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¿Y si no fueras aquello en lo que trabajas?

blog 161219

Desde Silicon Valley andan últimamente haciendo propaganda de las bondades del Basic Universal Income (Renta Básica Universal) una política o conjunto de políticas que darían a todo el mundo, sin contrapartidas, un sueldo mínimo que les permitiera subsistir. Y Combinator, la incubadora tecnológica más prestigiada de Silicon Valley, ha anunciado que financiará en 2017 un experimento en Oakland, California.

El argumento de los tecnoemprendedores del Valley es que, como dicen que nos aguarda un futuro en que los robots (sus robots) dejarán a mucha gente sin trabajo, algo habrá que hacer para compensarles.

Aflora sobre este tema una polémica electrónica interesante, con opiniones para todos los gustos, algunas más estructuradas y convicentes que otras. Enrique Dans, por ejemplo, repite en un lenguaje accesible, dándolos por buenos, los argumentos de los tecnoutópicos. Por contra y como sería de esperar, E. Morozov los rebate en The Guardian, en mi opinión de forma convincente. Más puntos de vista interesantes en Hufftington Post, Vice, MIT Technology Review, Bloomberg, The Guardian, y muchos otros que Google os ayudará a descubrir si os interesa.

En mi opinión, se trata de una cuestión más seria y que merece un análisis más profundo del que cabe en este blog. Apuntaré sólo un tema a debatir sobre el que pocos hacen referencia. Desde la literatura de propaganda de la Singularity University pronostican que, con la disminución de los costes de la vida que traerá la abundancia generada por sus tecnologías exponenciales,

«La Renta Universl Básica será una de las muchas herramientas que empoderen la auto-actualización a gran escala – más gente será capaz de seguir sus pasiones, ser más creativa, y pasar más tiempo en tareas más satisfactorias y de orden superior.»

Seguramente, aunque también imagino escenarios menos favorables. Hoy por hoy, el trabajo es para muchos uno de los bastiones a los que agarrarse en una sociedad líquida en que se exige a los individuos que encuentren soluciones biográficas a las contradicciones del sistema (Z. Bauman).

Hoy por hoy, cuando se pregunta a alguien «¿Quién eres?» o «Qué eres?», muy a menudo responde sobre aquello en lo que trabaja. ¿Qué pasaría a mucha gente si pierde este punto de referencia?

 

La Cuarta Revolución Industrial exige hablar de valores y liderazgo

160805 blog

Celebro que el World Economic Forum, que demasiado a menudo reproduce o aumenta los puntos del vista del establishment, publique un diagnóstico sobre la Cuarta Revolución Industrial que difiere del determinismo tecnológico habitual.

Empieza apuntando que:

«Las tecnologías importantes por separado, pero el cambio real se producirá en los sistemas sociales y económicos que conforman nuestras vidas y e modo en que las vivimos.«

Un diagnóstico en la línea de lo que escribió en su tiempo Peter Drucker:

«Podemos estar seguros de que la sociedad del 2030 será muy distinta de la actual, y que se parecerá poco a la que predicen los futuristas. No estará dominada, ni siquiera conformada, por las tecnologías de la información, que sólo será una más de varias tecnologías importantes. La característica central de la nueva sociedad, al igual que la de sus precedentes, serán nuevas instituciones, y nuevas teorías, ideologías y problemas.»

Para ello, el WEF propone:

  • Un enfoque sistémico, no sólo centrado en los aspectos tecnológicos.
  • Empoderar a la sociedad para dominar, no sólo utilizar, las tecnologías.
  • Un diseño colaborativo de las tecnologías, que incluya una consideración razonada de sus efectos potenciales, deseables o potencialmente peligrosos.
  • Incorporar los valores clave (ecología, igualdad, distribución, …) al diseño de las nuevas tecnologías.

Faltaría añadir a la lista la necesidad de un liderazgo transformador que consiga que todo ello tenga lugar en la práctica. Pero hay que reconocer que esta postura del WEF es bienvenida, sobre todo cuando se le compara con los planteamientos de sal gruesa que nos llegan de la Singularity University y afines.

¿Viven la tecnología como una religión?

161025 BlogUn artículo en Aeon, una nueva publicación de Internet, a la cual confieso no saber cómo llegué, me lleva hasta la noticia de la publicación de «Utopia is Creepy«, el último libro de Nicholas Carr, una de mis tecno-críticos preferidos.

Sin haber tenido tiempo de leerlo todavía, transcribo y comento alguno de los párrafos del artículo, que dan una idea de por dónde está Carr disparando sus tiros.

«La mayor de las religiones originarias de los Estados Unidos […] es la religión de la tecnología.»

David Noble, un historiador demasiado poco conocido, escribió hace tiempo en la misma línea en «La religión de la tecnología«. En su conclusión apuntaba que:

«La religión de la tecnología se ha convertido en un hechizo común […] La expectativa de una salvación última a través de la tecnología, sea cual sea el coste humano y social, se ha convertido en una ortodoxia tácita, reforzada por un entusiasmo pro la novedad inducido por el mercado […] De este modo, se permite el desarrollo tecnológico sin restricciones para continuar a paso acelerado, sin un escrutinio o supervisión serios: sin razón. [Porque] desde el interior de la fe, todas las críticas parecen irrelevantes e irreverentes.»

El planteamiento de Carr, por lo general menos académicamente riguroso que el de Noble, parece llevar a conclusiones similares. Sostiene que Silicon Valley vende más que artefactos y software: vende una ideología. Lo cual, dicho sea de paso, resulta bastante evidente para quien siga con una mínima atención las publicaciones de los sacerdotes de la Singularity University y sus acólitos.

Carr acaba su artículo con una frase que dejo como una cuestión a meditar:

«Corremos en masa hacia lo virtual porque lo real nos exige demasiado.«

Es posible que sea una verdad a medias, pero incluso esa media verdad merece, creo yo, una reflexión seria. Individual y colectiva.

Antes de proponer la tecnología como solución, ¿sabemos cuál es el problema?

160629 BlogNos bombardean últimamente (más de lo ya habitual, quiero decir) con mensajes que sostienen que la tecnología es o será la solución de (casi) todos los problemas que a los que nuestras sociedades se enfrentan. La tecnología traerá, como mínimo, crecimiento económico, trabajos, eficiencia, bienestar y comodidad.

Por ejemplo, el mensaje de la Singularity University es:

«Educar, inspirar y empoderar a los líderes para aplicar tecnologías exponenciales a fin de abordar los grandes retos de la humanidad.«

Su argumento no carece de mérito, pero tiene en mi opinión un muy importante punto débil: los mayores problemas del mundo no son tecnológicos, sino sociales. La tecnología puede ser un instrumento para abordarlos, incluso un elemento necesario, pero sólo uno de ellos.

Extraigo y traduzco algunos párrafos de un artículo reciente de Ethan Zukerman (nada sospechoso de tecnofobia) sobre este tema:

«Sucede muy raramente que la tecnología proporcione por sí misma una solución robusta a un problema social. Una aproximación tecnológica que tenga éxito para resolver un problema social requiere cambios en leyes y normativas, además de incentivos de mercado para hacer que cambie de escala.«

Pero los discursos tecnoutópicos al uso soslayan esa complicación.

«Lo que es difícil es la síntesis – aprender a usar la tecnología como parte de una solución sociotécnica bien diseñada. A veces, esas soluciones requieren avances profundos en la tecnología. Pero casi siempre exigen la formación de equipos complejos, multifuncionales, que trabajen conjuntamente con la gente a la que se supone que la tecnología tiene que ayudar y aprendan de ellos.»

Sucede, sin embargo que:

  1. Cuando la tecnología se usa para abordar los síntomas de un problema, pero no sus causas, lo normal es que el problema se enquiste o incluso empeore.
  2. Hay una brecha (de mentalidad, lenguaje, enfoque, habilidades) entre la comunidad de quienes tienen sabiduría y vocación tecnológica y la de quienes tienen sabiduría sobre la sociedad y vocación de mejorarla. Formar y hacer funcionar esos equipos multifuncionales es ya un reto en sí mismo.
  3. No es infrecuente que la intención prioritaria de quienes propagan  discursos tecnológicos formalmente basados en la mejora de la sociedad o de la vida de los individuos no sea ésa, sino ganar cuotas de dinero o de poder. A lo largo de la historia, el dominio de la tecnología, la acumulación de riqueza y la ganancia de poder no han sido ámbitos disjuntos. No lo son tampoco hoy en día.
  4. Tampoco tecnología y márqueting son ámbitos disjuntos. En particular, Silicon Valley es hoy tan potente como productor global de tecnología que como maquinaria de propaganda. Mensajes como «La misión de Google es organizar la información del mundo y hacerla accesible y útil de forma universal» o «La misión de Facebook es dar a la gente el poder de compartir y hacer un mundo más abierto y conectado» son brillantes desde la óptica publicitaria; pero es obvio que no son veraces.

La pregunta final de Zuckerman:

«¿Podemos encontrar una síntesis en la que los tecnólogos adopten una mirada crítica a su trabajo y a la vez trabajen estrechamente con la gente a la que tratan de ayudar para construir sistemas sociotécnicos que aborden problemas complejos?.»

Creo que es posible, pero no trivial. Porque, como recuerda un aforismo sajón, cuando uno sólo tiene un martillo, todo lo que ve son clavos. Más sobre esta temática en próximas entradas.

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Si no hubiera luditas, habría que inventarlos

160221 BlogEn su último boletín mensual, el servicio de estudios de Caixabank publica un editorial motivado por la «creciente presencia de ideas neoluditas en los medios de comunicación y algunas corrientes de opinión».  Un editorial que contiene tesis equivocadas, o como mínimo discutibles.

Empezando por la caracterización que sea hace de los luditas como un movimiento «que se dedicaba a destruir la nueva maquinaria«.  Cierto sólo a medias. Porque la destrucción de alguna maquinaria, no de toda la maquinaria, no era el objetivo central de los luditas, sólo una téctica de protesta. Cito de «Lessons of the Luddites«:

«Contrariamente a las hipótesis modernas, los luditas no estaban en contra de la tecnología en sí. Se oponían a la forma particular en que se estaba aplicando. […] Su protesta se dirigía específicamente a una nueva clase de fabricantes que estaban socavando de manera agresiva los salarios, el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y la imposición de una forma temprana corrosiva de libre comercio. Para demostrarlo, se destruyeron selectivamente las máquinas propiedad de los directores de fábricas que estaban rebajando los precios, dejando intactas las otras máquinas.«

Los luditas intentaron (sin éxito) defender a la sociedad de una forma de Revolución Industrial que «conllevó dislocaciones económicas y sociales enormemente dolorosas«. No se oponían a la tecnología, sino a que el progreso tecnológico se pusiera al servicio de los nuevos capitalistas que pretendían «liberar a la vida económica del control social y político […] mediante la construcción de una nueva institución, el libre mercado, y la destrucción de los mercados más arraigados» (J. Gray).

El editorialista de Caixabank advierte, con razón, que aumenta el número de quienes propugnan una visión crítica del progreso tecnológico. Como muestra, estos recortes de El País de ayer:

  • «Internet es como aquel tipo que te dispara al pie y luego te salva la vida amputándotelo.» (‘San Google‘).
  • «El debate central es el de la soberanía tecnológica, que a su vez conecta con el acceso y la apropiación de los datos o el grado de apertura y de acceso a los sistemas operativos y las dinámicas de innovación.» (Joan Subirats, ‘Democratización tecnológica‘).
  • «Una descripción cabal de la política de las redes exige advertir sobre sus riesgos, contradicciones y límites.» (Daniel Innerarity, ‘Hombres ricos y hombres pobres (en datos)‘).

El meollo de la cuestión es que, en palabras de L. Winner, «la construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como parte de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las reglas sociales”. Lo que se discute (y hay que discutir) es si hemos de aceptar que la política se supedite al ritmo de un desarrollo tecnológico supuestamente autónomo e imparable, como sostienen, por ejemplo, desde la Singularity University:

«Current governance structures were developed over thousands of years, and while they may have been suitable for a slow-changing and parochial world, they are ripe for disruption. While technology changes at exponential rates, governance tends to change at linear rates.«

O si, por el contrario, es el desarrollo tecnológico el que debería encajarse en las reglas de una buena política.

Entretanto estas cuestiones se asientan, desde la web del Smithsonian sugieren que tiene sentido saber también pensar como la haría un ludita:

«Es posible vivir bien con la tecnología, pero sólo si cuestionamos continuamente las formas en que conforma nuestras vidas. Se trata de pequeñas cosas, como apagar de cuando en cuando el smartphone para dar un paseo. Pero también sobre grandes temas, como alzarse en contra de las tecnologías que  priorizan el dinero o la comodidad por encima de otros valores humanos. […] Puede ayudar, de vez en cuando, preguntarse cuáles de nuestras máquinas modernas los luditas elegirían romper. Y que usarían para romperlos.«

P.S. (Más sobre el editorial de Caixabank en una próxima entrada).

Ilustración: Smithsonian Magazine