Un desajuste entre evolución tecnológica y social

Vivimos en una época de aceleración social. Pero, como sugiere el diagrama, el ritmo de cambio no es el mismo en todos los ámbitos de la sociedad. La valoración de los desajustes depende de quién la lleva a cabo.

Desajuste entre tecnología y negocios

La  maquinaria de propaganda de la industria tecnológica se aplica a recordarnos que muchas tecnologías, especialmente las relacionadas con la computación, evolucionan de forma exponencial (curva 1).

Desde la perspectiva de las empresas, o más concretamente desde la de consultores de empresas, lo más releante es el desajuste entre el ritmo de evolución de las tecnologías y el de los negocios que podrían utilizarlas con provecho. De ahí la insistencia en la transformación digital con argumentos de este estilo:

«Las prácticas de los negocios […] se desarrollaron en gran medida en la era industrial […] La brecha entre las curvas 1, 2 y 3 muestran la necesidad de las organizaciones de adaptarse a la tecnología y a los cambios en los estilos de vida.»

Desajuste entre tecnología y gobernanza

La base de esta argumentación está clara, aunque no se explicite: La tecnología manda; al resto le toca adaptarse. El comentario acerca del desajuste con la curva 4 es similar:

«Las políticas públicas, incluyendo las relacionadas con la desigualdad de ingresos, el desempleo, la inmigración y el comercio, que afectan directamente a los negocios por medio de la legislación, la regulación y los impuestos […] sólo evolucionan tras años de debate público.»

Un debate público al que no se someten, ni quieren hacerlo, quienes inventan, diseñan, financian, implantan, distribuyen y promueven el avance de las tecnologías, incluso cuando tengan efectos socialmente disruptivos. Los portavoces del sector tecnológico lo expresan sin reparos:

«Las estructuras formales y no formales de gobernanza tendrán dificultades para seguir el ritmo exponencial y acelerado del cambio […] Las estructuras de gobierno actuales se desarrollaron a lo largo de miles de años, y aunque pueden haber sido adecuadas para un mundo de cambio lento, están maduras para la disrupción. Mientras la  tecnología cambia a ritmo exponencial, la gobernanza tiende a hacerlo a ritmos lineales. Esta discrepancia debe ser rectificada

Dando por supuesto, otra vez de forma implícita, que es el ritmo de la gobernanza, no el de la tecnología, el que debe rectificarse (o sea, des-linealizarse).

Un conflicto entre fuerzas de voluntad

Se plantea pues un conflicto de calado entre dos fuerzas de voluntad. La de quienes, al presentar como inevitable el ritmo de evolución tecnológica, dictan que es la sociedad quien debe adaptarse. Y la de quienes, en sentido opuesto, consideramos que si el desajuste fuera inevitable la adaptación debería ser a la inversa.

Algo habrá que hacer. Porque, en su exhaustivo tratado sobre la aceleración social, Hartmut Rosa   avisa que:

«La aceleración que es una parte constitutiva de la modernidad cruza un umbral crítico en la `modernidad tardía`, más allá del cual la demanda de sincronización social y de integración social ya no puede ser satisfecha«.

De otra parte, en su reciente libro sobre la economía del bien común, el laureado Jean Tirole propone que:

«La búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general.»

Teniendo claro que la fuerza de voluntad que impulsa la aceleración tecnológica no tiene el interés general como principal priorida, guardo estas dos citas como punto de partida de futuras reflexiones y/o propuestas.

Imagen: Adaptada de un documento de Deloitte.

 

La simplicidad es un buen principio

Mi esposa y yo estamos volviendo a ver «El Ala Oeste de la Casa Blanca«. ¿Por qué? Porque es mucho mejor que la mayor parte de lo que se puede ver por la tele estos días. Además, hace tiempo que tenía ganas de hacerlo con un bloc de notas a mano y tomar apuntes. Quizá para un taller de liderazgo, algún día (Borgen sería otra posibilidad).

Segunda temporadade la serie. Episodio «17 People». Encuentro en YouTube este fragmento sobre una trama secundaria.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=NXPLirJRGDQ&w=800&h=450]

Sam y Ainsley Hayes (una abogada republicana que forma parte del equipo) discuten sobre la Equal Rights Amendment, una propuesta de enmienda a la Constitución de los EEUU, cuyo primer artículo  rezaba así:

«La igualdad de derechos ante la ley no puede ser negada ni restringida por los Estados Unidos o por ningún Estado por motivos de sexo.«

Para sorpresa de Sam, Ainsley se opone a la enmienda, por considerarla redundante:

AINSLEY
The 14th Amendment which says a citizen of the United States is anyone that's
born here... that's me... and that no citizen can be denied due process. I'm
covered. Make a law for somebody else.

Más adelante,

SAM
If the Amendment's redundant, what's your problem if it's passed or not?

AINSLEY
Because I'm a Republican! Have we met? I believe that every time the federal
government hands down a new law, it leaves for the rest of us a little less freedom. So
I say, let's just stick to the ones we absolutely need to have water come out of
the faucet and our cars not stolen. That is my problem with passing a redundant law.

Todo ello viene a cuento de una entrada anterior sobre la (¿excesiva?) complejidad de la regulación, en general. Y de constatar que existe en España una Ley Orgánica (3/2007) para la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, cuyos 78 artículos ocupan 35 densas páginas a dos columnas en el BOE.

¿Redundante? Pienso que Ainsley Hayes nos remitiría al artículo 14 de la Constitución española:

Artículo 14Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo,religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

Cierro convencido de que la simplicidad bien aplicada, también a la regulación, es siempre un objetivo y un buen principio.

Un principio que sería útil tomar en cuenta a la hora de regular lo relativo a la innovación disruptiva y las tecnologías exponenciales. Este artículo («Exponential growth devours and corrupts«) propone algunos principios simples, pero no demasiado simples. Tema para próximas entradas.

La regulación con sentido es un reto para cualquier inteligencia

Llevar a la práctica el ‘Brexit’ obligará al Gobierno Británico a reponer, transponiéndolas o adaptándolas, todas las leyes y regulaciones de la Unión Europea que dejarán de ser vigentes en el Reino Unido una vez se consume la separación.

Un trabajo considerable. Traduzco del documento oficial del Gobierno:

«No hay una cifra única acerca de cuánta legislación de la UE forma parte de la legislación del Reino Unido. De acuerdo con EUR-Lex, la base de datos legal de la UE, actualmente hay más de 12.000 reglamentos de la UE vigentes […] La investigación de la Biblioteca de la Cámara de los Comunes indica que alrededor de 7.900 instrumentos legales han aplicado la legislación de la UE.«

Un diagnóstico aque asusta. En primer lugar, porque la propia administración no está segura de cuántas regulaciones europeas está en teoría aplicando (ni cuáles, en consecuencia). Pero, y sobre todo, porque intuyo que la comprensión e interiorización de decenas de miles de reglamentos, cada uno de ellos probablemente con decenas o centenares de artículos, está fuera del alcance de la capacidad de la inmensa mayoría de las mentes.

Lo cual, más allá del caso británico (porque supongo que la mayoría de esas mismas regulaciones deben estar vigentes en España), propicia varias cuestiones :

  1. Dado que es imposible que cada uno de nosotros las conozca y las entienda, ¿cuál es la probabilidad de que estemos incumpliendo alguna de estas decenas de miles de leyes o reglamentos sin ni siquiera ser conscientes de que existen?
  2. ¿Son todas estas regulaciones realmente necesarias? ¿No cabrían enfoques alternativos para ordenar el funcionamiento de la sociedad?
  3. ¿Cuál sería la metodología y la técnica más eficiente para transponer esa legislación, como se proponen hacer los británicos? ¿Y para modificarla y hacerla más comprensible?

Al respecto de esta última cuestión, ¿podría la inteligencia artificial ayudar a la natural en estas tareas de re/regulación?

Por coincidencia o no, han aparecido en mi pantalla varias lecturas que sugieren una respuesta positiva:

  • «JPMorgan Software Does in Seconds What Took Lawyers 360,000 Hours«. El banco trata de simplificar sistemas y evitar redundancias. Un nuevo software lleva a cabo en segundos tareas que requerían 360.000 horas de trabajo (in)humano.
  • «Beyond Tech: Policymaking in a Digital Age«. Una propuesta de rediseñar el proceso de elaboración de normas y, en última instancia, la elaboración de leyes. A medida que aumenta la complejidad de la sociedad, la probabilidad de que la primera versión de una regulación resulte ser la correcta es pequeña. Se habrá de aprender a perfeccionar leyes imperfectas.

Ahora bien, como la tecnología es un arma de dos filos, y como el dominio de estas tecnologías expertas está cada vez más en manos de intereses privados, tendríamos que dar por supuesto que aparecerán propuestas de ‘inteligencias privadas’ para ‘ayudar’ al legislador. Síntomas de ello aparecen ya en las publicaciones cómo ésta («How can we regulate the digital revolution?«) del  World Economic Forum:

«Como son tantas las cuestiones normativas que aparecen al respecto de los nuevos modelos de negocio que utilizan tecnologías exponenciales, algunos propietarios de negocios están adoptando un rol proactivo. […] Necesitan trabajar con los gobiernos  ​​para desarrollar regulaciones flexibles, transparentes y participativas, basadas en nuevos modelos de colaboración entre los sectores público y privado […] con miras a optimizar los resultados, el impacto y la sostenibilidad«.

La cuestión, sin embargo, es determinar el sentido preciso de esta ‘optimización’, que para los autores del artículo, es que «los innovadores tengan la libertad de aplicar las tecnologías de mañana sin que las regulaciones de ayer las reduzcan.«

¿Cómo nos posicionamos ante la perspectiva de que aparezcan sistemas de inteligencia artifical legisladora, con capacidades posiblemente superiores a las de los políticos y los organismos reguladores y legisladores actuales? (lo que tampoco, dicho sea de paso, parece mucho pedir).

¿Es irresponsable el optimismo tecnológico?

La serendipia internética me lleva hasta «Humanity and AI will be inseparable«, una entrevista con la investigadora responsable de machine learning en Carnegie-Mellon.

Una de sus afirmaciones me llama especialmente la atención:

«Creo que la investigación que estamos haciendo en sistemas autónomos – coches autónomos, robots autónomos – es una llamada a la humanidad para ser responsable. En algun sentido, no tienen nada que ver con la tecnología. La tecnología se desarrollará. La inventamos nosotros – los humanos. No viene del cielo ni de extraterrestres. Es nuestro descubrimiento. Es la mente humana la que ha concebido este tipo de tecnología, y es por tanto la responsabilidad de la mente humana hacer un buen uso de ella.»

Se me antoja que es una afirmación certera y a la vez inútil en la práctica.

Porque lo cierto es que ‘la mente humana’ no existe como tal. Es solamente una abstracción. Existen, desde luego, mentes humanas. Muchos tipos de mentes humanas, con una variedad enorme de características. Y no todas ellas gobiernan conductas que pudiéramos considerar precisamente como responsables. Las evidencias son tan numerosas y cercanas que no hace falta ni siquiera empezar a enumerarlas.

Más aún. Algunas mentes humanas actúan, casi literalmente, como si estuvieran poseídas por fuerzas del mal. (¿Hacen falta ejemplos?) Podemos tener pues la absoluta seguridad de que habrá mentes humanas que se aplicarán, si no lo están haciendo ya, a utilizar los resultados de la investigación en inteligencia artificial para fines que poco tendrán que ver con el beneficio de la humanidad. Eso, además de la posibilidad de que mentes enfermas, que también las hay, se apliquen exclusivamente a hacer daño.

A partir de ahí, ¿cuál es la mente humana responsable a la que se refiere la investigadora?

Más en concreto, me pregunto ¿cuál es la responsabilidad de las mentes humanas que impulsan, desarrollan y financian nuevas tecnologías como la inteligencia artificial? ¿Deberían hacerse responsables de los usos malévolos que puedan aparecer? ¿Deberíamos hacerles responsables?

Langdon Winner escribió hace ya tiempo que «en el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado

Añadiría que, en demasiadas ocasiones, quien firma el contrato ni siquiera nos lo enseña. Y, si quien lo firma es un político de los de hoy, me temo que haya una alta probabilidad de que lo firme sin leerlo o sin entenderlo.

Ideología e instituciones para la Revolución Industrial 4.0

El Presidente del World Economic Forum (WEF), organizador de la célebre reunión de Davos, parece tener la certeza de que estamos abocados a una cuarta revolución industrial:

«Estamos al borde de una revolución tecnológica que alterará los fundamentos del modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con otros. Por su escala, alcance y complejidad, esta transformación será diferente de todo lo que la humanidad ha experimentado hasta ahora.»

Se trata de una afirmación discutible. De entrada, porque no es la revolución tecnológica lo que ha provocado, provoca o puede provocar la transformación de la humanidad. Recordemos, una vez más, el dictamen de  Peter Drucker:

«La sociedad de 2030 será muy diferente de la actual y muy poco parecida a la que predicen los futuristas más prominentes. No estará dominada, ni siquiera conformada por la tecnología. La característica central de la nueva sociedad, como la de sus predecesores, serán nuevas instituciones y nuevas teorías, ideologías y problemas

La evidencia muestra, en efecto, que la ideología del capitalismo de mercado y las instituciones diseñadas desde esta ideología fueron el verdadero desencadente de la revolución industrial en Occidente. La tecnología fue el instrumento de ese modelo de desarrollo social. En los países comunistas, la misma tecnología, conducida desde la ideología marxista, fue instrumental para otro modelo totalmente distinto.

El CEO del WEF es ambiguo, creo que deliberadamente, sobre el modo en que tendrá lugar esta nueva gran transformación. Por una parte reconoce que:

«Ni la tecnología ni la disrupción que la acompaña son fuerzas exógenas acerca de las cuales los humanos carecen de control.

Tras lo cual concluye que:

Todos nosotros somos responsables de guiar su evolución […] Deberíamos aprovechar la oportunidad y el poder que tenemos para conformar la Revolución Industrial 4.0 y dirigirlas hacia un futuro que refleja nuestros objetivos y valores comunes.»

La ambigüedad, claro está, reside en el alcance del nosotros al que se refiere. ¿Cuáles son esos objetivos y valores? ¿Cuál es la comunidad que los tiene en común? ¿Quién, exactamente, tiene ese poder de conformar el rumbo de la RI 4.0?

La realidad, entre otras, de la política actual es una muestra de la fragmentación de la sociedad y de la dificultad de encontrar objetivos y valores comunes. También de la dificultad, cuando no de la impotencia, de las instituciones para gestionar esta realidad. La postura del WEF ante esta realidad planta una semilla muy peligrosa:

«Los gobiernos se enfrentarán a una presión creciente […] a medida que su rol central de conducir la política disminuye debido a nuevas fuerzas de competencia y a la redistribución y descentralización del poder que las nuevas tecnologías hacen posible […] En último término, la capacidad de adaptación de los sistemas de gobierno y las autoridades públicas determinará su supervivencia.»

La evolución tecnológica y la disrupción que comporta no son un fenómeno espontáneo. Resultan de objetivos, intenciones, impulsos e inversiones encarnadas en colectivos más o menos indeterminados, pero de ningún modo inclusivos ni demostrablemente democráticos. Es irresponsable descartar sin más la posibilidad de que, como señala Douglas Rushkoff en su último libro,

«Las nuevas tecnologías no se estén desarrollando para el beneficio de la humanidad, ni siquiera el de nuestros negocios, sino para maximizar el crecimiento del mercado especulativo. Y resulta que no da lo mismo.» 

Concluir entonces que lo único que las instituciones públicas deben hacer sea adaptarse equivale prácticamente a proponer un golpe de Estado. Que podría funcionar, porque el CEO del WEF tiene un punto (o más) de razón  cuando concluye que:

«Los decisores [públicos] de hoy están a menudo demasiado atrapados en un pensamiento lineal tradicional […] como para pensar estratégicamente acerca de las fuerzas de disrupción e innovación.»

También cuando afirma que:

«Los sistemas actuales de formación de políticas [públicas] y de toma de decisiones evolucionaron […] cuando los decisores tenían tiempo para estudiar cada asunto y desarrollar la respuesta necesaria y el marco regulatorio adecuado.»

Pero ‘adaptarse‘ no puede ser la única opción. Corresponde a la tecnología y a quienes la impulsan aportar a la sociedad opciones, pero no decidir sobre ellas. Un organismo vivo, y la sociedad lo es, crece no en función de los nutrientes más abundantes, en este caso la tecnología, sino de los más escasos. En este caso, como reconoce el propio WEF, la responsabilidad del liderazgo es ayudar a proporcionar respuestas sobre el ‘para qué’ de cada una de las opciones tecnológicas y sobre el ‘cómo’ desplegar las que corresponda.  Algo para lo que serán necesarios innovación nuevos diseños institucionales y sociales inspirados por valores que vayan más allá de la simple eficiencia tecnológica.

Será cuestión de ponerse a ello.

¿Y si no fueras aquello en lo que trabajas?

blog 161219

Desde Silicon Valley andan últimamente haciendo propaganda de las bondades del Basic Universal Income (Renta Básica Universal) una política o conjunto de políticas que darían a todo el mundo, sin contrapartidas, un sueldo mínimo que les permitiera subsistir. Y Combinator, la incubadora tecnológica más prestigiada de Silicon Valley, ha anunciado que financiará en 2017 un experimento en Oakland, California.

El argumento de los tecnoemprendedores del Valley es que, como dicen que nos aguarda un futuro en que los robots (sus robots) dejarán a mucha gente sin trabajo, algo habrá que hacer para compensarles.

Aflora sobre este tema una polémica electrónica interesante, con opiniones para todos los gustos, algunas más estructuradas y convicentes que otras. Enrique Dans, por ejemplo, repite en un lenguaje accesible, dándolos por buenos, los argumentos de los tecnoutópicos. Por contra y como sería de esperar, E. Morozov los rebate en The Guardian, en mi opinión de forma convincente. Más puntos de vista interesantes en Hufftington Post, Vice, MIT Technology Review, Bloomberg, The Guardian, y muchos otros que Google os ayudará a descubrir si os interesa.

En mi opinión, se trata de una cuestión más seria y que merece un análisis más profundo del que cabe en este blog. Apuntaré sólo un tema a debatir sobre el que pocos hacen referencia. Desde la literatura de propaganda de la Singularity University pronostican que, con la disminución de los costes de la vida que traerá la abundancia generada por sus tecnologías exponenciales,

«La Renta Universl Básica será una de las muchas herramientas que empoderen la auto-actualización a gran escala – más gente será capaz de seguir sus pasiones, ser más creativa, y pasar más tiempo en tareas más satisfactorias y de orden superior.»

Seguramente, aunque también imagino escenarios menos favorables. Hoy por hoy, el trabajo es para muchos uno de los bastiones a los que agarrarse en una sociedad líquida en que se exige a los individuos que encuentren soluciones biográficas a las contradicciones del sistema (Z. Bauman).

Hoy por hoy, cuando se pregunta a alguien «¿Quién eres?» o «Qué eres?», muy a menudo responde sobre aquello en lo que trabaja. ¿Qué pasaría a mucha gente si pierde este punto de referencia?

 

Consecuencias colaterales de la aceleración social

Social AccelerationTengo a medio leer «Social Acceleration: A New Theory of Modernity«. Lo recomendaría con reservas, porque es una escritura densa, algo académica, que no intenta ser liviana y fácil de asimilar, o que por lo menos no lo consigue.

Extraigo, así y todo, un párrafo de la introducción que me parece crucial:

«The acceleration that is a constitutive part of modernity crosses a critical threshold in ‘late modernity’ beyond which the demand for societal synchronization and social integration can no longer be met.»

Pienso en ello, porque me sugiere dos preguntas inquietantes:

  • ¿Cuáles están siendo o serán las consecuencias de no poder satisfacer esa ‘demanda de integración y sincronización social’?
  • Supongamos que existe una voluntad consciente que impulsa esa aceleración social que desintegra y desincroniza. ¿Cuál es su identidad o naturaleza? ¿Cual su propósito?

 

No es la tecnología la que suprime trabajos

161019b blog

Podemos predecir con toda seguridad que las nuevas tecnologías (robots, drones y artefactos guiados por la mal llamada inteligencia artificial) no eliminarán ni un solo puesto de trabajo, ni a corto ni a medio plazo. Y, al mismo tiempo, pronosticar que el uso que se hará de esas tecnologías cambiará el mundo del trabajo de forma radical. Eliminando puestos de trabajo a corto plazo; quizá también creando nuevas profesiones y empleos, pero tal vez ni en la misma cantidad ni al mismo ritmo.

No es una contradicción. Porque no son las pistolas las que matan, sino los pistoleros. Ni los pinceles quienes pintan, sino los pintores. Del mismo modo, lo que amenaza con destruir puestos de trabajo no es la tecnología, sino quienes la utilizan como herramienta con el único criterio de producir más (o mejor), aunque sea a costa de eliminar puestos de trabajo. En su visión de progreso, el desarrollo tecnológico es un imperativo que no se discute, y la reducción de puestos de trabajo sólo un daño colateral inevitable como consecuencia.

El trasfondo ideológico de esta visión del mundo es bien conocido. El crecimiento económico y los beneficios se consideran prioritarios, por encima de cualquier otra consideración social. Para ello, capital y trabajo se consideran como insumos intercambiables en el proceso económico; la proporción adecuada de cada uno es en cada caso la que produzca el mayor beneficio económico. 161019 Blog

Un informe reciente de la OCDE («The Labour Share in G20 Economies«, (pdf)) evidencia con cifras y gráficos una persistente tendencia a reducir el peso económico del trabajo. De ellos se desprende:

  • Que el crecimiento de los salarios lleva años siendo mucho menor que el de la productividad.
  • Que se constata una reducción significativa del peso del trabajo en el conjunto de la economía. Una reducción que, dicho sea de paso, es mayor en España que en el resto de los países analizados en el informe.

Todo ello está ya teniendo lugar antes del despliegue masivo de robots y otros artefactos animados por software ‘inteligente’. Como señala el informe de la OCDE, la reducción del peso del factor trabajo no es una consecuencia de la tecnología, sino de que:

(1) Una buena parte del incremento en los beneficios se acumula en el sector financiero.

(2) Los beneficios de las empresas no financieras se han utilizado cada vez más para pagar dividendos y para invertir en activos financieros, en lugar de para inversiones productivas.

Como en otros asuntos de la post-modernidad, los males están más claros que los remedios. Hace pocos días, en una entrevista en La Contra de La Vanguardia, un experto en inteligencia artificial diagnosticaba que «la amenaza a la Humanidad no son las máquinas, sino los hombres». Resumía así su propuesta ante esta amenaza:

«Hay que tener en cuenta las consecuencias sociales e introducir la automatización al paso que la sociedad la puede absorber […] Debemos saber manejar las oportunidades y consecuencias de la tecnología que se está ­desarrollando y que en estos momentos está potenciando los problemas sociales con la destrucción del empleo. Y los políticos no saben solucionarlo

Cabría quizá añadir que tampoco los que desarrollan esas tecnologías dan precisamente muestras de una gran conciencia de responsabilidad social. Parece pues que será necesario repensar a la vez la tecnología junto con la política y la economía; esto es,  junto con los mecanismos de poder para crear un organismo social más sano. Porque los efectos del más de lo mismo  son a la vez predecibles e indeseables.

El inmobiliario corrompe el crowdfunding

160906 BlogSuponía que todos estábamos de acuerdo en haber interiorizado el efecto desastroso de la combinación de dos errores:

  • Permitir que el sector inmobiliario se convirtiera en motor de la economía.
  • Permitir que el sector financiero fuera la gasolina de ese motor (y no de otros).

Los titulares de estas semanas, que anuncian como una buena noticia la recuperación del inmobiliario, hacen temer que estemos a punto de que las fuerzas del mal estén volviendo a las andadas. Con el añadido de que, añadiendo la guinda del ‘crowdfunding, se incita a convertir en especuladores inmobiliarios a segmentos más amplios de la población.

En su origen, el crowdfunding era un mecanismo de financiación para apoyar proyectos empresariales, culturales o sociales al margen del ‘sistema’. Pero esta nueva moda utiliza el crowdfunding, corrompiendo su espíritu inicial, para reforzar un sistema (la inversión/especulación inmobiliaria) que ya ha demostrado sobradamente ser perverso.

Según el profesor García Montalvo (UPF), citado en el artículo de La Vanguardia,

Están proliferando este tipo de proyectos porque los fondos de inversión y la bolsa proporcionan rentabilidades tan bajas al ahorrador, en ocasiones hasta negativas, que se está volviendo al ladrillo”.

Me asaltan varias dudas/inquietudes:

  • ¿No hay algo profundamente disfuncional en un entorno empresarial y financiero que no es capaz de ofrecer otras alternativas de inversión responsable a los ahorradores?
  • ¿No podrían quienes tienen poder para ello imponer políticas, fiscales como mínimo, que desincentivaran la inversión/especulación inmobiliaria y primaran otras alternativas?
  • Movimientos de este tipo no pueden tener otro efecto que aumentar el déficit en vivienda asequible. ¿No podría generarse una alternativa en base a la combinación de políticas públicas y de innovación/emprendimiento social, incluyendo tal vez mecanismos de crowdfunding ético?

Necesitamos, con urgencia, imaginar y articular nuevos relatos, y nuevos proyectos a partir de ellos. Hay causa sobrada sobre el PARA QUÉ. Hay pistas plausibles sobre los QUÉ. Pienso que, como en otros asuntos de interés colectivo, tenemos un déficit de CÓMO.