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WWW: La tragedia de las buenas intenciones

Imagen: Berners-Lee en el CERN en 1994. © 1994–2018 Cern.

En una entrevista en Vanity Fair, Tim Berners-Lee, el inventor de la Web, afirma que:

«Hemos demostrado que la Web ha fallado a la Humanidad en lugar de servirla, como se suponía que debía haber hecho.»

Habla de la creciente centralización de la Web, del escándalo de Facebook y Cambridge Analytica, de la influencia en la elección de Donald Trump, del asalto a la privacidad individual por parte de empresas y Gobiernos, del crecimiento de las desigualdades. La lista de efectos secundarios negativos es larga y relevante.

Lo que acongoja a Berners-Lee es que esos daños colaterales se han producido no sólo sin una acción deliberada de las personas que diseñaron la plataforma, sino incluso en contra de sus buenas intenciones.

“El espíritu inicial era el de algo muy descentralizado. Empoderar al individuo de una forma increíble. Todo se basaba en la ausencia de una autotidad central a la que tuvieras que pedir permiso. Este sentimiento de control individual, de empoderamiento, es algo que hemos perdido.»

La clave, ahora evidente, es que Berners-Lee regaló su innovación al mundo sin condiciones. Esperando que fuera una plataforma para lo mejor pero sin incluir protecciones contra lo peor. Hay algo que aprender de esa tragedia personal, de la que Berners-Lee afirma sentirse en parte responsable.

Pero lo es sólo en parte, porque el estado actual de la Web no sería tal sin la negligencia o falta de visión de millones de usuarios, consumidores y ciudadanos perezosos, que durante décadas hemos firmado, sin siquiera leerlo, el consentimiento hacia el modo en que los Googles y Facebooks usan nuestros datos y acumulan dinero y poder.

También hay que apuntar a la falta de escrúpulos sociales de la industria de capital riesgo que se apuntó enseguida a explotar a su favor la ideología del winner-takes-it-all, hoy dominante en el mundo de la tecnología.

Y no pasar por alto la falta de visión (o directamente negligencia) de los poderes públicos que no intervinieron a tiempo para establecer unas reglas de juego alternativas al despliegue de la Web y sus aplicaciones, apoyando sin espíritu crítico las estrategias de aquellos cuyo dominio hoy cuestionan.

Valdría la pena, pienso, tomar conciencia de esta historia ante el despliegue de la propaganda sobre las bondades de la nueva ola tecnológica 4.0. La mayoría de la gente cree que Internet es buena para ellos como individuos, pero no tanto para la sociedad. Se equivocan. Del mismo modo que lo hacen quienes caen en la falacia de la superioridad ilusoria (la que tiene lugar cuando la mayoría de individuos de un colectivo cree ser superior a la media de ese mismo colectivo).

Más sobre todas estas cosas en próximas entradas.

 

 

 

 

Sir Tim Berners-Lee reconsidera

160615 blog

Leo por ahí que Sir Tim Berners-Lee, el creador de la World Wide Web y director of the World Wide Web Consortium (W3C) lidera un proyecto para explorar cómo diseñar una nueva fase de la red. ¿Por qué? Porque, como manifestó ya en 2010 en un artículo en Scientific American que merecía más atención de la que obtuvo, no está para nada satisfecho con algunas de las consecuencias del invento que hace 27 años, regaló al mundo.

Para uno de los impulsores del grupo de expertos reunido al efecto:

«Edward Snowden mostró que con la web hemos construido sin querer la mayor red mundial de vigilancia. China puede impedir que la gente lea según que cosas, a la vez que, en la práctica, unos pocos proveedores de servicios organizan ‘de facto’ la experiencia de los usuarios. Tenemos la capacidad de cambiar todo esto.»

Según la prensa, las conversaciones iniciales del grupo se centraron en la aplicación de posibilidades tecnológicas (criptografía, blockchain, nuevos medios de pago, …) que no estaban disponibles cuando Berners-Lee diseñó y programó la arquitectura de la WWW, con el objetivo de descentralizar el sistema y evitar, o por lo menos disminuir, concentraciones excesivas de poder sobre la red.

Sin embargo, como admite el propio Berners Lee,

«No tenemos un problema de tecnología. Lo que tenemos es un problema social.»

Yo pienso más bien que lo que tenemos es en el fondo un problema político. La tecnología y los artefactos tecnológicos (la WWW lo es) tienen política, y su gobierno exige incorporar (también) una perspectiva política.

Queremos que la Red sea un bien común y se gestione como tal, pero no se tomaron en su momento las medidas apropiadas para garantizarlo. En parte porque la cuestión de cómo gestionar desde una perspectiva común es todavía una cuestión (importante) abierta a debate.

Sobre esta cuestión no puedo dejar de preguntarme qué hubiera pasado si en vez de regalar en su momento la arquitectura de la WWW, Berners Lee la hubiera licenciado. Recordemos que el origen de la fortuna de Bill Gates estuvo en su decisión de no licenciar en su momento MS-DOS a IBM, sino de reclamar una (pequeña) cantidad por copia instalada. Casi seguro que un esquema similar hubiera convertido a Berners-Lee en billonario.

Pero podría haberse también pensado en una licencia que no conllevara una contraprestación económica, como las de Creative Commons o las de software abierto. La Web se inventó en Europa, pero fue desde Silicon Valley desde donde se apropiaron antes de la tecnología para luego liderar la industria y la ideología de la industria. Recordemos, por ejemplo, que Netscape, teniendo su navegador Web como producto estrella, salió a Bolsa en un tiempo récord, iniciando de hecho lo que se acabaría convirtiendo en la burbuja de las punto.com.

¿Fue Berners-Lee estratégica y geopolíticamente ingenuo en su momento?

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Este ciberoptimista se cae del guindo

160518 BlogLa tercera sesión del curso sobre «Lo común y la democracia» que Joan Subirats imparte en la Escuela Europea de Humanidades, versó sobre «The Wealth of Networks«. Un libro que, publicado en 2005 alcanzó una cierta notoriedad e influencia, ha envejecido mal.

La tesis del libro, desarrollada en cerca de 500 páginas era que una serie de cambios en las tecnologías, la organización económica y las prácticas sociales de producción crean nuevas oportunidades acerca de cómo creamos e intercambiamos información, conocimiento y cultura. Pronosticaba así

«la emergencia de un nuevo entorno de información, en que los individuos tienen la libertad de adoptar un papel más activo del que era posible en la economía industrial de la información del siglo XX. Esta nueva libertad contiene una gran promesa práctica: como dimensión de libertad individual; como plataforma para una mejor participación democrática; como medio para promover una cultura más crítica y auto-reflexiva.»

Esa nueva libertad, habilitada por un incremento espectacular de la disponibilidad de instrumentos tecnológicos entre los ciudadanos, debería

«permitir a las personas creativas trabajar en proyectos creativos de forma más eficiente que la permitida por las empresas y los mecanismos de mercado tradicionales. El resultado es un sector floreciente de producción de información, conocimiento y cultura al margen del mercado, […] sujeto a una ética robusta de compartición abierta.» 

Algo de ello ha sucedido, desde luego. Pero en menor grado de la gran promesa que el autor anunciaba, creo que por varias razones fundamentales:

  • Una proporción relativamente pequeña de la población ha adoptado una postura de aprovechamiento activo de esa libertad.
  • El sector capitalista y de mercado ha sabido usar esas mismas herramientas y posibilidades para construir nuevas posiciones de poder, reforzando también algunas de las antiguas.
  • Como cabría por otra parte esperar, las nuevas herramientas se han usado para intercambiar más información que conocimiento.
  • Al mismo tiempo, si entendemos la cultura como códigos de comportamiento socialmente permitidos y/o recompensados, las nuevas tecnologías se han usado tanto o más para reforzar los valores de una sociedad de consumidores y del capitalismo liberal que para construir o impulsar sus alternativas.

En una publicación reciente (.pdf), el propio Benkler reconoce la existencia de «varios acontecimientos que están virando hacia una Internet que facilita la acumulación de poder por un conjunto influyente y relativamente pequeño de actores estatales y privados». Acierta además en el diagnóstico de lo ocurrido:

«La arquitectura de Internet conforma poder; a diferencia de sus primeros tiempos, todo el mundo lo entiende hoy […] Cuando inició el diseño de la Internet, pocos la conocían y eran menos todavía los que entendían su relevancia. Las mayores decisiones de diseño se tomaron en un vacío de poder.«

Han pasado cosas desde entonces. La primera y más importante es que, como en otras ocasiones en la historia social de la tecnología, los que persiguen el poder porque saben para qué y cómo usarlo se han aplicado, con bastante éxito, en apalancarse en las nuevas tecnologías para sus propósitos y objetivos, aportando para ello sus propios valores, su ideología y su cultura. Ya en 2010, en un artículo en Scientific American cuya resonancia se ha disipado, Tim Berners-Lee alertaba sobre este fenómeno.

Para empezar, sería para ello importante que dejáramos de referirnos a Internet como si fuera una única tecnología o un único artefacto. Porque en realidad es un sistema compuesto de elementos tan diversos como la red de redes (el objetivo original), la WWW o los servicios de tecnogigantes como Google, Facebook o similares. Sospecho que no soy el único al que le costarían hacer la lista completa de todos ellos.

Mi conclusión: Es necesario politizar la tecnología. Y no dejar esta responsabilidad en manos de los tecnólogos, ni de los tecno-utópicos, ni mucho menos en manos de los propagandistas del lado oscuro, que los hay.