¿Qué hacer ante la cultura de la queja?
Prolifera la cultura de la queja. Viene de lejos, aunque las redes sociales contribuyen a hacerla más notoria. Es una cultura victimista, basada en responsabilizar a cualquier otro, excepto a uno mismo, de lo que va mal, o siquiera no lo bastante bien.
Sabemos por experiencia, incluso la propia, que la cultura de la queja es adictiva, porque es egoísta. Empequeñece a quien la adopta, porque no interpela ni compromete. No llega ni siquiera a ser irresponsable, porque no se responsabiliza de nada.
No se trata, por tanto, de alabar o promover la cultura de la queja. Pero tampoco, aunque sólo sea por coherencia, instalarse en la queja de la cultura de la queja. Como en tantos otros ámbitos, aunque no podemos evitar la existencia de la cultura de la queja ni contrarrestar su proliferación, tenemos la libertad, y con ella la responsabilidad, de decidir qué hacer al respecto. Hay opciones.
Para empezar, mantenerse a distancia de los ámbitos en donde la cultura de la queja se fomenta y retroalimenta. En muchas de las tertulias de la tele; en los comentarios a las noticias de la prensa; en buena parte de las redes sociales. Se trata de una cultura tóxica y contaminante; mejor no respirarla.
Pero mantenerse a distancia no es la mejor opción cuando encontramos la queja en ámbitos en los que tenemos una responsabilidad o una cierta capacidad de influencia. Por ejemplo, en la educación de los adolescentes en el tránsito de una infancia en la que tienen sólo derechos a una edad adulta responsable.
«La gente que pide constantemente la intervención del gobierno está echando la culpa de sus problemas a la sociedad. Y no hay tal cosa como la sociedad […] La gente primero debe cuidar de sí misma.»
Margaret Thatcher.
Tampoco parece ético mantenerse a distancia, mirar hacia otro lado, cuando quienes se quejan tienen derecho a sentirse víctimas. No se trata de empatizar con la cultura de la queja, pero sí con personas que necesitan ayuda. En esos ámbitos, contra la cultura de la queja corresponde ejercitar la solidaridad. Lo contrario, hacer a las personas incondicionalmente responsables de su situación y de salir de ella, es la base de las políticas neoliberales que con tanto éxito abanderó en su momento Margaret Thatcher, con los resultados conocidos.
Por eso resulta preocupante que desde las posiciones de quienes no gustarían de ser tildados de neoliberales, se proclame que «necesitamos una sociedad que respete más a los que arriesgan y que ignore mucho más a los mediocres que solamente saben quejarse y bloquear«. Porque,
- Si quienes promueven la cultura de la queja sistemática no tienen razón, alguien tiene que asumir la responsabilidad de utilizar la dialéctica para combatir sus razones. Lo contrario es abandonar el terreno al populismo, aunque sea de pequeña escala.
- Habrá personas a la que aplicar, con empatía, los versos del poeta: «El mundo es así y vengo herido. Ten paciencia conmigo».
- Cuando en una organización se instala la cultura de la queja sistemática, hay que buscar la responsabilidad en la falta de liderazgo. El líder es el primer responsable de la cultura de una organización. Etiquetar a quienes se quejan de mediocres o encasillarlos en la categoría del no-talento es propio de líderes irresponsables. O sea, de falsos líderes.
- Porque, a veces, promover el emprendimiento es también una forma de evitar el reto de cambios sistémicos y de este modo consolidar el ‘status quo’. (Tema para una próxima entrada).
Quizá la conclusión final es que, para lidiar con la cultura de la queja sistemática y sus efectos perniciosos, lo que hace falta es educar a muchos más liderazgos responsables. ¿Cómo y dónde hacerlo? Habrá que buscar respuestas, o crearlas.
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