Capitalistas por la reforma del capitalismo

blog_160613aAntón Costas, Catedrático de Economía y Presidente del influeyente Círculo de Economía, escribe en El País sobre «El capitalismo y sus descontentos«.

Recuerda, es oportuno que lo haga, que en circunstancias similares en las primeras décadas del siglo pasado, «los descontentos con [los excesos] del capitalismo llevaron a apoyar a los populismos que en Europa derivaron en nacionalismos extremos y en fascismos de variado tipo«. (Véase sobre el particular el imprescindible «La gran transformación» de Karl Polanyi).

La consecuencias son tristemente conocidas:

«La sociedad liberal se derrumbó. Sólo después de dos guerras la democracia y una relativa igualdad retornaron de la mano de la socialdemócratas y los cristiano demócratas que apoyaron un modelo de economía de mercado pragmático con el Estado social como instrumento esencial para garantizar las oportunidades y la cobertura de riesgos sociales.«

Las circunstancias actuales son en buena parte similares. Las finanzas condicionan la economía y la política, a expensas de las condiciones de vida de segmentos crecientes de la población. Que, dicho sea de paso, aguanta la crisis con un estoicismo o una resignación mucho mayor de lo esperable.

¿Su propuesta de solución?

«Reactivar los valores de la sociedad liberal y los principios de la economía de mercado. Preguntarnos, en primer lugar, por lo que nos une como sociedad para regenerar el pegamento que en el pasado reconcilió capitalismo con igualdad y democracia. Y, en segundo lugar, poner en marcha una política radical contra las prácticas monopolísticas y de cartelización que impiden la competencia, esquilman a los consumidores con precios de monopolio y profundizan la desigualdad.«

Una propuesta con grandes carencias, a mi modesto entender.

  • Porque, ante una situación que pide a gritos una reforma a fondo, plantea sólo una vuelta atrás, a las décadas de la democracia cristiana y la socialdemocracia. Modelos ambos cuyo agotamiento fue precisamente lo que dejó el espacio a la ideología neoliberal que ahora casi todos critican. Eso, sin mencionar que, por lo menos en nuestros lares, ni los partidos políticos de esas enseñas ni sus líderes generan precisamente entusiasmo ni confianza. Aún con sus defectos, planteamientos como el «Postcapitalismo» de Paul Mason proponen bases más interesantes.
  • Porque, ¿estamos todos convencidos de que existió realmente un pasado en que capitalismo estaba de verdad, y no sólo superficialmente, reconciliado con igualdad y democracia?
  • Porque, quizá como corresponde a un catedrático de Universidad, plantea QUÉ se debe hacer, pero elude todo comentario acerca de CÓMO llevarlo a término. Es fácil, en efecto, preguntarse qué nos une como sociedad. Pero lo que se necesitan son respuestas, si es que existen, y gentes con el compromiso y las habilidades para liderar un proceso que las haga emerger.

Su receta, en fin, se centra en «elegir un tipo de capitalismo que sea compatible con la igualdad y la democracia«. Pero no está claro que esto sea posible, al menos no en base a los clichés al uso. En «La paradoja de la globalización« un libro que parece haberse olvidado demasiado pronto, Dani Rodrik planteaba «un trilema político fundamental de la economía mundial: no podemos perseguir simultáneamente democracia, autodeterminación nacional y globalización económica». Una llamada de atención a tomar en cuenta cuando los ideólogos y los partidarios de la globalización son los primeros en esgrimir las ventajas de la economía de mercado.

Al respecto de la crisis, de cuyas consecuencias, lo queramos o no, estamos hablando, Rodrik escribe que «los economistas (y quienes les prestan atención) habían llegado a confiar demasiado en su narrativa preferida» y que «el orgullo desmedido genera ceguera«. Para no olvidarlo.

Debatamos, si así os parece, sobre la seguridad del capital

Caja de Pandora

Pandora abriendo la caja de ídem. Fuente desconocida.

Según noticias de prensa, el presidente de CEOE, Juan Rosell, ha afirmado que el trabajo «fijo y seguro» es «un concepto del siglo XIX», ya que en el futuro habrá que «ganárselo todos los días».

Podemos indignarnos (servirá de poco) o criticarlo (no creo que le afecte). Pero también considerar que ha abierto una caja de Pandora y proponer un debate sobre esta cuestión con todas las consecuencias. Esto es, sin dar nada por sentado.

Convendría, con todo, pedir antes algunas aclaraciones. ¿Cuál es el futuro, por ejemplo, del trabajo «no seguro, pero blindado con dos años de sueldo como indemnización«? Un concepto que, incluso en pleno siglo XXI, parece ser válido en círculos próximos al Sr. Rosell.

Más allá de esa puntualización, sería interesante arrancar el debate tomando en cuenta que los conceptos modernos de ‘capital‘ y ‘trabajo‘ surgieron en paralelo al amparo de la ideología del capitalismo, habiéndose establecido con el tiempo un cierto contrato social de un cierto mutuo respeto. Un contrato tiene dos partes. Si se decide (veamos quién y cómo) modificar el concepto de trabajo reduciendo su carácter de ‘fijo y seguro‘ para adaptarlo al siglo XXI, parece lógico redefinir también los atributos del  capital. Por ejemplo,

  • Si el capital fuera menos fijo, se aplicaría por defecto un interés negativo al capital flotante que anda por el mundo buscando sólo inversiones financieras (sin implicarse en inversiones productivas).
  • Si fuera menos seguro, el acreedor tendría menos derecho (y sobre todo menos derecho moral) a exigir a toda costa el pago de las deudas. Grecia tendría una quita en su deuda. La dación en pago sería siempre una opción.

Parecería también interesante, aunque tal vez algo más complicado, explorar el concepto de que el capital de una empresa pudiera de alguna forma caducar en determinadas condiciones, revertiendo por ejemplo a algún modo de propiedad cooperativa. «El capital – podría ser el eslógan – para quien se lo trabaje«. Seguro que alguien ha pensado en ello.

Me encantaría participar en un debate de este tipo. Más aún si pudiera contribuir en algo.

 

Como ranas hervidas

160502 BlogHe empezado a asistir a las lecciones de Joan Subirats sobre «El común y la democracia. Economía, sociedad y poder«, dentro del programa de la Escuela Europea de Humanidades.

La primera sesión estuvo oportunamente dedicada a una relectura de «La Gran Transformación«, un libro clave en el que Karl Polanyi diseccionó la utopía de una economía basada en mecanismos de mercado autoregulado y los efectos de la introducción de esa utopía, apoyada por las políticas (ultra)liberales, en la destrucción de redes y mecanismos sociales de solidaridad y reciprocidad.

Uno de los conceptos clave del análisis de Polanyi es la consideración de la tierra, el capital y el trabajo como bienes ficticios:

«Incluir al trabajo y a la tierra entre los mecanismos de mercado supone subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad […] Es evidente que trabajo, tierra y dinero no son mercancías, en el sentido de que, en lo que a estos tres elementos se refiere, el postulado según el cual todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para la venta es manifiestamente falso.«

Este análisis sigue siendo vigente y sus consecuencias palpables, como pueden atestiguar los millones de personas que, excluidas del mercado de trabajo, quedan de hecho devaluadas como ciudadanos y como miembros de la sociedad.

Hay más motivos para una reflexión, previa a una acción social cada vez más necesaria. Porque últimamente el empuje del mercantilismo está teniendo como consecuencia la ampliación del elenco de bienes ficticios. Especialmente a raíz de la extensión de Internet, se han mercantilizado o se están mercantilizando la cultura y los productos culturales, la privacidad, las relaciones, la sociabilidad e incluso la amistad.

El auge de la llamada economía colaborativa proporciona ejemplos de los potenciales daños colaterales de este fenómeno. Antes de la aparición de Airbnb y similares, quien tuviera una habitación libre no dudaría en ofrecerla gratis a un amigo que estuviera de paso en la ciudad. Pero en el momento en que esa habitación se ofrece en la red y adquiere un valor de mercado, se abre un resquicio. Acoger gratis a un amigo representa ahora una pérdida potencial de ingresos. Casi imperceptiblemente, ofrecer la habitación en la red obliga en la práctica a poner precio a la amistad.

En un principio, la tensión social se producía en la decisión entre dar prioridad a la mano invisible del mercado o a políticas de protección y cohesión social, defendidas sobre todo desde el ideario socialdemócrata. Hoy, habiendo quedado en descrédito el ámbito de la politica tradicional y habiendo quedado también en evidencia los límites de la socialdemocracia («Algo va mal«, escribió lúcidamente Tony Judt) el auge del mercantilismo toma otros derroteros. Como en tiempos pasados, la mayoría de promotores del desarrollo tecnológico se alinean sin disimulo con el mercantilismo. En paralelo, el énfasis se pone en los efectos de la tecnología en la emancipación individual, animando así a todo el mundo a poner en valor (de mercado, por supuesto) todos los activos personales, materiales o no, incluyendo privacidad, relaciones, gustos y querencias. Se obvian en cambio los efectos potencialmente negativos sobre la cohesión social, o se responsabiliza incluso a las instituciones por su incapacidad de re-regular las cosas al ritmo supuestamente imparable de la tecnología.

Hace pocos días, El País se hacía eco de que «Conceptos como la soberanía nacional o el derecho a la privacidad han cambiado de significado sin un debate público«. Apareció en la sección de Tecnología; debería haberlo hecho en el de Política o el de Sociedad.

Dicen que si se intenta sumergir a una rana en un cazo de agua hirviendo, intentará escapar. Pero si se sube poco a poco la temperatura del agua, la rana acaba dejándose hervir sin plantear batalla. No hace falta explicar por qué me ha venido esta analogía a la cabeza.

Dividendos digitales: atacar las causas, no los síntomas

160327 2 BlogCopio de un informe reciente del Banco Mundial sobre «Dividendos Digitales«:

«Las tecnologías digitales se han expandido rápidamente en gran parte del mundo. Los dividendos digitales – el desarrollo amplio de los beneficios del uso de estas tecnologías – se han quedado atrás […]. El efecto de la tecnología en la productividad global, el aumento de oportunidades para los pobres y la clase media, y la propagación de gobernanzas responsables ha sido hasta ahora menor de lo esperado; […] el crecimiento global de la productividad se ha desacelerado; […] los mercados de trabajo se han vuelto más polarizados y la desigualdad va en aumento, sobre todo en los países más ricos, pero cada vez más en los países en desarrollo […] Mientras que las tecnologías digitales se han extendido, no así los dividendos digitales. ¿Por qué?«

La pregunta está bien planteada. Pero es en las respuestas donde el informe se queda (muy) corto. Tanto en lo que señala como, sobre todo, en lo que omite.

Los autores reconocen que maximizar los dividendos digitales requiere una mejor comprensión de cómo la tecnología interacciona con otros factores que son importantes para el desarrollo – los ‘complementos analógicos’. Señalan, por ejemplo, el impacto de las tecnologías en el trabajo:

«La tecnología potencia las habilidades más altas a la vez que conduce a la sustitución de puestos de trabajo rutinarios, obligando así a muchos trabajadores a competir por empleos de baja remuneración […] Cuando Internet automatiza muchas tareas pero los trabajadores no poseen las habilidades que la tecnología potencia, el resultado será una mayor desigualdad, en lugar de una mayor eficiencia.»

Cierto, pero insuficiente. Porque ni Internet ni la tecnología automatizan nada. Quienes lo hacen son las organizaciones que adoptan la tecnología para reemplazar personas, amparadas por un estado de opinión y un entorno de mercado que priman la eficiencia económica por encima de la eficiencia social. Que identifican el progreso con el aumento de la intensidad tecnológica y de la eficiencia, sin hacerse responsables de los daños colaterales.

Al utilizar un lenguaje en que Internet aparece como causa, y no como lo que es – un instrumento – se obvia la raíz del problema.

La referencia que se hace a la posición dominante de las grandes plataformas digitales que actúan como intermediarias en un número creciente de mercados es otro ejemplo.

«La historia económica muestra que las empresas tienen la tentación de explotar una posición dominante. Las grandes empresas de internet no son una excepción. La economía de internet favorece de forma natural las posiciones de monopolio, de modo que algunas plataformas dominan sus mercados. Sus beneficios son tan elevados que pueden capturar rápidamente nuevos mercados comprando a sus competidores. Las startups locales quedan relegadas a mercados de nicho.»

Lo que la historia de verdad muestra es que la economía no tiene leyes en el mismo sentido que las de la Física, por ejemplo. Sus reglas son totalmente una creación humana, y por tanto contingente.

«Antes que las leyes económicas, existen las leyes […] Una vez creado el marco jurídico, la econocracia puede crear la ficción de que las leyes económicas son ‘universales’ y ‘naturales’, ya que se ajustan mágicamente a la legislación vigente. La economía no es más que una rama especialmente virulenta del derecho.» (A. Baños)

Lo mismo es aplicable a Internet y a la economía de Internet.

En su habitual estilo combativo, Evgeny Morozov se despacha sobre este asunto en una pieza reciente en The Guardian: «The state has lost control: tech firms now run Western politics.» En un tono más reposado, Yochai Benkler apunta, también desde The Guardian, a la misma cuestión: la combinación de Internet y la globalización han tenido como consecuencia aumentos de flexibilidad, pero también la dispersión de poder:

«La ubicación del poder se determina institucionalmente, no tecnológicamente […] Sólo construyendo contrapoderes, políticos, legales, sociales y técnicos tendremos una distribución más igualitaria de la riqueza y de los ingresos.«

Cierto. Más allá de los síntomas, lo que es cada vez más evidente es una apropiación cada vez mayor de Internet desde estructuras de poder más interesadas en apropiarse de los dividendos digitales que de distribuirlos. Así y todo, muchos siguen (seguimos) con la dificultad de progresar desde el saber QUÉ queremos hacer, o creemos que hay que hacer, a CÓMO ponerlo en práctica. Aunque pedirle al Banco Mundial que nos lo dijera sería, no os parece, pedirle demasiado.

El objetivo de algunos es liquidar la plantilla

160322 Blog

Fuente: Accenture

Leo en un website de Accenture:

«Accenture is in the midst of our own transformation toward a liquid workforce.«

Me intriga ese concepto de ‘liquid workforce‘. Porque sugiere adaptabilidad, pero también ausencia de resistencia. El agua fluye por donde encuentra huecos. Pero también por las cañerías y los desagues que alguien ha previamente dispuesto.

Vale la pena, pienso, fijarse en el doble lenguaje del texto de Accenture. Se expresa de una parte que el foco se pone en las personas. Pero a medio párrafo (el subrayado es nuestro) queda claro que se refieren sólo a sus personas; las que  son útiles en un momento dado:

«All of this starts when digital businesses put their People First. Human beings are at the center of the digital revolution […] Our mission is to improve the way the world works and lives. To do this, we need to improve the way our people work and live. It means having talent practices that attract, develop and inspire people in a uniquely human way – on their own terms.«

La leyenda del gráfico es, si cabe, incluso más ilustrativa:

«Use la tecnología para juntar y desmontar el talento interno y externo que está a su disposición para nuevos proyectos innovativos.»

Citan para ello como ejemplo su Careers Marketplace, una plataforma digital que proporciona a los empleados «una visión transparente de oportunidades personalizadas, basadas en sus habilidades y pasiones». Pero la misma plataforma proporciona a los ejecutivos un modo de «retener a a los empleados más valiosos» y de descartar (liquidando) a los que no lo son tanto (aunque eso último no se menciona).

No quisiera dar a entender que los consultores de Accenture, así como los clientes a los que se dirigen, son insensibles al lado inevitablemente oscuro de esta fuerza de trabajo líquida que propugan. Porque, en el mismo documento reconocen que «los gobiernos y las empresas deben colaborar para reimaginar un nuevo contrato social para la fuerza de trabajo líquida de hoy». Pero habrá que ver cómo la letra pequeña de ese contrato propone repartir los beneficios y las cargas de la liquidación. Y, sobre todo, quién y cómo diseña la red de cañerías por las que circula esa fuerza de trabajo líquida.

 

 

 

 

 

Responsabilidad social, ¿también para los emprendedores?

160307 BlogCopio extractos de un artículo sobre una «Economía poco colaborativa» en El País Negocios. Empieza manifestando que «la promesa de la economía colaborativa es de una belleza irrenunciable«, pero:

«Si hiciéramos una transición masiva desde nuestra economía de mercado hacia ese modelo alternativo se vaciarían de ingresos los sistemas de bienestar y se desmoronaría todo el aparato de derechos basados en las aportaciones colectivas.«

Por si fuera poco, los posibles ‘daños colaterales’ no se limitan a los impuestos. Porque,

«Pese al bello eco de esta idea, la vida no será como la carrera de Alicia en el país de las maravillas: donde había premio para todos. La economía colaborativa esconde una bomba de relojería. Esta propuesta ocupa cada vez a más personas con empleo a tiempo parcial que carecen de los beneficios sociales de un trabajador a jornada completa.«

Más nos vale estar atentos. A los emprendedores disruptivos les encanta la idea de ‘romper cosas‘. En una carta a sus futuros accionistas, antes de su salida a Bolsa, Mark Zuckerberg escribía que:

We have a saying: “Move fast and break things.” The idea is that if you never break anything, you’re probably not moving fast enough.’

Nada que oponer a la disrupción mientras se limite a los mercados. Por contra, la innovación social no debería ser disruptiva, sino inclusiva. Es cierto que por lo menos de momento, las Administraciones no saben cómo reaccionar a ese nuevo fenómeno, que, según el articulista de El País,  ven como «un mundo que se les escapa como el viento en un paisaje«:

Que esta propuesta sea positiva o negativa para el Estado de bienestar depende de cómo el derecho sepa canalizar sus ventajas y minimizar sus inconvenientes. […] aquí no funciona ni prohibir ni desregular y el legislador parece jugar a perseguir los cambios y llegar siempre tarde.

Los abogados de la disrupción a toda costa tienen razón en observar que la tecnología cambia a un ritmo exponencial, hoy mucho más rápido que el de la gobernanza. Pero no corresponde sólo a la tecnología marcar el ritmo del cambio.

Parece evidente que sufrimos un déficit de liderazgo entre los que gobiernan o quieren gobernar los asuntos públicos. Habrá que reconstruirlo, incluyendo también la gobernanza de la tecnología y sus efectos colaterales. Joan Manuel Serrat manifestaba hace años tener ‘algo personal‘ con tipos que  «juegan con cosas que no tienen repuesto«. Los emprendedores disruptivos con sudadera y zapatillas no había nacido todavía, pero me tienta aplicarles el cuento. Sobre todo si me fijo en quiénes les respaldan.

 

Si no hubiera luditas, habría que inventarlos

160221 BlogEn su último boletín mensual, el servicio de estudios de Caixabank publica un editorial motivado por la «creciente presencia de ideas neoluditas en los medios de comunicación y algunas corrientes de opinión».  Un editorial que contiene tesis equivocadas, o como mínimo discutibles.

Empezando por la caracterización que sea hace de los luditas como un movimiento «que se dedicaba a destruir la nueva maquinaria«.  Cierto sólo a medias. Porque la destrucción de alguna maquinaria, no de toda la maquinaria, no era el objetivo central de los luditas, sólo una téctica de protesta. Cito de «Lessons of the Luddites«:

«Contrariamente a las hipótesis modernas, los luditas no estaban en contra de la tecnología en sí. Se oponían a la forma particular en que se estaba aplicando. […] Su protesta se dirigía específicamente a una nueva clase de fabricantes que estaban socavando de manera agresiva los salarios, el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y la imposición de una forma temprana corrosiva de libre comercio. Para demostrarlo, se destruyeron selectivamente las máquinas propiedad de los directores de fábricas que estaban rebajando los precios, dejando intactas las otras máquinas.«

Los luditas intentaron (sin éxito) defender a la sociedad de una forma de Revolución Industrial que «conllevó dislocaciones económicas y sociales enormemente dolorosas«. No se oponían a la tecnología, sino a que el progreso tecnológico se pusiera al servicio de los nuevos capitalistas que pretendían «liberar a la vida económica del control social y político […] mediante la construcción de una nueva institución, el libre mercado, y la destrucción de los mercados más arraigados» (J. Gray).

El editorialista de Caixabank advierte, con razón, que aumenta el número de quienes propugnan una visión crítica del progreso tecnológico. Como muestra, estos recortes de El País de ayer:

  • «Internet es como aquel tipo que te dispara al pie y luego te salva la vida amputándotelo.» (‘San Google‘).
  • «El debate central es el de la soberanía tecnológica, que a su vez conecta con el acceso y la apropiación de los datos o el grado de apertura y de acceso a los sistemas operativos y las dinámicas de innovación.» (Joan Subirats, ‘Democratización tecnológica‘).
  • «Una descripción cabal de la política de las redes exige advertir sobre sus riesgos, contradicciones y límites.» (Daniel Innerarity, ‘Hombres ricos y hombres pobres (en datos)‘).

El meollo de la cuestión es que, en palabras de L. Winner, «la construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como parte de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las reglas sociales”. Lo que se discute (y hay que discutir) es si hemos de aceptar que la política se supedite al ritmo de un desarrollo tecnológico supuestamente autónomo e imparable, como sostienen, por ejemplo, desde la Singularity University:

«Current governance structures were developed over thousands of years, and while they may have been suitable for a slow-changing and parochial world, they are ripe for disruption. While technology changes at exponential rates, governance tends to change at linear rates.«

O si, por el contrario, es el desarrollo tecnológico el que debería encajarse en las reglas de una buena política.

Entretanto estas cuestiones se asientan, desde la web del Smithsonian sugieren que tiene sentido saber también pensar como la haría un ludita:

«Es posible vivir bien con la tecnología, pero sólo si cuestionamos continuamente las formas en que conforma nuestras vidas. Se trata de pequeñas cosas, como apagar de cuando en cuando el smartphone para dar un paseo. Pero también sobre grandes temas, como alzarse en contra de las tecnologías que  priorizan el dinero o la comodidad por encima de otros valores humanos. […] Puede ayudar, de vez en cuando, preguntarse cuáles de nuestras máquinas modernas los luditas elegirían romper. Y que usarían para romperlos.«

P.S. (Más sobre el editorial de Caixabank en una próxima entrada).

Ilustración: Smithsonian Magazine

 

La econocracia del uno por ciento

160114 InestabilidadTengo la impresión de que las noticias de estos días sobre la inestabilidad de los mercados financieros deben resultar incomprensibles para el 99% de la población. Resulta que ahora, en contra de lo que muchos habíamos entendido:

  • Es malo para ‘los mercados‘ que el precio del petróleo baje.
  • Otra consecuencia negativa de la debilidad del crecimiento es que «hace difícil que haya inflación«.

Para mí, e imagino que también para muchos como yo:

  • Es bueno que el petróleo baje, porque la consecuencia debería ser la de abaratar unas cuantas de las cosas que compramos.
  • Es bueno que la inflación sea baja, porque los sueldos no suben y hay que pagar las facturas. Y ahorrar para la vejez, si se puede, porque el futuro de las pensiones no parece muy seguro, que digamos.

Sucede que nuestra manera de pensar y nuestros intereses no sólo no están alineados con los de ‘los mercados’, sino que podrían ser incluso contradictorios. Porque:

  • ‘Los mercados’ tienen interés en los beneficios de las empresas petroleras, que ahora mismo disminuyen.
  • Algunos inversores habrían además apostado por las empresas de ‘fracking’, que son sólo rentables cuando el precio del petróleo está por encima de un mínimo; ahora podrían perder su inversión.
  • No sólo éso. La industria petrolífera en su conjunto, y los nuevos entrantes con mayor intensidad, multiplicaron su deuda para invertir en lo que se percibía como una nueva fuente de suministro. Lo que para algunos significa que se ha creado una nueva burbuja que, si se traslada al sector financiero como la anterior, podría hacer revivir la crisis del 2007 – 2008.

Ya se sabe que lo que guía a los inversores son las expectativas. Pero, ¿tenía sentido que esperar que China pudiera mantener indefinidamente tasas de crecimiento del 9 o 10% anual? En 2009, el PIB de China fue de unos 5.000.000 millones de dólares; en 2015 superó los 10.000.000 millones. Eso significa que para crecer al mismo ritmo de 2009, la China tiene ahora que añadir cada año a su economía el doble que entonces. Los crecimientos exponenciales acaban siempre siendo insostenibles; sólo es cuestión de tiempo.

Un comentario, antes de concluir, sobre el asunto de la inflación. Tomo un párrafo de un diario:

«El petróleo barato […]  hace casi imposible que haya inflación, lo que aleja la subida de tipos y complica el pago de las deudas a estados, empresas y particulares […] Si caen los beneficios de las petroleras, se complica el pago de su deuda.«

La inflación (el dinero de hoy vale menos que el de ayer) ayuda a pagar las deudas, pero penaliza a los ahorradores. Como hemos visto con la crisis de las hipotecas, la cuestión de las responsabilidades de la deuda, las de los deudores y los acreedores, es en el fondo una cuestión moral, no sólo económica y mucho menos un detalle técnico. Es cada vez más urgente revisar los ‘marcos mentales‘ imperantes sobre este asunto. A quien le interese esta cuestión le aconsejo sin reservas el magnífico libro de David Graeber.

Acabo. Si hemos de juzgar por las lecciones de crisis anteriores, podemos temer que la conclusión sea que ‘los mercados’ atienden a inversores (lo cual no es malo), pero también (y quizá más) a especuladores. Esos mercados (pero no todos los mercados) son instrumentos del 1%. La economía que proclaman (tomo prestada la frase de Antonio Baños) «no es más que una forma especialmente virulenta del derecho«. Una causa más que añadir a la agenda de las innovaciones sociales pendientes: revisar las bases de la economía y las finanzas, rehacer esa rama del derecho.

Saludos cordiales.

Imagen: Viñeta de Forges, publicada en El País el 14/1/2016

Hace falta otro modelo de progreso

Se publica estos días una plétora (‘abundancia excesiva’) de artículos sobre «lo que fue más importante en 2015″ y «lo que será más importante» en 2016′ . En su conjunto producen más confusión que otra cosa, porque cada cual escribe desde su particular punto de vista y casi nadie se preocupa de ponerlo en contexto. El resultado es una cacofonía que, eso sí, nos refuerza en la confusión de lo mucho que habrá que hacer en alinear ópticas, propósitos, principios y valores si queremos que las cosas mejoren de forma sustantiva. Tema éste, el del alineamiento, para otra entrada.

El deslavazado resumen de la Harvard Business Review («What We Learned About Management in 2015, in 25 Charts and Graphics«) me parece una buena ilustración de este déficit de sentido (que se fractaliza, reproduciéndose a todas las escalas). De esos 25 gráficos, sólo me ha llamado la atención el que reproduzco, extraído a su vez de una entrevista con Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, los autores de «The Great Decoupling«.

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El gráfico habla por sí solo. A partir de los 90 (casual o causalmente la década en la que empieza la expansión de Internet y las tecnologías digitales), el crecimiento del PIB y de la productividad no resulta en aumentos ni del empleo ni de los salarios. Ello apunta a dos asuntos que me parecen de interés.

En primer lugar, la evidencia de que es el capital, y no el trabajo, el que se lleva una parte creciente de los beneficios de este modelo de crecimiento/progreso. Estirar de este hilo nos llevaría hacia la cuestión de la desigualdad, sobre la que poco tengo que añadir. Excepto la sorpresa de que, dado que el desacople entre las rentas del capital y el trabajo lleva produciéndose 25 años, el debate sobre esta cuestión no haya explotado mucho antes.

Pero me parece tanto o más interesante constatar que, impulsado por la sinergia entre capitalismo liberal y tecnología, este modelo de progreso necesita cada vez menos a las personas como trabajadores. Pero sigue necesitándoles como consumidores. En tiempos de desempleo alto, salarios bajos y trabajo precario, podría parecer que se plantea una contradicción. ¿Cómo acabarán los consumidores pagando rentas al capital si no obtienen suficientes ingresos?

Por mucho que la HBR haya incluido este gráfico en una lista de temas de ‘management‘, creo que las respuestas a esta cuestión tienen que ver con políticas distributivas, y vendrán por tanto desde el ámbito de la ‘innovación social‘. Pero habrán sorpresas, como apuntaré en una próxima entrada.

Saludos cordiales.