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Se esfuerzan más en mejorar a los robots que a los humanos

He invertido unas cuantas horas en la lectura de Vida 3.0, el último libro de Max Tegmark, un físico teórico de MIT.

Me atrajo sobre todo conocer mejor la visión de un científico (me doctoré en Física enel MIT en una vida anterior) sobre el tema del subtítulo: «¿Qué significa ser humano en la era de la inteligencia artificial?»

El autor no proporciona una respuesta clara, dibujando hasta nueve escenarios, en algunos de los cuales los seres dotados artificialmente de una Inteligencia Artificial General convierten a los humanos en esclavos o simplemente los eliminan por redundantes e inútiles.

Más que entrar en un debate sobre estos escenarios, que sería por fuerza especulativo, me parece más importante abordar directamente dos de las hipótesis implícitas del autor, que en ningún momento cuestiona:

  • El desarrollo de una Inteligencia Artificial cada vez más avanzada es en la práctica inevitable.
  • Los seres (transhumanos o puramente robóticos) dotados de esas inteligencias serán superiores a los humanos.

Sobre la primera de estas cuestiones, el propio Tegmark, entrevistado en El País, afirma que:

«Hay una gran presión económica para hacer que los humanos sean obsoletos.»

Una afirmación que invalida su calificación de los científicos que, como él mismo, impulsan el desarrollo acelerado de la IA:

«Muchos de los líderes tecnológicos que están construyendo la IA son muy idealistas.»

Porque, o bien son tan ingenuos que no desconocen la naturaleza de los intereses económicos que financian sus trabajos, o bien son conscientes de ello, pero no les importa, en cuyo caso son cómplices de los mismos.

No pretendo aquí añadir nada al debate sobre los objetivos y las batallas de riqueza y poder que subyacen al impulso visible en el desarrollo rápido de la IA, que se aborda ya en las publicaciones económicas convencionales, como en este artículo de The Economist.

Me interesa más señalar que la prioridad y la atención que se manifiesta en el objetivo de aumentar (exponencialmente) las capacidades de la IA no tiene un paralelo equivalente en el aumento de las capacidades de los humanos. El énfasis, en creadores de opinión influyentes como el World Economic Forum y las escuelas de negocios, se pone como mucho en cómo adaptarse o cómo sobrevivir en una sociedad dominada por esas nuevas tecnologías; o sobre cómo proteger a los que (inevitablemente) resultarán perjudicados.

(Para ser riguroso, tendría que haber escrito «en una sociedad dominada por quienes acaben dominando esas tecnologías«).

Para tratar esta cuestión habrá que adentrarse en el terreno de las políticas, o en la construcción de instituciones capaces de diseñar y desarrollar políticas a la altura del reto. Recordando la recomendación que Georges Lakoff hizo hace ya un tiempo en otro contexto: «Conoce tus valores y enmarca el debate«.

Porque, a la luz de lo que está emergiendo alrededor de los efectos colaterales de Facebook y similares, no podemos aceptar el punto de vista de quienes sostienen que «El problema no son las redes sociales… es la naturaleza humana«, cuando precisamente el modo en que estas redes sociales se desarrollan es explotando de modo consciente flaquezas humanas para acumular dinero y poder. Dando malignamente por sentado un concepto de progreso que da prioridad al desarrollo de las redes que a la mejora de la naturaleza humana.

Porque aceptar el debate en los términos que lo plantean los tecnófilos y quienes les financian es perder la batalla de lo humano ya antes de empezar.

¿Por dónde empezar, preguntará quizá alguno? Pues por reflexiones de obras como «Nueva ilustración radical» o «Esperanza en la oscuridad«, por poner sólo dos ejemplos.

¿Quién se apuntaría alguien a un club de lectura sobre estos temas?

Viñetas:

 

 

 

 

Politizar la tecnología

160517 Blog«Hay un vacío moral creado por una tecnología que ha superado la política.» (Zygmunt Bauman, «Ceguera moral«)

Estoy seguro de que suena raro. Abogar, en tiempos de descrédito de la política, por politizar la tecnología. Pero lo hago a conciencia. Podría matizarlo, pero poco. Defendiendo, por ejemplo, que la tecnología se politice bien. Pero eso no niega la mayor. Que la evolución de la tecnología, el debate sobre cómo se desarrolla, cómo se ofrece, cómo se adopta, no debería estar al margen de la política. Pero lo está.

Suscribo el argumento de de Josep Ramoneda en un artículo  en El País:

«Unos dicen que no se pueden poner puertas al campo del progreso tecnológico, y posiblemente tienen razón, pero ello no quiere decir que no se tenga que regular y establecer criterios (legales, culturales y morales) sobre su uso, salvo que asumamos como un destino que si se dispone de instrumentos de destrucción masiva, material o espiritual, se acabarán utilizando. Lo que no cabe en el discurso sobre el progreso es la resignación. No se puede hablar propiamente de progreso si no es desde la crítica y politizándolo, es decir, colocándolo en el centro de la cosa pública, de lo que nos atañe a todos en tanto que animales políticos, condenados a vivir con los otros.«

Hay un contraste evidente, para nada trivial, con otra pieza reciente, también en El País. En la línea del discurso tecnófilo al uso, empieza reconociendo que «el nuevo ecosistema digital genera cambios de extraordinaria magnitud que inciden ya o van a incidir directamente en la vida de las personas«. Lo cual justificaría, en la línea de lo anterior, una visión crítica y una gestión política. La conclusión, sin embargo, es la opuesta:

«Para que la sociedad de la información y del conocimiento funcione son necesarias una educación y una cultura acordes a las prácticas digitales. Solo así se conseguirá superar la brecha tecnológica que todavía divide a quienes han abrazado con firmeza la innovación y la creatividad y quienes viven todavía en modo analógico.«

Suena bonito, superficialmente. Pero hay que entrar en los detalles de cómo se conforma esa sociedad de la información y el conocimiento que el editorialista da por buena pero no se molesta en definir. Como apunta Josep Ramoneda:

«Las redes eran una promesa de descentralización y de libertad personal y si no nos defendemos —si no hacemos política— producirán una concentración inmensa de poder, es decir, de control […] No podemos olvidar, por tanto, que estamos expuestos a poderosas organizaciones que tienen como objetivo conocernos hasta el último detalle, para encuadrarnos como ciudadanos y domesticarnos como consumidores. Para sacar el máximo rendimiento de nuestros deseos cuentan con la ingenua complicidad que deriva del hecho de que nos creamos plenamente libres cuando nos exponemos a su vista.»

Acumulo últimamente lecturas en la onda de esta visión crítica, que creo cada vez más necesaria. Las iré compartiendo en próximas entradas. Con la intención de acumular madera para un ‘do-tank’  a base de respuestas a las cuatro ‘preguntas poderosas’ de la figura.