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¿Cuál es el futuro de ‘Yo doy’?

Me he propuesto la lectura (o re-lectura) de algunos de autores que explican cómo, por qué y hasta qué medida nuestro comportamiento es en ocasiones automático, bordeando en lo inconsciente, predeciblemente irracional.

Al empezar por «Influence: Science and Practice» de Robert Cialdini, he re-descubierto (porque en el fondo ya lo conocía, aunque no era del todo consciente de ello) el principio de reciprocidad:

«Hemos de intentar pagar, en especies, lo que otra persona nos ha proporcionado.«

Se trata de un principio muy arraigado en múltiples culturas, que tiene dos consecuencias paradójicamente dispares:

  • De una parte, es un elemento de solidaridad y cohesión social. Nos sentimos obligados a corresponder a alguien que nos ha hecho un favor o nos ha dado un regalo de buena fe.
  • De otra, proporciona oportunidades de manipulación a quienes saben usarlo, prescindiendo de la ética si les conviene, para propiciar en otros respuestas que, de no mediar el principio de reciprocidad, nunca serían aceptadas.

La oferta de regalos, nominalmente gratis y sin ataduras, es uno de los trucos más poderosas para abusar del principio de reciprocidad. Si un visitador de un laboratorio farmacéutico invita a un médico a un congreso, mejor aún en un lugar turístico apetecible, es más probable que el médico se sienta obligado a corresponderle con pedidos o recetas. Si un restaurante nos invita a café o a una copa de cava nos sentimos casi obligados a dejar una propina, incluso por un importe mayor que el coste de la invitación. La idea está clara; no creo que hagan falta más ejemplos.

Inmerso en estas reflexiones, un artículo en The Guardian («Companies are making money from our personal data – but at what cost?«) me ha recordado que empresas como Google o Facebook usan también el principio de reciprocidad. Aceptamos como regalo el indudable atractivo de los servicios que ofrecen, firmando a cambio (sin leerlo) un contrato que les genera beneficios multi-billonarios.

La erosión inconsciente de nuestra privacidad es una consecuencia cada vez más evidente de esta práctica, pero quizá no la más socialmente peligrosa. Porque se está poniendo de manifiesto que:

Es por ello que empiezan a despuntar propuestas (p.e. en The Economist o en la Harvard Businesss Review) de regular estas empresas de modo comparable a como se regularon en su momento a las que dominaban sectores clave como la energía o las telecomunicaciones.

Mucho me temo, sin embargo, que sería ilusorio confiar, como mínimo a corto plazo, en que tengan lugar cambios regulatorios realmente eficaces. Como el que representaría obligar a Google y Facebook a separar sus actividades de recogida de datos (por medio del buscador o de la red social) de su negocio de publicidad, obligándoles a ofrecer en condiciones competitivas el acceso a terceros de los datos que recogen. Por eso habrá que considerar formas de resistencia pasiva o activa.

Si alguien ha leído hasta aquí quizá se pregunte por la respuesta al titular de esta entrada. La extraigo del libro de Cialidini. Cuenta que una profesora de escuela le envió esta respuesta de un alumno a un ejercicio sobre el uso adecuado del pasado, presente y futuro verbales:

Q: El futuro de yo doy es ____________?
A: Yo tomo.

¿En qué tipo de empresa debe trabajar hoy ese alumno tan espabilado?

 

Contra la especulación antisocial, innovación social radical

Traduzco de un un ‘long read’ de The Guardian sobre la escasez de vivienda asequible en Londres:

«La crisis financiera del 2008 creó una nueva política relativa al espacio, según la cual se fuerza a la gente con bajo nivel de ingresos a abandonar sus casas subiendo los alquileres, en tanto que se anima a los ricos a usar la propiedad para obtener beneficios […] Esto no es ‘gentrificación’. Es un fenómeno completamente distinto. Se está permitiendo al capital global reconfigure el país.«

Se trata de un fenómeno global, que se ha propagado también a Barcelona. En palabras de una asesora inmobiliaria en La Vanguardia («Calentón inmobiliario«):

 «Los tipos de interés están bajos, la bolsa se antoja volátil, la renta fija tiene poca rentabilidad…, así que el dinero se fija en el ladrillo. […] La ciudad está de moda. Muchos extranjeros con poder adquisitivo quieren vivir aquí […] La oferta de pisos de alquiler en Barcelona es muy escasa, y la de pisos públicos aún menos. La demanda sube y los precios también”.

Un razonamiento que puede parecer impecable frase a frase. Pero conduce a una conclusión socialmente inaceptable al justificar implícitamente la lógica especulativa:

«Cada vez es más difícil encontrar fincas interesantes, pero el año pasado nos hicimos con 19. En Barcelona hay unas 35.000 propiedades de un solo dueño: solares, naves industriales, incluso iglesias… y de todas ellas unas 10.000 son edificios residenciales. Ahora, como nosotros, en el ámbito primario, buscadores potentes, operamos unos diez. Y unos 50 fondos de inversión están muy atentos. Se hacen con todo lo que sale al mercado. Nosotros les ofrecemos productos que no están en el mercado”.

La movilización vecinal ya ha empezado, pero no será suficiente. El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado un «Plan por el Derecho a la Vivienda de Barcelona 2016-2025«. Pese a sus indudables buenas intenciones, tampoco será suficiente. Según el propio plan,

«Barcelona debería disponer para el año 2027 de un parque mínimo del 15 % de las viviendas principales destinado a políticas sociales, lo que correspondería a cerca de 100.000 viviendas. […] La situación actual con respecto al parque destinado a políticas sociales impide prever que en el escenario de este plan sea posible conseguir este objetivo.»

Porque frente a un déficit que el Ayuntamiento estima en 50.000 viviendas objetivo de políticas sociales,  el Plan municipal prevé la promoción de sólo unas 1.000 viviendas anuales.

Se trata de un problema de fondo. Contra lo que proclaman las manifestaciones vecinales, la triste verdad es que Barcelona sí está en venta. Para el capital global flotante, la vivienda no es un derecho social, sino un activo financiero apetecible. Hace falta articular un nuevo contrato social, y éso exige una innovación social radical, diseñada desde una óptica maximalista. Como bien apunta The Guardian, «no es posible contemplar soluciones reales a la crisis de la vivienda sin un profundo cambio estructural en lo económico». 

Una transformación estructural con todas sus consecuencias, diría yo, más que sólo un simple cambio. Más fácil de decir que de hacer, ciertamente. Pero habría que intentarlo.

Entienden de Economía, pero no de economía

Blog 170126

From The Economist, 14/1/2017

Encadeno una secuencia de comentarios en prensa sobre los economistas y su profesión.

Empezando por un artículo en The Guardian («Chief economist of Bank of England admits errors in Brexit forecasting«) en que el economista en jefe del Banco de Inglaterra admite «que su profesión está en crisis al no haber previsto la debacle financiera de 2008 y haber valorado mal el impacto del voto sobre el Brexit.»

Lo más sorprendente es que considere que una causa del problema es no haberse dado cuenta a tiempo de que modelos concebidos racionalmente por los economistas no podrían reflejar comportamientos irracionales de la sociedad.

«Los modelos que usábamos eran bastante estrechos y frágiles. El problema surgió cuando el mundo se vino abajo y estos modelos no eran los apropiados para entender comportamientos profundamente irracionales.»

Supongo que alguien podría contestar que justamente lo irracional es usar modelos exclusivamente racionales para modelar comportamientos humanos, que como se sabe de sobra no son siempre racionales. El mismo personaje propone en «From economic crisis to crisis in economics» que lo que procedería es:

«Apoyarse en un conjunto de disciplinas, de las ciencias naturales como de las ciencias sociales, puede proporcionar una perspectiva diferente acerca del comportamiento individual y las dinámicas sistémicas.»

A buenas horas, mangas verdes.

Quizá no por causalidad, pocos días después The Economist («To be relevant, economists need to take politics into account«) incidía en la misma línea en relación con la política, un ámbito que no se distingue tampoco por una racionalidad extrema:

«Muchos economistas se contentan con tratar la política, como la física, como algo que tiene importancia económica pero que es materia de otros ámbitos. Pero cuando ignorar estos otros ámbitos convierte en irrelevantes las recomendaciones de política económica, es esencial ampliar el campo de mirada de la profesión […] Es mucho más difícil modelizar las instituciones políticas y sociales que los mercados de trabajo o de mercancías. Pero un enfoque cualitativo podría de hecho ser mucho más científico que ecuaciones que no arrojan mucha luz sobre cómo evolucionará el futuro.»

En La Vanguardia («Trump y el péndulo de la política«), Antón Costas, economista, escribe que:

«Las élites políticas y económicas que han dominado en el último cuarto de siglo se han dejado llevar por la arrogancia y la corrupción del dinero. Han estado ociosas y complacientes sin ver las señales de viraje del péndulo. Los populistas como Trump han tenido mejor olfato para identificar los vientos del cambio […] El problema no radica, sin embargo, en los populismos. Está en la incapacidad del liberalismo arrogante para percibir los excesos y la corrupción del último cuarto de siglo. Los liberales progresistas tienen que bajar a las trincheras del debate político para proponer ideas y políticas que restituyan de nuevo la fe en el progreso y que construyan sociedades decentes y tolerantes.«

Los economistas han sido una de las élites que más han contribuido en el pasado a las políticas con sus ideas y teorías. Habrá que bajar a la Economía (la ‘ciencia’ económica) de su torre de marfil para que adquiera una mayor capacidad de explicación de la economía (el ámbito real de la actividad económica) (*). Está cada vez más claro para qué hacerlo. Pero, como en todos los procesos de cambio, hará falta también concretar quién y cómo lo hará. 

(*) Debo la distinción entre Economía y economía a la lectura de «¿Para qué sirve realmente la Economía?«

Dividendos digitales: atacar las causas, no los síntomas

160327 2 BlogCopio de un informe reciente del Banco Mundial sobre «Dividendos Digitales«:

«Las tecnologías digitales se han expandido rápidamente en gran parte del mundo. Los dividendos digitales – el desarrollo amplio de los beneficios del uso de estas tecnologías – se han quedado atrás […]. El efecto de la tecnología en la productividad global, el aumento de oportunidades para los pobres y la clase media, y la propagación de gobernanzas responsables ha sido hasta ahora menor de lo esperado; […] el crecimiento global de la productividad se ha desacelerado; […] los mercados de trabajo se han vuelto más polarizados y la desigualdad va en aumento, sobre todo en los países más ricos, pero cada vez más en los países en desarrollo […] Mientras que las tecnologías digitales se han extendido, no así los dividendos digitales. ¿Por qué?«

La pregunta está bien planteada. Pero es en las respuestas donde el informe se queda (muy) corto. Tanto en lo que señala como, sobre todo, en lo que omite.

Los autores reconocen que maximizar los dividendos digitales requiere una mejor comprensión de cómo la tecnología interacciona con otros factores que son importantes para el desarrollo – los ‘complementos analógicos’. Señalan, por ejemplo, el impacto de las tecnologías en el trabajo:

«La tecnología potencia las habilidades más altas a la vez que conduce a la sustitución de puestos de trabajo rutinarios, obligando así a muchos trabajadores a competir por empleos de baja remuneración […] Cuando Internet automatiza muchas tareas pero los trabajadores no poseen las habilidades que la tecnología potencia, el resultado será una mayor desigualdad, en lugar de una mayor eficiencia.»

Cierto, pero insuficiente. Porque ni Internet ni la tecnología automatizan nada. Quienes lo hacen son las organizaciones que adoptan la tecnología para reemplazar personas, amparadas por un estado de opinión y un entorno de mercado que priman la eficiencia económica por encima de la eficiencia social. Que identifican el progreso con el aumento de la intensidad tecnológica y de la eficiencia, sin hacerse responsables de los daños colaterales.

Al utilizar un lenguaje en que Internet aparece como causa, y no como lo que es – un instrumento – se obvia la raíz del problema.

La referencia que se hace a la posición dominante de las grandes plataformas digitales que actúan como intermediarias en un número creciente de mercados es otro ejemplo.

«La historia económica muestra que las empresas tienen la tentación de explotar una posición dominante. Las grandes empresas de internet no son una excepción. La economía de internet favorece de forma natural las posiciones de monopolio, de modo que algunas plataformas dominan sus mercados. Sus beneficios son tan elevados que pueden capturar rápidamente nuevos mercados comprando a sus competidores. Las startups locales quedan relegadas a mercados de nicho.»

Lo que la historia de verdad muestra es que la economía no tiene leyes en el mismo sentido que las de la Física, por ejemplo. Sus reglas son totalmente una creación humana, y por tanto contingente.

«Antes que las leyes económicas, existen las leyes […] Una vez creado el marco jurídico, la econocracia puede crear la ficción de que las leyes económicas son ‘universales’ y ‘naturales’, ya que se ajustan mágicamente a la legislación vigente. La economía no es más que una rama especialmente virulenta del derecho.» (A. Baños)

Lo mismo es aplicable a Internet y a la economía de Internet.

En su habitual estilo combativo, Evgeny Morozov se despacha sobre este asunto en una pieza reciente en The Guardian: «The state has lost control: tech firms now run Western politics.» En un tono más reposado, Yochai Benkler apunta, también desde The Guardian, a la misma cuestión: la combinación de Internet y la globalización han tenido como consecuencia aumentos de flexibilidad, pero también la dispersión de poder:

«La ubicación del poder se determina institucionalmente, no tecnológicamente […] Sólo construyendo contrapoderes, políticos, legales, sociales y técnicos tendremos una distribución más igualitaria de la riqueza y de los ingresos.«

Cierto. Más allá de los síntomas, lo que es cada vez más evidente es una apropiación cada vez mayor de Internet desde estructuras de poder más interesadas en apropiarse de los dividendos digitales que de distribuirlos. Así y todo, muchos siguen (seguimos) con la dificultad de progresar desde el saber QUÉ queremos hacer, o creemos que hay que hacer, a CÓMO ponerlo en práctica. Aunque pedirle al Banco Mundial que nos lo dijera sería, no os parece, pedirle demasiado.