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Cuando su ‘nosotros’ es nuestro ‘ellos’, por ahora

Foto: Miguel Orós


«En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado.» (Langdon Winner)


La reflexión de Berners-Lee sobre Internet comentada en una entrada anterior nos alerta de que el impacto social de la tecnología no es siempre ni el deseado ni el previsto. Ha sido así en el pasado, y no hay motivos para creer que dejará de ser así en adelante, en particular con las tecnologías que se engloban bajo el lema de la Revolución Industrial 4.0: la inteligencia artificial, el Big Data, la Internet de las cosas, la robótica, la realidad aumentada y algunas que seguramente olvido.


«Se busca en vano entre los promotores y agitadores del campo de los ordenadores las cualidades de conocimiento social y político que caracterizaban a los revolucionarios del pasado. (Langdon Winner)


Parece pues obligado leer con precaución, cuando no con desconfianza, los argumentos del ‘status quo’, como el World Economic Forum a favor de esa nueva revolución tecnológica. Usaré como ejemplo una publicación reciente: «Robots have been taking our jobs for 50 years, so why are we worried?«. Su argumento central es ya  toda una declaración de principios:

«A medida que la Industria 4.0 sea más inteligente y más ampliamente disponible, los productores de todos los tamaños tendrán la capacidad de desplegar como estándar coste-efectivo máquijas colaborativas y multipropósito. Ello resultará en crecimiento industrial y competitividad del mercado.»

El impulso al desarrollo de esa tecnología 4.0 se da por hecho, aún admitiendo la incertidumbre sobre «el impacto exacto que una fuerza de trabajo robótica con el potencial de operar de forma autónoma tendrá en la industria productiva». Se cita como precedente que cuando la introducción de una tecnología ha convertido a los humanos en redundantes «les ha forzado a adaptarse», lo cual es también una declaración de valore. Unos deciden desarrollar e implantar una tecnología; otros se ven forzados a adaptarse. Aunque esta adaptación forzosa suponga, por ejemplo, el desacople entre los aumentos de productividad y los salarios que viene constatándose desde hace ya algunas décadas. Lo que se sí se argumenta es que en un escenario ideal, la Industria 4.0 «permitiría a las personas enfocarse más en aquello que nos hace humanos«. Posible, pero improbable. Porque, como observa un académico en ciernes, «entendemos mucho mejor cómo trabajan los robots que cómo lo hacemos nosotros». Pero, sobre todo, porque se omite todo detalle sobre las características de este escenario ideal, sobre cómo construirlo, así como el modo de combatir la aparición de otros escenarios menos ideales impulsados desde el lado oscuro.

El artículo cierra con una frase deliberadamente ambigua:

«En último término, nos corresponde a nosotros definir si la fuerza de trabajo robótica trabajará para nosotros, con nosotros o contra nosotros.«

Ambigua, porque la naturaleza de este nosotros no queda en absoluto clara. Alguien observó certeramente que «cuando se habla en nombre del pueblo es que no se tiene argumentos creíbles y sensatos«. Pues eso. Me temo que, por lo menos de momento, su ‘nosotros’ es nuestro ‘ellos’.

La regulación con sentido es un reto para cualquier inteligencia

Llevar a la práctica el ‘Brexit’ obligará al Gobierno Británico a reponer, transponiéndolas o adaptándolas, todas las leyes y regulaciones de la Unión Europea que dejarán de ser vigentes en el Reino Unido una vez se consume la separación.

Un trabajo considerable. Traduzco del documento oficial del Gobierno:

«No hay una cifra única acerca de cuánta legislación de la UE forma parte de la legislación del Reino Unido. De acuerdo con EUR-Lex, la base de datos legal de la UE, actualmente hay más de 12.000 reglamentos de la UE vigentes […] La investigación de la Biblioteca de la Cámara de los Comunes indica que alrededor de 7.900 instrumentos legales han aplicado la legislación de la UE.«

Un diagnóstico aque asusta. En primer lugar, porque la propia administración no está segura de cuántas regulaciones europeas está en teoría aplicando (ni cuáles, en consecuencia). Pero, y sobre todo, porque intuyo que la comprensión e interiorización de decenas de miles de reglamentos, cada uno de ellos probablemente con decenas o centenares de artículos, está fuera del alcance de la capacidad de la inmensa mayoría de las mentes.

Lo cual, más allá del caso británico (porque supongo que la mayoría de esas mismas regulaciones deben estar vigentes en España), propicia varias cuestiones :

  1. Dado que es imposible que cada uno de nosotros las conozca y las entienda, ¿cuál es la probabilidad de que estemos incumpliendo alguna de estas decenas de miles de leyes o reglamentos sin ni siquiera ser conscientes de que existen?
  2. ¿Son todas estas regulaciones realmente necesarias? ¿No cabrían enfoques alternativos para ordenar el funcionamiento de la sociedad?
  3. ¿Cuál sería la metodología y la técnica más eficiente para transponer esa legislación, como se proponen hacer los británicos? ¿Y para modificarla y hacerla más comprensible?

Al respecto de esta última cuestión, ¿podría la inteligencia artificial ayudar a la natural en estas tareas de re/regulación?

Por coincidencia o no, han aparecido en mi pantalla varias lecturas que sugieren una respuesta positiva:

  • «JPMorgan Software Does in Seconds What Took Lawyers 360,000 Hours«. El banco trata de simplificar sistemas y evitar redundancias. Un nuevo software lleva a cabo en segundos tareas que requerían 360.000 horas de trabajo (in)humano.
  • «Beyond Tech: Policymaking in a Digital Age«. Una propuesta de rediseñar el proceso de elaboración de normas y, en última instancia, la elaboración de leyes. A medida que aumenta la complejidad de la sociedad, la probabilidad de que la primera versión de una regulación resulte ser la correcta es pequeña. Se habrá de aprender a perfeccionar leyes imperfectas.

Ahora bien, como la tecnología es un arma de dos filos, y como el dominio de estas tecnologías expertas está cada vez más en manos de intereses privados, tendríamos que dar por supuesto que aparecerán propuestas de ‘inteligencias privadas’ para ‘ayudar’ al legislador. Síntomas de ello aparecen ya en las publicaciones cómo ésta («How can we regulate the digital revolution?«) del  World Economic Forum:

«Como son tantas las cuestiones normativas que aparecen al respecto de los nuevos modelos de negocio que utilizan tecnologías exponenciales, algunos propietarios de negocios están adoptando un rol proactivo. […] Necesitan trabajar con los gobiernos  ​​para desarrollar regulaciones flexibles, transparentes y participativas, basadas en nuevos modelos de colaboración entre los sectores público y privado […] con miras a optimizar los resultados, el impacto y la sostenibilidad«.

La cuestión, sin embargo, es determinar el sentido preciso de esta ‘optimización’, que para los autores del artículo, es que «los innovadores tengan la libertad de aplicar las tecnologías de mañana sin que las regulaciones de ayer las reduzcan.«

¿Cómo nos posicionamos ante la perspectiva de que aparezcan sistemas de inteligencia artifical legisladora, con capacidades posiblemente superiores a las de los políticos y los organismos reguladores y legisladores actuales? (lo que tampoco, dicho sea de paso, parece mucho pedir).