Cuando todo el mundo está de acuerdo en que las cosas deben cambiar, pero nada cambia

140517 Economist Climate ChangeAcabo de leer «Switch: How to change things when change is hard» (en inglés, porque sale más barato que en español). Recomendable, por más que algún ‘enterado‘ diga que sólo se trata de sentido común básico muy bien ordenado y empaquetado.

Lo he leído buscando, entre otras, respuestas a cuestiones como la siguiente:

¿Qué hacer en situaciones en las que todo el mundo está de acuerdo en que las cosas deben cambiar, pero parece que no pasa nada?

Su respuesta:

«Lo que parece resistencia al cambio es a menudo falta de claridad.«

Las cosas no cambian si la gente que las puede cambiar no está motivada. Pero motivarla a base de consignas ambiguas o, aún peor, descalificaciones de los demás no basta. Han pasado cinco o seis años desde que el best-seller de Stéphane Hessel consagró la indignación como motor de cambio. Suficientes para demostrar que la indignación por sí sola no genera cambios.

Daniel Innerarity, autor de un muy recomendable «La política en tiempos de indignación» (que comentaré en una próxima entrada) lo resume muy bien en una entrevista en «La Contra» de La Vanguardia:

«La indignación ha estado buscando culpables en vez de soluciones.«

Señalar, denunciar, demonizar lo que estorba y hay que cambiar es mucho más fácil que construir  alternativas.  Como estamos viendo, por ejemplo en Barcelona, convertir buenos activistas en buenos  gobernantes no resulta nada trivial; ni siquiera para los activistas. Innerarity es bastante radical al respecto:

«Hay una gran diferencia entre expresar una aspiración y decidir entre las alternativas posibles […] En una sociedad democrática debe haber espacio para quienes hacen política sin voluntad de compromiso, salvaguardando los principios o expresando valores que deben ser tenidos en cuenta. En este ámbito actúan diversos movimientos sociales, protestas u organizaciones cívicas. Ahora bien, confiarles responsabilidades de gobierno sería un error tan grave como eliminar ese espacio de vigilancia y expresión que les es propio.«

Dicho todo ésto, lo que me parece cada día más claro es que las recomendaciones para un cambio de chip que proponen los autores de Switch sólo abordan dos de los tres ingredientes del cambio transformador: La dirección, que resulta del buen pensar; y el compromiso, cuyo origen es el buen sentir. Pero para conseguir un cambio en el que sea necesario la contribución de muchas personas, y más aún si lo que hace falta es un liderazgo distribuido, el elemento crítico, escaso, intangible y delicado, a menudo ignorado es el alineamiento. Casi siempre el más difícil. Tema para una próxima entrada.

Imagen: The Economist 17/5/2014

 

 

Zuckerberg pasa revista a sus (¿tropas?)

160223 Zuckerberg in MWC

Algunas publicaciones, como The New Yorker, hacen regularmente un concurso entre sus lectores, pidiéndoles propuestas para el pie de una viñeta.

Pienso que ni siquiera los dibujantes más atrevidos hubieran imaginado una viñeta con una situación como la que recoge esta foto de Mark Zuckerberg en el Barcelona Mobile World Congress. Pero sería interesante ver cuáles serían los resultados de un concurso en el que alguien con suficiente audiencia (soy consciente de no tenerla) pidiera propuestas sobre el pie de foto que sería más apropiado.

A mí, particularmente, me evoca la imagen de un jerarca, pasando satisfecho revista, no sé si a sus tropas o a sus súbditos.

Una entrada en la edición digital del Washington Post acaba con una cita de Neil Postman que no es exactamente un pie de foto, pero así todo sugerente:

«En la era de la tecnología avanzada, es más probable que devastación espiritual provenga de un enemigo con una cara sonriente.«

 

¿Habría que poner límites a la velocidad digital?

160224 BlogUn artículo («Vidas aceleradas«) de Judit Carrera en El País me impulsa a añadir algunas de sus reflexiones a mi última entrada sobre el neoludismo y el debate sobre el ritmo deseable de la aplicación social de los avances tecnológicos.

Extraigo, sin más comentarios, los párrafos que más me han llamado la atención:

«[Estamos en] esa fase de la evolución en la que, gracias a las nuevas tecnologías […] ya es prácticamente imposible distinguir qué es humano de lo que no lo es.«

«¿Cómo es posible que unas tecnologías que habían nacido para ganar tiempo hayan acabado generalizando la impresión de que el tiempo es cada vez más escaso?.»

«La solución no pasa por la desaceleración o por la nostalgia de un pasado menos digitalizado, sino por cuestionar que la velocidad y la novedad sean el único motor del progreso y por no dejar de preguntarnos qué tipo de tecnología queremos y para qué.«

Materias para reflexionar individualmente. También para buscar, diseñar, fabricar espacios en que llevar a cabo una reflexión colectiva.

Si no hubiera luditas, habría que inventarlos

160221 BlogEn su último boletín mensual, el servicio de estudios de Caixabank publica un editorial motivado por la «creciente presencia de ideas neoluditas en los medios de comunicación y algunas corrientes de opinión».  Un editorial que contiene tesis equivocadas, o como mínimo discutibles.

Empezando por la caracterización que sea hace de los luditas como un movimiento «que se dedicaba a destruir la nueva maquinaria«.  Cierto sólo a medias. Porque la destrucción de alguna maquinaria, no de toda la maquinaria, no era el objetivo central de los luditas, sólo una téctica de protesta. Cito de «Lessons of the Luddites«:

«Contrariamente a las hipótesis modernas, los luditas no estaban en contra de la tecnología en sí. Se oponían a la forma particular en que se estaba aplicando. […] Su protesta se dirigía específicamente a una nueva clase de fabricantes que estaban socavando de manera agresiva los salarios, el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y la imposición de una forma temprana corrosiva de libre comercio. Para demostrarlo, se destruyeron selectivamente las máquinas propiedad de los directores de fábricas que estaban rebajando los precios, dejando intactas las otras máquinas.«

Los luditas intentaron (sin éxito) defender a la sociedad de una forma de Revolución Industrial que «conllevó dislocaciones económicas y sociales enormemente dolorosas«. No se oponían a la tecnología, sino a que el progreso tecnológico se pusiera al servicio de los nuevos capitalistas que pretendían «liberar a la vida económica del control social y político […] mediante la construcción de una nueva institución, el libre mercado, y la destrucción de los mercados más arraigados» (J. Gray).

El editorialista de Caixabank advierte, con razón, que aumenta el número de quienes propugnan una visión crítica del progreso tecnológico. Como muestra, estos recortes de El País de ayer:

  • «Internet es como aquel tipo que te dispara al pie y luego te salva la vida amputándotelo.» (‘San Google‘).
  • «El debate central es el de la soberanía tecnológica, que a su vez conecta con el acceso y la apropiación de los datos o el grado de apertura y de acceso a los sistemas operativos y las dinámicas de innovación.» (Joan Subirats, ‘Democratización tecnológica‘).
  • «Una descripción cabal de la política de las redes exige advertir sobre sus riesgos, contradicciones y límites.» (Daniel Innerarity, ‘Hombres ricos y hombres pobres (en datos)‘).

El meollo de la cuestión es que, en palabras de L. Winner, «la construcción de un sistema técnico que involucra a seres humanos como parte de su funcionamiento requiere una reconstrucción de los roles y las reglas sociales”. Lo que se discute (y hay que discutir) es si hemos de aceptar que la política se supedite al ritmo de un desarrollo tecnológico supuestamente autónomo e imparable, como sostienen, por ejemplo, desde la Singularity University:

«Current governance structures were developed over thousands of years, and while they may have been suitable for a slow-changing and parochial world, they are ripe for disruption. While technology changes at exponential rates, governance tends to change at linear rates.«

O si, por el contrario, es el desarrollo tecnológico el que debería encajarse en las reglas de una buena política.

Entretanto estas cuestiones se asientan, desde la web del Smithsonian sugieren que tiene sentido saber también pensar como la haría un ludita:

«Es posible vivir bien con la tecnología, pero sólo si cuestionamos continuamente las formas en que conforma nuestras vidas. Se trata de pequeñas cosas, como apagar de cuando en cuando el smartphone para dar un paseo. Pero también sobre grandes temas, como alzarse en contra de las tecnologías que  priorizan el dinero o la comodidad por encima de otros valores humanos. […] Puede ayudar, de vez en cuando, preguntarse cuáles de nuestras máquinas modernas los luditas elegirían romper. Y que usarían para romperlos.«

P.S. (Más sobre el editorial de Caixabank en una próxima entrada).

Ilustración: Smithsonian Magazine

 

Una visión maximalista de la innovación social

160214 BlogEsta nueva publicación sobre el estado del arte en la innovación social contiene un interesante y provocador ensayo de Roberto Mangabeira Unger, un intelectual capaz de escribir sobre política, religión y física matemática.

Para Mangabeira, la innovación social (entendida como «la creación de nuevas formas de actuación y cooperación en alguna parte de la sociedad») tiene sentido en los ámbitos de la vida social que no están adecuadamente cubiertos ni por los mercados ni por el estado; que se sitúan en una tierra de nadie entre las actuaciones de la política y la economía actuales, por lo que requieren de iniciativas que ni las empresas ni las instituciones políticas parecen capaces de concebir y promocionar.

Como ejemplos de situaciones sobre las que la innovación social exigiría cambios en la estructura institucional de la sociedad, y en particular en los modos de organizar la producción y el poder, el filósofo cita entre otros los siguientes:

  1. Una segmentación jerárquica de la economía, que excluye a la mayor parte de la fuerza de trabajo de las vanguardias de la producción (p.e. el hecho de que las empresas en la vanguardia de la tecnología generan hoy por hoy menos empleos que los que destruyen).
  2. Una reorganización global de la fuerza de trabajo que expulsa a una porción creciente de la población hacia una precariedad crónica.
  3. El desacoplamiento entre economía y finanzas, que permite a una minoría capturar una porción desproporcionada de las rentas.
  4. La contratada falta de efectividad de las políticas monetarias enfocadas hacia democratizar la demanda sin democratizar la producción.
  5. Los límites de modelos de servicios públicos basados en la distribución de servicios estándar y de calidad mejorable por parte de una burocracia administrativa y por lo general opaca.
  6. La evidencia de que los subsidios públicos a la población menos favorecida no están siendo suficientes para garantizar la cohesión social.

En este contexto, el autor distingue entre dos versiones, minimalista y maximalista, de la innovación social:

  • En su versión minimalista, el ámbito exclusivo de la innovación social es la sociedad civil, y más concretamente el denominado tercer sector. Según esta versión, la sociedad está constituida por dos grandes esferas (los negocios y la política), quedando el tercer sector como un ámbito residual, en la práctica abandonado por los dos dominantes.
  • Para la versión maximalista, el ámbito de la innovación social ha de ser la totalidad de la sociedad, incluyendo no sólo sus instituciones, sino incluso sus marcos mentales y formas de conciencia. La innovación social, como todas las innovaciones, empieza demostrando su potencial en un contexto concreto y sobre un problema y un público específicos. Pero teniendo desde un principio la ambición de aplacar las causas últimas, sean políticas, institucionales o económicas, de las situaciones no deseables, y no sólo sus síntomas.

Mangabeira se declara partidario sin reservas de la versión maximalista, la única potencialmente capaz de alcanzar su objetivo. Su postura, al considerar que «ninguno de los fallos de las sociedades contemporáneas, ricas o pobres, puede resolverse dentro de los límites del compromiso socialdemócrata»:

«El logro histórico de la socialdemocracia europea […] fue una inversión masiva en la gente por parte del estado. Desde el principio, la limitación fundamental de la socialdemocracia ha sido que abandonó cualquier intento de reformar la producción y el poder: los acuerdos institucionales del mercado y de la democracia.« 

Su conclusión es radical:

«Vivimos bajo una dictadura de falta de alternativas: sólo se nos ofrece un conjunto menor e inadecuado de formas de organizar los diversos terrenos de la vida social. Bajo la óptica maximalista, el objetivo del movimiento de la innovación social es derrocar esta dictadura.«

Sugiero leer «Algo va mal«, el clásico todavía actual de Tony Judt, desde esta óptica.

Deberes: ¿Por qué el autor no menciona para nada en su ensayo la perspectiva de una ‘innovación social disruptiva’. Mi respuesta en una próxima entrada.

La innovación más necesaria hoy es la social

160129 BlogParto del artículo «Tecnología y Desigualdad«, publicado en La Vanguardia por un economista de reconocido prestigio.

  • Su diagnóstico: que las «bases fundamentales sobre las que se asienta nuestro futuro se están alterando rápidamente» como consecuencia combinada de una globalización y un cambio técnico que se refuerzan mutuamente.
  • Su pronóstico: «consecuencias devastadoras para el bienestar actual y futuro de las clases medias«.

Siendo como soy de clase media, un pronóstico nada tranquilizador.

160120 Desigualdad ForgesLa recomendación del economista frente a esas fuerzas poderosas (la globalización y el cambio técnico) es «huir de las siempre fáciles soluciones populistas«, que en estos días vienen tanto de la izquierda como de la derecha.

«No reconocer la realidad, por amarga que esta sea,  —  concluye — es una receta segura para el desastre.«

La realidad, en mi opinión cada vez más evidente, que hemos de reconocer es que la expansión de la tecnología no es consecuencia de una ley universal, sino del impulso de grupos concretos e ideologías concretas, que incluyen concepciones también concretas de las configuraciones económicas y sociales que les interesan. Ideologías que conducen a objetivos más alineados con sus intereses particulares que con el interés general. Con el añadido de que no tendrán ningún reparo en acaparar los beneficios a corto plazo y dejar a otros la responsabilidad de lidiar con los daños colaterales de su versión de progreso.

No es la primera vez que eso sucede.

Ya en 2001, The Economist, un medio poco sospechoso de radicalismo antisistema, publicó bajo el titular «Profits over people» un artículo que hoy puede leerse como premonitorio. Entresaco un párrafo para reflexionar:

«No hay duda de que el progreso tecnológico, como el comercio, crean ganadores a la vez que perdedores. La Revolución Industrial conllevó dislocaciones económica y sociales enormemente dolorosas – aunque casi todo el mundo estaría hoy de acuerdo en que las ganancias en el bienestar humano bien merecían el coste.»

Quizá la sociedad en general acabe ganando con los cambios con el concubinato del capitalismo liberal, la globalización y la tecnología. Pero quizá no. Y, en todo caso, no me parece de recibo dar por inevitable que hayan de haber necesariamente consecuencias devastadoras a corto plazo para una parte importante de la ciudadanía.

Sobre esta cuestión, Peter Drucker escribía en 2001, también en The Economist:

«Podemos estar seguros de que la sociedad de 2030 será muy diferente a la de hoy, y que va a tener poca semejanza con la predicha por los futuristas más vendidos de hoy. No va a ser dominado o incluso en forma de tecnología de la información […] La característica central de la próxima sociedad, al igual que la de sus predecesoras, serán nuevas instituciones y nuevas teorías, ideologías y problemas.«

Una predicción que refuerza recordando que:

«Las décadas del siglo XIX posteriores a la primera y segunda revolución industrial fueron, después del siglo XVI, los períodos más fértiles e innovativos para la creación de nuevas instituciones y nuevas teorías.»

En esta línea, pienso que la realidad que hemos de reconocer que muchas las teorías e instituciones que más o menos nos han funcionado en el pasado han perdido validez y/o eficacia. Necesitamos pues grandes dosis de innovación social, como mínimo del mismo calibre que las de innovación tecnológica que por ahora dominan el discurso.

Enlazando con una entrada anterior, es evidente que la tecnología abre cada vez más posibilidades; pero queda por ver cómo añadimos:

  • La capacidad de hacer preguntas poderosas sobre sus objetivos y consecuencias.
  • La capacidad de integrar la tecnología en diseños socialmente deseables y viables.
  • La capacidad de liderar la transformación de los qué (lo que queremos, cuando lo sepamos) en cómos (cómo nos organizamos para hacerlo realidad).

Crédito: Viñeta de Forges, publicada en El País (20/1/2016)

 

La tecnología hace cada vez más necesaria la filosofía

160128 Blog

Detecto (no debo ser el único) un constante flujo creciente de noticias sobre los avances en robótica y en variantes de la inteligencia artificial. Muchas de ellas en la línea de destacar (y a menudo celebrar) la superioridad de las máquinas sobre los humanos.

Se nos informa, por ejemplo, de que los ingenieros de Google han conseguido programar una máquina que juega al Go a nivel más alto. Al informar sobre ello, el editor escribe que:

Aunque el logro técnico era digno de celebrarse, uno no podía evitar el consolar al pobre ser humano que estaba siendo superado.«

Roto 151228

Una frase como mínimo desafortunada, además de condescendiente. En línea con la tendencia, denunciada hace ya un tiempo por Jaron Lanier de ‘presentar a la gente como obsoleta para que los ordenadores parezcan más avanzados‘. Porque, aunque no tengo el gusto de conocerle, apuesto a que el campeón de Go que perdió cinco partidas consecutivas contra el ordenador de Google le da ciento y raya en varios centenares de conocimientos, capacidades, habilidades, relaciones y actividades disfrutables en las que ese ordenador en particular no tiene la más mínima capacidad de competir. Suponiendo, además, de que lo importante sea competir.

En un contexto menos sofisticado, uno de nuestros ilustres ilustrados-TIC inicia así una entrada en su blog:

«En una prueba más de la superioridad de la máquina sobre el hombre, Uber … «

No se trata de desliz, sino de un reflejo de su ideología, como prueba el párrafo final:

«Hasta aquí hemos llegado con la relatividad de las percepciones humanas. A partir de ahora, y mientras estemos aún obligados a que sea un imperfecto humano quien conduzca, dame lecturas de los sensores de una máquina. La tecnología siempre tiene la respuesta correcta.«

Lo que caracteriza a las ideologías, y a los sofistas que las proclaman, es que sus supuestos de base permanecen casi siempre ocultos. Y no por casualidad, sino porque las ideologías, incluso la tecnocrática que se está convirtiendo en dominante, sirven a intereses por lo general no generales (viñeta de El Roto en El País de 28/12/2015). Creo detectar dos de estos supuestos implícitos en la entrada de nuestro ilustrado-TIC:

  1. Que todo lo que se puede percibir se puede digitalizar.
  2. Que sea cual sea la pregunta, la tecnología (o quizá la ciencia) es la respuesta.

Creo que ambas son demostrablemente erróneas. Y a la vez un síntoma de la necesidad (urgente, porque los sofistan empujan), de retomar la filosofía. Porque:

«La misión de la filosofía es evitar el reduccionismo.»

J. M. Esquirol, «La resistencia íntima«.

y también

«Nada es únicamente como lo percibimos, sino infinitamente más.«

Markus Gabriel, «Por qué el mundo no existe«.

Tanto la ciencia como la filosofía enseñan (a quien quiera aprenderlo) la importancia de plantear las preguntas correctas. Las respuestas sólo son buenas en tanto que se refieren a buenas preguntas, y las que los tecnócratas se hacen no siempre lo son. Al arte y a la filosofía (los filósofos son artistas del lenguaje) corresponde hacerlas. Y al diseño crear buenas soluciones. Y al liderazgo conseguir ponerlas en práctica. Será cada vez más importante poner a cada cual en su sitio.

Crédito: Imagen adaptada de una conferencia de John Maeda.

 

 

 

 

 

 

El auge de los robots plantea dilemas

160125 Imagen

Reproduzco una porción de la portada de La Vanguardia de 25 de Enero.

Me parece acertado sólo a medias. Porque es cierto que el auge de los robots plantea dilemas. Pero no sólo económicos, ni sobre todo económicos.

Por economía de medios, cito de sólo uno de los libros que tratan más o menos directamente la cuestión:

«La tecnología crea posibilidades y potencial, pero en último término el futuro al que lleguemos depende de nuestras elecciones […] Nuestro éxito no depende sólo de las elecciones tecnológicas, ni siquiera en la co-invención de nuevas organizaciones e instituciones. A medida que disminuyen las restricciones sobre lo que podemos hacer, es inevitable que nuestros valores sean más relevantes que nunca […] Necesitamos pensar en mucha más profundidad acerca qué es lo que realmente queremos y qué es lo que valoramos, como individuos y como sociedad.«

Klaus Schwab, el CEO del World Economic Forum, escribía en la misma línea hace pocos días  (en una pieza larga que vale la pena leer de arriba a abajo):

«Neither technology nor the disruption that comes with it is an exogenous force over which humans have no control. All of us are responsible for guiding its evolution, in the decisions we make on a daily basis as citizens, consumers, and investors. We should thus grasp the opportunity and power we have to shape the Fourth Industrial Revolution and direct it toward a future that reflects our common objectives and values.

To do this, however, we must develop a comprehensive and globally shared view of how technology is affecting our lives and reshaping our economic, social, cultural, and human environments. […] In the end, it all comes down to people and values. We need to shape a future that works for all of us by putting people first and empowering them.«

En esta línea, el auge de los robots plantea de entrada cuestiones éticas (sobre los valores, sobre lo bueno y lo malo) y políticas (como nos organizamos colectivamente para potenciar los valores que consideremos deseables). Las cuestiones económicas aparecerán sin duda en la agenda, pero deberían ser sólo subordinadas e instrumentales. En ningún caso las dominantes. De lo contrario estamos dando a la economía (o tal vez a la econocracia) vara alta sobre la ética y la política.

Recuerdo una cita de Langdon Winner, un autor que incorporo a la lista de lecturas anotadas en otro apartado de esta Web:

«En el terreno técnico repetidamente nos involucramos en diversos contratos sociales, las condiciones de los cuales se revelan sólo después de haberlos firmado.

La ballena y el reactor

Se plantean varias cuestiones, pendientes para mejor ocasión:

  • ¿Cuáles son nuestros valores individuales acerca del desarrollo tecnológico y su impacto?
  • ¿Cómo y dónde podemos contrastarlos para construir una base común? ¿Sabremos hacerlo?
  • ¿Cómo podemos contribuir a que esos valores compartidos guien la evolución de las cosas? ¿Sabremos hacerlo
  • ¿Por dónde empezamos?

 

 

 

 

 

La econocracia del uno por ciento

160114 InestabilidadTengo la impresión de que las noticias de estos días sobre la inestabilidad de los mercados financieros deben resultar incomprensibles para el 99% de la población. Resulta que ahora, en contra de lo que muchos habíamos entendido:

  • Es malo para ‘los mercados‘ que el precio del petróleo baje.
  • Otra consecuencia negativa de la debilidad del crecimiento es que «hace difícil que haya inflación«.

Para mí, e imagino que también para muchos como yo:

  • Es bueno que el petróleo baje, porque la consecuencia debería ser la de abaratar unas cuantas de las cosas que compramos.
  • Es bueno que la inflación sea baja, porque los sueldos no suben y hay que pagar las facturas. Y ahorrar para la vejez, si se puede, porque el futuro de las pensiones no parece muy seguro, que digamos.

Sucede que nuestra manera de pensar y nuestros intereses no sólo no están alineados con los de ‘los mercados’, sino que podrían ser incluso contradictorios. Porque:

  • ‘Los mercados’ tienen interés en los beneficios de las empresas petroleras, que ahora mismo disminuyen.
  • Algunos inversores habrían además apostado por las empresas de ‘fracking’, que son sólo rentables cuando el precio del petróleo está por encima de un mínimo; ahora podrían perder su inversión.
  • No sólo éso. La industria petrolífera en su conjunto, y los nuevos entrantes con mayor intensidad, multiplicaron su deuda para invertir en lo que se percibía como una nueva fuente de suministro. Lo que para algunos significa que se ha creado una nueva burbuja que, si se traslada al sector financiero como la anterior, podría hacer revivir la crisis del 2007 – 2008.

Ya se sabe que lo que guía a los inversores son las expectativas. Pero, ¿tenía sentido que esperar que China pudiera mantener indefinidamente tasas de crecimiento del 9 o 10% anual? En 2009, el PIB de China fue de unos 5.000.000 millones de dólares; en 2015 superó los 10.000.000 millones. Eso significa que para crecer al mismo ritmo de 2009, la China tiene ahora que añadir cada año a su economía el doble que entonces. Los crecimientos exponenciales acaban siempre siendo insostenibles; sólo es cuestión de tiempo.

Un comentario, antes de concluir, sobre el asunto de la inflación. Tomo un párrafo de un diario:

«El petróleo barato […]  hace casi imposible que haya inflación, lo que aleja la subida de tipos y complica el pago de las deudas a estados, empresas y particulares […] Si caen los beneficios de las petroleras, se complica el pago de su deuda.«

La inflación (el dinero de hoy vale menos que el de ayer) ayuda a pagar las deudas, pero penaliza a los ahorradores. Como hemos visto con la crisis de las hipotecas, la cuestión de las responsabilidades de la deuda, las de los deudores y los acreedores, es en el fondo una cuestión moral, no sólo económica y mucho menos un detalle técnico. Es cada vez más urgente revisar los ‘marcos mentales‘ imperantes sobre este asunto. A quien le interese esta cuestión le aconsejo sin reservas el magnífico libro de David Graeber.

Acabo. Si hemos de juzgar por las lecciones de crisis anteriores, podemos temer que la conclusión sea que ‘los mercados’ atienden a inversores (lo cual no es malo), pero también (y quizá más) a especuladores. Esos mercados (pero no todos los mercados) son instrumentos del 1%. La economía que proclaman (tomo prestada la frase de Antonio Baños) «no es más que una forma especialmente virulenta del derecho«. Una causa más que añadir a la agenda de las innovaciones sociales pendientes: revisar las bases de la economía y las finanzas, rehacer esa rama del derecho.

Saludos cordiales.

Imagen: Viñeta de Forges, publicada en El País el 14/1/2016

Los ‘techies’ dicen: «Hemos ganado»

160109 BlogMe llama la atención una entrada en Medium con el titular que reproduzco. Si es cierto que los ‘techies’ han ganado, ¿quién ha perdido o está perdiendo? Y también, si se estaba dirimiendo una batalla o competición, ¿cuál era?

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