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No tomarás el nombre de nada en vano.

Un nuevo colectivo («Treva i Pau»), en el contexto de la situación en Cataluña,  nos invita en La Vanguardia al compromiso de hacernos co-responsables de nuestro futuro. Destacan la necesidad de:

«Un nuevo relato dirigido a establecer actitudes sociales tendentes a hacer posible una acción poderosa de reforma y regeneración […] A esta tarea nos comprometemos y llamamos a todo el mundo a comprometerse.«

Este relato, si quiere ser nuevo, tendría que incorporar también nuevas imágenes y marcos mentales, un nuevo léxico. También posiblemente un nuevo estilo de escritura, una sintaxis diferente.

Quizá por coincidencia, Eduardo Madina propone («Lenguaje para después de una batalla«) renovar el vocabulario. Rechazando, por ejemplo, propuestas que apelen genéricamente al «pueblo» como si este concepto significara hoy algo. «Cada cosa en su sitio«, reclama también Remei Margarit, con la que coincido en:

«El convencimiento de que cuando se habla en nombre del pueblo es que no se tiene argumentos creíbles y sensatos.«

Añado a este zurcido de retales un titular reciente de La Contra:

«De un conflicto se sale poniendo palabras a las emociones.«

No somos responsables de nuestras emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas. Lo primero, si queremos evitar que sean los demonios del inconsciente los que guíen nuestro actuar, es «tomar la suficiente distancia respecto a lo que sentimos como para distinguirlas de hechos y razones«. Poner las palabras justas a las emociones es articularlas, convertirlas en conocimiento. Es también cerrar esos demonios que tanto nos pueden cegar.

La cuestión, como tantas veces, es cómo hacerlo. No sólo de modo individual, sino también colectivamente. En su reciente y recomendable «Nueva Ilustración Radical«, Marina Garcés reedita la denuncia la tendencia extendida a la interpasividad:

«Una forma de actividad delegada que oculta la propia pasividad […] Es una relación sin relación que mueve información pero que no genera experiencia, comprensión ni desplazamiento alguno.»

Confiar en que la publicación de ideas y propuestas en los periódicos o en las redes sociales será suficiente para cambiar las cosas sería un ejemplo de interpasividad. También lo es, mucho me temo, limitarse a escribir este blog. Hacen falta nuevas prácticas y nuevos practicantes.

Ilustración: Perico Pastor en La Vanguardia

 

 

 

 

 

El cientificismo, no las Ciencias, amenaza a las Humanidades

Hace unos días, el Colectiu Pere Quart organizó una reunión en el Ateneo de Barcelona bajo el lema «¿Un siglo XXI sin humanidades?«, con el objetivo de debatir «el papel de las humanidades ante los grandes retos, cada vez más frenéticos, del siglo XXI«.

Desafortunadamente, pienso, la mayoría de las intervenciones podrían calificarse, en palabras de  Gregorio Luri, como de anti-anti-Humanidades. Es decir, centradas en denunciar a quienes postergan los recursos destinados a la educación en humanidades (sobre todo las administraciones) en lugar de presentar un relato en clave de futuro. Nadie lo mencionó, pero el espíritu de Lakoff Conoce tus valores y enmarca el debate«) flotaba en el ambiente.  Cuando aceptas debatir dentro del marco mental y el lenguaje de tu oponente, ya has perdido.

En relación al papel de las humanidades en la sociedad, se manifestaba entre los asistentes un malestar general por las presiones que desde el mundo empresarial se dirigen a que el sistema educativo produzca profesionales con un perfil adaptado a las necesidades de las empresas. Un síntoma de ello son las múltiples propuestas de dar un tratamiento preferencial a los estudios STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics).

En este contexto, Jaume Aulet, del Colectiu Pere Quart, llamó acertadamente la atención sobre cómo un buen número de disciplinas relacionadas de un modo u otro con el comportamiento humano se rebautizan como Ciencias (p.e. Ciencias Políticas, Ciencias de la Comunicación, Ciencias Económicas, Ciencias de la Educación). Se trata de un síntoma más del cientificismo, que la Wikipedia define como:

«La postura que afirma la aplicabilidad universal del método y el enfoque científico, y la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano, aun la exclusión de otros puntos de vista.«

La cuestión es que el cientificismo al uso es reduccionista en múltiples sentidos, por lo que representa una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para las Ciencias en su sentido más amplio.

  • De entrada, por su postura insostenible (tema para otra entrada) de negar que exista otro conocimiento fiable que no sea el científico.
  • En segundo lugar, porque la historia muestra que muchos de los que contribuyeron a la ciencia moderna a partir de la segunda mitad del siglo XIX tenían una sólida formación filosófica. Sólo a principios del siglo XX, y principalmente desde los EEUU, la presión de los grandes capitalistas del momento propició que la orientación de las Universidades virara desde la formación de «laborious thinkers» a la de «thinking labourers».
  • Por último, porque la mayoría de los discursos sobre STEM enfatizan sobre todo la Tecnología, y más específicamente la capacidad de programar sistemas informáticos.

Me quedo con el planteamiento de Marina Garcés, que en consonancia con las tesis de sus últimos líbros, intervino apuntado a reivindicar futuros más que a recuperar el pasado. Cito de su propuesta de una «Filosofía inacabada«, que «nos interpela hoy en un mundo que muestra síntomas de agotamiento, como planeta y como modelo de sociedad»:

  • «La filosofía es un pensamiento que transforma la vida.»
  • «La filosofía es una forma de compromiso con el mundo.»
  • La filosofía no es útil ni inútil, es necesaria.»

Tengámoslo presente: el cientificismo reduccionista es una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para la Ciencia bien entendida. Y, como consecuencia, para el futuro de la sociedad. Anticipándome a posibles descalificaciones, así lo reivindico desde mi titulación de «Doctor en Filosofía en la especialidad de Física» que el M.I.T. tuvo a bien concederme en su momento.

Continuará.

Crédito imagen: https://www.theguardian.com/books/2016/aug/24/homo-deus-by-yuval-noah-harari-review