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Un desajuste entre evolución tecnológica y social

Vivimos en una época de aceleración social. Pero, como sugiere el diagrama, el ritmo de cambio no es el mismo en todos los ámbitos de la sociedad. La valoración de los desajustes depende de quién la lleva a cabo.

Desajuste entre tecnología y negocios

La  maquinaria de propaganda de la industria tecnológica se aplica a recordarnos que muchas tecnologías, especialmente las relacionadas con la computación, evolucionan de forma exponencial (curva 1).

Desde la perspectiva de las empresas, o más concretamente desde la de consultores de empresas, lo más releante es el desajuste entre el ritmo de evolución de las tecnologías y el de los negocios que podrían utilizarlas con provecho. De ahí la insistencia en la transformación digital con argumentos de este estilo:

«Las prácticas de los negocios […] se desarrollaron en gran medida en la era industrial […] La brecha entre las curvas 1, 2 y 3 muestran la necesidad de las organizaciones de adaptarse a la tecnología y a los cambios en los estilos de vida.»

Desajuste entre tecnología y gobernanza

La base de esta argumentación está clara, aunque no se explicite: La tecnología manda; al resto le toca adaptarse. El comentario acerca del desajuste con la curva 4 es similar:

«Las políticas públicas, incluyendo las relacionadas con la desigualdad de ingresos, el desempleo, la inmigración y el comercio, que afectan directamente a los negocios por medio de la legislación, la regulación y los impuestos […] sólo evolucionan tras años de debate público.»

Un debate público al que no se someten, ni quieren hacerlo, quienes inventan, diseñan, financian, implantan, distribuyen y promueven el avance de las tecnologías, incluso cuando tengan efectos socialmente disruptivos. Los portavoces del sector tecnológico lo expresan sin reparos:

«Las estructuras formales y no formales de gobernanza tendrán dificultades para seguir el ritmo exponencial y acelerado del cambio […] Las estructuras de gobierno actuales se desarrollaron a lo largo de miles de años, y aunque pueden haber sido adecuadas para un mundo de cambio lento, están maduras para la disrupción. Mientras la  tecnología cambia a ritmo exponencial, la gobernanza tiende a hacerlo a ritmos lineales. Esta discrepancia debe ser rectificada

Dando por supuesto, otra vez de forma implícita, que es el ritmo de la gobernanza, no el de la tecnología, el que debe rectificarse (o sea, des-linealizarse).

Un conflicto entre fuerzas de voluntad

Se plantea pues un conflicto de calado entre dos fuerzas de voluntad. La de quienes, al presentar como inevitable el ritmo de evolución tecnológica, dictan que es la sociedad quien debe adaptarse. Y la de quienes, en sentido opuesto, consideramos que si el desajuste fuera inevitable la adaptación debería ser a la inversa.

Algo habrá que hacer. Porque, en su exhaustivo tratado sobre la aceleración social, Hartmut Rosa   avisa que:

«La aceleración que es una parte constitutiva de la modernidad cruza un umbral crítico en la `modernidad tardía`, más allá del cual la demanda de sincronización social y de integración social ya no puede ser satisfecha«.

De otra parte, en su reciente libro sobre la economía del bien común, el laureado Jean Tirole propone que:

«La búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general.»

Teniendo claro que la fuerza de voluntad que impulsa la aceleración tecnológica no tiene el interés general como principal priorida, guardo estas dos citas como punto de partida de futuras reflexiones y/o propuestas.

Imagen: Adaptada de un documento de Deloitte.

 

El futuro que viene

Babelia 170121

Ilustración de Babelia, 21/1/2017

Interesante artículo («El futuro que viene«) de José Luis Pardo en Babelia. Extraigo el que me parece uno de sus párrafos centrales:

«El futuro se ha independizado completamente del presente; es decir, ha dejado de ser el resultado o la consecuencia del progreso acumulado por el pasado y el presente y se ha convertido en el auténtico foco autónomo desde el cual mana el tiempo, y el presente y el pasado ahora se definen con respecto a él.»

Resuena con el tema de una entrada anterior en este mismo espacio:

En las historias de aventuras, disponer de un mapa, del mapa del tesoro, es en sí mismo un tesoro codiciado. En la era de la exploración y el descubrimiento, el mapa relevante era el del territorio geográfico conquistado. Como nos recuerda Zygmunt Bauman, la situación es distinta hoy en día:

Antes el mapa reflejaba y registraba las formas del territorio. Hoy se trata de que el territorio se convierta en un reflejo del mapa.

Hoy en día, el mapa que nos presentan no es el de un tesoro histórico, de una riqueza pasada por recuperar, sino el de un tesoro futuro que algunos están ya dibujando y construyendo. Alerta.

 

 

Estos revolucionarios trabajan para el establishment

4th industrial revolutionLa propaganda sobre la supuestamente inevitable Cuarta Revolución Industrial proporciona un ejemplo más de la trampa de las elecciones binarias que apuntaba en otra entrada.

Según el Word Economic Forum (WEF), uno de los promotores más visibles de la idea,

«Estamos al borde de una revolución tecnológica que alterará los fundamentos del modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con otros. Por su escala, alcance y complejidad, esta transformación no tendrá parangón en nada de lo que la humanidad haya experimentado hasta ahora.»

Ante esta inminencia supuestamente inevitable e imparable, la palabra clave en las recomendaciones del WEF es adaptarse:

«Las empresas deben forzosamente adaptar el modo en que diseñan, venden y entregan productos y servicios.»

«En último término, la capacidad de los sistemas de gobierno y las autoridades públicas para adaptarse es lo que determinará su supervivencia.»

«Las autoridades reguladoras deben adaptarse continuamente a un entorno nuevo y rápidamente cambiante, reinventándose para entender realmente lo que están regulando.»

Un planteamiento que bien puede calificarse como de darwinismo social, porque limita las opciones a una simple elección binaria: adaptarse o morir. Como no todo el mundo será capaz de adaptarse, se da por sentado que se producirán con toda seguridad daños colaterales. Pero, al plantear la revolución como inexorable e imparable, como si fuera el resultado de un designio divino, se eluden varias cuestiones clave:

  • ¿Podemos estar razonablemente seguros de que los beneficios de esta revolución serán mayores que los daños colaterales?
  • ¿Quién se hará, en su caso, responsable de compensar a quienes resulten perjudicados?
  • ¿Cómo se prevé adjudicar y/o repartir los beneficios que se generen?

Además, y en paralelo, parece obligado cuestionar que esta revolución y el modo que se plantea sea realmente inevitable. El mismo documento del WEF da pie para ello:

«No la tecnología ni la disrupción que conlleva son fuerzas exógenas sobre las que los humanos no tienen control. Todos nosotros somos responsables de guiar su evolución, en las decisiones que tomamos a diario como ciudadanos, consumidores e inversores. Debemos aprovechar la oportunidad y el poder que tenemos para dar forma a la Cuarta Revolución Infustrial y dirigirla hacia un futuro que refleje nuestros objetivos y valores comunes

Una frase que abre más interrogantes de los que resuelve. Porque las fuerzas que empujan esta nueva revolución industrial están por el momento fuera de nuestro control, si es que entendemos por nuestro el de las personas que no estamos invitados a las conversaciones de Davos. A menos, claro está, que la referencia a todos nosotros englobe sólo al establishment que lidera este discurso revolucionario.

En cualquier caso, un reto de liderazgo y de gobernanza para quienes piensen que hay (o que debería haber) más posibilidades que las que ofrece una elección binaria, quienes quieran influir desde sus objetivos y valores comunes en las elecciones y decisiones sobre este futuro que algunos ya han empezado a dibujar y construir. Más sobre ello en próximas entradas.

 

No son las máquinas quienes amenazan los trabajos

Perico Robots bailando

Me honra que eldiario.es publique en abierto unas reflexiones sobre la relación entre hombres, máquinas y trabajo que escribí en su momento para Alternativas Económicas (una revista de la que soy socio cooperativista). Reproduzco el principio:

«Se puede predecir con toda seguridad que las nuevas tecnologías (robots, drones y artefactos guiados por la mal llamada inteligencia artificial) no eliminarán ni un solo puesto de trabajo, ni a corto ni a medio plazo. Y, al mismo tiempo, pronosticar que el uso que se hará de esas tecnologías cambiará el mundo del trabajo de forma radical eliminando puestos de trabajo a corto plazo; también creando nuevas profesiones y empleos, pero tal vez ni en la misma cantidad ni al mismo ritmo.

No es una contradicción, porque no son las pistolas las que matan, sino los pistoleros. Ni los pinceles los que pintan, sino los pintores.»

Hacen ya, y más falta harán, nuevas formas de gobernanza de la evolución tecnológica. Con los pistoleros y con los ilustrados-TIC que les apoyan nos las tendremos que ver.

P.S: El gran Perico Pastor firma la ilustración que acompaña esta entrada.

 

 

Responsabilidad social, ¿también para los emprendedores?

160307 BlogCopio extractos de un artículo sobre una «Economía poco colaborativa» en El País Negocios. Empieza manifestando que «la promesa de la economía colaborativa es de una belleza irrenunciable«, pero:

«Si hiciéramos una transición masiva desde nuestra economía de mercado hacia ese modelo alternativo se vaciarían de ingresos los sistemas de bienestar y se desmoronaría todo el aparato de derechos basados en las aportaciones colectivas.«

Por si fuera poco, los posibles ‘daños colaterales’ no se limitan a los impuestos. Porque,

«Pese al bello eco de esta idea, la vida no será como la carrera de Alicia en el país de las maravillas: donde había premio para todos. La economía colaborativa esconde una bomba de relojería. Esta propuesta ocupa cada vez a más personas con empleo a tiempo parcial que carecen de los beneficios sociales de un trabajador a jornada completa.«

Más nos vale estar atentos. A los emprendedores disruptivos les encanta la idea de ‘romper cosas‘. En una carta a sus futuros accionistas, antes de su salida a Bolsa, Mark Zuckerberg escribía que:

We have a saying: “Move fast and break things.” The idea is that if you never break anything, you’re probably not moving fast enough.’

Nada que oponer a la disrupción mientras se limite a los mercados. Por contra, la innovación social no debería ser disruptiva, sino inclusiva. Es cierto que por lo menos de momento, las Administraciones no saben cómo reaccionar a ese nuevo fenómeno, que, según el articulista de El País,  ven como «un mundo que se les escapa como el viento en un paisaje«:

Que esta propuesta sea positiva o negativa para el Estado de bienestar depende de cómo el derecho sepa canalizar sus ventajas y minimizar sus inconvenientes. […] aquí no funciona ni prohibir ni desregular y el legislador parece jugar a perseguir los cambios y llegar siempre tarde.

Los abogados de la disrupción a toda costa tienen razón en observar que la tecnología cambia a un ritmo exponencial, hoy mucho más rápido que el de la gobernanza. Pero no corresponde sólo a la tecnología marcar el ritmo del cambio.

Parece evidente que sufrimos un déficit de liderazgo entre los que gobiernan o quieren gobernar los asuntos públicos. Habrá que reconstruirlo, incluyendo también la gobernanza de la tecnología y sus efectos colaterales. Joan Manuel Serrat manifestaba hace años tener ‘algo personal‘ con tipos que  «juegan con cosas que no tienen repuesto«. Los emprendedores disruptivos con sudadera y zapatillas no había nacido todavía, pero me tienta aplicarles el cuento. Sobre todo si me fijo en quiénes les respaldan.