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Un divertimento sobre ciencia, memoria y capacidad de computación

Un divertimento sobre ciencia sin necesidad de memoria ni capacidad de computación. Que puede leerse también como una alegoría sobre cómo, enfrentado a un pequeño problema científico,  alguien mentalmente perezoso, o poco inteligente, o echado a perder por la informática o simplemente no interesado por la verdadera ciencia puede no tener otra iniciativa que recurrir a los ordenadores.

Supongamos (querido lector, se trata sólo de un divertimento) que alguien le propone encontrar la suma de los (digamos) 3 primeros números impares. No tendrá dificultad para llegar a la única respuesta válida: 1 + 3 + 5  = 9.

Supongamos ahora que el reto fuera obtener la suma de (digamos) los 121 primeros números impares. ¿Qué haría usted? Hay más posibilidades de las que parece a primera vista.

Enfoque #1: Fuerza bruta.

Escriba los 121 números en una hoja de papel y súmelos (para lo cual, lamentablemente, más de uno y más de dos necesitarán usar una calculadora).

Se trata, como es obvio, de un enfoque para nada científico. La naturaleza de la ciencia es «generar y organizar conocimiento en forma de explicaciones verificables y predicciones» sobre los temas de los que trata. Lo cual claramente no sucede en el caso que nos ocupa. Porque el enfoque a base de fuerza bruta no ayuda para nada a predecir el resultado de sumar, por ejemplo, los 375 primeros números impares, supuesto que ello llegara a interesarnos.

Ante esta situación, no faltará quien proponga recurrir a la capacidad de cálculo de los ordenadores, dando así lugar al

Enfoque #2: Fuerza bruta informática.

Cualquiera mínimamente versado en el uso de una hoja de cálculo tendrá muy poca dificultad en colocar los 121 primeros números impares en una hoja y utilizar la función SUMA() para sumarlos (La dificultad será algo menor si toma en cuenta que la diferencia entre dos números impares consecutivos es igual a 2).

Voilà. Ha encontrado una solución técnica, pero no científica. Con un mínimo esfuerzo añadido, podrá calcular también la suma de los 375 primeros números impares. Y con un poco más de habilidad, generar una hoja que admita como parámetro el número de números impares cuya suma se nos ocurra pedirle, y calcularla al instante. Pero este enfoque, como el anterior, no es capaz de generar ni una explicación ni una predicción de los resultados. No es científico.

Enfoque #3. Una observación atenta, cuidadosa e inteligente.

Los buenos científicos tienen el buen hábito de, antes de aplicar la fuerza bruta, intentar encontrar respuestas sencillas a versiones simplificadas de los retos a los que se enfrentan. Con la esperanza, que muchas veces resulta cumplida, de que ello les proporcione pistas sobre la solución a los casos más complicados.

Adoptando este enfoque se obtiene de inmediato el sorprendente resultado de la figura. La suma de los tres primeros números impares es precisamente tres al cuadrado. Igualmente para los cuatro primeros impares, y para los cinco, y para …

Lo esperable es que, llegado a este punto, el científico proponga una hipótesis (o teorema, si se trata de un matemático): La suma de los ‘n’ primeros números impares es igual a ‘n’ al cuadrado. (El personaje de la fuerza bruta informática se apresurará probablemente a verificar que el ordenador confirma esta hipótesis. Pero ya hemos quedado en que no se trata de un científico).

A partir de este punto se abren dos ramas de pensamiento científico, ambas igualmente útiles pero radicalmente distintas.

Enfoque #4. Visualización creativa.

La idea es, en lugar de pensar sobre los números, apoyarse en una realidad que los represente, como los circulitos de la imagen. La combinación de una observación atenta y un poco de reflexión desvela por qué la suma de un cierto número de impares genera un cuadrado perfecto. Sin necesidad de continuar dibujando, vemos que para generar el siguiente cuadrado de cinco unidades tendríamos que añadir precisamente 9 círculos. Lo cual, además de confirmar la hipótesis, proporciona una (preciosa) explicación (que debería dejar entre asombrado y boquiabierto al personaje de la hoja de cálculo).

Podría ser suficiente. Pero acabaré mencionando dos enfoques alternativos para quienes tengan una mínima querencia por las matemáticas.

Enfoque #4. Inducción.

Con las definiciones de la imagen, el objetivo es, partiendo de la hipótesis de que S(n) = n**2, demostrar que S(n+1) = (n+1)**2.

Lo cual requiere sólo un mínimo de álgebra elemental:

En el lenguaje científico, este tipo de estrategia se conoce como demostración por inducción. Un enfoque que el lector entusiasta puede utilizar para demostrarse fácilmente que «cualquier número natural mayor que 1 es el producto de como mínimo dos números primos«.

Enfoque #6. Álgebra.

Dejo para el lector entusiasta rellenar los huecos de la demostración algebraica esbozada en la imagen, para lo cual no necesitará más que recursos elementales de matemáticas de bachillerato.

 

Fin del divertimento.

Quizá me entretenga, con mayor probabilidad si alguien me lo pide, en buscar otros ejemplos interesantes de ciencia que no necesiten ni memoria ni capacidad de computación.

Hemos de dar más valor a lo humano

Entiendo esta viñeta de El Roto en El País como una llamada a clarificar nuestros valores en la mirada al triple terreno de la tecnología, el progreso y la esencia de la naturaleza humana.

Una llamada de atención que propician titulares como éste: «Science Has Outgrown the Human Mind and Its Limited Capacities«. (La ciencia sobrepasa la mente humana y sus capacidades limitadas).

El punto de partida del articulista es que «la ciencia está en medio de una crisis de datos» y que «una estrategia prometedora es integrar máquinas e inteligencia artificial en el proceso científico», porque «las máquinas tienen más memoria y una capacidad de computación mayor que el cerebro humano.»

Sin embargo, no es para nada evidente que la memoria y la capacidad de computación sean imprescindibles para la ciencia. Como mínimo para que la Wikipedia define como «una actividad sistemática que genera y organiza el conocimiento en forma de explicaciones verificables y predicciones sobre el universo». (Un contraejemplo en una próxima entrada).

A lo que tal vez apunta el articulista es que el volumen de la producción de los científicos (o de quienes se autocalifican como científicos) ha crecido más allá de la capacidad de lectura, de asimilación y de comprensión de un individuo. Pero pudiera ser que la crisis a la que se refiere no sea consecuencia de un exceso de datos sino de una mala selección de buenas preguntas.

Sabemos que situaciones de este tipo se dan en otros ámbitos.

  • En el ámbito del Big Data, por ejemplo, se evidencia que es cada vez más importante saber qué preguntar y para qué.
  • Los medios generan un exceso de informaciones, algunas de las cuales no deberían ser noticias y otras no tendrían por qué interesarnos. Lo razonable no es intentar procesarlas todas, con o sin ayudas de inteligencia artificial. Lo sano y sensato es tener una conciencia clara de la naturaleza de las informaciones que debemos estar abiertos a sintonizar y de aquellas de las que es mejor ignorar incluso la existencia. Lo cual, corregido y aumentado, se aplica también a las redes sociales.

Por contra, por citar sólo un ejemplo, la publicación de Einstein en 1905 sobre la teoría de la relatividad no hace referencia a ningún dato experimental. No hacía falta, porque la base su investigación no era analizar datos, sino plantearse buenas preguntas. Sobre las que trabajó, dicho sea de paso, recurriendo a la creatividad y no a la computación.

No dejemos que nos engañen. La tecnología, incluyendo la inteligencia artificial y los robots, sólo proporciona respuestas. Sin desvelar a menudo la ‘pregunta poderosa(¿Para Qué?) a la que responde su existencia. Creo que está en la esencia del ser humano la capacidad y la responsabilidad de formular preguntas pertinentes. Por eso me irrita y a la vez preocupa constatar los esfuerzos cada vez más visibles de quienes se esfuerzan en menospreciar las capacidades de los humanos para (sobre)vender mejor las prestaciones de sus artefactos. No deberíamos perder esta batalla.

 

¿Conectar mi cerebro a Internet? No, gracias.

En un artículo en The Economist se preguntan si «tenemos los humanos que asumir que necesitaremos implantes en el cerebro para seguir siendo relevantes».

La pregunta surge al hilo de la noticia de que Elon Musk, el CEO de Tesla e impulsor de otras empresas de tecnología avanzada, ha anunciado la formación de Neuralink,  una nueva empresa que tendría como primer objetivo producir dispositivos invasivos para diagnosticar o tratar enfermedades neurológicas.

Parece, sin embargo, que la intención de la empresa, o cuanto menos de su promotor, apunta más lejos. Musk ha manifestado en una entrevista que los humanos corren el riesgo de acabar siendo tratados como mascotas por artefactos dotados de inteligencia artificial. Propone como una posible solución añadir artificialmente al cerebro una capa digital que, conectada a Internet, multiplicaría la memoria y la capacidad de computación del cerebro, y por tanto nuestra inteligencia.

Una perspectiva que la comunicadora de la Singularity University glosa de este modo:

«Podríamos multiplicar por mil nuestra inteligencia e imaginación. Sería una disrupción radical en cómo pensamos, sentimos y comunicarmos. Al transferir nuestros pensamientos y sentimientos directamente a otros cerebros podríamos redefinir la socialización y la intimidad de los humanos. En último término, subiendo nuestro Yo completo a las máquinas nos permitiría transcender nuestra piel biológica y convertirnos en digitalmente inmortales.»

Dos objeciones. La primera es filosófica. Afirmaciones de este tipo dejan traslucir una concepción materialista, o informacionalista si se prefiere, del ser humano. Pero no está nada claro que esta concepción tenga ninguna base científica. Me parece más convincente la argumentación de nuestra naturaleza espiritual que presenta Markus Gabriel en («Yo no soy mi cerebro«)

La segunda objeción es estratégica. ¿Es inevitable que hayamos de competir con artefactos dotados de inteligencia artificial? ¿Cuál es el sentido de decidir crear esos artefactos para que compitan con nosotros? ¿No merecería ese asunto algún tipo de dictamen democrático?

Además, incluso si era competencia fuera inevitable, las normas elementales de la estrategia dictan que nunca hay que escoger el terreno más favorable para el adversario. Si los artefactos nos superan en inteligencia digital, por llamarla de algún modo, tendrá sentido retarles en ámbitos donde otro tipo de inteligencia sea la determinante. Volvernos más digitales sería sólo un modo de ser hacernos más similares a ellos, y por tanto más vulnerables.

Conmigo, desde luego, que no cuenten.

Imagen: Singularity University

Yo no soy mi cerebro y mi cerebro no es como un ordenador

“We see the world not as it is, but as we are──or, as we are conditioned to see it.” (Stephen Covey)

Una consecuencia de los innegables avances en la (mal) llamada inteligencia artificial es propiciar la reflexión acerca de la mente humana, de la naturaleza de la inteligencia natural y del rol del cerebro en la manifestación de esta inteligencia.

Desafortunadamente, mucho de lo que se publica al respecto evidencia la enormidad de la brecha que existe entre la visión cinetífico-materialista y la filosófico-humanista.

Por ejemplo, Javier Sampedro se refiere en El País a «la evidencia aplastante de que nuestra mente no es más que una colección de átomos.» No da pistas de esa evidencia, ni ofrece tampoco argumentos convincentes de cómo “una simple colección de átomos” es capaz de concebir avances científicos como, por ejemplo, la mecánica cuántica.

Menos aún podrá ese articulista argumentar cómo la simple colección de átomos que es su mente puede concebir que ella misma no es más que una simple colección de átomos. En cuyo caso ya no es tan simple, porque es una colección que tiene además alguna conciencia de su propia naturaleza.

El artículo «Is the Brain More Powerful Than We Thought?» proporciona otro ejemplo interesante. Según investigaciones recientes en UCLA, podría ser que las dendritas tuvieran en el funcionamiento del cerebro un papel más importante del hasta ahora contemplado. La consecuencia sería que «la capacidad de computación del cerebro sería 100 veces mayor de lo que habíamos pensado.»

Mi intuición es que a lo que realmente apunta esta investigación es a la posibilidad de que el ‘marco  mental‘ que asimila el cerebro a un ordenador sea equivocado. Posiblemente también lo sean los intentos de utilizar ordenadores para entender el funcionamiento del cerebro (más sobre éso en una próxima entrada). Quizá la realidad exceda a las capacidades de la computación, y lo que sucede es que, como dice el aforismo, cuando uno sólo tiene un martillo todo lo que ve le parecen clavos.

Una posibilidad a la que apunta desde el lado de la filosofía el notable libro de Markus Gabriel, del que reproduzco la portada. Una lectura que pienso debería ser obligada para cualquiera interesado en salvar la brecha entre ciencia y humanidades a la que me refería al principio. Me limitaré a reproducir algunos de sus puntos de partida, que en el resto del libro se desarrollan y fundamentan :

  • «La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.»
  • «Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.»
  • «Los procesos hasta ahora solo esbozados para delegar nuestro autoconocimiento a las disciplinas científicas de nueva creación son ideológicos, y por tanto fantasías equivocadas.»

Una obra ambiciosa y atrevida, que muestra la diferencia entre un enfoque filosófico que aspira a entender y el de las ciencias naturales que se limitan a explicar.