorker.

Fuentes:

Una mirada sobre la creación

Es frecuente encontrar en la red imágenes reminiscentes del fresco de Miguel Angel sobre «La creación de Adán» en la Capilla Sixtina, pero referidas a la interacción entre humanos y robots, no entre la Divinidad y la Humanidad.

Preparando una charla en la que utilizaba una estas imágenes me encontré reflexionando sobre las diferentes lecturas que permite la confrontación con una composición de este tipo.

Uso aquí el término confrontación a conciencia, porque pienso que una imagen así debería interpelarnos, hacernos reflexionar.

En primer lugar, porque invoca de modo inevitable a nuestro subconsciente, que a buen seguro guarda el recuerdo y la interpretación del original de Miguel Angel. Se trata de un acto de creación en que la Divinidad da vida a Adán, el primer ser humano según el Génesis.

La alusión a esa escena quiere a buen seguro sugerir que también hay un acto de creación en esa relación entre humanos y robots. Queda sin embargo abierta la interpretación de a quién corresponde en esta ocasión el papel del creador, el rol de la Divinidad. Al compararla con el original de la Capilla Sixtina, la imagen de la parte superior izquierda parece sugerir que es el robot, situado en la posición de la Divinidad, quien ejerce de creador, en tanto que el humano es el receptor de la creación. El mensaje subliminal sería en este caso que «la tecnología – a la que adoramos como si fuera la Divinidad – nos potenciará como humanos».

La otra imagen, en que las posiciones se invierten, podría sugerir lo contrario, atribuyendo al ser humano las capacidades de la Divinidad. De este modo la sugerencia sería «daremos vida (humana o casi humana) a las máquinas».

Las mismas imágenes pueden, sin embargo, hacernos pensar también en un futuro en que la proliferación de robots desplazan en algún sentido a los humanos. No sólo haciéndose cargo de trabajos, sino propiciando la atrofia de capacidades como la atención, la voluntad e incluso la conciencia, al caer en la tentación de ir cediéndolas a los androides.

Cada cual hará su interpretación. Porque, como reza el antiguo aforismo, «no vemos las cosas como son; vemos las cosas como somos«. El modo en que miramos no cambia la realidad, pero sí nuestra percepción de la realidad. No perdamos, por tanto, la conciencia de cómo miramos del modo en que miramos.

No perdamos tampoco la conciencia de que tenemos la capacidad de decidir cómo queremos mirar; desde qué perspectiva o punto de vista hacerlo. Porque escoger nuestra mirada puede ser también un acto de creación. Cuentan que el propio Miguel Ángel, cuestionado sobre el proceso de creación de La Piedad, respondió algo así como “La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba”. Pues eso.

La trampa de la comodidad: el asalto a la voluntad

Viñeta: The New Yorker, 27/03/2017

El debate sobre los efectos colaterales de la proliferación acrítica de las redes sociales se ha puesto (por fin) de actualidad. Valga como muestra este  artículo a doble página en El País , («Rebelión contra las redes sociales«, 17/02/2018), tildándolas de «Manipuladoras de la atención. Vehículo de noticias basura. Oligopolios sin control.»

Hace tiempo que estábamos avisados (Langdon Winner, «La ballena y el reactor«) de que:

«La construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como partes de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las relaciones sociales.«

Lo que emerge ahora es la conciencia de que el despliegue de algunas tecnologías tiene también como consecuencia la reconstrucción (de-construcción, tal vez) de la esencia de lo humano. El modelo de negocio de las redes sociales se basa en captar la mayor cuota posible de la atención de sus usuarios. Con la consecuencia práctica de minar su capacidad de prestar atención a otras asuntos más merecedores de ella.

Pero vemos ahora cómo emerge un frente adicional de asalto a la conciencia. Como observa Tim Wu en The New York TimesThe Tyranny of Convenience«):

«La comodidad está emergiendo como quizá la fuerza más poderosa que conforma nuestras vidas individuales y nuestras economías.«

La proliferación de servicios basados en la comodidad apunta a un efecto sobre el ejercicio de la voluntad similar al de los contenidos sociales sobre la atención. El objetivo es en ambos casos soslayar el ejercicio de la conciencia. De la decisión consciente de en dónde concentrar la atención. De la práctica consciente de ejercitar la voluntad para superar obstáculos. Para, en ambos casos, explotar económicamente actuaciones en que el usuario actúa guiado por hábitos, pulsiones o instintos subconscientes. Porque precisamente esos, al ser automáticos, resultan también los más previsibles.

Sería imprudente considerar que se trata de un fenómeno casual. Los inversores / especuladores que promueven la innovación disruptiva han sabido sacar provecho de la ‘deconstrucción’ de roles y relaciones sociales en ámbitos como los medios de comunicación (Google, Facebook), el turismo (Airbnb) o el transporte (Uber) o la contratación de personal (Deliveroo y similares). Con este precedente, no parece descabellado especular que intenten lo mismo la explotación del subconsciente.

Lo que subyace es un déficit de ética y también de teoría social en los discursos y prácticas que emanan de Silicon Valley. Déficits que se encarnan en personas, empresas y organizaciones que tienen clara conciencia de sus propósitos y una férrea voluntad de alcanzarlos. En su propio (quizá exclusivo) beneficio. El mal existe, dicen por ahí, y es distinto de la ausencia de bien. Atentos.

Juan Arnau es un crack

Juan Arnau es astrofísico y filósofo. Publica en Atalanta. Copio, sin comentarios, del final de su último libro: «La fuga de Dios«:

«En el mundo moderno, el universo se construye desde abajo; es un universo evolutivo que va de lo simple a lo complejo, y su método expositivo es la inducción, esa herramienta lógica que va de lo particular a lo general.

En el mundo antiguo ocurría lo contrario: el universo se construía desde arriba, iba de lo general a lo particular, deductivamente.

Para la modernidad, el mundo es un ascenso, una evolución. En la Antigüedad era un descenso, un venir ‘de’ para regresar ‘a’. Ambas genealogías van en sentidos opuestos, pero sospecho que son complementarias […] Si juntamos ambas perspectivas y renunciamos a convertirlas en ídolos, no queda sino el ahora atento.»

La atención, como la más propia de nuestras herramientas. La única, quizá.

 

Invitación al silencio

Encuentro esta «Invitación al Silencio» fisgando en la estantería de libros de viejo detrás de nuestra mesa en el Café Kafka.

Transcribo de sus primeras páginas:

«El mundo contemporáneo, en su agitación febril, es enemigo del silencio. Pero no es sólo el ruido exterior: el mayor enemigo para el equilibrio interno viene de donde menos se podía pensar: de la multiplicación de imágenes e impresiones que la vida moderna inocula con rapidez vertiginosa. No es esto instruirse; es poblar la mente de trastos y chucherías.»

Publicado en 1947, es actual todavía hoy. Sin imaginarse la existencia de Facebook o Twitter escribía también que:

«Hemos perdido la costumbre de reconcentrarnos y reflexionar. Pensamos poco y hablamos mucho, expresando al momento ligeramente lo poco que se piensa.»

Llega el primer plato, y sólo me da tiempo de apuntar una reflexión final:

«El bullicio de la vida moderna nos ha hecho perder el secreto de la soledad«.

 

 

 

El móvil es un arma de invasión masiva

Nuestro tiempo en Internet

La prestigiada Mary Meeker presentó hace poco su informe anual, un documento completísimo (más de 350 páginas) sobre el estado de Internet y tendencias de futuro. Incluyendo, por supuesto, datos sobre la penetración de Internet y del móvil.

Como muestra el gráfico, en menos de 10 años:

  • El tiempo medio que un usuario pasa en contacto con medios digitales se ha doblado.
  • El crecimiento corresponde en su totalidad al uso del móvil.

Se trata de una información que admite como mínimo dos lecturas:

  • Hay una oportunidad (que algunos ya están aprovechando) para desviar hacia el móvil parte de los presupuestos de publicidad que todavía van a otros soportes. De hecho, como se muestra en el informe, el porcentaje de publicidad dedicado al móvil es proporcionalmente inferior a su potencial de exposición a los usuarios.
  • El usuario medio dedica tres diarias horas más que hace una década a estar atento a algo que reclama su atención desde fuera, sobre algo por lo general fuera de su control. Lo que significa que dedica tres horas diarias menos a otros objetivos.

El primer punto de vista apunta a una oportunidad. El segundo, a una amenaza, que comentaban así desde El País:

«Vamos por la vida con un arma de distracción masiva en el bolsillo, con toda una serie de aplicaciones que reclaman atención con homologables grados de urgencia […] Domesticar esa arma de distracción masiva que reclama atención sonando, silbando, vibrando, parpadeando no es cosa fácil.»

La amenaza de esta distracción persistente es socavar nuestra capacidad de concentración, de prestar una atención concentrada a lo que voluntariamente decidamos. Se trata de una amenaza, porque la atención dividida no existe; no podemos prestar atención consciente a dos cosas a la vez. Y necesitamos de la atención:

  • Para pensar bien,
  • Para aprender,
  • Para distinguir entre lo urgente y lo importante y obrar en consecuencia,
  • Para habilitar nuestra creatividad.

Nuestra atención construye nuestra conciencia

Mihály Csíkszentmihály, un psicólogo reconocido internacionalmente por destacado por sus trabajo acerca de la felicidad, la creatividad y el bienestar subjetivo, escribe en Flow acerca de la atención, a la que califica como energía psíquica:

«La seña de identidad de una persona que está en control de la conciencia es la capacidad de enfocar la atención a voluntad, de ser ajeno a las distracciones […] La forma y el contenido de la vida dependen de cómo se ha utilizado la atención […] Cada persona asigna su atención limitada o bien enfocándola intencionadamente como un haz de energía, o bien disgregándola en movimientos aleatorios e inconexos […] Nos creamos a nosotros mismos según la forma en que invertimos esta energía.«

Esta amenaza sobre la atención no es casual, sino deliberada. Su responsable no es el móvil, sino los diseñadores y desarrolladores de contenidos online, y los capitales que los financian. Saben qué resortes manejar para reclamar nuestra atención y cómo utilizarlos.

Se trata pues de un asalto en toda regla, de una invasión masiva sobre nuestra conciencia, que se construye en función de cómo gestionamos nuestra capacidad de atención. Hay quien propone observar el mundo como un océano de fuerzas de voluntad. Propongo prestar atención al origen y la intención de esas fuerzas que amenazan nuestra atención y, por tanto, nuestra conciencia. No podemos controlar esa invasión, pero sí decidir cómo reaccionamos ante ella.

Propuesta: Un experimento en dos fases.

  1. Apaga tu móvil (¿cuándo fue la última vez que lo hiciste?) y déjalo en algún lugar fuera de tu alcance. Busca un lugar tranquilo e intenta pensar concentradamente durante 5 minutos en un objeto simple, como tu bolígrafo. Es muy posible que te cuesta mantener tu atención concentrada y deliberada sobre algo que tú decides. ¿Qué concluyes al respecto?
  2. Repite la experiencia teniendo ahora cerca tu móvil encendido. ¿En qué se diferencia esta experiencia de la anterior? ¿Qué concluyes al respecto?

 

El cientificismo, no las Ciencias, amenaza a las Humanidades

Hace unos días, el Colectiu Pere Quart organizó una reunión en el Ateneo de Barcelona bajo el lema «¿Un siglo XXI sin humanidades?«, con el objetivo de debatir «el papel de las humanidades ante los grandes retos, cada vez más frenéticos, del siglo XXI«.

Desafortunadamente, pienso, la mayoría de las intervenciones podrían calificarse, en palabras de  Gregorio Luri, como de anti-anti-Humanidades. Es decir, centradas en denunciar a quienes postergan los recursos destinados a la educación en humanidades (sobre todo las administraciones) en lugar de presentar un relato en clave de futuro. Nadie lo mencionó, pero el espíritu de Lakoff Conoce tus valores y enmarca el debate«) flotaba en el ambiente.  Cuando aceptas debatir dentro del marco mental y el lenguaje de tu oponente, ya has perdido.

En relación al papel de las humanidades en la sociedad, se manifestaba entre los asistentes un malestar general por las presiones que desde el mundo empresarial se dirigen a que el sistema educativo produzca profesionales con un perfil adaptado a las necesidades de las empresas. Un síntoma de ello son las múltiples propuestas de dar un tratamiento preferencial a los estudios STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics).

En este contexto, Jaume Aulet, del Colectiu Pere Quart, llamó acertadamente la atención sobre cómo un buen número de disciplinas relacionadas de un modo u otro con el comportamiento humano se rebautizan como Ciencias (p.e. Ciencias Políticas, Ciencias de la Comunicación, Ciencias Económicas, Ciencias de la Educación). Se trata de un síntoma más del cientificismo, que la Wikipedia define como:

«La postura que afirma la aplicabilidad universal del método y el enfoque científico, y la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano, aun la exclusión de otros puntos de vista.«

La cuestión es que el cientificismo al uso es reduccionista en múltiples sentidos, por lo que representa una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para las Ciencias en su sentido más amplio.

  • De entrada, por su postura insostenible (tema para otra entrada) de negar que exista otro conocimiento fiable que no sea el científico.
  • En segundo lugar, porque la historia muestra que muchos de los que contribuyeron a la ciencia moderna a partir de la segunda mitad del siglo XIX tenían una sólida formación filosófica. Sólo a principios del siglo XX, y principalmente desde los EEUU, la presión de los grandes capitalistas del momento propició que la orientación de las Universidades virara desde la formación de «laborious thinkers» a la de «thinking labourers».
  • Por último, porque la mayoría de los discursos sobre STEM enfatizan sobre todo la Tecnología, y más específicamente la capacidad de programar sistemas informáticos.

Me quedo con el planteamiento de Marina Garcés, que en consonancia con las tesis de sus últimos líbros, intervino apuntado a reivindicar futuros más que a recuperar el pasado. Cito de su propuesta de una «Filosofía inacabada«, que «nos interpela hoy en un mundo que muestra síntomas de agotamiento, como planeta y como modelo de sociedad»:

  • «La filosofía es un pensamiento que transforma la vida.»
  • «La filosofía es una forma de compromiso con el mundo.»
  • La filosofía no es útil ni inútil, es necesaria.»

Tengámoslo presente: el cientificismo reduccionista es una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para la Ciencia bien entendida. Y, como consecuencia, para el futuro de la sociedad. Anticipándome a posibles descalificaciones, así lo reivindico desde mi titulación de «Doctor en Filosofía en la especialidad de Física» que el M.I.T. tuvo a bien concederme en su momento.

Continuará.

Crédito imagen: https://www.theguardian.com/books/2016/aug/24/homo-deus-by-yuval-noah-harari-review

Un divertimento sobre ciencia, memoria y capacidad de computación

Un divertimento sobre ciencia sin necesidad de memoria ni capacidad de computación. Que puede leerse también como una alegoría sobre cómo, enfrentado a un pequeño problema científico,  alguien mentalmente perezoso, o poco inteligente, o echado a perder por la informática o simplemente no interesado por la verdadera ciencia puede no tener otra iniciativa que recurrir a los ordenadores.

Supongamos (querido lector, se trata sólo de un divertimento) que alguien le propone encontrar la suma de los (digamos) 3 primeros números impares. No tendrá dificultad para llegar a la única respuesta válida: 1 + 3 + 5  = 9.

Supongamos ahora que el reto fuera obtener la suma de (digamos) los 121 primeros números impares. ¿Qué haría usted? Hay más posibilidades de las que parece a primera vista.

Enfoque #1: Fuerza bruta.

Escriba los 121 números en una hoja de papel y súmelos (para lo cual, lamentablemente, más de uno y más de dos necesitarán usar una calculadora).

Se trata, como es obvio, de un enfoque para nada científico. La naturaleza de la ciencia es «generar y organizar conocimiento en forma de explicaciones verificables y predicciones» sobre los temas de los que trata. Lo cual claramente no sucede en el caso que nos ocupa. Porque el enfoque a base de fuerza bruta no ayuda para nada a predecir el resultado de sumar, por ejemplo, los 375 primeros números impares, supuesto que ello llegara a interesarnos.

Ante esta situación, no faltará quien proponga recurrir a la capacidad de cálculo de los ordenadores, dando así lugar al

Enfoque #2: Fuerza bruta informática.

Cualquiera mínimamente versado en el uso de una hoja de cálculo tendrá muy poca dificultad en colocar los 121 primeros números impares en una hoja y utilizar la función SUMA() para sumarlos (La dificultad será algo menor si toma en cuenta que la diferencia entre dos números impares consecutivos es igual a 2).

Voilà. Ha encontrado una solución técnica, pero no científica. Con un mínimo esfuerzo añadido, podrá calcular también la suma de los 375 primeros números impares. Y con un poco más de habilidad, generar una hoja que admita como parámetro el número de números impares cuya suma se nos ocurra pedirle, y calcularla al instante. Pero este enfoque, como el anterior, no es capaz de generar ni una explicación ni una predicción de los resultados. No es científico.

Enfoque #3. Una observación atenta, cuidadosa e inteligente.

Los buenos científicos tienen el buen hábito de, antes de aplicar la fuerza bruta, intentar encontrar respuestas sencillas a versiones simplificadas de los retos a los que se enfrentan. Con la esperanza, que muchas veces resulta cumplida, de que ello les proporcione pistas sobre la solución a los casos más complicados.

Adoptando este enfoque se obtiene de inmediato el sorprendente resultado de la figura. La suma de los tres primeros números impares es precisamente tres al cuadrado. Igualmente para los cuatro primeros impares, y para los cinco, y para …

Lo esperable es que, llegado a este punto, el científico proponga una hipótesis (o teorema, si se trata de un matemático): La suma de los ‘n’ primeros números impares es igual a ‘n’ al cuadrado. (El personaje de la fuerza bruta informática se apresurará probablemente a verificar que el ordenador confirma esta hipótesis. Pero ya hemos quedado en que no se trata de un científico).

A partir de este punto se abren dos ramas de pensamiento científico, ambas igualmente útiles pero radicalmente distintas.

Enfoque #4. Visualización creativa.

La idea es, en lugar de pensar sobre los números, apoyarse en una realidad que los represente, como los circulitos de la imagen. La combinación de una observación atenta y un poco de reflexión desvela por qué la suma de un cierto número de impares genera un cuadrado perfecto. Sin necesidad de continuar dibujando, vemos que para generar el siguiente cuadrado de cinco unidades tendríamos que añadir precisamente 9 círculos. Lo cual, además de confirmar la hipótesis, proporciona una (preciosa) explicación (que debería dejar entre asombrado y boquiabierto al personaje de la hoja de cálculo).

Podría ser suficiente. Pero acabaré mencionando dos enfoques alternativos para quienes tengan una mínima querencia por las matemáticas.

Enfoque #4. Inducción.

Con las definiciones de la imagen, el objetivo es, partiendo de la hipótesis de que S(n) = n**2, demostrar que S(n+1) = (n+1)**2.

Lo cual requiere sólo un mínimo de álgebra elemental:

En el lenguaje científico, este tipo de estrategia se conoce como demostración por inducción. Un enfoque que el lector entusiasta puede utilizar para demostrarse fácilmente que «cualquier número natural mayor que 1 es el producto de como mínimo dos números primos«.

Enfoque #6. Álgebra.

Dejo para el lector entusiasta rellenar los huecos de la demostración algebraica esbozada en la imagen, para lo cual no necesitará más que recursos elementales de matemáticas de bachillerato.

 

Fin del divertimento.

Quizá me entretenga, con mayor probabilidad si alguien me lo pide, en buscar otros ejemplos interesantes de ciencia que no necesiten ni memoria ni capacidad de computación.