¿Conectar mi cerebro a Internet? No, gracias.

En un artículo en The Economist se preguntan si «tenemos los humanos que asumir que necesitaremos implantes en el cerebro para seguir siendo relevantes».

La pregunta surge al hilo de la noticia de que Elon Musk, el CEO de Tesla e impulsor de otras empresas de tecnología avanzada, ha anunciado la formación de Neuralink,  una nueva empresa que tendría como primer objetivo producir dispositivos invasivos para diagnosticar o tratar enfermedades neurológicas.

Parece, sin embargo, que la intención de la empresa, o cuanto menos de su promotor, apunta más lejos. Musk ha manifestado en una entrevista que los humanos corren el riesgo de acabar siendo tratados como mascotas por artefactos dotados de inteligencia artificial. Propone como una posible solución añadir artificialmente al cerebro una capa digital que, conectada a Internet, multiplicaría la memoria y la capacidad de computación del cerebro, y por tanto nuestra inteligencia.

Una perspectiva que la comunicadora de la Singularity University glosa de este modo:

«Podríamos multiplicar por mil nuestra inteligencia e imaginación. Sería una disrupción radical en cómo pensamos, sentimos y comunicarmos. Al transferir nuestros pensamientos y sentimientos directamente a otros cerebros podríamos redefinir la socialización y la intimidad de los humanos. En último término, subiendo nuestro Yo completo a las máquinas nos permitiría transcender nuestra piel biológica y convertirnos en digitalmente inmortales.»

Dos objeciones. La primera es filosófica. Afirmaciones de este tipo dejan traslucir una concepción materialista, o informacionalista si se prefiere, del ser humano. Pero no está nada claro que esta concepción tenga ninguna base científica. Me parece más convincente la argumentación de nuestra naturaleza espiritual que presenta Markus Gabriel en («Yo no soy mi cerebro«)

La segunda objeción es estratégica. ¿Es inevitable que hayamos de competir con artefactos dotados de inteligencia artificial? ¿Cuál es el sentido de decidir crear esos artefactos para que compitan con nosotros? ¿No merecería ese asunto algún tipo de dictamen democrático?

Además, incluso si era competencia fuera inevitable, las normas elementales de la estrategia dictan que nunca hay que escoger el terreno más favorable para el adversario. Si los artefactos nos superan en inteligencia digital, por llamarla de algún modo, tendrá sentido retarles en ámbitos donde otro tipo de inteligencia sea la determinante. Volvernos más digitales sería sólo un modo de ser hacernos más similares a ellos, y por tanto más vulnerables.

Conmigo, desde luego, que no cuenten.

Imagen: Singularity University

La filosofía es necesaria para entender la ciencia

«Los modelos matemáticos – nos cuentan en el video adjunto – nos proporcionan imágenes bonitas y fáciles de digerir acerca de cómo funciona el Universo […] Pero debemos tener cuidado sobre el valor que damos a estos modelos en nuestro pensamiento […] El modo en que describimos el mundo influencia cómo creemos que es el mundo. Incluso cuando hay otros modos igualmente correctos de describir el mundo que emplean imágenes totalmente distintas de las nuestras.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=lHaX9asEXIo&w=800&h=450]

¿Por qué llamar la atención sobre ello? Porque, citando a Marcelo Gleiser, el análisis de los límites de la ciencia es muy necesario cuando la arrogancia en la especulación científica es manifiesta. De que haya leyes de la naturaleza no se deduce directamente, que todo lo que sucede obedezca a leyes naturales. La suposición de que sólo es genuino el conocimiento científicamente asegurado y formulado en un lenguaje supuestamente experto es sólo eso, una suposición que no puede probarse científicamente.

Reflexiones de este tipo parecen especialmente necesarias en el terreno de la neurociencia. Observamos que es cada vez más frecuente que se describa el cerebro como una máquina, o al ser humano como un complejo procesador de información. Quizá sólo porque falta imaginación para pensar de otro modo. Quizá porque, como apuntaba Jaron Lanier, interesa a algunos degradar a las personas para que los ordenadores parezcan más potentes.

Me anima leer a alguien como Seth Godin escribir así sobre (los límites) de la ciencia:

«La ciencia es un proceso. No se trata de pretender que tiene la respuesta correcta; solamente que es el mejor proceso para acercarse a la respuesta correcta.»

Creo que más de un científico, y sobre todo más de un pseudo-divulgador de la ciencia o divulgador de la pseudo-ciencia podrían aprender de él algo más que marketing.

Continuará.

La fe en la ciencia es también un acto de fe

Es cada día más frecuente encontrar quien describe como VUCA (Volátil, Incierto, Complejo, Ambigüo) el mundo en que vivimos.

Es posible que no quede otro remedio que acostumbrarnos a vivir de forma permanente en este estado de volatilidad, incertidumbre y ambigüedad (doy por sentado que la complejidad ha llegado para quedarse).

Pienso, sin embargo, que una gran mayoría de las personas prefieren (como mínimo en alguna medida) la estabilidad, la certidumbre y la claridad. Pero cada vez está menos claro cómo conseguirlas, de qué recurso o recursos echar mano.

Quizá el más tradicional sea la religión y la fe en la religión. Pero está cada vez menos de moda. Para otros, la ciencia, la tecnología y el progreso basado en el desarrollo científico y tecnológico será la solución de todas las incertidumbres. Dos puntos de vista que a menudo se contraponen.

Un artículo reciente sobre la posverdad proporciona un ejemplo ilustrativo.  Al hilo de la confrontación entre datos y posverdad, el articulista se pregunta:

«¿Nos podrán salvar los números de la posverdad?»

Y se responde:

«Desde luego, pero que lo hagan dependerá de que logremos ilustrar a la gente. De que convenzamos al mundo de que debe entender la matemática y la ciencia. De que enseñemos a los maestros a enseñar a los alumnos a pensar de forma racional, inteligente y creativa. De que construyamos una sociedad abierta que adopte la razón como guía.»

El peligro que denuncia es que «muchas veces las certezas tienen más que ver con la fe que con la realidad», y que «la fe es irracional».

Afirmaciones a las que se pueden oponer dos réplicas:

  • Si la fe, en lo que sea, existe, es que forma parte de la realidad. La existencia de la fe es una certeza.
  • La fe en la ciencia y en la tecnología no deja de ser también un acto de fe.

La segunda me parece más fundamental y evidente, por más que los más apegados al materialismo científico se empeñen (de modo quizá no consciente) en ignorarlo. Traduzco de un artículo en una publicación para nada anti-científica como Wired:

«Esta es la naturaliza de la ciencia. Nunca ‘prueba’ nada de forma definitiva. Todo lo que la ciencia puede hacer es ofrecer la mejor respuesta usando un modelo basado en los datos disponibles […] La ciencia no puede probar que el modelo sea cierto, pero puede probar que no lo es […] Por ello nunca me ha gustado el término ‘hecho científico’ o la frase ‘La ciencia prueba que …’. Entiendo lo que la gente quiere decir con ello, pero no es como la ciencia funciona.»

¿Cómo funciona pues la ciencia? Copio de un libro de una física mediática (negrillas añadidas).

«Los científicos tratar de imaginar objetivamente cómo suceden las cosas y qué marco físico podría explicar lo que observan. Quienes trabajan en la ciencia tratan de evitar que las limitaciones o los prejuicios humanos nublen la imagen de modo que puedan confiar en sí mismos para obtener una comprensión no sesgada de la realidad.»

Creo que, además de lo improbable de la imaginación objetiva, es evidente que este párrafo contiene, aparte de un acto de fe en la ciencia, uno añadido acerca de la capacidad de los científicos de evitar limitaciones y prejuicios humanos, empezando por los suyos propios. De hecho, según otro artículo en Wired,

«Investigadores la Universidad de Yale han demostrado que las personas con un nivel alto de educación son las más inquebrantables en sus convicciones.»

Concluyendo. La insistencia de algunos científicos, basándose en su inquebrantable fe en la ciencia, en contraponer fe y ciencia me parece no sólo contradictoria, sino poco científica.

Yo no soy mi cerebro y mi cerebro no es como un ordenador

“We see the world not as it is, but as we are──or, as we are conditioned to see it.” (Stephen Covey)

Una consecuencia de los innegables avances en la (mal) llamada inteligencia artificial es propiciar la reflexión acerca de la mente humana, de la naturaleza de la inteligencia natural y del rol del cerebro en la manifestación de esta inteligencia.

Desafortunadamente, mucho de lo que se publica al respecto evidencia la enormidad de la brecha que existe entre la visión cinetífico-materialista y la filosófico-humanista.

Por ejemplo, Javier Sampedro se refiere en El País a «la evidencia aplastante de que nuestra mente no es más que una colección de átomos.» No da pistas de esa evidencia, ni ofrece tampoco argumentos convincentes de cómo “una simple colección de átomos” es capaz de concebir avances científicos como, por ejemplo, la mecánica cuántica.

Menos aún podrá ese articulista argumentar cómo la simple colección de átomos que es su mente puede concebir que ella misma no es más que una simple colección de átomos. En cuyo caso ya no es tan simple, porque es una colección que tiene además alguna conciencia de su propia naturaleza.

El artículo «Is the Brain More Powerful Than We Thought?» proporciona otro ejemplo interesante. Según investigaciones recientes en UCLA, podría ser que las dendritas tuvieran en el funcionamiento del cerebro un papel más importante del hasta ahora contemplado. La consecuencia sería que «la capacidad de computación del cerebro sería 100 veces mayor de lo que habíamos pensado.»

Mi intuición es que a lo que realmente apunta esta investigación es a la posibilidad de que el ‘marco  mental‘ que asimila el cerebro a un ordenador sea equivocado. Posiblemente también lo sean los intentos de utilizar ordenadores para entender el funcionamiento del cerebro (más sobre éso en una próxima entrada). Quizá la realidad exceda a las capacidades de la computación, y lo que sucede es que, como dice el aforismo, cuando uno sólo tiene un martillo todo lo que ve le parecen clavos.

Una posibilidad a la que apunta desde el lado de la filosofía el notable libro de Markus Gabriel, del que reproduzco la portada. Una lectura que pienso debería ser obligada para cualquiera interesado en salvar la brecha entre ciencia y humanidades a la que me refería al principio. Me limitaré a reproducir algunos de sus puntos de partida, que en el resto del libro se desarrollan y fundamentan :

  • «La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.»
  • «Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.»
  • «Los procesos hasta ahora solo esbozados para delegar nuestro autoconocimiento a las disciplinas científicas de nueva creación son ideológicos, y por tanto fantasías equivocadas.»

Una obra ambiciosa y atrevida, que muestra la diferencia entre un enfoque filosófico que aspira a entender y el de las ciencias naturales que se limitan a explicar.

 

 

 

 

 

Con mi móvil no hago lo que quiero, sino también lo que aborrezco

Imagen: fragmento de una diapo de Gerd Leonhardt

Un manifiesto anti-móvil publicado en Quartz (en plena semana del Mobile World Congress) me lleva hasta un estudio del siempre fiable Pew Research Center sobre el uso de los móviles. Sigue un extracto de las conclusiones:

«Los estadounidenses consideran que los teléfonos celulares distraen y molestan cuando se usan en entornos sociales, pero al mismo tiempo, muchos usan sus propios dispositivos durante los encuentros en grupo […] El 82% de los adultos dicen que cuando las personas usan sus teléfonos en estos entornos la conversación queda perjudicada. [Así y todo], el 89% de los propietarios de teléfonos móviles dicen que usaron su teléfono durante la reunión social más reciente a la que asistieron. […] A pesar de este sentimiento generalizado de que el uso de teléfonos móviles durante las reuniones sociales puede ser más un obstáculo que una ayuda, casi todo el mundo usa su móvil durante estas reuniones y observa que los otros miembros de sus grupos sociales hace lo mismo.»

Por pura serendipia, la lectura de uno de los libros que intento digerir en paralelo me conduce hasta un fragmento de la carta de San Pablo a los Romanos:

«Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.» (7:19-24)

En la tradición cristiana, el demonio es el vehículo del mal, el que moviliza el lado oscuro (el doble) en el alma humana, el que genera las tentaciones del ‘hago lo que no quiero’ a que se refiere San Pablo. En las situaciones concretas a las que se refiere el informe de Pew, el móvil sería entonces uno más de los instrumentos de esa fuerza oscura.

Otra vez por pura serendipia, en una conferencia esta semana en the ‘House of Beautiful Business‘ el autoproclamado futurista Gerd Leonhardt puso en pantalla la imagen de que encabeza esta entrada.

Que cada cual, por supuesto, saque sus propias conclusiones.

La última entrevista a Zygmunt Bauman

Zygmunt BaumanHemos sabido de la muerte de Zygmunt Bauman el mismo día en que aparecía una entrevista suya en La Vanguardia.

Habrá hoy en los medios reseñas sobre su obra mejores que la que yo pudiera hacer aquí. Pero, aparte de recordarle y desearle un feliz tránsito hacia donde sea, quisiera destacar dos extractos de esa última entrevista.

Preguntado sobre hacia dónde gira el mundo en los tiempos turbulentos en que vivimos, Bauman responde:

«Estamos pagando el precio por los treinta o cuarenta años de atracón, de juerga otorgados por una serie de obsesiones demoníacas interconectadas, como vivir a crédito, la orgía consumista, la creciente brecha entre los ganadores y los derrotados, la nacionalización de las ganancias y la individualización de las pérdidas, el encogimiento de los rangos de los ganadores frente a la multiplicación de los perdedores y una globalización para los ricos que va aparejada con atar a los pobres al suelo

He subrayado la mención a las obsesiones demoníacas, porque una de las características de Bauman era escoger con cuidado las palabras. Podría tratarse simplemente de un desliz verbal (aunque la entrevista se llevó a cabo por correo electrónico). Pero la referencia al demonio vuelve a aparecer unas líneas más allá:

«Como regla general los gobiernos se desviven en focalizar sus políticas y las mentes de sus electores en lo que dé beneficios políticos de esos problemas. E igual que el diablo escapa corriendo del agua bendita, mantienen lo no aprovechable o rotundamente explosivo lejos de la conciencia pública.

La entrevista incluye una tercera alusión, si bien algo más velada, en la misma línea:

Trump es el candidato perfecto de la era viral, con las emociones fuera de control, compartiendo lo que viene del inconsciente, odio, miedo a los otros, ira.

Nuestros demonios personales, aquellos con los que cada uno de nosotros convivimos en alguna medida, se cuelan en nuestra vida por el inconsciente. Bauman se queda a un paso de sugerir que Trump es un personaje dominado por obsesiones demoníacas.  Desde luego, sus desplantes en Twitter parecen más el resultado de un impulso pasional irresistible que de un cálculo racional y meditado. (En la misma línea, recomiendo ver el retrato de Teresa May vista por el gran Perico Pastor).

Bauman escribió contra la desigualdad y la injusticia. Pero sus escritos van más allá de la indignación. Creo que a lo que apunta en esa entrevista es que hemos de ser cosncientes de que el mal existe, y es más que la ausencia de bien. Pero también a que el bien también existe, pero que convertirlo en realidad exige más que buenas intenciones:

«Todos hemos sido ya seleccionados, sin habernos pedido nuestro consentimiento, para la condición cosmopolita: somos ya todos interdependientes en casi todos los aspectos de nuestras vidas. Pero no hemos adquirido todavía una conciencia cosmopolita. Ni siquiera hemos tampoco comenzado a realizar intentos serios de adquirirla.«

Bauman era un provocador en un doble sentido. El más obvio, como denunciante. Pero también al incitarnos a aprender a organizarnos para ejercer una acción colectiva eficaz. Copio de «En busca de la política«, uno de sus libros menos conocidos:

«Si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria? […] El incremento de la libertad individual puede coincidir con el incremento de la impotencia colectiva.«

Retos a los que nos corresponde responder, ahora sin su acompañamiento. Desarrollar una conciencia colectiva; crecer la voluntad de seguir sus dictados; aprender la técnica moral que permita llevarlos a la práctica. Descanse en paz.

 

Muchos adictos consideran que la adicción es ‘normal’

160525 Blog¿Crean los móviles adicción? Constato que no hay una opinión unánime. Veamos unas cuantas.

Escribiendo sobre el anuncio de los últimos resultados de Facebook, leo en The New York Times («How You’re Making Facebook a Money Machine«) :

«Vuestra adicción está haciendo que Facebook sea sorprendentemente rentable.«

Según un estudio reciente de Common Sense Technology, una organización dedicada a aconsejar a familias acerca del uso de las nuevas tecnologías,

«La mitad de los adolescentes en los EEUU se consideran adictos a sus teléfonos móviles […] La mayoría de los padres están de acuerdo, y el 59% de los encuestados dicen que sus hijos de entre los 12 y los 18 años no pueden dejar sus móviles.»

Más aún. Según un reportaje del Washington Post («This dark side of the Internet is costing young people their jobs and social lives«) sobre reSTART, un centro de rehabilitación cerca de Seattle,

«Un número creciente de padres y expertos dicen que la adicción a las pantallas se está convirtiendo en un problema serio para muchos jóvenes, a los que lleva al abandono escolar, a distanciarse de sus famillias y amigos y a quejarse de ansiedad profunda […] Según los expertos, los que dicen sufrir de adicción a Internet comparten muchos síntomas de otros tipos de adictos, incluso en los compuestos químicos que se liberan en el cerebro […] Se retiran a rincones de Internet en los que puedan encontrar un éxito rápido.»

En algunos países, como Corea del Sur o China, la adicción tecnológica es una condición clínica reconocida, pero no todavía en los EEUU, por la dificultad de definir la naturaleza de la adicción. Si una persona es adicta a la pornografía o al juego online, por ejemplo, ¿se trata de un desorden sexual o una ludopatía que se expresa a través de Internet? ¿O bien se trata de variantes de la adicción a Internet?

 

 

 

Dicen quienes de ello saben que «No vemos las cosas como son; la vemos según somos.» Una cita que viene a cuento de una cole

El dominio de la oscuridad

160415 BlogIntento incluir la Filosofía y la Ciencia entre mis lecturas habituales.

  • La Filosofía porque, en palabras de Josep María Esquirol, «la filosofía es la cura del alma, porque el ejercicio del pensamiento transforma».
  • La Física, porque en una vida anterior tuve la fortuna de poder doctorarme en Física, una disciplina que luego abandoné como profesión por razones que no son del caso.

«The Island of Knowledge«, un libro reciente de Marcelo Gleiser, que tiene como subtítulo «los límites de la ciencia y la búsqueda de sentido», está a caballo entre ambas materias. Transcribo uno de sus planteamientos de partida:

«Debemos preguntarnos si la comprensión de la realidad más fundamental de la naturaleza es sólo una cuestión de empujar los límites de la ciencia, o si estamos siendo bastante ingenuos acerca de lo que la ciencia puede hacer.»

Una de las cuestiones científicas que quizá más claramente manifiesta hoy los límites de la ciencia tiene que ver con lo que se sabe sobre la composición del Universo. Aplicando la teoría de la gravitación universal de Einstein al análisis de los datos la astrofísica de precisión, los científicos han llegado a la conclusión representada en la figura. Una materia oscura de naturaleza desconocida, pero detectada por la fuerza gravitacional que ejerce sobre los cuerpos celestes y sobre la luz, constituye un 27% del Universo. Otro 68% corresponde a una energía oscura, cuya existencia se deduce de la constatación experimental de que el Universo se expande a un ritmo acelerado. La materia ‘convencional’, sobre cuya naturaleza la ciencia ha hecho progresos espectaculares durante los últimos 200 años, representaría sólo del 5%.

Una de las conclusiones del autor es que:

«Si grandes porciones del mundo permanecen invisibles o inaccesibles para nosotros, debemos considerar con gran prudencia el significado de la palabra ‘realidad’.»

Me apunto dos reflexiones al hilo de este asunto. La primera se refiere al dogmatismo de algunos científicos que reclaman para la ciencia una reverencia casi religiosa, que de otra parte niegan a la religión, o incluso a la filosofía. En palabras de Marcelo Gleiser (negrillas añadidas):

«Exponer los límites de la ciencia está lejos de ser oscurantista; más bien al contrario, se trata de un auto-análisis muy necesario en un momento en que la especulación científica y la arrogancia están fuera de control

Una segunda reflexión, menos científica, se deriva de postular que la realidad social incluye también componentes de materia oscura y energía oscura, que no son de ordinario visibles con nuestros métodos convencionales de observación. En el Universo, la energía oscura es expansiva, mientras que el efecto de la materia oscura es contraer. Se me antoja que elementos como la corrupción, o incluso los mercados financieros que reclaman ‘recortes’ serían los análogos sociales de la materia oscura. Contraen el mundo en el que queremos vivir. Se trataría pues ahora de hacer visibles los efectos contrarios de la energía oscura. Una energía que intuimos que existe en el interior de los muchos dispuestos a trabajar por un mundo mejor.

La concepción científica del mundo fracasa por razones científicamente verificables

160404 El mundo no existeEsta es una de las tesis del nuevo libro de Markus Gabriel, una invitación a pensar en tiempos en los nos asaltan por todas partes con tentaciones que parecen diseñadas justamente para evitar que pensemos.

Me han interesado su ambición y su frescura:

«La tarea de la filosofía es recomenzar siempre desde el principio, una y otra vez

Pero también muy especialmente que asuma el desafío de plantar cara a la arrogancia del cientificismo y la tecnocracia. Lo confiesa sin ambages en una entrevista publicada (en catalán) en el diario Ara:

«Como filósofo, uno de mis grandes enemigos es lo que denomino como naturalismo o cientismo, que es la idea de que las ciencias naturales han asumido el rol que solía tener la religión. De modo que si quieres entender el universo tienes que entender la cosmología física o la mecánica cuántica, o lo que sea sobre las partículas elementales y la gravedad. Y que si quieres entender la mente humana, has de entender el cerebro humano. Es la idea que para entender alguna cosa has de ser capaz de reducirla a una parte del orden natural. Yo ataco esta idea, porque es completamente falsa.»

Se explica en más detalle al ser preguntado sobre la neurociencia:

«Todo lo que puedes hacer, y en eso cualquier neurocientìfico serio estará de acuerdo, es establecer que un determinado tipo de proceso consciente tienen una correlación con un proceso material […] Un estado cerebral no es la causa de un pensamiento. I si no es la causa de un pensamiento, entonces no significa nada. Hay dos órdenes: la conciencia y los estados cerebrales. Los neurocientíficos sólo pueden decirnos cómo están correlacionados. No pueden explicar la conciencia, pero los filósofos sí podemos.»

Para alguien que, como yo, fue en tiempos formado como científico, las propuestas de Markus Gabriel son como mínimo estimulantes. Al sostener que «la concepción científica del mundo se basa en una percepción distorsionada de la realidad» nos provoca y nos induce a interrogarnos. No pide que le demos la razón, porque sostiene que «El sentido de la vida es la vida, la confrontación con el sentido infinito del que afortunadamente podemos participar.» No busca el consenso, sino la conciencia:

«Estoy totalmente en contra de la idea de que tendríamos que juntar las humanidades y las ciencias […] Han de estar separadas y pelearse entre ellas; son incompatibles […] Una cosa es describir biológicamente el animal que soy y otra describirlo sociológicamente yendo a un museo. Nose puede traducir la sociología a la biología y viceversa. Se interseccionan, pero no podrán nunca ser idénticas.»

Más sobre esta temática en el libro, en mis notas sobre el libro, y en próximas entradas en este espacio.

La tecnología hace cada vez más necesaria la filosofía

160128 Blog

Detecto (no debo ser el único) un constante flujo creciente de noticias sobre los avances en robótica y en variantes de la inteligencia artificial. Muchas de ellas en la línea de destacar (y a menudo celebrar) la superioridad de las máquinas sobre los humanos.

Se nos informa, por ejemplo, de que los ingenieros de Google han conseguido programar una máquina que juega al Go a nivel más alto. Al informar sobre ello, el editor escribe que:

Aunque el logro técnico era digno de celebrarse, uno no podía evitar el consolar al pobre ser humano que estaba siendo superado.«

Roto 151228

Una frase como mínimo desafortunada, además de condescendiente. En línea con la tendencia, denunciada hace ya un tiempo por Jaron Lanier de ‘presentar a la gente como obsoleta para que los ordenadores parezcan más avanzados‘. Porque, aunque no tengo el gusto de conocerle, apuesto a que el campeón de Go que perdió cinco partidas consecutivas contra el ordenador de Google le da ciento y raya en varios centenares de conocimientos, capacidades, habilidades, relaciones y actividades disfrutables en las que ese ordenador en particular no tiene la más mínima capacidad de competir. Suponiendo, además, de que lo importante sea competir.

En un contexto menos sofisticado, uno de nuestros ilustres ilustrados-TIC inicia así una entrada en su blog:

«En una prueba más de la superioridad de la máquina sobre el hombre, Uber … «

No se trata de desliz, sino de un reflejo de su ideología, como prueba el párrafo final:

«Hasta aquí hemos llegado con la relatividad de las percepciones humanas. A partir de ahora, y mientras estemos aún obligados a que sea un imperfecto humano quien conduzca, dame lecturas de los sensores de una máquina. La tecnología siempre tiene la respuesta correcta.«

Lo que caracteriza a las ideologías, y a los sofistas que las proclaman, es que sus supuestos de base permanecen casi siempre ocultos. Y no por casualidad, sino porque las ideologías, incluso la tecnocrática que se está convirtiendo en dominante, sirven a intereses por lo general no generales (viñeta de El Roto en El País de 28/12/2015). Creo detectar dos de estos supuestos implícitos en la entrada de nuestro ilustrado-TIC:

  1. Que todo lo que se puede percibir se puede digitalizar.
  2. Que sea cual sea la pregunta, la tecnología (o quizá la ciencia) es la respuesta.

Creo que ambas son demostrablemente erróneas. Y a la vez un síntoma de la necesidad (urgente, porque los sofistan empujan), de retomar la filosofía. Porque:

«La misión de la filosofía es evitar el reduccionismo.»

J. M. Esquirol, «La resistencia íntima«.

y también

«Nada es únicamente como lo percibimos, sino infinitamente más.«

Markus Gabriel, «Por qué el mundo no existe«.

Tanto la ciencia como la filosofía enseñan (a quien quiera aprenderlo) la importancia de plantear las preguntas correctas. Las respuestas sólo son buenas en tanto que se refieren a buenas preguntas, y las que los tecnócratas se hacen no siempre lo son. Al arte y a la filosofía (los filósofos son artistas del lenguaje) corresponde hacerlas. Y al diseño crear buenas soluciones. Y al liderazgo conseguir ponerlas en práctica. Será cada vez más importante poner a cada cual en su sitio.

Crédito: Imagen adaptada de una conferencia de John Maeda.