Capitalistas por la reforma del capitalismo

blog_160613aAntón Costas, Catedrático de Economía y Presidente del influeyente Círculo de Economía, escribe en El País sobre «El capitalismo y sus descontentos«.

Recuerda, es oportuno que lo haga, que en circunstancias similares en las primeras décadas del siglo pasado, «los descontentos con [los excesos] del capitalismo llevaron a apoyar a los populismos que en Europa derivaron en nacionalismos extremos y en fascismos de variado tipo«. (Véase sobre el particular el imprescindible «La gran transformación» de Karl Polanyi).

La consecuencias son tristemente conocidas:

«La sociedad liberal se derrumbó. Sólo después de dos guerras la democracia y una relativa igualdad retornaron de la mano de la socialdemócratas y los cristiano demócratas que apoyaron un modelo de economía de mercado pragmático con el Estado social como instrumento esencial para garantizar las oportunidades y la cobertura de riesgos sociales.«

Las circunstancias actuales son en buena parte similares. Las finanzas condicionan la economía y la política, a expensas de las condiciones de vida de segmentos crecientes de la población. Que, dicho sea de paso, aguanta la crisis con un estoicismo o una resignación mucho mayor de lo esperable.

¿Su propuesta de solución?

«Reactivar los valores de la sociedad liberal y los principios de la economía de mercado. Preguntarnos, en primer lugar, por lo que nos une como sociedad para regenerar el pegamento que en el pasado reconcilió capitalismo con igualdad y democracia. Y, en segundo lugar, poner en marcha una política radical contra las prácticas monopolísticas y de cartelización que impiden la competencia, esquilman a los consumidores con precios de monopolio y profundizan la desigualdad.«

Una propuesta con grandes carencias, a mi modesto entender.

  • Porque, ante una situación que pide a gritos una reforma a fondo, plantea sólo una vuelta atrás, a las décadas de la democracia cristiana y la socialdemocracia. Modelos ambos cuyo agotamiento fue precisamente lo que dejó el espacio a la ideología neoliberal que ahora casi todos critican. Eso, sin mencionar que, por lo menos en nuestros lares, ni los partidos políticos de esas enseñas ni sus líderes generan precisamente entusiasmo ni confianza. Aún con sus defectos, planteamientos como el «Postcapitalismo» de Paul Mason proponen bases más interesantes.
  • Porque, ¿estamos todos convencidos de que existió realmente un pasado en que capitalismo estaba de verdad, y no sólo superficialmente, reconciliado con igualdad y democracia?
  • Porque, quizá como corresponde a un catedrático de Universidad, plantea QUÉ se debe hacer, pero elude todo comentario acerca de CÓMO llevarlo a término. Es fácil, en efecto, preguntarse qué nos une como sociedad. Pero lo que se necesitan son respuestas, si es que existen, y gentes con el compromiso y las habilidades para liderar un proceso que las haga emerger.

Su receta, en fin, se centra en «elegir un tipo de capitalismo que sea compatible con la igualdad y la democracia«. Pero no está claro que esto sea posible, al menos no en base a los clichés al uso. En «La paradoja de la globalización« un libro que parece haberse olvidado demasiado pronto, Dani Rodrik planteaba «un trilema político fundamental de la economía mundial: no podemos perseguir simultáneamente democracia, autodeterminación nacional y globalización económica». Una llamada de atención a tomar en cuenta cuando los ideólogos y los partidarios de la globalización son los primeros en esgrimir las ventajas de la economía de mercado.

Al respecto de la crisis, de cuyas consecuencias, lo queramos o no, estamos hablando, Rodrik escribe que «los economistas (y quienes les prestan atención) habían llegado a confiar demasiado en su narrativa preferida» y que «el orgullo desmedido genera ceguera«. Para no olvidarlo.

Muchos adictos consideran que la adicción es ‘normal’

160525 Blog¿Crean los móviles adicción? Constato que no hay una opinión unánime. Veamos unas cuantas.

Escribiendo sobre el anuncio de los últimos resultados de Facebook, leo en The New York Times («How You’re Making Facebook a Money Machine«) :

«Vuestra adicción está haciendo que Facebook sea sorprendentemente rentable.«

Según un estudio reciente de Common Sense Technology, una organización dedicada a aconsejar a familias acerca del uso de las nuevas tecnologías,

«La mitad de los adolescentes en los EEUU se consideran adictos a sus teléfonos móviles […] La mayoría de los padres están de acuerdo, y el 59% de los encuestados dicen que sus hijos de entre los 12 y los 18 años no pueden dejar sus móviles.»

Más aún. Según un reportaje del Washington Post («This dark side of the Internet is costing young people their jobs and social lives«) sobre reSTART, un centro de rehabilitación cerca de Seattle,

«Un número creciente de padres y expertos dicen que la adicción a las pantallas se está convirtiendo en un problema serio para muchos jóvenes, a los que lleva al abandono escolar, a distanciarse de sus famillias y amigos y a quejarse de ansiedad profunda […] Según los expertos, los que dicen sufrir de adicción a Internet comparten muchos síntomas de otros tipos de adictos, incluso en los compuestos químicos que se liberan en el cerebro […] Se retiran a rincones de Internet en los que puedan encontrar un éxito rápido.»

En algunos países, como Corea del Sur o China, la adicción tecnológica es una condición clínica reconocida, pero no todavía en los EEUU, por la dificultad de definir la naturaleza de la adicción. Si una persona es adicta a la pornografía o al juego online, por ejemplo, ¿se trata de un desorden sexual o una ludopatía que se expresa a través de Internet? ¿O bien se trata de variantes de la adicción a Internet?

 

 

 

Dicen quienes de ello saben que «No vemos las cosas como son; la vemos según somos.» Una cita que viene a cuento de una cole

Debatamos, si así os parece, sobre la seguridad del capital

Caja de Pandora

Pandora abriendo la caja de ídem. Fuente desconocida.

Según noticias de prensa, el presidente de CEOE, Juan Rosell, ha afirmado que el trabajo «fijo y seguro» es «un concepto del siglo XIX», ya que en el futuro habrá que «ganárselo todos los días».

Podemos indignarnos (servirá de poco) o criticarlo (no creo que le afecte). Pero también considerar que ha abierto una caja de Pandora y proponer un debate sobre esta cuestión con todas las consecuencias. Esto es, sin dar nada por sentado.

Convendría, con todo, pedir antes algunas aclaraciones. ¿Cuál es el futuro, por ejemplo, del trabajo «no seguro, pero blindado con dos años de sueldo como indemnización«? Un concepto que, incluso en pleno siglo XXI, parece ser válido en círculos próximos al Sr. Rosell.

Más allá de esa puntualización, sería interesante arrancar el debate tomando en cuenta que los conceptos modernos de ‘capital‘ y ‘trabajo‘ surgieron en paralelo al amparo de la ideología del capitalismo, habiéndose establecido con el tiempo un cierto contrato social de un cierto mutuo respeto. Un contrato tiene dos partes. Si se decide (veamos quién y cómo) modificar el concepto de trabajo reduciendo su carácter de ‘fijo y seguro‘ para adaptarlo al siglo XXI, parece lógico redefinir también los atributos del  capital. Por ejemplo,

  • Si el capital fuera menos fijo, se aplicaría por defecto un interés negativo al capital flotante que anda por el mundo buscando sólo inversiones financieras (sin implicarse en inversiones productivas).
  • Si fuera menos seguro, el acreedor tendría menos derecho (y sobre todo menos derecho moral) a exigir a toda costa el pago de las deudas. Grecia tendría una quita en su deuda. La dación en pago sería siempre una opción.

Parecería también interesante, aunque tal vez algo más complicado, explorar el concepto de que el capital de una empresa pudiera de alguna forma caducar en determinadas condiciones, revertiendo por ejemplo a algún modo de propiedad cooperativa. «El capital – podría ser el eslógan – para quien se lo trabaje«. Seguro que alguien ha pensado en ello.

Me encantaría participar en un debate de este tipo. Más aún si pudiera contribuir en algo.

 

Este ciberoptimista se cae del guindo

160518 BlogLa tercera sesión del curso sobre «Lo común y la democracia» que Joan Subirats imparte en la Escuela Europea de Humanidades, versó sobre «The Wealth of Networks«. Un libro que, publicado en 2005 alcanzó una cierta notoriedad e influencia, ha envejecido mal.

La tesis del libro, desarrollada en cerca de 500 páginas era que una serie de cambios en las tecnologías, la organización económica y las prácticas sociales de producción crean nuevas oportunidades acerca de cómo creamos e intercambiamos información, conocimiento y cultura. Pronosticaba así

«la emergencia de un nuevo entorno de información, en que los individuos tienen la libertad de adoptar un papel más activo del que era posible en la economía industrial de la información del siglo XX. Esta nueva libertad contiene una gran promesa práctica: como dimensión de libertad individual; como plataforma para una mejor participación democrática; como medio para promover una cultura más crítica y auto-reflexiva.»

Esa nueva libertad, habilitada por un incremento espectacular de la disponibilidad de instrumentos tecnológicos entre los ciudadanos, debería

«permitir a las personas creativas trabajar en proyectos creativos de forma más eficiente que la permitida por las empresas y los mecanismos de mercado tradicionales. El resultado es un sector floreciente de producción de información, conocimiento y cultura al margen del mercado, […] sujeto a una ética robusta de compartición abierta.» 

Algo de ello ha sucedido, desde luego. Pero en menor grado de la gran promesa que el autor anunciaba, creo que por varias razones fundamentales:

  • Una proporción relativamente pequeña de la población ha adoptado una postura de aprovechamiento activo de esa libertad.
  • El sector capitalista y de mercado ha sabido usar esas mismas herramientas y posibilidades para construir nuevas posiciones de poder, reforzando también algunas de las antiguas.
  • Como cabría por otra parte esperar, las nuevas herramientas se han usado para intercambiar más información que conocimiento.
  • Al mismo tiempo, si entendemos la cultura como códigos de comportamiento socialmente permitidos y/o recompensados, las nuevas tecnologías se han usado tanto o más para reforzar los valores de una sociedad de consumidores y del capitalismo liberal que para construir o impulsar sus alternativas.

En una publicación reciente (.pdf), el propio Benkler reconoce la existencia de «varios acontecimientos que están virando hacia una Internet que facilita la acumulación de poder por un conjunto influyente y relativamente pequeño de actores estatales y privados». Acierta además en el diagnóstico de lo ocurrido:

«La arquitectura de Internet conforma poder; a diferencia de sus primeros tiempos, todo el mundo lo entiende hoy […] Cuando inició el diseño de la Internet, pocos la conocían y eran menos todavía los que entendían su relevancia. Las mayores decisiones de diseño se tomaron en un vacío de poder.«

Han pasado cosas desde entonces. La primera y más importante es que, como en otras ocasiones en la historia social de la tecnología, los que persiguen el poder porque saben para qué y cómo usarlo se han aplicado, con bastante éxito, en apalancarse en las nuevas tecnologías para sus propósitos y objetivos, aportando para ello sus propios valores, su ideología y su cultura. Ya en 2010, en un artículo en Scientific American cuya resonancia se ha disipado, Tim Berners-Lee alertaba sobre este fenómeno.

Para empezar, sería para ello importante que dejáramos de referirnos a Internet como si fuera una única tecnología o un único artefacto. Porque en realidad es un sistema compuesto de elementos tan diversos como la red de redes (el objetivo original), la WWW o los servicios de tecnogigantes como Google, Facebook o similares. Sospecho que no soy el único al que le costarían hacer la lista completa de todos ellos.

Mi conclusión: Es necesario politizar la tecnología. Y no dejar esta responsabilidad en manos de los tecnólogos, ni de los tecno-utópicos, ni mucho menos en manos de los propagandistas del lado oscuro, que los hay.

Politizar la tecnología

160517 Blog«Hay un vacío moral creado por una tecnología que ha superado la política.» (Zygmunt Bauman, «Ceguera moral«)

Estoy seguro de que suena raro. Abogar, en tiempos de descrédito de la política, por politizar la tecnología. Pero lo hago a conciencia. Podría matizarlo, pero poco. Defendiendo, por ejemplo, que la tecnología se politice bien. Pero eso no niega la mayor. Que la evolución de la tecnología, el debate sobre cómo se desarrolla, cómo se ofrece, cómo se adopta, no debería estar al margen de la política. Pero lo está.

Suscribo el argumento de de Josep Ramoneda en un artículo  en El País:

«Unos dicen que no se pueden poner puertas al campo del progreso tecnológico, y posiblemente tienen razón, pero ello no quiere decir que no se tenga que regular y establecer criterios (legales, culturales y morales) sobre su uso, salvo que asumamos como un destino que si se dispone de instrumentos de destrucción masiva, material o espiritual, se acabarán utilizando. Lo que no cabe en el discurso sobre el progreso es la resignación. No se puede hablar propiamente de progreso si no es desde la crítica y politizándolo, es decir, colocándolo en el centro de la cosa pública, de lo que nos atañe a todos en tanto que animales políticos, condenados a vivir con los otros.«

Hay un contraste evidente, para nada trivial, con otra pieza reciente, también en El País. En la línea del discurso tecnófilo al uso, empieza reconociendo que «el nuevo ecosistema digital genera cambios de extraordinaria magnitud que inciden ya o van a incidir directamente en la vida de las personas«. Lo cual justificaría, en la línea de lo anterior, una visión crítica y una gestión política. La conclusión, sin embargo, es la opuesta:

«Para que la sociedad de la información y del conocimiento funcione son necesarias una educación y una cultura acordes a las prácticas digitales. Solo así se conseguirá superar la brecha tecnológica que todavía divide a quienes han abrazado con firmeza la innovación y la creatividad y quienes viven todavía en modo analógico.«

Suena bonito, superficialmente. Pero hay que entrar en los detalles de cómo se conforma esa sociedad de la información y el conocimiento que el editorialista da por buena pero no se molesta en definir. Como apunta Josep Ramoneda:

«Las redes eran una promesa de descentralización y de libertad personal y si no nos defendemos —si no hacemos política— producirán una concentración inmensa de poder, es decir, de control […] No podemos olvidar, por tanto, que estamos expuestos a poderosas organizaciones que tienen como objetivo conocernos hasta el último detalle, para encuadrarnos como ciudadanos y domesticarnos como consumidores. Para sacar el máximo rendimiento de nuestros deseos cuentan con la ingenua complicidad que deriva del hecho de que nos creamos plenamente libres cuando nos exponemos a su vista.»

Acumulo últimamente lecturas en la onda de esta visión crítica, que creo cada vez más necesaria. Las iré compartiendo en próximas entradas. Con la intención de acumular madera para un ‘do-tank’  a base de respuestas a las cuatro ‘preguntas poderosas’ de la figura.

 

 

 

 

 

 

Vemos según miramos

160505 BlogDos titulares contradictorios en la prensa del 5 de Mayo, ambos basados en un estudio de la Fundación AXA (que no parece estar aún online):

Mi lectura, a tenor del gráfico resumen que añade El País, casi la mitad de los jóvenes universitarios (el 47,8%) aspira a trabajar en una multinacional (22,6%) o en la función pública (25,2%). Sólo el 18.8% se plantean crear su propia empresa.

Estamos habituados a esta disparidad de lecturas en la información política. Parece más sorprendente en una noticia como la que comentamos.

 

Como ranas hervidas

160502 BlogHe empezado a asistir a las lecciones de Joan Subirats sobre «El común y la democracia. Economía, sociedad y poder«, dentro del programa de la Escuela Europea de Humanidades.

La primera sesión estuvo oportunamente dedicada a una relectura de «La Gran Transformación«, un libro clave en el que Karl Polanyi diseccionó la utopía de una economía basada en mecanismos de mercado autoregulado y los efectos de la introducción de esa utopía, apoyada por las políticas (ultra)liberales, en la destrucción de redes y mecanismos sociales de solidaridad y reciprocidad.

Uno de los conceptos clave del análisis de Polanyi es la consideración de la tierra, el capital y el trabajo como bienes ficticios:

«Incluir al trabajo y a la tierra entre los mecanismos de mercado supone subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad […] Es evidente que trabajo, tierra y dinero no son mercancías, en el sentido de que, en lo que a estos tres elementos se refiere, el postulado según el cual todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para la venta es manifiestamente falso.«

Este análisis sigue siendo vigente y sus consecuencias palpables, como pueden atestiguar los millones de personas que, excluidas del mercado de trabajo, quedan de hecho devaluadas como ciudadanos y como miembros de la sociedad.

Hay más motivos para una reflexión, previa a una acción social cada vez más necesaria. Porque últimamente el empuje del mercantilismo está teniendo como consecuencia la ampliación del elenco de bienes ficticios. Especialmente a raíz de la extensión de Internet, se han mercantilizado o se están mercantilizando la cultura y los productos culturales, la privacidad, las relaciones, la sociabilidad e incluso la amistad.

El auge de la llamada economía colaborativa proporciona ejemplos de los potenciales daños colaterales de este fenómeno. Antes de la aparición de Airbnb y similares, quien tuviera una habitación libre no dudaría en ofrecerla gratis a un amigo que estuviera de paso en la ciudad. Pero en el momento en que esa habitación se ofrece en la red y adquiere un valor de mercado, se abre un resquicio. Acoger gratis a un amigo representa ahora una pérdida potencial de ingresos. Casi imperceptiblemente, ofrecer la habitación en la red obliga en la práctica a poner precio a la amistad.

En un principio, la tensión social se producía en la decisión entre dar prioridad a la mano invisible del mercado o a políticas de protección y cohesión social, defendidas sobre todo desde el ideario socialdemócrata. Hoy, habiendo quedado en descrédito el ámbito de la politica tradicional y habiendo quedado también en evidencia los límites de la socialdemocracia («Algo va mal«, escribió lúcidamente Tony Judt) el auge del mercantilismo toma otros derroteros. Como en tiempos pasados, la mayoría de promotores del desarrollo tecnológico se alinean sin disimulo con el mercantilismo. En paralelo, el énfasis se pone en los efectos de la tecnología en la emancipación individual, animando así a todo el mundo a poner en valor (de mercado, por supuesto) todos los activos personales, materiales o no, incluyendo privacidad, relaciones, gustos y querencias. Se obvian en cambio los efectos potencialmente negativos sobre la cohesión social, o se responsabiliza incluso a las instituciones por su incapacidad de re-regular las cosas al ritmo supuestamente imparable de la tecnología.

Hace pocos días, El País se hacía eco de que «Conceptos como la soberanía nacional o el derecho a la privacidad han cambiado de significado sin un debate público«. Apareció en la sección de Tecnología; debería haberlo hecho en el de Política o el de Sociedad.

Dicen que si se intenta sumergir a una rana en un cazo de agua hirviendo, intentará escapar. Pero si se sube poco a poco la temperatura del agua, la rana acaba dejándose hervir sin plantear batalla. No hace falta explicar por qué me ha venido esta analogía a la cabeza.

La fuerza oscura en la economía digital

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La cara oculta de la Luna. (Wikipedia)

Contundente artículo de Don Tapscott en la Harvard Business Review: «After 20 Years, It’s Harder to Ignore the Digital Economy’s Dark Side«. El autor, que publicó hace dos décadas un muy comentado (y en mi opinión  sobrevalorado) libro sobre la economía digital, señala la emergencia de un ‘lado oscuro’ de la economía digital, concluyendo que:

«Aún cuando la revolución digital nos ha traído muchas maravillas, en retrospectiva llego a la descorazonadora conclusión de que su ‘promesa’ de un mundo más razonable, igualitario, justo y sostenible no se ha cumplido.«

Señala en particular:

  • El impacto en el mercado de trabajo, como consecuencia de la desaparición de industrias y empleos.
  • La destrucción de la privacidad, de un modo irrevocable y sin precedentes.
  • El peligro de una creciente desigualdad social.
  • La dificultad y lentitud de los gobiernos en estar a la altura de los retos sociales de lo digital.
  • La degradación de las democracias.

Me parece especialmente oportuno el párrafo con el que cierra su artículo:

«Los hechos han desmentido a los tecno-utopistas: la tecnología no crea prosperidad, buena democracia y justicia – lo hacen los humanos. Para asegurarse de que la economía digital cumple su promesa, necesitaremos un nuevo contrato social que garantice oportunidades para el pleno empleo, que proteja nuestra privacidad, y que genere prosperidad no sólo para unos pocos, sino para todos.«

No podría estar más de acuerdo. Así y todo, añadiría una reescritura de este párrafo desde un ángulo complementario.

«Constatemos la evidencia de la magnitud y el alcance del lado oscuro de la economía digital. Al mismo tiempo, no aceptemos que sea una consecuencia inevitable del cambio tecnológico: La tecnología no destruye puestos de trabajo, ni genera desigualdad, ni tiene por qué amenazar la privacidad. Son los que han estado consciente o inconscientemente liderando el desarrollo de lo digital los que lo han hecho. La economía digital tiene un lado oscuro porque hay quien la lidera desde el lado oscuro. Contra ellos hay que y habrá que batallar.»

Más fácil, desde luego, decirlo que hacerlo. Este nuevo contrato requiere un liderazgo que hoy por hoy no parece evidente. Y este liderazgo, como todos, exige claridad en la dirección, eficacia en el alineamiento de quienes lo diseñen y un compromiso a medio plazo para una batalla larga y desigual. Habrá que reunir fuerzas para ello.

El dominio de la oscuridad

160415 BlogIntento incluir la Filosofía y la Ciencia entre mis lecturas habituales.

  • La Filosofía porque, en palabras de Josep María Esquirol, «la filosofía es la cura del alma, porque el ejercicio del pensamiento transforma».
  • La Física, porque en una vida anterior tuve la fortuna de poder doctorarme en Física, una disciplina que luego abandoné como profesión por razones que no son del caso.

«The Island of Knowledge«, un libro reciente de Marcelo Gleiser, que tiene como subtítulo «los límites de la ciencia y la búsqueda de sentido», está a caballo entre ambas materias. Transcribo uno de sus planteamientos de partida:

«Debemos preguntarnos si la comprensión de la realidad más fundamental de la naturaleza es sólo una cuestión de empujar los límites de la ciencia, o si estamos siendo bastante ingenuos acerca de lo que la ciencia puede hacer.»

Una de las cuestiones científicas que quizá más claramente manifiesta hoy los límites de la ciencia tiene que ver con lo que se sabe sobre la composición del Universo. Aplicando la teoría de la gravitación universal de Einstein al análisis de los datos la astrofísica de precisión, los científicos han llegado a la conclusión representada en la figura. Una materia oscura de naturaleza desconocida, pero detectada por la fuerza gravitacional que ejerce sobre los cuerpos celestes y sobre la luz, constituye un 27% del Universo. Otro 68% corresponde a una energía oscura, cuya existencia se deduce de la constatación experimental de que el Universo se expande a un ritmo acelerado. La materia ‘convencional’, sobre cuya naturaleza la ciencia ha hecho progresos espectaculares durante los últimos 200 años, representaría sólo del 5%.

Una de las conclusiones del autor es que:

«Si grandes porciones del mundo permanecen invisibles o inaccesibles para nosotros, debemos considerar con gran prudencia el significado de la palabra ‘realidad’.»

Me apunto dos reflexiones al hilo de este asunto. La primera se refiere al dogmatismo de algunos científicos que reclaman para la ciencia una reverencia casi religiosa, que de otra parte niegan a la religión, o incluso a la filosofía. En palabras de Marcelo Gleiser (negrillas añadidas):

«Exponer los límites de la ciencia está lejos de ser oscurantista; más bien al contrario, se trata de un auto-análisis muy necesario en un momento en que la especulación científica y la arrogancia están fuera de control

Una segunda reflexión, menos científica, se deriva de postular que la realidad social incluye también componentes de materia oscura y energía oscura, que no son de ordinario visibles con nuestros métodos convencionales de observación. En el Universo, la energía oscura es expansiva, mientras que el efecto de la materia oscura es contraer. Se me antoja que elementos como la corrupción, o incluso los mercados financieros que reclaman ‘recortes’ serían los análogos sociales de la materia oscura. Contraen el mundo en el que queremos vivir. Se trataría pues ahora de hacer visibles los efectos contrarios de la energía oscura. Una energía que intuimos que existe en el interior de los muchos dispuestos a trabajar por un mundo mejor.

Cuando todos tenemos la culpa, pero la responsabilidad no es de nadie

160413 Culpa y responsabilidad ForgesNo debo ser el único en sentirme aludido por esta viñeta de Forges. Esos políticos son los que hemos elegido. Pese a sus manifiestas divergencias, sus posiciones coinciden en algo fundamental: la culpa de todo siempre la tienen los otros. Y, de rebote, los que hemos votado a los otros. O sea, todos menos ellos. Nadie se hace responsable.

¿Qué pasaría si todos los que albergamos últimamente estos sentimientos hiciéramos, por ejemplo, una huelga de votos caídos? Muy probablemente, que los políticos no votados encontrarían la forma de echarnos a nosotros la culpa de la abstención y salir ellos indemnes.

La situación me hace recordar el viejo chiste acerca de un profesional júnior del marketing que justificaba ante su jefe las bajas cifras de venta de su producto argumentando que “He hecho un estudio de mercado y el mercado se equivoca”. Le despidieron. Para una empresa, el mercado es como es; de lo que se trata es de entenderlo o de influir en él.

160409 Economist Facebook coverPero se puede dar la vuelta al argumento, porque la historia funciona también al revés.

 

Un reportaje en The Economist informa de que Facebook vale en Bolsa 325.000 millones de dólares, lo que la sitúa en el sexto lugar del ranking mundial de empresas cotizadas.

Imagino que si hicéramos una encuesta acerca de la justificación de este fenómeno, serían muchos los tentados de argumentar que el mercado se equivoca. Que lo que Facebook produce no vale tanto. Que  no se le debería dar tanto valor.

Una reflexión que podría a extenderse a la valoración de otras plataformas digitales. (No citaré ninguna, pero mis seguidores, si tengo alguno, sabrán que pienso en primer lugar en Uber y similares).

Así y todo, aún tomando el cuenta la enormidad de estas valoraciones, un informe reciente de McKinsey, citado en Fortune, avisa de que:

«En todas las industrias, los disruptores digitales a menudo destruyen más valor para los incumbentes del que crean para ellos mismos.«

Una afirmación que, viniendo de quien viene, debería hacernos reflexionar.

Por dos motivos. En primer lugar porque, como argumenta apasionadamente Douglas Rushkoff en su último libro, la lógica de estas plataformas digitales es «extraer valor de sus participantes y enviarlo hacia arriba». Un arriba con mucha menos gente que abajo, que alberga a financieros y especuladores del 1% con los que la mayoría tenemos más bien poco en común.

Pero, y quizá éste sea el motivo de preocupación más importante, hay también que reflexionar sobre los daños colaterales que genera la destrucción destructiva de (algunas de) estas plataformas. Los vendedores de enlaces no se sienten responsables del futuro del periodismo. Ni las plataformas de streaming del modus vivendi de los músicos. Ni Uber del transporte público. Ni las plataformas de turismo P2P del equilibrio habitacional de los barrios. Ni Facebook de …

No se trata de nada nuevo. La industria se ha hecho en general poco o nada responsable de los efectos colaterales que su actividad ha generado sobre el patrimonio común (los commons). Sobre el medio ambiente, por ejemplo. Algo deplorable, pero también algo  que, por lo menos en los países democráticos, hemos permitido entre todos que sucediera.

Aunque, dirán algunos, todo eso empezó en un tiempo en que los ciudadanos no teníamos el poder de la Red. Los  tiempos han cambiado. ¿O no?

Vayamos de vuelta a la política. Porque parece que la mayoría de los votantes pensamos que lo mejor sería no repetir las elecciones. Tenemos la legitimidad democrática y la red. Y sin embargo, …

¿Dónde encontraremos respuestas y alternativas? Desarrollando una técnica moral que ayude a conseguir que suceda lo que pensamos que tendría que suceder. Apuntando a una innovación social maximalista, que resulte en nuevas instituciones y equilibrios de poder. Y, por supuesto,  encontrando y apoyando el liderazgo transformador que ponga todo ello en marcha.

En ello andamos.