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La Cuarta Revolución Industrial exige hablar de valores y liderazgo

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Celebro que el World Economic Forum, que demasiado a menudo reproduce o aumenta los puntos del vista del establishment, publique un diagnóstico sobre la Cuarta Revolución Industrial que difiere del determinismo tecnológico habitual.

Empieza apuntando que:

«Las tecnologías importantes por separado, pero el cambio real se producirá en los sistemas sociales y económicos que conforman nuestras vidas y e modo en que las vivimos.«

Un diagnóstico en la línea de lo que escribió en su tiempo Peter Drucker:

«Podemos estar seguros de que la sociedad del 2030 será muy distinta de la actual, y que se parecerá poco a la que predicen los futuristas. No estará dominada, ni siquiera conformada, por las tecnologías de la información, que sólo será una más de varias tecnologías importantes. La característica central de la nueva sociedad, al igual que la de sus precedentes, serán nuevas instituciones, y nuevas teorías, ideologías y problemas.»

Para ello, el WEF propone:

  • Un enfoque sistémico, no sólo centrado en los aspectos tecnológicos.
  • Empoderar a la sociedad para dominar, no sólo utilizar, las tecnologías.
  • Un diseño colaborativo de las tecnologías, que incluya una consideración razonada de sus efectos potenciales, deseables o potencialmente peligrosos.
  • Incorporar los valores clave (ecología, igualdad, distribución, …) al diseño de las nuevas tecnologías.

Faltaría añadir a la lista la necesidad de un liderazgo transformador que consiga que todo ello tenga lugar en la práctica. Pero hay que reconocer que esta postura del WEF es bienvenida, sobre todo cuando se le compara con los planteamientos de sal gruesa que nos llegan de la Singularity University y afines.

La innovación más necesaria hoy es la social

160129 BlogParto del artículo «Tecnología y Desigualdad«, publicado en La Vanguardia por un economista de reconocido prestigio.

  • Su diagnóstico: que las «bases fundamentales sobre las que se asienta nuestro futuro se están alterando rápidamente» como consecuencia combinada de una globalización y un cambio técnico que se refuerzan mutuamente.
  • Su pronóstico: «consecuencias devastadoras para el bienestar actual y futuro de las clases medias«.

Siendo como soy de clase media, un pronóstico nada tranquilizador.

160120 Desigualdad ForgesLa recomendación del economista frente a esas fuerzas poderosas (la globalización y el cambio técnico) es «huir de las siempre fáciles soluciones populistas«, que en estos días vienen tanto de la izquierda como de la derecha.

«No reconocer la realidad, por amarga que esta sea,  —  concluye — es una receta segura para el desastre.«

La realidad, en mi opinión cada vez más evidente, que hemos de reconocer es que la expansión de la tecnología no es consecuencia de una ley universal, sino del impulso de grupos concretos e ideologías concretas, que incluyen concepciones también concretas de las configuraciones económicas y sociales que les interesan. Ideologías que conducen a objetivos más alineados con sus intereses particulares que con el interés general. Con el añadido de que no tendrán ningún reparo en acaparar los beneficios a corto plazo y dejar a otros la responsabilidad de lidiar con los daños colaterales de su versión de progreso.

No es la primera vez que eso sucede.

Ya en 2001, The Economist, un medio poco sospechoso de radicalismo antisistema, publicó bajo el titular «Profits over people» un artículo que hoy puede leerse como premonitorio. Entresaco un párrafo para reflexionar:

«No hay duda de que el progreso tecnológico, como el comercio, crean ganadores a la vez que perdedores. La Revolución Industrial conllevó dislocaciones económica y sociales enormemente dolorosas – aunque casi todo el mundo estaría hoy de acuerdo en que las ganancias en el bienestar humano bien merecían el coste.»

Quizá la sociedad en general acabe ganando con los cambios con el concubinato del capitalismo liberal, la globalización y la tecnología. Pero quizá no. Y, en todo caso, no me parece de recibo dar por inevitable que hayan de haber necesariamente consecuencias devastadoras a corto plazo para una parte importante de la ciudadanía.

Sobre esta cuestión, Peter Drucker escribía en 2001, también en The Economist:

«Podemos estar seguros de que la sociedad de 2030 será muy diferente a la de hoy, y que va a tener poca semejanza con la predicha por los futuristas más vendidos de hoy. No va a ser dominado o incluso en forma de tecnología de la información […] La característica central de la próxima sociedad, al igual que la de sus predecesoras, serán nuevas instituciones y nuevas teorías, ideologías y problemas.«

Una predicción que refuerza recordando que:

«Las décadas del siglo XIX posteriores a la primera y segunda revolución industrial fueron, después del siglo XVI, los períodos más fértiles e innovativos para la creación de nuevas instituciones y nuevas teorías.»

En esta línea, pienso que la realidad que hemos de reconocer que muchas las teorías e instituciones que más o menos nos han funcionado en el pasado han perdido validez y/o eficacia. Necesitamos pues grandes dosis de innovación social, como mínimo del mismo calibre que las de innovación tecnológica que por ahora dominan el discurso.

Enlazando con una entrada anterior, es evidente que la tecnología abre cada vez más posibilidades; pero queda por ver cómo añadimos:

  • La capacidad de hacer preguntas poderosas sobre sus objetivos y consecuencias.
  • La capacidad de integrar la tecnología en diseños socialmente deseables y viables.
  • La capacidad de liderar la transformación de los qué (lo que queremos, cuando lo sepamos) en cómos (cómo nos organizamos para hacerlo realidad).

Crédito: Viñeta de Forges, publicada en El País (20/1/2016)