No es la inteligencia artificial lo que da miedo

El suplemento Ideas de El País de 18/3/2018, dedicado en buena parte a la inteligencia artificial, es un ejemplo de la promoción acrítica de una versión sesgada del progreso tecnológico y su impacto social (ya desde el imperativo «debemos» del titular principal).

(En el interior (de la edición papel), otro titular Lo que los coches pueden enseñarnos sobre los robots«) utiliza un léxico asimismo discutible, dado que es obvio que los coches no van a enseñarnos nada).

«Los tribunales y la sociedad en general tardaron un tiempo en entender tanto los aspectos técnicos del coche, como los problemas que planteaba el tráfico.»

Sí podemos aprender algo de la historia social de la introducción del automóvil, y en particular de su regulación. Como bien señala la articulista, las normas y restricciones sobre el uso del automóvil no se centraron inicialmente tanto en los aspectos técnicos de los vehículos como en los cambios en ordenación del espacio público tras la aparición de ese nuevo artefacto. Algo que en su momento incluyó innovaciones como carriles, señales de tráfico, zonas de aparcamiento en la calle, semáforos y pasos de peatones.

Ahora bien, cuando observamos el impacto global del automóvil en la ciudad, en aspectos como la proporción de espacio público que ocupa o su incidencia en la contaminación, ¿podemos estar igualmente satisfechos de cómo se ha regulado socialmente la proliferación del automóvil privado? ¿Qué hubiera pasado si, por ejemplo, se hubiera dado preferencia desde un primer momento al desarrollo del transporte público? Imagino que quien lo intentara encontraría una enorme presión en contra de los emprendedores de la industria del automóvil y de sus inversores, así como la reivindicación de los derechos individuales de los (inicialmente privilegiados) primeros usuarios del automóvil.

«Las tecnologías alternativas no son las que determinan cambios en las relaciones sociales; son más bien el reflejo de esos cambios.» (David Noble, «Forces of Production: A Social History of Industrial Automation»).

Pero sigamos a la articulista y aceptemos que la historia (y las consecuencias) de la introducción del automóvil pueden ayudarnos a pensar sobre la introducción (y las consecuencias) de la inteligencia artificial. Una primera conclusión sería entonces que, si a algo tenemos que temer, no es a la inteligencia artificial (tampoco tenemos miedo de los motores de explosión), sino a las motivaciones, la ética y la responsabilidad social las personas y grupos sociales que las diseñan, financian, despliegan y promueven.

No podemos a este respecto coincidir con la articulista cuando propone que:

«Son los ingenieros, los científicos de datos, así como los departamentos de marketing y los Gobiernos que usen o tengan que regular dichas tecnologías, quienes deben comprender la dimensión social y ética de la inteligencia artificial.«

No podemos hacerlo, porque precisamente historias como la del automóvil (o más recientemente la de la Web 2.0 y las redes sociales, por poner sólo un ejemplo) no conducen precisamente a confiar en exclusiva a esos colectivos la comprensión de las dimensiones éticas y sociales de las tecnologías. (Ver el artículo sobre robots sexuales en el mismo suplemento).

«Me parece asombroso que los tecnoevangelistas hagan alarde de que puede ofrecer una suerte de eterno progreso a la humanidad; sin embargo, tan pronto se les confronta con cuestiones éticas caen en el determinismo y el fatalismo.» (Rob Riemen, «Para combatir esta era«)

Otro artículo en el mismo suplemento, también sobre la inteligencia artificial, concluye que:

«Es necesario aumentar la conciencia sobre los límites de la IA, así como actuar de forma colectiva para garantizar que se utilice en beneficio del bien común con seguridad, fiabilidad y responsabilidad.»

Una conclusión bien intencionada, razonada y razonable. Si no fuera porque los recursos destinados a esa actuación colectiva para garantizar el bien común son mucho menores que los que utilizan quienes no consideran el bien común como su prioridad ni su responsabilidad.

¿Hacia una humanidad subconsciente?

«Cuando el lenguaje pierde el significado, no puede existir ninguna forma de verdad y la mentira se convierte en norma.» (Rob Riemen, «Para combatir esta era«).

«Sentimos que aún cuando todas las posibles cuestiones de la ciencia hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo
(Wittgenstein, «Tractatus»,   6-52)

José M. Lassalle, que como secretario de Estado de la Sociedad de la Información y Agenda Digital en el Gobierno del Estado deber saber de qué habla, afirma en la prensa («¿Fake Humans?«) que:

«Nos acercamos a los umbrales de un tiempo histórico que nos hará definitivamente digitales. De hecho, ya casi lo somos […]. El año 2020 está ahí. Con él, el despliegue de unas tecnologías habilitadoras que, sin posibilidad de retorno, cambiarán los imaginarios culturales, los relatos políticos y los paradigmas económicos del planeta.»

Lo hace con absoluta seguridad, con ese contundente «sin posiblidad de retorno». Quizá porque reconoce (o tal vez conoce de primera mano) el poder de las fuerzas (ocultas para la mayoría) que impulsan esta transformación. Unas fuerzas tan poderosas que, según afirma con la misma seguridad, configuran

«Un ecosistema que nos habrá hecho rebasar el dintel de la posthumanidad sin consultarnos, y que hoy en día se está modelando sin pensamiento crítico ni pacto social y político que establezca derechos y obligaciones entre los actores que participan en él.»

Lassalle intuye que más allá de ese ‘dintel de la posthumanidad’  se configurará un territorio para ‘fake humans’. Si bien no entra a definir en qué los fake se diferenciarían de los ‘truly humans’, parace sumarse al bando de quienes intuyen que se trataría de una algún tipo de humanidad menos consciente.

Las máquinas no piensan: calculan. Observamos que se promueven unas tecnologías de la información que mecanizan la conciencia, al apelar a los automatismos del subconsciente (el Sistema 1 de Kahneman), desviando la atención de la reflexión y el pensamiento consciente. Incluso Arianna Huffington, que ganó su fama y fortuna en Internet, avisa que:

«La tecnología es estupenda para proporcionarnos lo que creemos que queremos, pero no necesariamente lo que necesitamos. En la economía de la atención, nuestra atención es monetizable y la sofisticación de las técnicas utilizadas para socavarla están sobrepasando a ritmo exponencial nuestra capacidad para protegerla.»

Promueven también una versión de la tecnología cognitiva y la inteligencia artificial que tienden a mecanizar nuestros procesos de pensamiento. A este respecto, Tim Cook, el CEO de Apple, expresa  que:

«No me preocupan que las máquinas puedan pensar como las personas. Me preocupan las personas que piensen como máquinas.»

Antes de plantear qué hacer al respecto para protegernos de esos riesgos o, aún mejor, para combatir sus causas, conviene quizá considerar que la tendencia de fondo es incluso anterior a la invención de Internet. ¿Cómo se explica si no, la reflexión de Erich Fromm en «La revolución de la esperanza« (1968):

«Un nuevo espectro anda al acecho entre nosotro: una sociedad completamente mecanizada, dedicada a la máxima producción y al máximo consumo materiales y dirigida por máquinas computadoras. En el consiguiente proceso social, el hombre mismo, bien alimentado y divertido, aunque pasivo, apagado y poco sentimental, está siendo transformado en una parte de la maquinaria total. Con la victoria de la nueva sociedad, el individualismo y la privacidad desaparecerán, los sentimientos hacia los demás serán dirigidos por condicionamiento psicológico y otros expedientes de igual índole, o por drogas, que también proporcionarán una nueva clase de experiencia introspectiva«.

Algo así como en esta escena de Wall-E. Continuará.

#Tech4Who’sGood

En una entrada anterior proponía evitar caer en la trampa de la elección binaria entre #Tech4Good y #Tech4Bad, de modo que la reflexión y el debate partiera de una cuestión abierta, como #Tech4What.

«El ritmo de innovación tecnológica es impresionante. Está teniendo impacto en prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas. Y lo continuará haciendo – de muchos modos que no podemos todavía imaginar.»

Esta cita, extraída de un artículo de una profesora de la London Business School sobre los robots y el futuro del trabajo me motiva a añadir a la anterior otra pregunta abierta: #Tech4Who’sGood.

El impulso a la tecnología, en este caso a la robotización guiada por inteligencia artificial, no tiene lugar espontáneamente. Nada lo hace. Para explicar la dinámica de los cuerpos materiales, Newton propuso su famosa ecuación «F = m*a«; si un cuerpo se acelera es porque actúa sobre él alguna fuerza. De hecho, las escuelas de negocios de élite enseñan precisamente éso a quienes pueden pagar la matrícula: a participar de las fuerzas que conforman el futuro («El futuro pertenece a los líderes, te pertenece«, leo en un banner de la London Business School).

Como era de esperar, la profesora de la LBS tiene presente una de las causas de este fenómeno:

«Quizá este futuro es indescifrable a largo plazo – más de 1o años – pero hay señales que nos pueden ayudar a pensar acerca del corto y medio plazo […] Una señal a observar es a dónde va el dinero de los inversores.»

Omite, sin embargo que, como Carlota Pérez y otros autores han mostrado, la inversión en épocas como la actual está impulsada por capital especulativo, entre cuyas prioridades está la apropiación de los beneficios de la innovación, pero no la responsabilidad de los daños colaterales que ésta pueda producir. En el pasado, el deterioro ecológico. En el futuro inmediato, tal vez un deterioro social consecuencia de la destrucción de empleos y el aumento de las desigualdades.

La trampa de argumentos de este estilo es presentar como una reflexión imparcial lo que en puridad es el resultado de una ideología (y axiología) que se desvela al llegar a las recomendaciones:

«Como individuos, como organizaciones y como sociedad tenemos que aceptar que las continuas innovaciones en tecnología tendrán grandes consecuencias en nuestras vidas […] Debemos aceptarlo. Tendremos que adaptarnos […] Hace falta solamente que seamos lo suficientemente ágiles – anticipándonos, adaptarándonos, aprendiendo – para captar el potencial de la tecnología.»

La necesidad de rebatir esa lógica me parece evidente. La propia autora da pie para ello al concluir al final de su panfleto que:

«No somos observadores pasivos […] Nos corresponde a todos explotar la tecnología en lugar de dejar que sea la tecnología la que determine la narrativa.»

Pero quien ‘determina la narrativa‘ no es la tecnología, sino las actuaciones de quienes, como la autora, defienden desde una posición de privilegio la lógica de quienes la conciben, financian, desarrollan e imponen.

Es cierto: faltan narrativas alternativas. ¿Las tendremos? Como la propia Carlota Pérez desgrana en esta entrevista, no podemos darlo por seguro. Como individuos aislados, buscando ‘soluciones individuales a las contradicciones del sistema(Bauman dixit) somos socialmente impotentes.  Necesitamos construir grupos, organizaciones e instituciones sociales capaces de generar alternativas prácticas a las que está imponiendo la lógica de los exponencialistas. Y sobre éso, sobre construir este tipo de organizaciones e instituciones, estamos todavía aprendiendo. Tema para próximas entradas.

#Tech4What: La trampa de las preguntas binarias

Ship2B tuvo la bienintencionada pero arriesgada inciativa de incluir en el programa de 4YFN un taller sobre la cuestión «Tech4Good o Tech4Bad». Se nos pidió a los participantes, distribuidos en 7 u 8 grupos, que propusiéramos en unos 20 minutos tres iniciativas ‘potentes’ para catalizar intencionadamente un impacto social positivo de la tecnología.

Es un asunto importante, desde luego oportuno como para incluirse en la agenda de una organización como Ship2B centrada en el impacto social, pero que requiere (pienso) una reflexión y un proceso de exploración y debate mucho menos superficial que el posible en el tiempo y formato propuesto.

La temática del impacto de la tecnología en la sociedad, como el menos tratado del impacto de la sociedad en la tecnología, es un asunto demasiado complejo, multidimensional si se prefiere, para encapsularlo en una pregunta binaria.

El progreso tecnológico tendrá (ha tenido) efectos positivos, pero también negativos.

«No question, technological progress, just like trade, creates losers as well as winners. The Industrial Revolution involved hugely painful economic and social dislocations—though nearly everybody would now agree that the gains in human welfare were worth the cost» (The Economist, 27/09/2001)

Aceptemos que  en la mayoría de las ocasiones quienes impulsan el avance de la tecnología lo hacen con buenas intenciones (#tech4good); pero ello no excluye que generen efectos colaterales indeseados, además de una distribución por lo general nada democrática entre ganadores y perdedores. En particular, porque nadie se postula de entrada como perdedor.

Al mismo tiempo, la naturaleza humana, o el influjo de las fuerzas del mal, si se prefiere, tendrá como consecuencia inevitable que haya (los ha habido, los hay) quienes conciban, desarrollen, impulsen o utilicen la tecnología para fines socialmente censurables (#tech4bad).

«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines. (Langdon Winner«, La ballena y el reactor).

Los que nos dedicamos ayudar a grupos u organizaciones en sus procesos de cambio sabemos de la dificultad frecuente en que se encuentran para responder con precisión y coherencia a una ‘pregunta poderosa’: «¿Para qué?«. Pienso que sería interesante someter a los convencidos del #Tech4Good a un cuestionamiento a fondo de sus convicciones.

«Hablan demasiado cuando convendría callar más. Todo son respuestas y casi no queda espacio para las preguntas que pueden no tener respuesta.» (Josep M. Esquirol, «La resistencia íntima«).

Porque los expertos han descrito el síndrome que denominan como ‘la ilusión del conocimiento’ (ver, por ejemplo, «The Knowledge Illusion«).  Cuando se interroga a fondo a gente sobre su conocimiento en detalle sobre temas en los que tienen una opinión bien formada, una buena parte acaba por admitir, siempre ‘a posteriori’, estar mucho menos seguros de su conocimiento en profundidad de la materia. Sería ilustrativo hacer este experimento sobre los efectos de la tecnología. ¿Alguien se apunta?

 

Una caduca «Declaración de independencia»

Imagen: Electronic Frontier Foundation

Anuncian la muerte de John Perry Barlow, autor de una «Declaración de la Independencia del Ciberespacio«, publicada en 1996. Una declaración muy celebrada en su momento por los tecno-utópicos, y que todavía traen a colación de cuando en cuando los ilustrados-TIC y los propagandistas y voceros de la ideología tecnocrática de Silicon Valley y afines.

El tiempo, sin embargo, ha tratado mal el espíritu y la realidad de esa Declaración.

«We will create a civilization of the Mind in Cyberspace. May it be more humane and fair than the world your governments have made before.«

La realidad desmiente esa visión utópica del ciberespacio como una «civilización de la Mente». La realidad hoy es la de un ciberespacio complejo y caótico, en que la maraña de contenidos banales, cuanto no  ‘fake news, enmascaran la sabiduría y el conocimiento civilizados. Un ciberespacio colonizado además por grandes empresas quasi-monopolistas, ampliamente financiadas por el capitalismo más puro y duro. Un espacio que quizá llegue a servir para ampliar la democracia, pero que seguro que sirve ya para combatirla. Un espacio que tanto puede ampliar nuestras mentes como aletargarlas, ampliar nuestras conexiones como aislarnos, estimular la conversación como pervertirla.

Quizá la conclusión más equilibrada sea que la evolución del ciberespacio es paralela a la del espacio físico, dominados ambos por las mismas pulsiones, impulos e intereses, a la vez por ángeles y por espíritus del mal. Que la realidad virtual no es ni será ni más ni menos utópica que la que teníamos por convencional.

Concluiré postulando que el razonamiento utópico de John Perry Barlow se fundamenta erróneamente en una visión dualista del mundo, de  los conceptos de realidad, materia y espíritu:

«Your legal concepts of property, expression, identity, movement, and context do not apply to us. They are all based on matter, and there is no matter here.»

Doblemente incierto. Porque los cimientos del ciberespacio están hechos de materia, silicio, fibra óptica, servidores y redes. Y  los fundamentos de los conceptos legales a los que se refiere no son materiales: se aplican a una realidad material, pero emanan de pensamientos, teorías, ideologías, intenciones y voluntades.

Esta declaración de independencia, como tantos otros manifiestos bienintencionados, pecan de un optimismo no realista acerca de la capacidad de los utopistas para crear grupos e instituciones acordes con su visión de futuro. Subestiman a los incumbentes:

«You have no moral right to rule us nor do you possess any methods of enforcement we have true reason to fear.»

a la vez que sobrevaloran sus propias habilidades y capacidades:

«We will spread ourselves across the Planet so that no one can arrest our thoughts.»

Descanse en paz, John Perry Barlow. Aquí queda todavía mucho por hacer.

El mayor peligro de la Inteligencia Artificial

Getty Images

Los medios se han hecho eco del sonoro enfrentamiento público entre Elon Musk (CEO de Tesla) y Mark Zuckerberg (CEO de Facebook) acerca de los peligros (o no) de la Inteligencia Artificial (IA).

Musk sostiene que (*):

«La IA es un riesgo central para la existencia de la civilización humana.»

La respuesta de Zuckerberg:

«Soy optimista. Y no entiendo a la gente que es negativa e intenta inventar escenarios apocalípticos. Creo que es bastante irresponsable

Musk replica en Twitter:

«He hablado con Mark sobre esto. Su entendimiento sobre el tema es limitado.»

Por debajo de la batalla de la batalla entre dos egos ‘king size’ subyace una cuestión más de fondo: la de si conviene o no regular ya el desarrollo de la IA.

Musk aboga por una regulación proactiva:

La IA es uno de los raros casos en los cuales creo que necesitamos una regulación proactiva en lugar de una reactiva […] Cuando se produzca una regulación reactiva, será demasiado tarde.»

Zuckerberg discrepa, apuntando implícitamente que la regulación retrasaría el desarrollo de la tecnología.

«La tecnología puede siempre utilizarse para bien o para mal, y uno ha de ser cuidadoso acerca de lo que construye, cómo lo construye y cómo se utilizará […] Pero discrepo de la gente que aboga por ralentizar el proceso de crear IA.»

Hay un dato que quizá ayude a entender la polémica. Musk está acostumbrado a que sus empresas actúen en mercados fuertemente regulados, como el del automóvil. Facebook aprovecha carencias en la regulación (p.e. sobre privacidad) para extender su negocio (no es el único; empresas como Uber o Airbnb hacen lo mismo en otros ámbitos). ¿Defendería Zuckerberg que Tesla se saltara las reglamentaciones sobre seguridad para desarrollar más rápidamente el mercado de sus automóviles? No lo creo.

Subyace por tanto la cuestión de los objetivos y prácticas de la regulación, especialmente la de las nuevas tecnologías. Una cuestión repleta de criterios y matices, que de ningún modo se puede despachar como lo hace uno de nuestros más ilustres ilustrados-TIC‘:

«Reclamar regulación sobre una tecnología o conjunto de tecnologías antes de que se desarrollen es un problema [porque] muy pocas veces se desarrolla de la manera adecuada, y tiende a basarse en la restricción de posibilidades […] Esperemos que esas peticiones de regulación no lleguen a ningún político temeroso e inspirado. Y mientras tanto, sigamos trabajando.«

Por supuesto que, como en el ejemplo de los automóviles que apuntaba antes, la regulación ha de basarse en la restricción de posibilidades. Porque tenemos el derecho a reclamar que el respeto a criterios éticos y sociales sea un requisito que se aplique previamente al desarrollo de una tecnología. La eficacia limitada de muchos organismos reguladores no ha de ser una excusa para obviar la necesidad de una regulación proactiva, sino en todo caso para diseñar e implantar mejores regulaciones y organismos reguladores.

Una explicación del impulso que está teniendo el desarrollo de la IA es que será una herramienta de acumulación de riqueza y poder, seguramente en mayor grado que otras tecnologías. El mayor riesgo realThe Real Threat of Artificial Intelligence«) es que esta acumulación genere desigualdades y desequilibrios imposibles de gestionar a posteriori.

«Los productos de IA […] tienen el potencial de transformar radicalmente nuestro mundo, y no sólo para mejor […] Recompondrán el significado del trabajo y la creación de riqueza, llevando a desigualdades económicas sin precedentes e incluso alterando el equilibrio global de poderes.

A medio plazo, por ejemplo, la IA tensionará aún más el pacto social entre capital y trabajo (cuya regulación ya es conflictiva), eliminando los trabajos de muchos, pero sin hacerse cargo de la factura de los daños colaterales. Sabemos que la Revolución Industrial generó dislocaciones sociales del mismo tipo, que costó varias décadas solucionar. Una regulación proactiva apropiada debería evitar que esta historia se repita, esta vez en mayor escala. Es una cuestión de ética y de responsabilidad social.

(*) Video, a partir del minuto 48.

¿Existe una inopia tecno-optimista?

Copio de una entrevista en La Contra de La Vanguardia (“O regulamos las tecnológicas o seremos sus subempleados”, 4/7/2017). Agrupo en tres bloques sus opiniones sobre el poder las grandes empresas tecnológicas norteamericanas y sus consecuencias.

De entrada, una afirmación que los datos vienen a respaldar:

«Vivimos una revolución global, acelerada y despiadada […] Google, Facebook y Amazon ya son hoy los monopolios más poderosos de la historia con el mayor valor bursátil que jamás ha tenido empresa alguna y un poder omnímodo.

Luego, una interpretación en clave de política global:

«Son el brazo neocolonial del poder americano. […] No es la tecnología la que impone su ley. Es la política neocolonial.«

Parece algo radical. Pero conviene no olvidar que ya en 1993 la Administración Clinton, en un documento titulado “Technology for Economic Growth”, justificaba en estos términos su estrategia de impulso a las tecnologías de la información, y en especial a las ligadas a Internet:

Hoy más que nunca el liderazgo tecnológico es vital para los intereses nacionales de los Estados Unidos […] Nuestra capacidad para dominar el poder y la promesa de los avances en las tecnologías punta determinarán en gran medida nuestra prosperidad nacional, nuestra seguridad y nuestra influencia global.«

Finalmente, el entrevistado en La Contra adelanta una predicción:

«Si no los obligamos a cumplir nuestras leyes, nos convertirán en neoproletarios de su paleocapitalismo digital […] Y los políticos europeos o han sido comprados o aún viven en la inopia tecnooptimista.«

Este último concepto, el de inopia tecnooptimista, me ha recordado el de ‘sonambulismo tecnológico’ acerca del que  Langdon Winner ya advertía en 1986 («La ballena y el reactor«):

«Una noción más reveladora es la del sonambulismo tecnológico  […] En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado […] Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana.«

Ninguno de nosotros lee la letra pequeña de los contratos que (de modo apenas consciente) firmamos con las plataformas tecnológicas. Pero lo que es todavía más grave, es que la promoción y operación de estas plataformas no está hoy por hoy sujeta a ningún tipo de contrato social, ni siquiera en letra pequeña.

Sobre este fenómeno, Winner apuntaba que, tal y como los hechos están corroborando:

«La construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como partes de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las relaciones sociales.»

Y sin embargo,

«En nuestro tiempo las personas a menudo están dispuestas a realizar cambios drásticos en su forma de vida para dar cabida a la innovación tecnológica mientras que se resisten a cambios similares que se justifican en el terreno político […] Fascinados por el sueño de una revolución espontánea y rural, los tecnólogos evitan todo análisis profundo de las instituciones que controlan la dirección del desarrollo tecnológico y económico.«

En este contexto, la propaganda de Silicon Valley propone adaptar la legislación a la tecnología, cuando lo apropiado sería exactamente lo opuesto.

Seamos conscientes de que detrás de esta subversión de valores que propone primar lo tecnológico sobre lo social hay una hay una voluntad firme, que se aprovecha de la inopia tecnooptimista y del sonambulismo tecnológico. Estemos avisados.

Propuesta de reflexión

«A partir de la reflexión sobre un artefacto o una plataforma tecnológica que utilicéis habitualmente, ¿podéis identificar un efecto colateral del que hubiérais preferido ser previamente advertidos? «

 

 

 

 

Tomemos conciencia de cómo y cuándo nos manipulan

Fuente: http://www.newyorker.com/cartoon/a20720

El rescate a los bancos no debía haber costado un euro a los españoles. Pero, según el «Informe sobre la crisis financiera y bancaria en España, 2008-2014«, el sector bancario habrá recibido finalmente ayudas (no recuperables) por un total de casi 60.000.000.000 euros desde 2009. (Lo cual me ha llevado a recordar esta viñeta del New Yorker sobre los hechos alternativos.

Una hipótesis al respecto es que los economistas son notoriamente malos haciendo previsiones. Otra, no necesariamente alternativa, es que los políticos que anunciaron esas previsiones nos engañaron.

Sea lo que fuere, lo cierto es que el informe del Banco de España, una institución que es de suponer surtida de economistas, ha recibido críticas unánimes. Para el editorial de La Vanguardia, que lo califica de decepcionante:

«El primer reproche que puede hacerse al informe del Banco de España es que apenas incide en dos cuestiones que afectan directamente al regulador: una es la razón por la que tardó tanto en actuar, cuando es sabido que hubo toques de atención ya en el 2006 especialmente sobre la delicada situación de algunas cajas, y la segunda es por qué, cuando finalmente tomó decisiones, no sólo pecó de superficial, sino que además lo hizo de forma que puede calificarse de dubitativa y poco profunda.«

Escribiendo en El País («El supervisor se explica«), Emilio Ontiveros apunta en la misma dirección:

«En diciembre de 2007, las actividades relacionadas con la construcción, el sector inmobiliario y la financiación para la adquisición de vivienda representaban el 62,5% del crédito total al sector privado. Fue esa acumulación de riesgos durante los siete años previos al contagio estadounidense la responsable de la gravedad diferencial de la crisis en nuestro país. El Banco de España disponía de la autoridad suficiente no sólo para advertir de esa acumulación, sino para evitarla.«

Con este precedente de fallos en la previsión, la supervisión y la regulación de los mecanismos de los mercados financiero e inmobiliario que condujeron a la crisis, no deja de sorprender que en un artículo Ciudad y Mercado«) en la misma edición de La Vanguardia, un influyente economista y profesor de escuela de negocios abogue por limitar la regulación en favor del mercado:

«Un mercado competitivo sin fricciones es una idealización de libro de texto que en la realidad se transforma en un mercado de competencia imperfecta y con fricciones […] La cuestión es cómo se debe orientar la política pública en estas circunstancias. La tentación puede ser la prohibición y la supresión de los mecanismos de mercado [… Pero] el bienestar de los habitantes de las ciudades estará mejor servido si la regulación en lugar de intentar suplantar al mercado lo acompaña alineando los incentivos privados con los sociales. Los instrumentos para hacerlo están disponibles en la caja de herramientas de los economistas.«

Si estas herramientas existen, ¿por qué los economistas, incluyendo los del Banco de España, no las utilizaron en su momento?

La ortodoxia nos quiere hacer creer que la Economía es una ciencia amoral, lo cual es discutible. Pero lo que resulta indiscutible es que los economistas y las instituciones en las que trabajan actúan, como todo el mundo, en función de principios morales, aunque no necesariamente alineados con el interés general. Cuando estos principios no son explícitos, nos manipulan con sus conclusiones.

Como cuando postulan que la regulación debe adaptarse al mercado, cuando lo moral sería lo opuesto.

El asunto de la relación entre la economía, los economistas y la moralidad da para más, pero será en otra ocasión. Así y todo, no me resisto a citar un artículo reciente en Newsweek:

«En la Harvard Business School no saben cómo enseñar ética tan bien como saben enseñar ingeniería financiera, y nunca sabrán.»

Pues eso.

https://medium.com/whither-news/our-problem-isnt-fake-news-our-problems-are-trust-and-manipulation-5bfbcd716440

A problemas complejos, algo más que narrativas

Me parece relevante que la OCDE haya publicado un documento sobre el diseño de políticas sobre asuntos complejos. Después de una lectura rápida, destacaré sólo dos de los temas que trata.

Los límites del pensamiento económico tradicional

Traduzco de la introducción:

«Los economistas y los políticos no han sabido reconocer la complejidad del comportamiento humano y de los sistemas en los que vivimos […] como los ecosistema, los mercados financieros, los mercados de la energía y otros fenómenos sociales como la urbanización y la migración.

[…] En economía todavía hablamos de flujos, masas, equilibrio y similares. Pero estos términos tienen su raíz en la física clásica, desarrollada antes de la relatividad y la teoría cuántica. Las nuevas ciencias de la complejidad pueden proporcionar ideas sobre cómo los grupos de personas se comportan realmente cuando actúan juntos para formar sistemas económicos y sociopolíticos. Estos sistemas no operan simplemente como una serie de acciones y reacciones, sino con retroalimentación, no linealidad, puntos de inflexión, singularidades, aparición y todas las demás características de sistemas complejos.«

Una excursión por la Física y las Ciencias de la complejidad nos llevaría ahora mismo demasiado lejos. (Ver, sin embargo, «El Liderazgo y La Nueva Ciencia» para una introducción estimulante). Pero ya era hora de que un organismo como la OCDE reconozca los límites de la ortodoxia económica de la cual ha sido un conspicuo representante.

Hacen falta nuevas narrativas

Una de las contribuciones destacables de esta publicación es la de Eric Beinhocker, autor un libro interesante y provocador («The Origin of Wealth: The Radical Remaking of Economics and What It Means for Business and Society«) y de propuestas para redefinir el capitalismo. Traduzco también párrafos de su contribución al documento:

«La Economía se autodefine como una ciencia amoral, pero los humanos somos criaturas morales. Debemos traer la moral al centro de la Economía para que la gente confíe en ella […] Para ello serán necesarias narrativas, imágenes y memes que cambien el modo de pensar de los medios y de la gente.«

Me parece también destacable que añada a dos propuestas de narrativas más bien convencionales (sobre el crecimiento y sobre la inclusión) dos más ambiciosas: sobre un nuevo contrato social y sobre un nuevo idealismo.

Harán falta además nuevas instituciones

Pienso, sin embargo, que hará falta algo más que nuevas narrativas.

El último Edelman Trust Barometer confirma, por si no lo supiéramos, que ya es mayoría (y sigue creciendo) el porcentaje de la población que desconfía de las instituciones. En este contexto,

  • ¿Quién asumirá la responsabilidad de crear y proponer esas nuevas narrativas?
  • ¿Quién participará en su elaboración? ¿Cómo se les atraerá a hacerlo?
  • ¿Quién estará en condiciones de hacer suya la responsabilidad de llevarlas a la práctica?

Aún admitiendo la posibilidad de que algunas instituciones puedan transformarse para ganarse la confianza de la sociedad, harán falta nuevas instituciones. Será cuestión de aprender a crearlas.

Contra la especulación antisocial, innovación social radical

Traduzco de un un ‘long read’ de The Guardian sobre la escasez de vivienda asequible en Londres:

«La crisis financiera del 2008 creó una nueva política relativa al espacio, según la cual se fuerza a la gente con bajo nivel de ingresos a abandonar sus casas subiendo los alquileres, en tanto que se anima a los ricos a usar la propiedad para obtener beneficios […] Esto no es ‘gentrificación’. Es un fenómeno completamente distinto. Se está permitiendo al capital global reconfigure el país.«

Se trata de un fenómeno global, que se ha propagado también a Barcelona. En palabras de una asesora inmobiliaria en La Vanguardia («Calentón inmobiliario«):

 «Los tipos de interés están bajos, la bolsa se antoja volátil, la renta fija tiene poca rentabilidad…, así que el dinero se fija en el ladrillo. […] La ciudad está de moda. Muchos extranjeros con poder adquisitivo quieren vivir aquí […] La oferta de pisos de alquiler en Barcelona es muy escasa, y la de pisos públicos aún menos. La demanda sube y los precios también”.

Un razonamiento que puede parecer impecable frase a frase. Pero conduce a una conclusión socialmente inaceptable al justificar implícitamente la lógica especulativa:

«Cada vez es más difícil encontrar fincas interesantes, pero el año pasado nos hicimos con 19. En Barcelona hay unas 35.000 propiedades de un solo dueño: solares, naves industriales, incluso iglesias… y de todas ellas unas 10.000 son edificios residenciales. Ahora, como nosotros, en el ámbito primario, buscadores potentes, operamos unos diez. Y unos 50 fondos de inversión están muy atentos. Se hacen con todo lo que sale al mercado. Nosotros les ofrecemos productos que no están en el mercado”.

La movilización vecinal ya ha empezado, pero no será suficiente. El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado un «Plan por el Derecho a la Vivienda de Barcelona 2016-2025«. Pese a sus indudables buenas intenciones, tampoco será suficiente. Según el propio plan,

«Barcelona debería disponer para el año 2027 de un parque mínimo del 15 % de las viviendas principales destinado a políticas sociales, lo que correspondería a cerca de 100.000 viviendas. […] La situación actual con respecto al parque destinado a políticas sociales impide prever que en el escenario de este plan sea posible conseguir este objetivo.»

Porque frente a un déficit que el Ayuntamiento estima en 50.000 viviendas objetivo de políticas sociales,  el Plan municipal prevé la promoción de sólo unas 1.000 viviendas anuales.

Se trata de un problema de fondo. Contra lo que proclaman las manifestaciones vecinales, la triste verdad es que Barcelona sí está en venta. Para el capital global flotante, la vivienda no es un derecho social, sino un activo financiero apetecible. Hace falta articular un nuevo contrato social, y éso exige una innovación social radical, diseñada desde una óptica maximalista. Como bien apunta The Guardian, «no es posible contemplar soluciones reales a la crisis de la vivienda sin un profundo cambio estructural en lo económico». 

Una transformación estructural con todas sus consecuencias, diría yo, más que sólo un simple cambio. Más fácil de decir que de hacer, ciertamente. Pero habría que intentarlo.