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La exponencialidad no es una causa, sino una consecuencia

“Idea TFP” is defined as the ratio of the output of ideas to the inputs used to make them.

Es cada vez más habitual que se nos presente la evolución exponencial de las tecnologías poco menos que como resultado de una ley natural e incontestable. Algunos creen en ella, o así lo aparentan, con una fe poco distinta de la religiosa. Otros intentan construir una teoría integrada de la tecnología, presentándola como una fuerza sobrenatural a la que la condición humana y la sociedad tienen la obligación de acomodarse.

A este respecto, los estudios sobre la interacción entre tecnología y sociedad han puesto repetidamente de manifiesto la falacia ideológica inherente a considerar tecnología y sociedad como dos entidades independientes. De hecho, es posible argumentar de forma plausible que el desencadenante de la Revolución Industrial no fue tanto el desarrollo tecnológico como la adopción de la ideología del capitalismo de mercado.  El modo en que las tecnologías se desarrollaron en los laboratorios e implantaron en la sociedad estuvo (y está) directamente influido por el impulso de inversores, que cada vez en mayor proporción son inversores corporativos, representantes de grandes capitales.

Por eso me parece interesante reseñar un estudio de investigadores de Stanford (.pdf) que argumenta que la productividad en la producción de ideas lleva décadas disminuyendo de forma notoria; el ritmo de crecimiento de la tecnologia se mantiene o aumenta como consecuencia de multiplicar los esfuerzos en I+D:

«Exponential growth results from the large increases in research effort that offset its declining productivity.«

Si estos investigadores han hecho bien su trabajo, cuando nos hablen de la evolución exponencial de las tecnologías tendremos que tener en mente que es una consecuencia de un impulso inversor creciente. «Follow the Money«. Al considerar el impacto en la sociedad de las tecnologías exponenciales  hemos de pensar en qué tipo de impacto persiguen quienes invierten en ellas. Podría continuar, pero ahí lo dejo por ahora.

Los multiversos que vienen

Multiversos

Por si la realidad que percibimos no fuera ya suficientemente compleja, parece que estamos abocados a reconocer la existencia de realidades múltiples.

Astrofísicos y cosmólogos teorizan sobre la existencia de multiversos, universos que tienen una existencia paralela a la de nuestro universo habitual. Para algunos, estos universos alternativos podrían haberse originado en una fluctuación cuántica al principio de los tiempos, llevando desde entonces una trayectoria en el espacio-tiempo independiente de la nuestra. En algunos modelos, estos universos se estarían alejando del nuestro a una velocidad superior a la de la luz, por lo que sería imposible comprobar su existencia, y aún menos acceder a ellos. Me pregunto entonces para qué preocuparse del asunto; aunque seguro que  quienes lo hacen tendrán sus motivos. A lo mejor lo que pasa es que viven en un mundo distinto del mío, o yo del suyo.

Podría ser. Porque los acontecimientos mediáticos de estos días apuntan a que existen también realidades paralelas dentro de nuestro propio universo, de nuestra propia sociedad. Uno diría, por citar sólo dos ejemplos extremos, que resulta plausible conjeturar que muchos de los votantes de Trump viven en una burbuja distinta de la propia de los simpatizantes de Podemos; y que ambas burbujas están en la práctica incomunicadas entre sí. Podrían comunicarse, pero no lo hacen. O sólo para insultarse.

Hay quien sostiene que la tendencia a vivir en una burbuja irreal es uno de los rasgos de la naturaleza humana. Tal vez. Pero también es cierto que el asunto está empeorando a base de la combinación del automatismo de los bots y de la inteligencia (por llamarla de algún modo) que permite bombardear a cada cual los contenidos que se supone que le interesan. Una tendencia que irá a más. Porque, como se recoge en un informe reciente del Pew Institute,

«El capitalismo no proporciona incentivos para combatir los filtros de burbujas y sus efectos negativos, y la gobernanza internacional y la de las administraciones es virtualmente impotente.«

Porque, como reconoce incluso un tecnófilo como Kevin Kelly, es casi inevitable que si una tecnología puede usarse para hacer el mal, alguien hará precisamente eso, hacer daño con ella:

«Me preocupa el hecho de que no tengamos un consenso global acerca de las reglas sobre la ciberguerra. En otras palabras, tendremos esas armas – porque parece que no hay una tecnología que no hayamos convertido en un arma.»

Aunque Kevin Kelly se refiere a una guerra entre naciones, sus palabras también se aplican a las batallas por captar la atención de la gente, a las guerras de poder por ‘fabricar‘ lo que la gente tome como ‘la verdad’.

Para atisbar hasta qué punto las cosas pueden ir a peor, y por tanto irán, echad un vistazo al video adjunto, que demuestra cómo alterar sobre la marcha la imagen de lo que alguien está diciendo.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=ohmajJTcpNk&w=560&h=315]

Aunque, bien mirado, la capacidad tecnológica para alterar la realidad también tiene su lado divertido. Echad un vistazo a esta cuenta de Twitter que versiona las órdenes ejecutivas de Donald Trump.

Este tecnoutópico, ¿se engaña o nos engaña?

160804 Kevin KellyVagabndeando por una de mis librerías favoritas, me he topado con el último libro de Kevin Kelly. Dudo que lo lea. Tengo un mal recuerdo, como de tiempo perdido, de «What Technology Wants«, un libro anterior. Lo encontré superficial, y a menudo irritante. Por afirmaciones como ésta, por ejemplo:

«Un soneto de  Shakespeare y una fuga de Bach están en la misma categoría que el motor de búsqueda de Google y el iPod: Algo útil producido por una mente.»

Pero, sobre todo, por su intento (grosero, diría yo) de postular que la tecnología evoluciona siguiendo leyes del mismo orden que las que guían la evolución de la Naturaleza.

«No podemos pedir que la tecnología nos obedezca, como tampoco podemos pedir a la vida que nos obedezca.«

La diferencia (evidente) es que la tecnología no evoluciona de modo autónomo, sino bajo el impulso de los humanos que la imaginan, la crean, la diseñan, la producen, la comercializan, invirtiendo tiempo y dinero en todo ello. Lo que rige la evolución de la tecnología son pulsiones e intereses de los humanos y no leyes naturales, ni mucho menos inmutables.

Pero el autor se esfuerza, prefiero pensar que conscientemente, en ocultarlo. Contrariamente a lo que sugiere la portada de su libro, las tecnologías no son «fuerzas inevitables«: sólo instrumentos. Un martillo no es una fuerza; sólo transmite la fuerza de quien lo empuña. Una pistola no dispara; lo hace quien aprieta el gatillo.

Por eso me ha interesado más «The 4th Revolution«, una de las obras de un profesor de filosofía de Oxford. Uno de sus puntos de partida es que:

«La gran oportunidad que ofrecen las TIC conlleva también una enorme responsabilidad para entenderlas y sacar provecho de ellas del modo adecuado.»

Entender exige observar y explorar puntos de vista:

«El tecnófilo y el tecnófobo hacen la misma pregunta: Qué es lo nuevo? El filósofo se pregunta que es lo que hay detrás.»

Sobre ‘lo que hay detrás’, un medio nada sospechoso de ludismo The Economist se refería en estos términos a los frikis (‘geeks’) de Silicon Valley:

«El imperio de los frikis saca su fuerza de una cultura de la tecno-evangelismo que permite a los empresarios a replantear los sistemas antiguos y abrazar nuevas. Muchos habitantes del valle creen que la tecnología es la solución a todos los males y que el gobierno es sólo una molestia que aún carece de un algoritmo.» (The Economist, «Inside Silicon Valley: Empire of the Geeks«).

Aunque confieso no sentir precisamente admiración por los políticos y los gobiernos que nos han tocado, no creo que lo que corresponda sea sustituirlos por un algoritmo creado por algún friki de Silicon Valley. Deberíamos ser capaces de concebir ideas mejores e incluso de ponerlas en práctica.