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La trampa de la comodidad: el asalto a la voluntad

Viñeta: The New Yorker, 27/03/2017

El debate sobre los efectos colaterales de la proliferación acrítica de las redes sociales se ha puesto (por fin) de actualidad. Valga como muestra este  artículo a doble página en El País , («Rebelión contra las redes sociales«, 17/02/2018), tildándolas de «Manipuladoras de la atención. Vehículo de noticias basura. Oligopolios sin control.»

Hace tiempo que estábamos avisados (Langdon Winner, «La ballena y el reactor«) de que:

«La construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como partes de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las relaciones sociales.«

Lo que emerge ahora es la conciencia de que el despliegue de algunas tecnologías tiene también como consecuencia la reconstrucción (de-construcción, tal vez) de la esencia de lo humano. El modelo de negocio de las redes sociales se basa en captar la mayor cuota posible de la atención de sus usuarios. Con la consecuencia práctica de minar su capacidad de prestar atención a otras asuntos más merecedores de ella.

Pero vemos ahora cómo emerge un frente adicional de asalto a la conciencia. Como observa Tim Wu en The New York TimesThe Tyranny of Convenience«):

«La comodidad está emergiendo como quizá la fuerza más poderosa que conforma nuestras vidas individuales y nuestras economías.«

La proliferación de servicios basados en la comodidad apunta a un efecto sobre el ejercicio de la voluntad similar al de los contenidos sociales sobre la atención. El objetivo es en ambos casos soslayar el ejercicio de la conciencia. De la decisión consciente de en dónde concentrar la atención. De la práctica consciente de ejercitar la voluntad para superar obstáculos. Para, en ambos casos, explotar económicamente actuaciones en que el usuario actúa guiado por hábitos, pulsiones o instintos subconscientes. Porque precisamente esos, al ser automáticos, resultan también los más previsibles.

Sería imprudente considerar que se trata de un fenómeno casual. Los inversores / especuladores que promueven la innovación disruptiva han sabido sacar provecho de la ‘deconstrucción’ de roles y relaciones sociales en ámbitos como los medios de comunicación (Google, Facebook), el turismo (Airbnb) o el transporte (Uber) o la contratación de personal (Deliveroo y similares). Con este precedente, no parece descabellado especular que intenten lo mismo la explotación del subconsciente.

Lo que subyace es un déficit de ética y también de teoría social en los discursos y prácticas que emanan de Silicon Valley. Déficits que se encarnan en personas, empresas y organizaciones que tienen clara conciencia de sus propósitos y una férrea voluntad de alcanzarlos. En su propio (quizá exclusivo) beneficio. El mal existe, dicen por ahí, y es distinto de la ausencia de bien. Atentos.

Una caduca «Declaración de independencia»

Imagen: Electronic Frontier Foundation

Anuncian la muerte de John Perry Barlow, autor de una «Declaración de la Independencia del Ciberespacio«, publicada en 1996. Una declaración muy celebrada en su momento por los tecno-utópicos, y que todavía traen a colación de cuando en cuando los ilustrados-TIC y los propagandistas y voceros de la ideología tecnocrática de Silicon Valley y afines.

El tiempo, sin embargo, ha tratado mal el espíritu y la realidad de esa Declaración.

«We will create a civilization of the Mind in Cyberspace. May it be more humane and fair than the world your governments have made before.«

La realidad desmiente esa visión utópica del ciberespacio como una «civilización de la Mente». La realidad hoy es la de un ciberespacio complejo y caótico, en que la maraña de contenidos banales, cuanto no  ‘fake news, enmascaran la sabiduría y el conocimiento civilizados. Un ciberespacio colonizado además por grandes empresas quasi-monopolistas, ampliamente financiadas por el capitalismo más puro y duro. Un espacio que quizá llegue a servir para ampliar la democracia, pero que seguro que sirve ya para combatirla. Un espacio que tanto puede ampliar nuestras mentes como aletargarlas, ampliar nuestras conexiones como aislarnos, estimular la conversación como pervertirla.

Quizá la conclusión más equilibrada sea que la evolución del ciberespacio es paralela a la del espacio físico, dominados ambos por las mismas pulsiones, impulos e intereses, a la vez por ángeles y por espíritus del mal. Que la realidad virtual no es ni será ni más ni menos utópica que la que teníamos por convencional.

Concluiré postulando que el razonamiento utópico de John Perry Barlow se fundamenta erróneamente en una visión dualista del mundo, de  los conceptos de realidad, materia y espíritu:

«Your legal concepts of property, expression, identity, movement, and context do not apply to us. They are all based on matter, and there is no matter here.»

Doblemente incierto. Porque los cimientos del ciberespacio están hechos de materia, silicio, fibra óptica, servidores y redes. Y  los fundamentos de los conceptos legales a los que se refiere no son materiales: se aplican a una realidad material, pero emanan de pensamientos, teorías, ideologías, intenciones y voluntades.

Esta declaración de independencia, como tantos otros manifiestos bienintencionados, pecan de un optimismo no realista acerca de la capacidad de los utopistas para crear grupos e instituciones acordes con su visión de futuro. Subestiman a los incumbentes:

«You have no moral right to rule us nor do you possess any methods of enforcement we have true reason to fear.»

a la vez que sobrevaloran sus propias habilidades y capacidades:

«We will spread ourselves across the Planet so that no one can arrest our thoughts.»

Descanse en paz, John Perry Barlow. Aquí queda todavía mucho por hacer.

¿Cuál es el futuro de ‘Yo doy’?

Me he propuesto la lectura (o re-lectura) de algunos de autores que explican cómo, por qué y hasta qué medida nuestro comportamiento es en ocasiones automático, bordeando en lo inconsciente, predeciblemente irracional.

Al empezar por «Influence: Science and Practice» de Robert Cialdini, he re-descubierto (porque en el fondo ya lo conocía, aunque no era del todo consciente de ello) el principio de reciprocidad:

«Hemos de intentar pagar, en especies, lo que otra persona nos ha proporcionado.«

Se trata de un principio muy arraigado en múltiples culturas, que tiene dos consecuencias paradójicamente dispares:

  • De una parte, es un elemento de solidaridad y cohesión social. Nos sentimos obligados a corresponder a alguien que nos ha hecho un favor o nos ha dado un regalo de buena fe.
  • De otra, proporciona oportunidades de manipulación a quienes saben usarlo, prescindiendo de la ética si les conviene, para propiciar en otros respuestas que, de no mediar el principio de reciprocidad, nunca serían aceptadas.

La oferta de regalos, nominalmente gratis y sin ataduras, es uno de los trucos más poderosas para abusar del principio de reciprocidad. Si un visitador de un laboratorio farmacéutico invita a un médico a un congreso, mejor aún en un lugar turístico apetecible, es más probable que el médico se sienta obligado a corresponderle con pedidos o recetas. Si un restaurante nos invita a café o a una copa de cava nos sentimos casi obligados a dejar una propina, incluso por un importe mayor que el coste de la invitación. La idea está clara; no creo que hagan falta más ejemplos.

Inmerso en estas reflexiones, un artículo en The Guardian («Companies are making money from our personal data – but at what cost?«) me ha recordado que empresas como Google o Facebook usan también el principio de reciprocidad. Aceptamos como regalo el indudable atractivo de los servicios que ofrecen, firmando a cambio (sin leerlo) un contrato que les genera beneficios multi-billonarios.

La erosión inconsciente de nuestra privacidad es una consecuencia cada vez más evidente de esta práctica, pero quizá no la más socialmente peligrosa. Porque se está poniendo de manifiesto que:

Es por ello que empiezan a despuntar propuestas (p.e. en The Economist o en la Harvard Businesss Review) de regular estas empresas de modo comparable a como se regularon en su momento a las que dominaban sectores clave como la energía o las telecomunicaciones.

Mucho me temo, sin embargo, que sería ilusorio confiar, como mínimo a corto plazo, en que tengan lugar cambios regulatorios realmente eficaces. Como el que representaría obligar a Google y Facebook a separar sus actividades de recogida de datos (por medio del buscador o de la red social) de su negocio de publicidad, obligándoles a ofrecer en condiciones competitivas el acceso a terceros de los datos que recogen. Por eso habrá que considerar formas de resistencia pasiva o activa.

Si alguien ha leído hasta aquí quizá se pregunte por la respuesta al titular de esta entrada. La extraigo del libro de Cialidini. Cuenta que una profesora de escuela le envió esta respuesta de un alumno a un ejercicio sobre el uso adecuado del pasado, presente y futuro verbales:

Q: El futuro de yo doy es ____________?
A: Yo tomo.

¿En qué tipo de empresa debe trabajar hoy ese alumno tan espabilado?

 

¿Existe una inopia tecno-optimista?

Copio de una entrevista en La Contra de La Vanguardia (“O regulamos las tecnológicas o seremos sus subempleados”, 4/7/2017). Agrupo en tres bloques sus opiniones sobre el poder las grandes empresas tecnológicas norteamericanas y sus consecuencias.

De entrada, una afirmación que los datos vienen a respaldar:

«Vivimos una revolución global, acelerada y despiadada […] Google, Facebook y Amazon ya son hoy los monopolios más poderosos de la historia con el mayor valor bursátil que jamás ha tenido empresa alguna y un poder omnímodo.

Luego, una interpretación en clave de política global:

«Son el brazo neocolonial del poder americano. […] No es la tecnología la que impone su ley. Es la política neocolonial.«

Parece algo radical. Pero conviene no olvidar que ya en 1993 la Administración Clinton, en un documento titulado “Technology for Economic Growth”, justificaba en estos términos su estrategia de impulso a las tecnologías de la información, y en especial a las ligadas a Internet:

Hoy más que nunca el liderazgo tecnológico es vital para los intereses nacionales de los Estados Unidos […] Nuestra capacidad para dominar el poder y la promesa de los avances en las tecnologías punta determinarán en gran medida nuestra prosperidad nacional, nuestra seguridad y nuestra influencia global.«

Finalmente, el entrevistado en La Contra adelanta una predicción:

«Si no los obligamos a cumplir nuestras leyes, nos convertirán en neoproletarios de su paleocapitalismo digital […] Y los políticos europeos o han sido comprados o aún viven en la inopia tecnooptimista.«

Este último concepto, el de inopia tecnooptimista, me ha recordado el de ‘sonambulismo tecnológico’ acerca del que  Langdon Winner ya advertía en 1986 («La ballena y el reactor«):

«Una noción más reveladora es la del sonambulismo tecnológico  […] En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado […] Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana.«

Ninguno de nosotros lee la letra pequeña de los contratos que (de modo apenas consciente) firmamos con las plataformas tecnológicas. Pero lo que es todavía más grave, es que la promoción y operación de estas plataformas no está hoy por hoy sujeta a ningún tipo de contrato social, ni siquiera en letra pequeña.

Sobre este fenómeno, Winner apuntaba que, tal y como los hechos están corroborando:

«La construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como partes de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las relaciones sociales.»

Y sin embargo,

«En nuestro tiempo las personas a menudo están dispuestas a realizar cambios drásticos en su forma de vida para dar cabida a la innovación tecnológica mientras que se resisten a cambios similares que se justifican en el terreno político […] Fascinados por el sueño de una revolución espontánea y rural, los tecnólogos evitan todo análisis profundo de las instituciones que controlan la dirección del desarrollo tecnológico y económico.«

En este contexto, la propaganda de Silicon Valley propone adaptar la legislación a la tecnología, cuando lo apropiado sería exactamente lo opuesto.

Seamos conscientes de que detrás de esta subversión de valores que propone primar lo tecnológico sobre lo social hay una hay una voluntad firme, que se aprovecha de la inopia tecnooptimista y del sonambulismo tecnológico. Estemos avisados.

Propuesta de reflexión

«A partir de la reflexión sobre un artefacto o una plataforma tecnológica que utilicéis habitualmente, ¿podéis identificar un efecto colateral del que hubiérais preferido ser previamente advertidos? «

 

 

 

 

Un panorama asombroso y aterrador

Corremos en masa hacia lo virtual porque lo real nos exige demasiado.
(Nicholas Carr)

El anuncio de los planes de Facebook para integrar la realidad virtual y la realidad aumentada en su estrategia ha tenido un eco considerable, que no es mi intención aumentar desde aquí.

Me sorprende, sin embargo, encontrar pocas menciones del precedente de Google Glass, un intento de Google con intenciones similares (y tecnología menos potente, supongo) que a la postre resultó fallido después de ser (según Fortune) uno de los ‘gadgets’ más sobrevendidos.

Confieso que no me disgustaría que las intenciones de Facebook sobre sus aplicaciones de la realidad virtual tuvieran un final similar a las de las gafas de Google. Por los mismos motivos que en su momento me suscitó el anuncio de Google:

  • La sensación creciente de que, como escribía Morozov en el New York Times, los gurús tecnofílicos de Silicon Valley se han embarcado en el empeño de ofrecernos posibilidades virtuales de desviar nuestra atención de la realidad real.
  • En The New Yorker, George Parker escribía en la misma línea: «Cuando las cosas no funcionan en el reino de lo real, la gente se dirige hacia el reino de los bits. Si el mundo físico resulta ser intransigente, podemos refugiarnos en el virtual».

Recuerdo al respecto que la afirmación del ex-CEO deGoogle, en Barcelona hace 10 años, de que los móviles nos convierten en cyborgs, pero del buen género. Me alarmó, sobre todo, porque lo decía tan satisfecho. Seguramente porque un futuro de cyborgs domesticados, consumidores de una realidad virtual filtrada por Google (o Facebook) sería bueno para el futuro de su negocio.

De vuelta a 2017, un medio nada sospechoso de tecnofobia como Business Insider titulaba que «la visión de Facebook para el 2026 es asombrosa y aterradora».

Sólo añadiré que, en la literatura de todos los tiempos, la presencia del diablo es también asombrosa y aterradora. Pura coincidencia, seguramente.

Antes de proponer la tecnología como solución, ¿sabemos cuál es el problema?

160629 BlogNos bombardean últimamente (más de lo ya habitual, quiero decir) con mensajes que sostienen que la tecnología es o será la solución de (casi) todos los problemas que a los que nuestras sociedades se enfrentan. La tecnología traerá, como mínimo, crecimiento económico, trabajos, eficiencia, bienestar y comodidad.

Por ejemplo, el mensaje de la Singularity University es:

«Educar, inspirar y empoderar a los líderes para aplicar tecnologías exponenciales a fin de abordar los grandes retos de la humanidad.«

Su argumento no carece de mérito, pero tiene en mi opinión un muy importante punto débil: los mayores problemas del mundo no son tecnológicos, sino sociales. La tecnología puede ser un instrumento para abordarlos, incluso un elemento necesario, pero sólo uno de ellos.

Extraigo y traduzco algunos párrafos de un artículo reciente de Ethan Zukerman (nada sospechoso de tecnofobia) sobre este tema:

«Sucede muy raramente que la tecnología proporcione por sí misma una solución robusta a un problema social. Una aproximación tecnológica que tenga éxito para resolver un problema social requiere cambios en leyes y normativas, además de incentivos de mercado para hacer que cambie de escala.«

Pero los discursos tecnoutópicos al uso soslayan esa complicación.

«Lo que es difícil es la síntesis – aprender a usar la tecnología como parte de una solución sociotécnica bien diseñada. A veces, esas soluciones requieren avances profundos en la tecnología. Pero casi siempre exigen la formación de equipos complejos, multifuncionales, que trabajen conjuntamente con la gente a la que se supone que la tecnología tiene que ayudar y aprendan de ellos.»

Sucede, sin embargo que:

  1. Cuando la tecnología se usa para abordar los síntomas de un problema, pero no sus causas, lo normal es que el problema se enquiste o incluso empeore.
  2. Hay una brecha (de mentalidad, lenguaje, enfoque, habilidades) entre la comunidad de quienes tienen sabiduría y vocación tecnológica y la de quienes tienen sabiduría sobre la sociedad y vocación de mejorarla. Formar y hacer funcionar esos equipos multifuncionales es ya un reto en sí mismo.
  3. No es infrecuente que la intención prioritaria de quienes propagan  discursos tecnológicos formalmente basados en la mejora de la sociedad o de la vida de los individuos no sea ésa, sino ganar cuotas de dinero o de poder. A lo largo de la historia, el dominio de la tecnología, la acumulación de riqueza y la ganancia de poder no han sido ámbitos disjuntos. No lo son tampoco hoy en día.
  4. Tampoco tecnología y márqueting son ámbitos disjuntos. En particular, Silicon Valley es hoy tan potente como productor global de tecnología que como maquinaria de propaganda. Mensajes como «La misión de Google es organizar la información del mundo y hacerla accesible y útil de forma universal» o «La misión de Facebook es dar a la gente el poder de compartir y hacer un mundo más abierto y conectado» son brillantes desde la óptica publicitaria; pero es obvio que no son veraces.

La pregunta final de Zuckerman:

«¿Podemos encontrar una síntesis en la que los tecnólogos adopten una mirada crítica a su trabajo y a la vez trabajen estrechamente con la gente a la que tratan de ayudar para construir sistemas sociotécnicos que aborden problemas complejos?.»

Creo que es posible, pero no trivial. Porque, como recuerda un aforismo sajón, cuando uno sólo tiene un martillo, todo lo que ve son clavos. Más sobre esta temática en próximas entradas.

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Un relato desengañado sobre tecnoambiciones

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Una pieza reciente de Ethan Zuckerman en Medium incide sobre un tema ya abordado en entradas anteriores: el contraste entre las realidades actuales del panorama tecnológico de hoy y las expectativas/promesas de los tecno-utópicos de hace diez años.

Traduzco algunos párrafos, pero os invito a leer el artículo completo:

«Hace algunos años, los ciberutópicos de mi generación, personas que no éramos lo suficientemente estúpidos para creer que Internet haría automáticamente que el mundo fuera mejor, pero sí éramos los suficientemente estúpidos para creer que los valores y las tendencias de Internet nos llevarían hacia un mundo mejor, empezamos a entrar en crisis. Una de nuestras mayores esperanzas era que Internet y centralización fueran intrínsecamente opuestos. Que las barreras de entrada son tan bajas que siempre habría competidores, que siempre habrían opciones. Hoy, cuando Amazon devora toda la venta al menor, Facebook toda la comunicación, Google todo el descubrimiento, es díficil continuar creyendo en ello.»

La historia que describe es la de una brecha entre las ambiciones y las buenas intenciones y los efectos colaterales no deseados. La de no tomar suficientemente en cuenta desde un principio que la tecnología da poder, y que si ese poder puede usarse a favor de intereses particulares, aunque sea a expensas de los intereses de muchos otros, alguien lo hará.

Zuckerman escribe que está inmerso en el desarrollo de un sistema de contenidos basado en la tecnología de blockchain que impida puntos de centralización como los actuales. Su conclusión, que suscribo:

«Debemos empezar a pensar en cómo construir sistemas que no sean sólo nuevos e innovadores […] No es un nuevo mundo – es una operación de rescate […] No tuvimos éxito la primera vez en construir una web descentralizada, porque las soluciones fáciles desplazaron a las correctas; pero lo podemos hacer ahora, porque entendemos los riesgos de la centralización.«

Añadiría que la respuesta a esta cuestión necesitará implicar no sólo pensamiento técnico, sino también pensamiento político, en un sentido amplio. La tecnología y los artefactos tecnológicos acaban teniendo aspectos políticos, si es que no los tienen desde un principio. Y, cuando se trata de política o de poder, la inociencia no sólo no funciona; puede incluso ser culpable.

Este ciberoptimista se cae del guindo

160518 BlogLa tercera sesión del curso sobre «Lo común y la democracia» que Joan Subirats imparte en la Escuela Europea de Humanidades, versó sobre «The Wealth of Networks«. Un libro que, publicado en 2005 alcanzó una cierta notoriedad e influencia, ha envejecido mal.

La tesis del libro, desarrollada en cerca de 500 páginas era que una serie de cambios en las tecnologías, la organización económica y las prácticas sociales de producción crean nuevas oportunidades acerca de cómo creamos e intercambiamos información, conocimiento y cultura. Pronosticaba así

«la emergencia de un nuevo entorno de información, en que los individuos tienen la libertad de adoptar un papel más activo del que era posible en la economía industrial de la información del siglo XX. Esta nueva libertad contiene una gran promesa práctica: como dimensión de libertad individual; como plataforma para una mejor participación democrática; como medio para promover una cultura más crítica y auto-reflexiva.»

Esa nueva libertad, habilitada por un incremento espectacular de la disponibilidad de instrumentos tecnológicos entre los ciudadanos, debería

«permitir a las personas creativas trabajar en proyectos creativos de forma más eficiente que la permitida por las empresas y los mecanismos de mercado tradicionales. El resultado es un sector floreciente de producción de información, conocimiento y cultura al margen del mercado, […] sujeto a una ética robusta de compartición abierta.» 

Algo de ello ha sucedido, desde luego. Pero en menor grado de la gran promesa que el autor anunciaba, creo que por varias razones fundamentales:

  • Una proporción relativamente pequeña de la población ha adoptado una postura de aprovechamiento activo de esa libertad.
  • El sector capitalista y de mercado ha sabido usar esas mismas herramientas y posibilidades para construir nuevas posiciones de poder, reforzando también algunas de las antiguas.
  • Como cabría por otra parte esperar, las nuevas herramientas se han usado para intercambiar más información que conocimiento.
  • Al mismo tiempo, si entendemos la cultura como códigos de comportamiento socialmente permitidos y/o recompensados, las nuevas tecnologías se han usado tanto o más para reforzar los valores de una sociedad de consumidores y del capitalismo liberal que para construir o impulsar sus alternativas.

En una publicación reciente (.pdf), el propio Benkler reconoce la existencia de «varios acontecimientos que están virando hacia una Internet que facilita la acumulación de poder por un conjunto influyente y relativamente pequeño de actores estatales y privados». Acierta además en el diagnóstico de lo ocurrido:

«La arquitectura de Internet conforma poder; a diferencia de sus primeros tiempos, todo el mundo lo entiende hoy […] Cuando inició el diseño de la Internet, pocos la conocían y eran menos todavía los que entendían su relevancia. Las mayores decisiones de diseño se tomaron en un vacío de poder.«

Han pasado cosas desde entonces. La primera y más importante es que, como en otras ocasiones en la historia social de la tecnología, los que persiguen el poder porque saben para qué y cómo usarlo se han aplicado, con bastante éxito, en apalancarse en las nuevas tecnologías para sus propósitos y objetivos, aportando para ello sus propios valores, su ideología y su cultura. Ya en 2010, en un artículo en Scientific American cuya resonancia se ha disipado, Tim Berners-Lee alertaba sobre este fenómeno.

Para empezar, sería para ello importante que dejáramos de referirnos a Internet como si fuera una única tecnología o un único artefacto. Porque en realidad es un sistema compuesto de elementos tan diversos como la red de redes (el objetivo original), la WWW o los servicios de tecnogigantes como Google, Facebook o similares. Sospecho que no soy el único al que le costarían hacer la lista completa de todos ellos.

Mi conclusión: Es necesario politizar la tecnología. Y no dejar esta responsabilidad en manos de los tecnólogos, ni de los tecno-utópicos, ni mucho menos en manos de los propagandistas del lado oscuro, que los hay.

La tecnología hace cada vez más necesaria la filosofía

160128 Blog

Detecto (no debo ser el único) un constante flujo creciente de noticias sobre los avances en robótica y en variantes de la inteligencia artificial. Muchas de ellas en la línea de destacar (y a menudo celebrar) la superioridad de las máquinas sobre los humanos.

Se nos informa, por ejemplo, de que los ingenieros de Google han conseguido programar una máquina que juega al Go a nivel más alto. Al informar sobre ello, el editor escribe que:

Aunque el logro técnico era digno de celebrarse, uno no podía evitar el consolar al pobre ser humano que estaba siendo superado.«

Roto 151228

Una frase como mínimo desafortunada, además de condescendiente. En línea con la tendencia, denunciada hace ya un tiempo por Jaron Lanier de ‘presentar a la gente como obsoleta para que los ordenadores parezcan más avanzados‘. Porque, aunque no tengo el gusto de conocerle, apuesto a que el campeón de Go que perdió cinco partidas consecutivas contra el ordenador de Google le da ciento y raya en varios centenares de conocimientos, capacidades, habilidades, relaciones y actividades disfrutables en las que ese ordenador en particular no tiene la más mínima capacidad de competir. Suponiendo, además, de que lo importante sea competir.

En un contexto menos sofisticado, uno de nuestros ilustres ilustrados-TIC inicia así una entrada en su blog:

«En una prueba más de la superioridad de la máquina sobre el hombre, Uber … «

No se trata de desliz, sino de un reflejo de su ideología, como prueba el párrafo final:

«Hasta aquí hemos llegado con la relatividad de las percepciones humanas. A partir de ahora, y mientras estemos aún obligados a que sea un imperfecto humano quien conduzca, dame lecturas de los sensores de una máquina. La tecnología siempre tiene la respuesta correcta.«

Lo que caracteriza a las ideologías, y a los sofistas que las proclaman, es que sus supuestos de base permanecen casi siempre ocultos. Y no por casualidad, sino porque las ideologías, incluso la tecnocrática que se está convirtiendo en dominante, sirven a intereses por lo general no generales (viñeta de El Roto en El País de 28/12/2015). Creo detectar dos de estos supuestos implícitos en la entrada de nuestro ilustrado-TIC:

  1. Que todo lo que se puede percibir se puede digitalizar.
  2. Que sea cual sea la pregunta, la tecnología (o quizá la ciencia) es la respuesta.

Creo que ambas son demostrablemente erróneas. Y a la vez un síntoma de la necesidad (urgente, porque los sofistan empujan), de retomar la filosofía. Porque:

«La misión de la filosofía es evitar el reduccionismo.»

J. M. Esquirol, «La resistencia íntima«.

y también

«Nada es únicamente como lo percibimos, sino infinitamente más.«

Markus Gabriel, «Por qué el mundo no existe«.

Tanto la ciencia como la filosofía enseñan (a quien quiera aprenderlo) la importancia de plantear las preguntas correctas. Las respuestas sólo son buenas en tanto que se refieren a buenas preguntas, y las que los tecnócratas se hacen no siempre lo son. Al arte y a la filosofía (los filósofos son artistas del lenguaje) corresponde hacerlas. Y al diseño crear buenas soluciones. Y al liderazgo conseguir ponerlas en práctica. Será cada vez más importante poner a cada cual en su sitio.

Crédito: Imagen adaptada de una conferencia de John Maeda.