Yo no soy mi cerebro y mi cerebro no es como un ordenador
“We see the world not as it is, but as we are──or, as we are conditioned to see it.” (Stephen Covey)
Una consecuencia de los innegables avances en la (mal) llamada inteligencia artificial es propiciar la reflexión acerca de la mente humana, de la naturaleza de la inteligencia natural y del rol del cerebro en la manifestación de esta inteligencia.
Desafortunadamente, mucho de lo que se publica al respecto evidencia la enormidad de la brecha que existe entre la visión cinetífico-materialista y la filosófico-humanista.
Por ejemplo, Javier Sampedro se refiere en El País a «la evidencia aplastante de que nuestra mente no es más que una colección de átomos.» No da pistas de esa evidencia, ni ofrece tampoco argumentos convincentes de cómo “una simple colección de átomos” es capaz de concebir avances científicos como, por ejemplo, la mecánica cuántica.
Menos aún podrá ese articulista argumentar cómo la simple colección de átomos que es su mente puede concebir que ella misma no es más que una simple colección de átomos. En cuyo caso ya no es tan simple, porque es una colección que tiene además alguna conciencia de su propia naturaleza.
El artículo «Is the Brain More Powerful Than We Thought?» proporciona otro ejemplo interesante. Según investigaciones recientes en UCLA, podría ser que las dendritas tuvieran en el funcionamiento del cerebro un papel más importante del hasta ahora contemplado. La consecuencia sería que «la capacidad de computación del cerebro sería 100 veces mayor de lo que habíamos pensado.»
Mi intuición es que a lo que realmente apunta esta investigación es a la posibilidad de que el ‘marco mental‘ que asimila el cerebro a un ordenador sea equivocado. Posiblemente también lo sean los intentos de utilizar ordenadores para entender el funcionamiento del cerebro (más sobre éso en una próxima entrada). Quizá la realidad exceda a las capacidades de la computación, y lo que sucede es que, como dice el aforismo, cuando uno sólo tiene un martillo todo lo que ve le parecen clavos.
Una posibilidad a la que apunta desde el lado de la filosofía el notable libro de Markus Gabriel, del que reproduzco la portada. Una lectura que pienso debería ser obligada para cualquiera interesado en salvar la brecha entre ciencia y humanidades a la que me refería al principio. Me limitaré a reproducir algunos de sus puntos de partida, que en el resto del libro se desarrollan y fundamentan :
- «La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.»
- «Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.»
- «Los procesos hasta ahora solo esbozados para delegar nuestro autoconocimiento a las disciplinas científicas de nueva creación son ideológicos, y por tanto fantasías equivocadas.»
Una obra ambiciosa y atrevida, que muestra la diferencia entre un enfoque filosófico que aspira a entender y el de las ciencias naturales que se limitan a explicar.
M. Chagal. Vidriera que representa al poeta Ezequiel.
Empezaré confesando que cada vez me irritan más los profetas tecnológicos, como el autor de la pieza «These 6 new technology rules will govern our future«) que publica el Washington Post (que tiene a Jeff Bezos, el CEO de Amazon, como propietario):
Lo que me molesta no es tanto que algunas de estas profecías me resulten increíbles (las #3 y #5 en concreto) o incómodas (la #6), sino que se presenten como inevitables sin más justificación que un flagrante determinismo tecnológico:
Insistiría en primer lugar, aunque sea un tema recurrente en este espacio, que la tecnología no está creando ninguna regla, porque no tiene autonomía para hacer algo así. La tecnología evoluciona como consecuencia de actuaciones de personas, grupos o empresas que la conciben, diseñan, producen, difunden y consumen. Podemos admitir como una predicción plausible, por ejemplo, que se digitalizará todo lo digitalizable (y que se intentará además digitalizar lo no digitalizable). La tecnología lo permite, pero no lo impone. La digitalización es un resultado, previsible si se quiere, de las decisiones de gente que digitaliza cosas. Por los motivos que sean, no siempre altruistas.
En la misma línea, quizá sería apropiado conjeturar que lo que subyace a estas predicciones del autor no es tanto una inexistente ley tecnológica, ni tampoco su improbable capacidad como vidente, sino el conocimiento de las intenciones de quienes utilizan o planean utilizar la tecnología de un determinado modo y con unas determinadas intenciones.