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El cientificismo, no las Ciencias, amenaza a las Humanidades

Hace unos días, el Colectiu Pere Quart organizó una reunión en el Ateneo de Barcelona bajo el lema «¿Un siglo XXI sin humanidades?«, con el objetivo de debatir «el papel de las humanidades ante los grandes retos, cada vez más frenéticos, del siglo XXI«.

Desafortunadamente, pienso, la mayoría de las intervenciones podrían calificarse, en palabras de  Gregorio Luri, como de anti-anti-Humanidades. Es decir, centradas en denunciar a quienes postergan los recursos destinados a la educación en humanidades (sobre todo las administraciones) en lugar de presentar un relato en clave de futuro. Nadie lo mencionó, pero el espíritu de Lakoff Conoce tus valores y enmarca el debate«) flotaba en el ambiente.  Cuando aceptas debatir dentro del marco mental y el lenguaje de tu oponente, ya has perdido.

En relación al papel de las humanidades en la sociedad, se manifestaba entre los asistentes un malestar general por las presiones que desde el mundo empresarial se dirigen a que el sistema educativo produzca profesionales con un perfil adaptado a las necesidades de las empresas. Un síntoma de ello son las múltiples propuestas de dar un tratamiento preferencial a los estudios STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics).

En este contexto, Jaume Aulet, del Colectiu Pere Quart, llamó acertadamente la atención sobre cómo un buen número de disciplinas relacionadas de un modo u otro con el comportamiento humano se rebautizan como Ciencias (p.e. Ciencias Políticas, Ciencias de la Comunicación, Ciencias Económicas, Ciencias de la Educación). Se trata de un síntoma más del cientificismo, que la Wikipedia define como:

«La postura que afirma la aplicabilidad universal del método y el enfoque científico, y la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano, aun la exclusión de otros puntos de vista.«

La cuestión es que el cientificismo al uso es reduccionista en múltiples sentidos, por lo que representa una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para las Ciencias en su sentido más amplio.

  • De entrada, por su postura insostenible (tema para otra entrada) de negar que exista otro conocimiento fiable que no sea el científico.
  • En segundo lugar, porque la historia muestra que muchos de los que contribuyeron a la ciencia moderna a partir de la segunda mitad del siglo XIX tenían una sólida formación filosófica. Sólo a principios del siglo XX, y principalmente desde los EEUU, la presión de los grandes capitalistas del momento propició que la orientación de las Universidades virara desde la formación de «laborious thinkers» a la de «thinking labourers».
  • Por último, porque la mayoría de los discursos sobre STEM enfatizan sobre todo la Tecnología, y más específicamente la capacidad de programar sistemas informáticos.

Me quedo con el planteamiento de Marina Garcés, que en consonancia con las tesis de sus últimos líbros, intervino apuntado a reivindicar futuros más que a recuperar el pasado. Cito de su propuesta de una «Filosofía inacabada«, que «nos interpela hoy en un mundo que muestra síntomas de agotamiento, como planeta y como modelo de sociedad»:

  • «La filosofía es un pensamiento que transforma la vida.»
  • «La filosofía es una forma de compromiso con el mundo.»
  • La filosofía no es útil ni inútil, es necesaria.»

Tengámoslo presente: el cientificismo reduccionista es una amenaza no sólo para las Humanidades, sino para la Ciencia bien entendida. Y, como consecuencia, para el futuro de la sociedad. Anticipándome a posibles descalificaciones, así lo reivindico desde mi titulación de «Doctor en Filosofía en la especialidad de Física» que el M.I.T. tuvo a bien concederme en su momento.

Continuará.

Crédito imagen: https://www.theguardian.com/books/2016/aug/24/homo-deus-by-yuval-noah-harari-review

Entienden de Economía, pero no de economía

Blog 170126

From The Economist, 14/1/2017

Encadeno una secuencia de comentarios en prensa sobre los economistas y su profesión.

Empezando por un artículo en The Guardian («Chief economist of Bank of England admits errors in Brexit forecasting«) en que el economista en jefe del Banco de Inglaterra admite «que su profesión está en crisis al no haber previsto la debacle financiera de 2008 y haber valorado mal el impacto del voto sobre el Brexit.»

Lo más sorprendente es que considere que una causa del problema es no haberse dado cuenta a tiempo de que modelos concebidos racionalmente por los economistas no podrían reflejar comportamientos irracionales de la sociedad.

«Los modelos que usábamos eran bastante estrechos y frágiles. El problema surgió cuando el mundo se vino abajo y estos modelos no eran los apropiados para entender comportamientos profundamente irracionales.»

Supongo que alguien podría contestar que justamente lo irracional es usar modelos exclusivamente racionales para modelar comportamientos humanos, que como se sabe de sobra no son siempre racionales. El mismo personaje propone en «From economic crisis to crisis in economics» que lo que procedería es:

«Apoyarse en un conjunto de disciplinas, de las ciencias naturales como de las ciencias sociales, puede proporcionar una perspectiva diferente acerca del comportamiento individual y las dinámicas sistémicas.»

A buenas horas, mangas verdes.

Quizá no por causalidad, pocos días después The Economist («To be relevant, economists need to take politics into account«) incidía en la misma línea en relación con la política, un ámbito que no se distingue tampoco por una racionalidad extrema:

«Muchos economistas se contentan con tratar la política, como la física, como algo que tiene importancia económica pero que es materia de otros ámbitos. Pero cuando ignorar estos otros ámbitos convierte en irrelevantes las recomendaciones de política económica, es esencial ampliar el campo de mirada de la profesión […] Es mucho más difícil modelizar las instituciones políticas y sociales que los mercados de trabajo o de mercancías. Pero un enfoque cualitativo podría de hecho ser mucho más científico que ecuaciones que no arrojan mucha luz sobre cómo evolucionará el futuro.»

En La Vanguardia («Trump y el péndulo de la política«), Antón Costas, economista, escribe que:

«Las élites políticas y económicas que han dominado en el último cuarto de siglo se han dejado llevar por la arrogancia y la corrupción del dinero. Han estado ociosas y complacientes sin ver las señales de viraje del péndulo. Los populistas como Trump han tenido mejor olfato para identificar los vientos del cambio […] El problema no radica, sin embargo, en los populismos. Está en la incapacidad del liberalismo arrogante para percibir los excesos y la corrupción del último cuarto de siglo. Los liberales progresistas tienen que bajar a las trincheras del debate político para proponer ideas y políticas que restituyan de nuevo la fe en el progreso y que construyan sociedades decentes y tolerantes.«

Los economistas han sido una de las élites que más han contribuido en el pasado a las políticas con sus ideas y teorías. Habrá que bajar a la Economía (la ‘ciencia’ económica) de su torre de marfil para que adquiera una mayor capacidad de explicación de la economía (el ámbito real de la actividad económica) (*). Está cada vez más claro para qué hacerlo. Pero, como en todos los procesos de cambio, hará falta también concretar quién y cómo lo hará. 

(*) Debo la distinción entre Economía y economía a la lectura de «¿Para qué sirve realmente la Economía?«