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El cerebro no piensa; es sólo un instrumento

Emerge con intensidad creciente en estos tiempos que nos ha tocado vivir una admiración y un respeto mayor por la (mal llamada) inteligencia artificial (digital, algorítmica) que por la inteligencia natural.

No creo que sea una casualidad; casi nada lo es. Si se nos informa bien, el 67% de CEOs estadounidenses encuestados creen que el futuro de sus empresas reside en la tecnología, y no en las personas. Una sorpresa sólo relativa. Al fin y al cabo, las empresas constituye reflejan en sus balances el valor de los activos tecnológicos, pero no el de los recursos humanos.

Seguro que los fabricantes de tecnologías están encantados con este criterio de valoración. Al fin y al cabo, como avisó hace años Jaron Lanier, hay a quienes no les importa hacer que las personas parezcan obsoletas si ello supone que sus máquinas serán más y mejor valoradas.

Resulta por ello refrescante leer que una médico respetada sostienga en una entrevista en La Vanguardia que, en base a su experiencia con pacientes:

«La consciencia no es un producto de nuestro cerebro sino que utiliza a nuestro cerebro.«

Un proposición que a algunos nos parece verosímil, por mucho que no encaje con los enfoques mecanicistas que predominan en los ámbitos científicos.

Pienso por analogía. Quien en este video produce la música maravillosa del Adagio del concierto KV 622 de Mozart no es el clarinete, sino Martin Fröst. La música vive en el intérprete antes de que este la insufle en su instrumento.

Tiraría de este hilo para apostar que ningún neurocientífico encontrará la música de Mozart en el cerebro de Martin Fröst ni el de ningún otro intérprete mientras toca esa música, ni cualquier otra. Podríamos pues preguntarnos en dónde reside, más allá de las partituras, la esencia de ese precioso Adagio que Mozart compuso.  Aunque, persistiendo en la misma línea de pensamiento, quizá no sea descabellado imaginar que Mozart no lo compuso realmente, sino que tuvo el privilegio de que le escogieran para escribirlo al dictado.

Pre-juicios de la tecnociencia

Entrevistan en El Mundo a un neurobiólogo español de prestigio.

Afirma categóricamente que:

(1) La mente está en el cerebro. Todo lo que somos, la esencia del individuo, lo que pensamos, lo que nos define como personas, todo, está en el cerebro.

(2) El cerebro genera la mente. Si entendemos el cerebro, entendemos la mente. Si podemos leer la actividad del cerebro, podemos leer la mente.

(3) Imagínate que podemos leer la mente y podemos manipular la actividad del cerebro, entonces podemos manipular la mente.

Me resisto a darle la razón. En parte porque entiendo que su afirmación no es el resultado de una investigación, sino de un pre-juicio ‘a priori’. Porque intuyo como mucho más verdadera la perspectiva del filósofo Markus Gabriel, que comentaba en una entrada anterior:

  • “La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.”
  • “Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.”

De otra parte, ¿qué pensaríamos de una afirmación como la siguiente?


«Imaginemos que nos dan un ordenador que ejecuta un software complejo y especializado. Por ejemplo, uno de esos nuevos programas de inteligencia artificial. La totalidad del programa y de los datos que maneja residen en el hardware del ordenador. El hardware es pues la esencia. Si podemos leer todos los bits almacenados y monitorizar todo el tráfico electrónico cuando el ordenador está funcionando, entenderemos todo lo que hay que entender.

No sólo eso, modificando los bits y quizá algún circuito podemos corregir posibles errores e incluso construir versiones mejoradas de ese ordenador.»


Creo evidente que cualquiera con un mínimo entendimiento sobre ordenadores y computación desaconsejaría por poco práctica una propuesta de este tipo. Porque:

  • Es prácticamente imposible, o como mínimo extremadamente laborioso,  hacer la ingeniería inversa de un programa en binario de una cierta para obtener el código fuente original.
  • Incluso si se tiene acceso al código fuente, muchos programas son realmente difíciles de entender, incluso por su autor cuando ha pasado un tiempo, a menos que haya una buena documentación de diseño y suficientes comentarios, lo que en la práctica pocas veces ocurre.
  • No es posible por el momento entender el razonamiento en base al cual toman decisiones los programas modernos basados en ‘deep learning‘ o similares; incluso los expertos los ven como una caja negra. En parte, regún entiendo, porque estos programas no razonan, sino que calculan a partir de matrices numéricas de gran tamaño.

Ya puestos en plan escéptico, añadiría que:

  • Hay evidencias de que algunos de los programas utilizados para analizar el funcionamiento del cerebro han resultado no ser fiables.
  • Parece ser que intentos de aplicar esos programas para entender la estructura y el funcionamiento de un ordenador sencillo han tenido, por así decirlo, resultados por debajo de lo esperado.

Mis conclusiones:

(1) El cerebro es un instrumento del pensar. Pero para entender el pensar habrá que mirar más allá del cerebro. Igual que para entender el tiempo hay mejores maneras que investigar cómo funciona uno de esos relojes con muchas complicaciones en los que los relojeros suizos son tan expertos.

(2) El problema con algunos científicos no es que sean ignorantes; es que, como ocurre a tantas personas, son más ignorantes de lo que se creen.

(3) Sobre las posibles reacciones a una entrada como ésta, recordar la advertencia de Bertrand Rusell: «Las opiniones más apasionadas son siempre aquellas para las que no existe fundamento«.

Dicho ésto, me encantará participar en un debate sobre los límites de la ciencia y este tipo de cuestiones.

La filosofía es necesaria para entender la ciencia

«Los modelos matemáticos – nos cuentan en el video adjunto – nos proporcionan imágenes bonitas y fáciles de digerir acerca de cómo funciona el Universo […] Pero debemos tener cuidado sobre el valor que damos a estos modelos en nuestro pensamiento […] El modo en que describimos el mundo influencia cómo creemos que es el mundo. Incluso cuando hay otros modos igualmente correctos de describir el mundo que emplean imágenes totalmente distintas de las nuestras.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=lHaX9asEXIo&w=800&h=450]

¿Por qué llamar la atención sobre ello? Porque, citando a Marcelo Gleiser, el análisis de los límites de la ciencia es muy necesario cuando la arrogancia en la especulación científica es manifiesta. De que haya leyes de la naturaleza no se deduce directamente, que todo lo que sucede obedezca a leyes naturales. La suposición de que sólo es genuino el conocimiento científicamente asegurado y formulado en un lenguaje supuestamente experto es sólo eso, una suposición que no puede probarse científicamente.

Reflexiones de este tipo parecen especialmente necesarias en el terreno de la neurociencia. Observamos que es cada vez más frecuente que se describa el cerebro como una máquina, o al ser humano como un complejo procesador de información. Quizá sólo porque falta imaginación para pensar de otro modo. Quizá porque, como apuntaba Jaron Lanier, interesa a algunos degradar a las personas para que los ordenadores parezcan más potentes.

Me anima leer a alguien como Seth Godin escribir así sobre (los límites) de la ciencia:

«La ciencia es un proceso. No se trata de pretender que tiene la respuesta correcta; solamente que es el mejor proceso para acercarse a la respuesta correcta.»

Creo que más de un científico, y sobre todo más de un pseudo-divulgador de la ciencia o divulgador de la pseudo-ciencia podrían aprender de él algo más que marketing.

Continuará.

Yo no soy mi cerebro y mi cerebro no es como un ordenador

“We see the world not as it is, but as we are──or, as we are conditioned to see it.” (Stephen Covey)

Una consecuencia de los innegables avances en la (mal) llamada inteligencia artificial es propiciar la reflexión acerca de la mente humana, de la naturaleza de la inteligencia natural y del rol del cerebro en la manifestación de esta inteligencia.

Desafortunadamente, mucho de lo que se publica al respecto evidencia la enormidad de la brecha que existe entre la visión cinetífico-materialista y la filosófico-humanista.

Por ejemplo, Javier Sampedro se refiere en El País a «la evidencia aplastante de que nuestra mente no es más que una colección de átomos.» No da pistas de esa evidencia, ni ofrece tampoco argumentos convincentes de cómo “una simple colección de átomos” es capaz de concebir avances científicos como, por ejemplo, la mecánica cuántica.

Menos aún podrá ese articulista argumentar cómo la simple colección de átomos que es su mente puede concebir que ella misma no es más que una simple colección de átomos. En cuyo caso ya no es tan simple, porque es una colección que tiene además alguna conciencia de su propia naturaleza.

El artículo «Is the Brain More Powerful Than We Thought?» proporciona otro ejemplo interesante. Según investigaciones recientes en UCLA, podría ser que las dendritas tuvieran en el funcionamiento del cerebro un papel más importante del hasta ahora contemplado. La consecuencia sería que «la capacidad de computación del cerebro sería 100 veces mayor de lo que habíamos pensado.»

Mi intuición es que a lo que realmente apunta esta investigación es a la posibilidad de que el ‘marco  mental‘ que asimila el cerebro a un ordenador sea equivocado. Posiblemente también lo sean los intentos de utilizar ordenadores para entender el funcionamiento del cerebro (más sobre éso en una próxima entrada). Quizá la realidad exceda a las capacidades de la computación, y lo que sucede es que, como dice el aforismo, cuando uno sólo tiene un martillo todo lo que ve le parecen clavos.

Una posibilidad a la que apunta desde el lado de la filosofía el notable libro de Markus Gabriel, del que reproduzco la portada. Una lectura que pienso debería ser obligada para cualquiera interesado en salvar la brecha entre ciencia y humanidades a la que me refería al principio. Me limitaré a reproducir algunos de sus puntos de partida, que en el resto del libro se desarrollan y fundamentan :

  • «La mente humana no es un fenómeno puramente biológico.»
  • «Somos seres espirituales que no pueden ser plenamente entendidos si se intenta basar nuestra imagen humana en el modelo de las ciencias naturales.»
  • «Los procesos hasta ahora solo esbozados para delegar nuestro autoconocimiento a las disciplinas científicas de nueva creación son ideológicos, y por tanto fantasías equivocadas.»

Una obra ambiciosa y atrevida, que muestra la diferencia entre un enfoque filosófico que aspira a entender y el de las ciencias naturales que se limitan a explicar.