Entradas

Internautas: ¿egoístas o inconscientes?

Los resultados de una encuesta del Pew Research Center entre internautas habituales en EEUU dan que pensar sobre la relación entre progreso tecnológico y progreso social. Como se refleja en la gráfica,

  • Una proporción significativa (y creciente) de los que consideran que Internet es bueno para ellos no cree que sea bueno para la sociedad. Esta proporción es aún mayor en los segmentos de mayor edad.
  • En sentido contrario, lo que consideran que Internet no es bueno para ellos, o que se da una mezcla de bueno y malo, piensan que lo mismo sucede en mayor proporción para la sociedad.

Una interpretación plausible pasaría por considerar que los datos son el reflejo de una sociedad individualista.

Pero es a la vez posible que apunten a un conocido sesgo cognitivo: la mayoría de los estudiantes en las escuelas de élite creen que son mejores que la media de sus compañeros; la mayoría de las personas creen que son menos sectarias que la media. Quizá, piensen algunos, el usuario medio no sepa protegerse de los riesgos, pero yo controlo. Etcétera.

Los resultados de otra encuesta de la misma fuente, esta vez sobre la percepción del impacto de los ‘social media‘, entre los más jóvenes (89% de los cuales se conectan como mínimo varias veces al día) proporcionan un motivo adicional de reflexión : Sólo el 31% de los jóvenes encuestados considera que el efecto de los ‘social media‘ sea positivo, mientras que el 24% considera que son mayormente nocivos y el resto no se manifiesta claramente en uno u otro sentido.

Recuerdo una vez más un cita de Langdon Winner:

«En el terreno técnico nos involucramos repetidamente en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado.«

Con un único matiz:

  • Ningún (o casi ningún) usuario de los social media ni de servicios de Internet se lee el contrato que le da acceso al servicio. ¿Qué diríamos de quien hace lo mismo al comprometerse con una ‘empresa convencional’?
  • ¿Quién ha firmado el contrato de nuestra sociedad con los Facebook, Google, etc.?

 

#Tech4What: La trampa de las preguntas binarias

Ship2B tuvo la bienintencionada pero arriesgada inciativa de incluir en el programa de 4YFN un taller sobre la cuestión «Tech4Good o Tech4Bad». Se nos pidió a los participantes, distribuidos en 7 u 8 grupos, que propusiéramos en unos 20 minutos tres iniciativas ‘potentes’ para catalizar intencionadamente un impacto social positivo de la tecnología.

Es un asunto importante, desde luego oportuno como para incluirse en la agenda de una organización como Ship2B centrada en el impacto social, pero que requiere (pienso) una reflexión y un proceso de exploración y debate mucho menos superficial que el posible en el tiempo y formato propuesto.

La temática del impacto de la tecnología en la sociedad, como el menos tratado del impacto de la sociedad en la tecnología, es un asunto demasiado complejo, multidimensional si se prefiere, para encapsularlo en una pregunta binaria.

El progreso tecnológico tendrá (ha tenido) efectos positivos, pero también negativos.

«No question, technological progress, just like trade, creates losers as well as winners. The Industrial Revolution involved hugely painful economic and social dislocations—though nearly everybody would now agree that the gains in human welfare were worth the cost» (The Economist, 27/09/2001)

Aceptemos que  en la mayoría de las ocasiones quienes impulsan el avance de la tecnología lo hacen con buenas intenciones (#tech4good); pero ello no excluye que generen efectos colaterales indeseados, además de una distribución por lo general nada democrática entre ganadores y perdedores. En particular, porque nadie se postula de entrada como perdedor.

Al mismo tiempo, la naturaleza humana, o el influjo de las fuerzas del mal, si se prefiere, tendrá como consecuencia inevitable que haya (los ha habido, los hay) quienes conciban, desarrollen, impulsen o utilicen la tecnología para fines socialmente censurables (#tech4bad).

«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines. (Langdon Winner«, La ballena y el reactor).

Los que nos dedicamos ayudar a grupos u organizaciones en sus procesos de cambio sabemos de la dificultad frecuente en que se encuentran para responder con precisión y coherencia a una ‘pregunta poderosa’: «¿Para qué?«. Pienso que sería interesante someter a los convencidos del #Tech4Good a un cuestionamiento a fondo de sus convicciones.

«Hablan demasiado cuando convendría callar más. Todo son respuestas y casi no queda espacio para las preguntas que pueden no tener respuesta.» (Josep M. Esquirol, «La resistencia íntima«).

Porque los expertos han descrito el síndrome que denominan como ‘la ilusión del conocimiento’ (ver, por ejemplo, «The Knowledge Illusion«).  Cuando se interroga a fondo a gente sobre su conocimiento en detalle sobre temas en los que tienen una opinión bien formada, una buena parte acaba por admitir, siempre ‘a posteriori’, estar mucho menos seguros de su conocimiento en profundidad de la materia. Sería ilustrativo hacer este experimento sobre los efectos de la tecnología. ¿Alguien se apunta?

 

¿Existe una inopia tecno-optimista?

Copio de una entrevista en La Contra de La Vanguardia (“O regulamos las tecnológicas o seremos sus subempleados”, 4/7/2017). Agrupo en tres bloques sus opiniones sobre el poder las grandes empresas tecnológicas norteamericanas y sus consecuencias.

De entrada, una afirmación que los datos vienen a respaldar:

«Vivimos una revolución global, acelerada y despiadada […] Google, Facebook y Amazon ya son hoy los monopolios más poderosos de la historia con el mayor valor bursátil que jamás ha tenido empresa alguna y un poder omnímodo.

Luego, una interpretación en clave de política global:

«Son el brazo neocolonial del poder americano. […] No es la tecnología la que impone su ley. Es la política neocolonial.«

Parece algo radical. Pero conviene no olvidar que ya en 1993 la Administración Clinton, en un documento titulado “Technology for Economic Growth”, justificaba en estos términos su estrategia de impulso a las tecnologías de la información, y en especial a las ligadas a Internet:

Hoy más que nunca el liderazgo tecnológico es vital para los intereses nacionales de los Estados Unidos […] Nuestra capacidad para dominar el poder y la promesa de los avances en las tecnologías punta determinarán en gran medida nuestra prosperidad nacional, nuestra seguridad y nuestra influencia global.«

Finalmente, el entrevistado en La Contra adelanta una predicción:

«Si no los obligamos a cumplir nuestras leyes, nos convertirán en neoproletarios de su paleocapitalismo digital […] Y los políticos europeos o han sido comprados o aún viven en la inopia tecnooptimista.«

Este último concepto, el de inopia tecnooptimista, me ha recordado el de ‘sonambulismo tecnológico’ acerca del que  Langdon Winner ya advertía en 1986 («La ballena y el reactor«):

«Una noción más reveladora es la del sonambulismo tecnológico  […] En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado […] Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana.«

Ninguno de nosotros lee la letra pequeña de los contratos que (de modo apenas consciente) firmamos con las plataformas tecnológicas. Pero lo que es todavía más grave, es que la promoción y operación de estas plataformas no está hoy por hoy sujeta a ningún tipo de contrato social, ni siquiera en letra pequeña.

Sobre este fenómeno, Winner apuntaba que, tal y como los hechos están corroborando:

«La construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como partes de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las relaciones sociales.»

Y sin embargo,

«En nuestro tiempo las personas a menudo están dispuestas a realizar cambios drásticos en su forma de vida para dar cabida a la innovación tecnológica mientras que se resisten a cambios similares que se justifican en el terreno político […] Fascinados por el sueño de una revolución espontánea y rural, los tecnólogos evitan todo análisis profundo de las instituciones que controlan la dirección del desarrollo tecnológico y económico.«

En este contexto, la propaganda de Silicon Valley propone adaptar la legislación a la tecnología, cuando lo apropiado sería exactamente lo opuesto.

Seamos conscientes de que detrás de esta subversión de valores que propone primar lo tecnológico sobre lo social hay una hay una voluntad firme, que se aprovecha de la inopia tecnooptimista y del sonambulismo tecnológico. Estemos avisados.

Propuesta de reflexión

«A partir de la reflexión sobre un artefacto o una plataforma tecnológica que utilicéis habitualmente, ¿podéis identificar un efecto colateral del que hubiérais preferido ser previamente advertidos? «

 

 

 

 

Hagamos preguntas poderosas, también sobre lo digital

DisfunctionalMe encuentro con un artículo de la siempre articulada danah boyd en Medium («What World Are We Building?«) sobre las interacciones mutuas entre tecnología y sociedad. La sociedad que tenemos genera la tecnología que tendremos. A la vez, la tecnología que tenemos es una herramienta, y muy poderosa, para la construcción de la sociedad que tendremos.

Recomiendo leer el artículo entero, pero me tomo la libertad de extraer y comentar algunos párrafos. Empieza por constatar que:

«Hace trece años, me sentaba con un grupo alrededor de una mesa, imaginando cómo construir herramientas que sustentaran una dinámica social rica. Creo que ninguno de nosotros imaginaba que estaríamos donde estamos.»

No sólo por la rapidez con que la tecnología ha evolucionado, sino porque la tecnología no genera efectos por sí sola, sino como herramienta de quien decide utilizarla y cómo.

«Observé a activistas utilizando la tecnología para conectar a gente en modos sin precedentes, mientras los marketinianos utilizaban las mismas herramientas para manipular a la gente para la ganancia del capital […] A medida que estas herramientas se extendieron, lo que quedó patente no fue la realización de los deseos idílicos de muchos desarrolladores pioneros, sino una complejidad de prácticas que emulaba la confusión de la vida diaria […] Dejé de creer en que la tecnología podría por sí sola producir claridad. «

Sigue un análisis bastante detallado del potencial y de los peligros del ‘big data’. Salto directamente a las conclusiones:

«Uno de los problemas más evidentes es la diversidad limitada de la gente que está creando y utilizando estas herramientas para imaginar nuestro futuro […] Por lo general, estas herramientas se diseñan para ser útiles, para aumentar la eficiencia, para identificar a gente que necesita ayuda. Pero sus aplicaciones positivas coexistirán con usos terroríficos. ¿Qué hacemos?

Está cada vez más claro lo que no podremos hacer:

«Si la gente no entiende lo que estos sistemas está haciendo, ¿cómo podemos esperar que los cuestione?«

También está cada vez más claro lo que tendríamos que hacer:

«Tenemos que aprender a formular preguntas poderosas sobre la tecnología y sobre las decisiones basadas en datos recopilados por la tecnología. Y no será suficiente con abrir la caja negra. La transparencia de los datos, los algoritmos y la tecnología no es suficiente. Necesitamos incorporar la evaluación en cada sistema tecnológico que se despliegue […] Para construir un mundo mejor necesitamos empezar a prestar atención a las diferentes herramientas que emergen y aprender a formular preguntas poderosas sobre cómo deberían utilizarse para mejorar las vidas de la gente de a pie.»

Hasta aquí, los Qué. Sobre el Cómo, una gran frase final:

«Necesitamos que los que piensan sobre la justicia social entiendan la tecnología, y que los que entiendan de tecnología se comprometan con la justicia social»

Pero no es tan sencillo. Intuyo que hay una enorme y significativa brecha digital entre ambos grupos. Difícil de cerrar, además. Porque imagino que conseguir el compromiso con la justicia social de muchos de los que desarrollan tecnologías (y más aún de quienes les financian) es aún mucho más difícil que hacer entender la tecnología a los que piensan sobre la justicia social.

Sobre este último punto, los comentarios de la propia danah boyd sobre lo que observó en el reciente foro de Davos son elocuentes:

«Los que queríamos un ciberespacio universal no podíamos imaginar un mundo en el que Silicon Valley devorara nuestros sueños. La tecnología es políticamente influyente […] Hay un cambio de poder en marcha, y gran parte del sector tecnológico no está capacitado para comprender que sus propias acciones y prácticas forman parte de la élite […] Combaten como si fueran insurgentes, pero operan como si fueran los reyes.

El párrafo final suena como una llamada de auxilio, tanto más sorprendente si se toma en cuenta que danah boyd trabaja en Microsoft.

«Construimos Internet confiando en que el mundo vendría hacia nosotros. Lo ha hecho. Pero el sueño que nos impulsaba en aquellos días no es el de los que están conformando Internet hoy. ¿Qué hacemos?

Pues eso, ¿qué hacemos?

P.S. He copiado en la sección de Apuntes mis notas sobre algo que Langdon Winner escribió sobre estas cosas antes de Internet.

 

 

Si no hubiera luditas, habría que inventarlos

160221 BlogEn su último boletín mensual, el servicio de estudios de Caixabank publica un editorial motivado por la «creciente presencia de ideas neoluditas en los medios de comunicación y algunas corrientes de opinión».  Un editorial que contiene tesis equivocadas, o como mínimo discutibles.

Empezando por la caracterización que sea hace de los luditas como un movimiento «que se dedicaba a destruir la nueva maquinaria«.  Cierto sólo a medias. Porque la destrucción de alguna maquinaria, no de toda la maquinaria, no era el objetivo central de los luditas, sólo una téctica de protesta. Cito de «Lessons of the Luddites«:

«Contrariamente a las hipótesis modernas, los luditas no estaban en contra de la tecnología en sí. Se oponían a la forma particular en que se estaba aplicando. […] Su protesta se dirigía específicamente a una nueva clase de fabricantes que estaban socavando de manera agresiva los salarios, el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y la imposición de una forma temprana corrosiva de libre comercio. Para demostrarlo, se destruyeron selectivamente las máquinas propiedad de los directores de fábricas que estaban rebajando los precios, dejando intactas las otras máquinas.«

Los luditas intentaron (sin éxito) defender a la sociedad de una forma de Revolución Industrial que «conllevó dislocaciones económicas y sociales enormemente dolorosas«. No se oponían a la tecnología, sino a que el progreso tecnológico se pusiera al servicio de los nuevos capitalistas que pretendían «liberar a la vida económica del control social y político […] mediante la construcción de una nueva institución, el libre mercado, y la destrucción de los mercados más arraigados» (J. Gray).

El editorialista de Caixabank advierte, con razón, que aumenta el número de quienes propugnan una visión crítica del progreso tecnológico. Como muestra, estos recortes de El País de ayer:

  • «Internet es como aquel tipo que te dispara al pie y luego te salva la vida amputándotelo.» (‘San Google‘).
  • «El debate central es el de la soberanía tecnológica, que a su vez conecta con el acceso y la apropiación de los datos o el grado de apertura y de acceso a los sistemas operativos y las dinámicas de innovación.» (Joan Subirats, ‘Democratización tecnológica‘).
  • «Una descripción cabal de la política de las redes exige advertir sobre sus riesgos, contradicciones y límites.» (Daniel Innerarity, ‘Hombres ricos y hombres pobres (en datos)‘).

El meollo de la cuestión es que, en palabras de L. Winner, «la construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como parte de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las reglas sociales”. Lo que se discute (y hay que discutir) es si hemos de aceptar que la política se supedite al ritmo de un desarrollo tecnológico supuestamente autónomo e imparable, como sostienen, por ejemplo, desde la Singularity University:

«Current governance structures were developed over thousands of years, and while they may have been suitable for a slow-changing and parochial world, they are ripe for disruption. While technology changes at exponential rates, governance tends to change at linear rates.«

O si, por el contrario, es el desarrollo tecnológico el que debería encajarse en las reglas de una buena política.

Entretanto estas cuestiones se asientan, desde la web del Smithsonian sugieren que tiene sentido saber también pensar como la haría un ludita:

«Es posible vivir bien con la tecnología, pero sólo si cuestionamos continuamente las formas en que conforma nuestras vidas. Se trata de pequeñas cosas, como apagar de cuando en cuando el smartphone para dar un paseo. Pero también sobre grandes temas, como alzarse en contra de las tecnologías que  priorizan el dinero o la comodidad por encima de otros valores humanos. […] Puede ayudar, de vez en cuando, preguntarse cuáles de nuestras máquinas modernas los luditas elegirían romper. Y que usarían para romperlos.«

P.S. (Más sobre el editorial de Caixabank en una próxima entrada).

Ilustración: Smithsonian Magazine