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Inocular el virus Bartleby a según qué ciencia

Dedico parte de mis lecturas veraniegas a una inmersión en las novelas antiguas de Enrique Vila-Matas, incluyendo «Bartebly y compañía«.

El protagonista de esta novela confiesa su empeño en rastrear el «amplio espectro del síndrome de Bartley en la literatura«, un síndrome cuya manifestación es

«la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aún teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizá precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre.»

Lo que me lleva a mencionar el síndrome Bartebly es una entrevista en El País Ideas (12/8/2018) con Max Tegmark, un físico teórico de MIT, a raíz de la publicación de su libro («Vida 3.0: Ser humano en la era de la inteligencia Artificial«). Si hubiera tenido en la memoria la novela de Vila-Matas cuando leí («Our Mathematical Universe«), una obra anterior de Tegmark, es posible que no hubiera podido resistirme al malévolo deseo de que fuera de algún modo, como escribiente, afectado por el síndrome Bartleby y se centrara en publicar sólo para la comunidad científica. Ahora sería aún más radical.

En la entrevista para El País, Tegmark manifiesta esta preocupación:

«nos arriesgamos a perder completamente el control del planeta a manos de un pequeño grupo de gente que desarrolle la Inteligencia Artificial».

El motivo, según su punto de vista, es que:

«Muchos de los líderes tecnológicos que están construyendo la IA son muy idealistas, y quieren que esto sea bueno para todos. Pero la principal motivación de las compañías que están desarrollando esta tecnología es ganar dinero .»

Su propuesta:

«Tenemos que ser proactivos. Es muy importante que no dejemos las discusiones sobre la inteligencia artificial sólo en manos de gente experta en tecnología como yo. Psicólogos, sociólogos o economistas deben participar en la conversación.«

Una dificultad obvia es la muy alta probabilidad de que quienes paguen a esos psicólogos, sociólogos o economistas sean las mismas empresas que financian la investigación de los científicos «idealistas», y que lo hagan con el mismo objetivo prioritario de ganar dinero.

Inspirado por Vila-Matas, se me ocurre que una alternativa, quizá igualmente improbable pero por qué no, sería inocular un virus Bartleby a los científicos que, desde un idealismo simplista, cuando no socialmente irresponsable, empujan el desarrollo de unas tecnologías cuyo control social ellos mismos reconocen como problemático. Sería bonito, quizá demasiado bonito, que el propio Tegmark fuera el primero en dar ejemplo.

¿Es irresponsable el optimismo tecnológico?

La serendipia internética me lleva hasta «Humanity and AI will be inseparable«, una entrevista con la investigadora responsable de machine learning en Carnegie-Mellon.

Una de sus afirmaciones me llama especialmente la atención:

«Creo que la investigación que estamos haciendo en sistemas autónomos – coches autónomos, robots autónomos – es una llamada a la humanidad para ser responsable. En algun sentido, no tienen nada que ver con la tecnología. La tecnología se desarrollará. La inventamos nosotros – los humanos. No viene del cielo ni de extraterrestres. Es nuestro descubrimiento. Es la mente humana la que ha concebido este tipo de tecnología, y es por tanto la responsabilidad de la mente humana hacer un buen uso de ella.»

Se me antoja que es una afirmación certera y a la vez inútil en la práctica.

Porque lo cierto es que ‘la mente humana’ no existe como tal. Es solamente una abstracción. Existen, desde luego, mentes humanas. Muchos tipos de mentes humanas, con una variedad enorme de características. Y no todas ellas gobiernan conductas que pudiéramos considerar precisamente como responsables. Las evidencias son tan numerosas y cercanas que no hace falta ni siquiera empezar a enumerarlas.

Más aún. Algunas mentes humanas actúan, casi literalmente, como si estuvieran poseídas por fuerzas del mal. (¿Hacen falta ejemplos?) Podemos tener pues la absoluta seguridad de que habrá mentes humanas que se aplicarán, si no lo están haciendo ya, a utilizar los resultados de la investigación en inteligencia artificial para fines que poco tendrán que ver con el beneficio de la humanidad. Eso, además de la posibilidad de que mentes enfermas, que también las hay, se apliquen exclusivamente a hacer daño.

A partir de ahí, ¿cuál es la mente humana responsable a la que se refiere la investigadora?

Más en concreto, me pregunto ¿cuál es la responsabilidad de las mentes humanas que impulsan, desarrollan y financian nuevas tecnologías como la inteligencia artificial? ¿Deberían hacerse responsables de los usos malévolos que puedan aparecer? ¿Deberíamos hacerles responsables?

Langdon Winner escribió hace ya tiempo que «en el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado

Añadiría que, en demasiadas ocasiones, quien firma el contrato ni siquiera nos lo enseña. Y, si quien lo firma es un político de los de hoy, me temo que haya una alta probabilidad de que lo firme sin leerlo o sin entenderlo.

Estos revolucionarios trabajan para el establishment

4th industrial revolutionLa propaganda sobre la supuestamente inevitable Cuarta Revolución Industrial proporciona un ejemplo más de la trampa de las elecciones binarias que apuntaba en otra entrada.

Según el Word Economic Forum (WEF), uno de los promotores más visibles de la idea,

«Estamos al borde de una revolución tecnológica que alterará los fundamentos del modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con otros. Por su escala, alcance y complejidad, esta transformación no tendrá parangón en nada de lo que la humanidad haya experimentado hasta ahora.»

Ante esta inminencia supuestamente inevitable e imparable, la palabra clave en las recomendaciones del WEF es adaptarse:

«Las empresas deben forzosamente adaptar el modo en que diseñan, venden y entregan productos y servicios.»

«En último término, la capacidad de los sistemas de gobierno y las autoridades públicas para adaptarse es lo que determinará su supervivencia.»

«Las autoridades reguladoras deben adaptarse continuamente a un entorno nuevo y rápidamente cambiante, reinventándose para entender realmente lo que están regulando.»

Un planteamiento que bien puede calificarse como de darwinismo social, porque limita las opciones a una simple elección binaria: adaptarse o morir. Como no todo el mundo será capaz de adaptarse, se da por sentado que se producirán con toda seguridad daños colaterales. Pero, al plantear la revolución como inexorable e imparable, como si fuera el resultado de un designio divino, se eluden varias cuestiones clave:

  • ¿Podemos estar razonablemente seguros de que los beneficios de esta revolución serán mayores que los daños colaterales?
  • ¿Quién se hará, en su caso, responsable de compensar a quienes resulten perjudicados?
  • ¿Cómo se prevé adjudicar y/o repartir los beneficios que se generen?

Además, y en paralelo, parece obligado cuestionar que esta revolución y el modo que se plantea sea realmente inevitable. El mismo documento del WEF da pie para ello:

«No la tecnología ni la disrupción que conlleva son fuerzas exógenas sobre las que los humanos no tienen control. Todos nosotros somos responsables de guiar su evolución, en las decisiones que tomamos a diario como ciudadanos, consumidores e inversores. Debemos aprovechar la oportunidad y el poder que tenemos para dar forma a la Cuarta Revolución Infustrial y dirigirla hacia un futuro que refleje nuestros objetivos y valores comunes

Una frase que abre más interrogantes de los que resuelve. Porque las fuerzas que empujan esta nueva revolución industrial están por el momento fuera de nuestro control, si es que entendemos por nuestro el de las personas que no estamos invitados a las conversaciones de Davos. A menos, claro está, que la referencia a todos nosotros englobe sólo al establishment que lidera este discurso revolucionario.

En cualquier caso, un reto de liderazgo y de gobernanza para quienes piensen que hay (o que debería haber) más posibilidades que las que ofrece una elección binaria, quienes quieran influir desde sus objetivos y valores comunes en las elecciones y decisiones sobre este futuro que algunos ya han empezado a dibujar y construir. Más sobre ello en próximas entradas.

 

Los ‘techies’ dicen: «Hemos ganado»

160109 BlogMe llama la atención una entrada en Medium con el titular que reproduzco. Si es cierto que los ‘techies’ han ganado, ¿quién ha perdido o está perdiendo? Y también, si se estaba dirimiendo una batalla o competición, ¿cuál era?

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