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El mayor peligro de la Inteligencia Artificial

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Los medios se han hecho eco del sonoro enfrentamiento público entre Elon Musk (CEO de Tesla) y Mark Zuckerberg (CEO de Facebook) acerca de los peligros (o no) de la Inteligencia Artificial (IA).

Musk sostiene que (*):

«La IA es un riesgo central para la existencia de la civilización humana.»

La respuesta de Zuckerberg:

«Soy optimista. Y no entiendo a la gente que es negativa e intenta inventar escenarios apocalípticos. Creo que es bastante irresponsable

Musk replica en Twitter:

«He hablado con Mark sobre esto. Su entendimiento sobre el tema es limitado.»

Por debajo de la batalla de la batalla entre dos egos ‘king size’ subyace una cuestión más de fondo: la de si conviene o no regular ya el desarrollo de la IA.

Musk aboga por una regulación proactiva:

La IA es uno de los raros casos en los cuales creo que necesitamos una regulación proactiva en lugar de una reactiva […] Cuando se produzca una regulación reactiva, será demasiado tarde.»

Zuckerberg discrepa, apuntando implícitamente que la regulación retrasaría el desarrollo de la tecnología.

«La tecnología puede siempre utilizarse para bien o para mal, y uno ha de ser cuidadoso acerca de lo que construye, cómo lo construye y cómo se utilizará […] Pero discrepo de la gente que aboga por ralentizar el proceso de crear IA.»

Hay un dato que quizá ayude a entender la polémica. Musk está acostumbrado a que sus empresas actúen en mercados fuertemente regulados, como el del automóvil. Facebook aprovecha carencias en la regulación (p.e. sobre privacidad) para extender su negocio (no es el único; empresas como Uber o Airbnb hacen lo mismo en otros ámbitos). ¿Defendería Zuckerberg que Tesla se saltara las reglamentaciones sobre seguridad para desarrollar más rápidamente el mercado de sus automóviles? No lo creo.

Subyace por tanto la cuestión de los objetivos y prácticas de la regulación, especialmente la de las nuevas tecnologías. Una cuestión repleta de criterios y matices, que de ningún modo se puede despachar como lo hace uno de nuestros más ilustres ilustrados-TIC‘:

«Reclamar regulación sobre una tecnología o conjunto de tecnologías antes de que se desarrollen es un problema [porque] muy pocas veces se desarrolla de la manera adecuada, y tiende a basarse en la restricción de posibilidades […] Esperemos que esas peticiones de regulación no lleguen a ningún político temeroso e inspirado. Y mientras tanto, sigamos trabajando.«

Por supuesto que, como en el ejemplo de los automóviles que apuntaba antes, la regulación ha de basarse en la restricción de posibilidades. Porque tenemos el derecho a reclamar que el respeto a criterios éticos y sociales sea un requisito que se aplique previamente al desarrollo de una tecnología. La eficacia limitada de muchos organismos reguladores no ha de ser una excusa para obviar la necesidad de una regulación proactiva, sino en todo caso para diseñar e implantar mejores regulaciones y organismos reguladores.

Una explicación del impulso que está teniendo el desarrollo de la IA es que será una herramienta de acumulación de riqueza y poder, seguramente en mayor grado que otras tecnologías. El mayor riesgo realThe Real Threat of Artificial Intelligence«) es que esta acumulación genere desigualdades y desequilibrios imposibles de gestionar a posteriori.

«Los productos de IA […] tienen el potencial de transformar radicalmente nuestro mundo, y no sólo para mejor […] Recompondrán el significado del trabajo y la creación de riqueza, llevando a desigualdades económicas sin precedentes e incluso alterando el equilibrio global de poderes.

A medio plazo, por ejemplo, la IA tensionará aún más el pacto social entre capital y trabajo (cuya regulación ya es conflictiva), eliminando los trabajos de muchos, pero sin hacerse cargo de la factura de los daños colaterales. Sabemos que la Revolución Industrial generó dislocaciones sociales del mismo tipo, que costó varias décadas solucionar. Una regulación proactiva apropiada debería evitar que esta historia se repita, esta vez en mayor escala. Es una cuestión de ética y de responsabilidad social.

(*) Video, a partir del minuto 48.

La última entrevista a Zygmunt Bauman

Zygmunt BaumanHemos sabido de la muerte de Zygmunt Bauman el mismo día en que aparecía una entrevista suya en La Vanguardia.

Habrá hoy en los medios reseñas sobre su obra mejores que la que yo pudiera hacer aquí. Pero, aparte de recordarle y desearle un feliz tránsito hacia donde sea, quisiera destacar dos extractos de esa última entrevista.

Preguntado sobre hacia dónde gira el mundo en los tiempos turbulentos en que vivimos, Bauman responde:

«Estamos pagando el precio por los treinta o cuarenta años de atracón, de juerga otorgados por una serie de obsesiones demoníacas interconectadas, como vivir a crédito, la orgía consumista, la creciente brecha entre los ganadores y los derrotados, la nacionalización de las ganancias y la individualización de las pérdidas, el encogimiento de los rangos de los ganadores frente a la multiplicación de los perdedores y una globalización para los ricos que va aparejada con atar a los pobres al suelo

He subrayado la mención a las obsesiones demoníacas, porque una de las características de Bauman era escoger con cuidado las palabras. Podría tratarse simplemente de un desliz verbal (aunque la entrevista se llevó a cabo por correo electrónico). Pero la referencia al demonio vuelve a aparecer unas líneas más allá:

«Como regla general los gobiernos se desviven en focalizar sus políticas y las mentes de sus electores en lo que dé beneficios políticos de esos problemas. E igual que el diablo escapa corriendo del agua bendita, mantienen lo no aprovechable o rotundamente explosivo lejos de la conciencia pública.

La entrevista incluye una tercera alusión, si bien algo más velada, en la misma línea:

Trump es el candidato perfecto de la era viral, con las emociones fuera de control, compartiendo lo que viene del inconsciente, odio, miedo a los otros, ira.

Nuestros demonios personales, aquellos con los que cada uno de nosotros convivimos en alguna medida, se cuelan en nuestra vida por el inconsciente. Bauman se queda a un paso de sugerir que Trump es un personaje dominado por obsesiones demoníacas.  Desde luego, sus desplantes en Twitter parecen más el resultado de un impulso pasional irresistible que de un cálculo racional y meditado. (En la misma línea, recomiendo ver el retrato de Teresa May vista por el gran Perico Pastor).

Bauman escribió contra la desigualdad y la injusticia. Pero sus escritos van más allá de la indignación. Creo que a lo que apunta en esa entrevista es que hemos de ser cosncientes de que el mal existe, y es más que la ausencia de bien. Pero también a que el bien también existe, pero que convertirlo en realidad exige más que buenas intenciones:

«Todos hemos sido ya seleccionados, sin habernos pedido nuestro consentimiento, para la condición cosmopolita: somos ya todos interdependientes en casi todos los aspectos de nuestras vidas. Pero no hemos adquirido todavía una conciencia cosmopolita. Ni siquiera hemos tampoco comenzado a realizar intentos serios de adquirirla.«

Bauman era un provocador en un doble sentido. El más obvio, como denunciante. Pero también al incitarnos a aprender a organizarnos para ejercer una acción colectiva eficaz. Copio de «En busca de la política«, uno de sus libros menos conocidos:

«Si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria? […] El incremento de la libertad individual puede coincidir con el incremento de la impotencia colectiva.«

Retos a los que nos corresponde responder, ahora sin su acompañamiento. Desarrollar una conciencia colectiva; crecer la voluntad de seguir sus dictados; aprender la técnica moral que permita llevarlos a la práctica. Descanse en paz.

 

Capitalistas por la reforma del capitalismo

blog_160613aAntón Costas, Catedrático de Economía y Presidente del influeyente Círculo de Economía, escribe en El País sobre «El capitalismo y sus descontentos«.

Recuerda, es oportuno que lo haga, que en circunstancias similares en las primeras décadas del siglo pasado, «los descontentos con [los excesos] del capitalismo llevaron a apoyar a los populismos que en Europa derivaron en nacionalismos extremos y en fascismos de variado tipo«. (Véase sobre el particular el imprescindible «La gran transformación» de Karl Polanyi).

La consecuencias son tristemente conocidas:

«La sociedad liberal se derrumbó. Sólo después de dos guerras la democracia y una relativa igualdad retornaron de la mano de la socialdemócratas y los cristiano demócratas que apoyaron un modelo de economía de mercado pragmático con el Estado social como instrumento esencial para garantizar las oportunidades y la cobertura de riesgos sociales.«

Las circunstancias actuales son en buena parte similares. Las finanzas condicionan la economía y la política, a expensas de las condiciones de vida de segmentos crecientes de la población. Que, dicho sea de paso, aguanta la crisis con un estoicismo o una resignación mucho mayor de lo esperable.

¿Su propuesta de solución?

«Reactivar los valores de la sociedad liberal y los principios de la economía de mercado. Preguntarnos, en primer lugar, por lo que nos une como sociedad para regenerar el pegamento que en el pasado reconcilió capitalismo con igualdad y democracia. Y, en segundo lugar, poner en marcha una política radical contra las prácticas monopolísticas y de cartelización que impiden la competencia, esquilman a los consumidores con precios de monopolio y profundizan la desigualdad.«

Una propuesta con grandes carencias, a mi modesto entender.

  • Porque, ante una situación que pide a gritos una reforma a fondo, plantea sólo una vuelta atrás, a las décadas de la democracia cristiana y la socialdemocracia. Modelos ambos cuyo agotamiento fue precisamente lo que dejó el espacio a la ideología neoliberal que ahora casi todos critican. Eso, sin mencionar que, por lo menos en nuestros lares, ni los partidos políticos de esas enseñas ni sus líderes generan precisamente entusiasmo ni confianza. Aún con sus defectos, planteamientos como el «Postcapitalismo» de Paul Mason proponen bases más interesantes.
  • Porque, ¿estamos todos convencidos de que existió realmente un pasado en que capitalismo estaba de verdad, y no sólo superficialmente, reconciliado con igualdad y democracia?
  • Porque, quizá como corresponde a un catedrático de Universidad, plantea QUÉ se debe hacer, pero elude todo comentario acerca de CÓMO llevarlo a término. Es fácil, en efecto, preguntarse qué nos une como sociedad. Pero lo que se necesitan son respuestas, si es que existen, y gentes con el compromiso y las habilidades para liderar un proceso que las haga emerger.

Su receta, en fin, se centra en «elegir un tipo de capitalismo que sea compatible con la igualdad y la democracia«. Pero no está claro que esto sea posible, al menos no en base a los clichés al uso. En «La paradoja de la globalización« un libro que parece haberse olvidado demasiado pronto, Dani Rodrik planteaba «un trilema político fundamental de la economía mundial: no podemos perseguir simultáneamente democracia, autodeterminación nacional y globalización económica». Una llamada de atención a tomar en cuenta cuando los ideólogos y los partidarios de la globalización son los primeros en esgrimir las ventajas de la economía de mercado.

Al respecto de la crisis, de cuyas consecuencias, lo queramos o no, estamos hablando, Rodrik escribe que «los economistas (y quienes les prestan atención) habían llegado a confiar demasiado en su narrativa preferida» y que «el orgullo desmedido genera ceguera«. Para no olvidarlo.

La fuerza oscura en la economía digital

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La cara oculta de la Luna. (Wikipedia)

Contundente artículo de Don Tapscott en la Harvard Business Review: «After 20 Years, It’s Harder to Ignore the Digital Economy’s Dark Side«. El autor, que publicó hace dos décadas un muy comentado (y en mi opinión  sobrevalorado) libro sobre la economía digital, señala la emergencia de un ‘lado oscuro’ de la economía digital, concluyendo que:

«Aún cuando la revolución digital nos ha traído muchas maravillas, en retrospectiva llego a la descorazonadora conclusión de que su ‘promesa’ de un mundo más razonable, igualitario, justo y sostenible no se ha cumplido.«

Señala en particular:

  • El impacto en el mercado de trabajo, como consecuencia de la desaparición de industrias y empleos.
  • La destrucción de la privacidad, de un modo irrevocable y sin precedentes.
  • El peligro de una creciente desigualdad social.
  • La dificultad y lentitud de los gobiernos en estar a la altura de los retos sociales de lo digital.
  • La degradación de las democracias.

Me parece especialmente oportuno el párrafo con el que cierra su artículo:

«Los hechos han desmentido a los tecno-utopistas: la tecnología no crea prosperidad, buena democracia y justicia – lo hacen los humanos. Para asegurarse de que la economía digital cumple su promesa, necesitaremos un nuevo contrato social que garantice oportunidades para el pleno empleo, que proteja nuestra privacidad, y que genere prosperidad no sólo para unos pocos, sino para todos.«

No podría estar más de acuerdo. Así y todo, añadiría una reescritura de este párrafo desde un ángulo complementario.

«Constatemos la evidencia de la magnitud y el alcance del lado oscuro de la economía digital. Al mismo tiempo, no aceptemos que sea una consecuencia inevitable del cambio tecnológico: La tecnología no destruye puestos de trabajo, ni genera desigualdad, ni tiene por qué amenazar la privacidad. Son los que han estado consciente o inconscientemente liderando el desarrollo de lo digital los que lo han hecho. La economía digital tiene un lado oscuro porque hay quien la lidera desde el lado oscuro. Contra ellos hay que y habrá que batallar.»

Más fácil, desde luego, decirlo que hacerlo. Este nuevo contrato requiere un liderazgo que hoy por hoy no parece evidente. Y este liderazgo, como todos, exige claridad en la dirección, eficacia en el alineamiento de quienes lo diseñen y un compromiso a medio plazo para una batalla larga y desigual. Habrá que reunir fuerzas para ello.

Hace falta otro modelo de progreso

Se publica estos días una plétora (‘abundancia excesiva’) de artículos sobre «lo que fue más importante en 2015″ y «lo que será más importante» en 2016′ . En su conjunto producen más confusión que otra cosa, porque cada cual escribe desde su particular punto de vista y casi nadie se preocupa de ponerlo en contexto. El resultado es una cacofonía que, eso sí, nos refuerza en la confusión de lo mucho que habrá que hacer en alinear ópticas, propósitos, principios y valores si queremos que las cosas mejoren de forma sustantiva. Tema éste, el del alineamiento, para otra entrada.

El deslavazado resumen de la Harvard Business Review («What We Learned About Management in 2015, in 25 Charts and Graphics«) me parece una buena ilustración de este déficit de sentido (que se fractaliza, reproduciéndose a todas las escalas). De esos 25 gráficos, sólo me ha llamado la atención el que reproduzco, extraído a su vez de una entrevista con Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, los autores de «The Great Decoupling«.

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El gráfico habla por sí solo. A partir de los 90 (casual o causalmente la década en la que empieza la expansión de Internet y las tecnologías digitales), el crecimiento del PIB y de la productividad no resulta en aumentos ni del empleo ni de los salarios. Ello apunta a dos asuntos que me parecen de interés.

En primer lugar, la evidencia de que es el capital, y no el trabajo, el que se lleva una parte creciente de los beneficios de este modelo de crecimiento/progreso. Estirar de este hilo nos llevaría hacia la cuestión de la desigualdad, sobre la que poco tengo que añadir. Excepto la sorpresa de que, dado que el desacople entre las rentas del capital y el trabajo lleva produciéndose 25 años, el debate sobre esta cuestión no haya explotado mucho antes.

Pero me parece tanto o más interesante constatar que, impulsado por la sinergia entre capitalismo liberal y tecnología, este modelo de progreso necesita cada vez menos a las personas como trabajadores. Pero sigue necesitándoles como consumidores. En tiempos de desempleo alto, salarios bajos y trabajo precario, podría parecer que se plantea una contradicción. ¿Cómo acabarán los consumidores pagando rentas al capital si no obtienen suficientes ingresos?

Por mucho que la HBR haya incluido este gráfico en una lista de temas de ‘management‘, creo que las respuestas a esta cuestión tienen que ver con políticas distributivas, y vendrán por tanto desde el ámbito de la ‘innovación social‘. Pero habrán sorpresas, como apuntaré en una próxima entrada.

Saludos cordiales.