La innovación más necesaria hoy es la social

160129 BlogParto del artículo «Tecnología y Desigualdad«, publicado en La Vanguardia por un economista de reconocido prestigio.

  • Su diagnóstico: que las «bases fundamentales sobre las que se asienta nuestro futuro se están alterando rápidamente» como consecuencia combinada de una globalización y un cambio técnico que se refuerzan mutuamente.
  • Su pronóstico: «consecuencias devastadoras para el bienestar actual y futuro de las clases medias«.

Siendo como soy de clase media, un pronóstico nada tranquilizador.

160120 Desigualdad ForgesLa recomendación del economista frente a esas fuerzas poderosas (la globalización y el cambio técnico) es «huir de las siempre fáciles soluciones populistas«, que en estos días vienen tanto de la izquierda como de la derecha.

«No reconocer la realidad, por amarga que esta sea,  —  concluye — es una receta segura para el desastre.«

La realidad, en mi opinión cada vez más evidente, que hemos de reconocer es que la expansión de la tecnología no es consecuencia de una ley universal, sino del impulso de grupos concretos e ideologías concretas, que incluyen concepciones también concretas de las configuraciones económicas y sociales que les interesan. Ideologías que conducen a objetivos más alineados con sus intereses particulares que con el interés general. Con el añadido de que no tendrán ningún reparo en acaparar los beneficios a corto plazo y dejar a otros la responsabilidad de lidiar con los daños colaterales de su versión de progreso.

No es la primera vez que eso sucede.

Ya en 2001, The Economist, un medio poco sospechoso de radicalismo antisistema, publicó bajo el titular «Profits over people» un artículo que hoy puede leerse como premonitorio. Entresaco un párrafo para reflexionar:

«No hay duda de que el progreso tecnológico, como el comercio, crean ganadores a la vez que perdedores. La Revolución Industrial conllevó dislocaciones económica y sociales enormemente dolorosas – aunque casi todo el mundo estaría hoy de acuerdo en que las ganancias en el bienestar humano bien merecían el coste.»

Quizá la sociedad en general acabe ganando con los cambios con el concubinato del capitalismo liberal, la globalización y la tecnología. Pero quizá no. Y, en todo caso, no me parece de recibo dar por inevitable que hayan de haber necesariamente consecuencias devastadoras a corto plazo para una parte importante de la ciudadanía.

Sobre esta cuestión, Peter Drucker escribía en 2001, también en The Economist:

«Podemos estar seguros de que la sociedad de 2030 será muy diferente a la de hoy, y que va a tener poca semejanza con la predicha por los futuristas más vendidos de hoy. No va a ser dominado o incluso en forma de tecnología de la información […] La característica central de la próxima sociedad, al igual que la de sus predecesoras, serán nuevas instituciones y nuevas teorías, ideologías y problemas.«

Una predicción que refuerza recordando que:

«Las décadas del siglo XIX posteriores a la primera y segunda revolución industrial fueron, después del siglo XVI, los períodos más fértiles e innovativos para la creación de nuevas instituciones y nuevas teorías.»

En esta línea, pienso que la realidad que hemos de reconocer que muchas las teorías e instituciones que más o menos nos han funcionado en el pasado han perdido validez y/o eficacia. Necesitamos pues grandes dosis de innovación social, como mínimo del mismo calibre que las de innovación tecnológica que por ahora dominan el discurso.

Enlazando con una entrada anterior, es evidente que la tecnología abre cada vez más posibilidades; pero queda por ver cómo añadimos:

  • La capacidad de hacer preguntas poderosas sobre sus objetivos y consecuencias.
  • La capacidad de integrar la tecnología en diseños socialmente deseables y viables.
  • La capacidad de liderar la transformación de los qué (lo que queremos, cuando lo sepamos) en cómos (cómo nos organizamos para hacerlo realidad).

Crédito: Viñeta de Forges, publicada en El País (20/1/2016)

 

El auge de los robots plantea dilemas

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Reproduzco una porción de la portada de La Vanguardia de 25 de Enero.

Me parece acertado sólo a medias. Porque es cierto que el auge de los robots plantea dilemas. Pero no sólo económicos, ni sobre todo económicos.

Por economía de medios, cito de sólo uno de los libros que tratan más o menos directamente la cuestión:

«La tecnología crea posibilidades y potencial, pero en último término el futuro al que lleguemos depende de nuestras elecciones […] Nuestro éxito no depende sólo de las elecciones tecnológicas, ni siquiera en la co-invención de nuevas organizaciones e instituciones. A medida que disminuyen las restricciones sobre lo que podemos hacer, es inevitable que nuestros valores sean más relevantes que nunca […] Necesitamos pensar en mucha más profundidad acerca qué es lo que realmente queremos y qué es lo que valoramos, como individuos y como sociedad.«

Klaus Schwab, el CEO del World Economic Forum, escribía en la misma línea hace pocos días  (en una pieza larga que vale la pena leer de arriba a abajo):

«Neither technology nor the disruption that comes with it is an exogenous force over which humans have no control. All of us are responsible for guiding its evolution, in the decisions we make on a daily basis as citizens, consumers, and investors. We should thus grasp the opportunity and power we have to shape the Fourth Industrial Revolution and direct it toward a future that reflects our common objectives and values.

To do this, however, we must develop a comprehensive and globally shared view of how technology is affecting our lives and reshaping our economic, social, cultural, and human environments. […] In the end, it all comes down to people and values. We need to shape a future that works for all of us by putting people first and empowering them.«

En esta línea, el auge de los robots plantea de entrada cuestiones éticas (sobre los valores, sobre lo bueno y lo malo) y políticas (como nos organizamos colectivamente para potenciar los valores que consideremos deseables). Las cuestiones económicas aparecerán sin duda en la agenda, pero deberían ser sólo subordinadas e instrumentales. En ningún caso las dominantes. De lo contrario estamos dando a la economía (o tal vez a la econocracia) vara alta sobre la ética y la política.

Recuerdo una cita de Langdon Winner, un autor que incorporo a la lista de lecturas anotadas en otro apartado de esta Web:

«En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado.

La ballena y el reactor

Se plantean varias cuestiones, pendientes para mejor ocasión:

  • ¿Cuáles son nuestros valores individuales acerca del desarrollo tecnológico y su impacto?
  • ¿Cómo y dónde podemos contrastarlos para construir una base común? ¿Sabremos hacerlo?
  • ¿Cómo podemos contribuir a que esos valores compartidos guien la evolución de las cosas? ¿Sabremos hacerlo
  • ¿Por dónde empezamos?

 

 

 

 

 

Los ‘techies’ dicen: «Hemos ganado»

160109 BlogMe llama la atención una entrada en Medium con el titular que reproduzco. Si es cierto que los ‘techies’ han ganado, ¿quién ha perdido o está perdiendo? Y también, si se estaba dirimiendo una batalla o competición, ¿cuál era?

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En la red, ¿somos pescadores o peces?, ¿navegamos o naufragamos?

160110 BlogZygmunt Bauman, entrevistado por mi primo Ricardo de Querol, en Babelia, propone que:

«Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.»

Como las viñetas de El Roto atestiguan, Bauman no es ni el primero ni el único que opina así. La trampa a la que se refiere tiene varias dimensiones (p.e. son un sumidero de tiempo, uno de nuestros recursos más escasos). Pero pienso que tal vez la trampa más relevante sea la de proporcionar a muchos una vía de escape (quizá inconsciente) para evitar el esfuerzo de integrarse en una comunidad de sentido. Bauman menciona a este respecto que en las redes:

«No se crea una comunidad […] lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto.»

La base de una comunidad (‘común-unidad’) es el alineamiento de los que la componen en torno a unos determinados principios y valores.  A poca reflexión que hagamos sobre las relaciones que mantenemos a diario, sabemos, que ese alineamiento pocas veces es espontáneo; y que, incluso cuando lo es, mantenerlo exige un esfuerzo persistente.

Enlazo esta reflexión con las que me suscita la lectura de «La resistencia íntima«, una publicación reciente del filósofo Josep Maria Esquirol. Extraigo un par de citas (traducidas libremente de la edición en catalán):

«Con el dominio de la información la lejanía de lo esencial se hace muy grande  […] En este nuevo medio, o navegamos o somos naúfragos.»

«La murmuración y la demagogia son el veneno de toda comunidad.«

¿Hablamos, por ejemplo, de política?

Imágenes: Viñetas de El Roto publicadas en El País el 24/1/2012 y 31/10/2012.

 

 

Hace falta otro modelo de progreso

Se publica estos días una plétora (‘abundancia excesiva’) de artículos sobre «lo que fue más importante en 2015″ y «lo que será más importante» en 2016′ . En su conjunto producen más confusión que otra cosa, porque cada cual escribe desde su particular punto de vista y casi nadie se preocupa de ponerlo en contexto. El resultado es una cacofonía que, eso sí, nos refuerza en la confusión de lo mucho que habrá que hacer en alinear ópticas, propósitos, principios y valores si queremos que las cosas mejoren de forma sustantiva. Tema éste, el del alineamiento, para otra entrada.

El deslavazado resumen de la Harvard Business Review («What We Learned About Management in 2015, in 25 Charts and Graphics«) me parece una buena ilustración de este déficit de sentido (que se fractaliza, reproduciéndose a todas las escalas). De esos 25 gráficos, sólo me ha llamado la atención el que reproduzco, extraído a su vez de una entrevista con Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, los autores de «The Great Decoupling«.

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El gráfico habla por sí solo. A partir de los 90 (casual o causalmente la década en la que empieza la expansión de Internet y las tecnologías digitales), el crecimiento del PIB y de la productividad no resulta en aumentos ni del empleo ni de los salarios. Ello apunta a dos asuntos que me parecen de interés.

En primer lugar, la evidencia de que es el capital, y no el trabajo, el que se lleva una parte creciente de los beneficios de este modelo de crecimiento/progreso. Estirar de este hilo nos llevaría hacia la cuestión de la desigualdad, sobre la que poco tengo que añadir. Excepto la sorpresa de que, dado que el desacople entre las rentas del capital y el trabajo lleva produciéndose 25 años, el debate sobre esta cuestión no haya explotado mucho antes.

Pero me parece tanto o más interesante constatar que, impulsado por la sinergia entre capitalismo liberal y tecnología, este modelo de progreso necesita cada vez menos a las personas como trabajadores. Pero sigue necesitándoles como consumidores. En tiempos de desempleo alto, salarios bajos y trabajo precario, podría parecer que se plantea una contradicción. ¿Cómo acabarán los consumidores pagando rentas al capital si no obtienen suficientes ingresos?

Por mucho que la HBR haya incluido este gráfico en una lista de temas de ‘management‘, creo que las respuestas a esta cuestión tienen que ver con políticas distributivas, y vendrán por tanto desde el ámbito de la ‘innovación social‘. Pero habrán sorpresas, como apuntaré en una próxima entrada.

Saludos cordiales.