Pensad en alguien sabio, o incluso simplemente experto, que conozcáis. Pensad en una pregunta del tipo «¿Cómo funciona …?» sobre algo que forme parte de su dominio.
¿Qué pensarías si la respuesta fuera algo así como : «La verdad es sólo sé que funciona, pero no entiendo ni cómo ni por qué«?
No sé vosotros, pero mi confianza en ese experto bajaría algunos puntos.
Todo eso viene a cuento de un artículo en Wired sobre los nuevos programas de inteligencia artificial, a los que han dado a calificar como de «deep learning» (aprendizaje profundo). Traduzo los párrafos relevantes:
«Nuestras [sic] máquinas están empezando a hablar un lenguaje distinto, uno que incluso los mejores programadores no pueden entender del todo […] En la programación tradicional, un ingeniero escribe instrucciones explícitas que el ordenador sigue paso a paso. Ahora los programadores no codifican instrucciones para el ordenador. Lo entrenan. Si quieres enseñar a una red neuronal a reconocer a un gato […] le muestras miles de fotos de gatos, y finalmente aprende. Si todavía etiqueta a los zorros como gatos, no reescribes el código. Sigues entrenándolo.«
Combinado con los Big Data, este enfoque está haciendo furor. Se publican predicciones acerca de la aplicación de la inteligencia artificial para todo; Amazon incluso anuncia la oferta de capacidades de inteligencia artificial como servicio.
Si, tal como parece, se trata de una técnica factible, útil y rentable, a buen seguro que acabará por imponerse. Probablemente más pronto que tarde.
Pero, como señala
el artículo de Wired, hay un problema:
Con este enfoque, el programador nunca sabe con precisión cómo el ordenador toma sus decisiones, porque la secuencia de redes neuronales enlazadas que realizan los cálculos se comporta esencialmente como una caja negra.
Para mí, eso es casi exactamente lo contrario de un ‘aprendizaje profundo‘. Llamadme malpensado, pero el hecho de que se haya escogido ese calificativo me hace recordar la cita de Jaron Lanier:
«Promueven una nueva filosofía: que el ordenador evoluciona hacia una forma de vida que puede entender a las personas mejor de lo que las personas se pueden entender a sí mismas.»
Con un añadido: Una vez se empiece a aceptar que los ordenadores adquieren conocimiento, aumentará la presión para cederles espacio en los procesos de decisión. Lo que, en la práctica, equivale a ceder ciegamente poder en aquellos que han programado cajas negras que protejerán como cajas negras.
Habrá que ir pensando en tácticas de resistencia. Porque, en el fondo, se trata de una batalla por acumular riqueza y poder.
En este contexto, las manifestaciones del CEO de Microsoft suponen un rayo de esperanza:
«La Inteligencia Artificial debe ser transparente. Tenemos que tener conciencia de cómo funciona la tecnología y cuáles son sus reglas […] La gente debe entender cómo la tecnología ve y analiza el mundo. La ética y el diseño van de la mano.»
Es buen objetivo. Que partamos de la ética para diseñar tecnología y procesos. Porque, hoy por hoy, todo apunta a que quienes dominan el diseño de la tecnología dejan la ética de costado.
Acabo con una cita de Bertrand Rusell que ha aparecido por aquí:
«El gran problema del mundo es que los locos y los fanáticos están siempre tan seguros de sí mismos, mientras que la gente más sabia está llena de dudas.«
Pues eso.
Sobre la interpasividad, desde el Vaticano
/0 Comentarios/en Transformación /por Ricard Ruiz de QuerolMe llaman la atención algunos párrafos de palabras del Papa Francisco en su reciente viaje a Polonia (que, sorprendentemente, conozco a través de The New York Times). Los extraigo directamente de la web del Vaticano.
Hay más referencias a la tecnología, también de soslayo, pero diría yo que intencionadas en un discurso ante jóvenes:
En un entorno que nos ofrece tantas tentaciones de interpasividad, el mensaje del Papa va más allá de la religión:
No sabría ahora mismo qué añadir.
Un reto para el transporte público
/0 Comentarios/en Economía /por Ricard Ruiz de QuerolEs noticia estos días que Uber ha acordado vender sus operaciones en China a Didi Chuxing, un competidor local. Un suceso que poco más o menos se anticipaba en un artículo reciente en la MIT Technology Review. Lo que en principio puede verse como de derrota, para el CEO de Uber es una fusión entre grandes que aspiran a gigantes:
Aunque los titulares de estos días se centrarán con casi total seguridad en esta fusión, creo que lo más interesante de la visión de Didi Chuxing, según el artículo de Technology Review, no se refiere a los taxis, sino a los autobuses urbanos:
Vemos ahora que ni las compañías de taxis ni las administraciones públicas que les otorgan licencias han querido, podido o sabido diseñar y poner en práctica a tiempo estrategias efectivas para competir con depredadores como Uber. En Barcelona, TMB ofrece servicios de información bastante efectivos a través de la Web y del móvil. Pero sólo emiten información sobre la oferta; no la piden, recogen ni procesan sobre la demanda.
Ni lideran ni negocian
/1 Comentario/en Transformación /por Ricard Ruiz de QuerolEncabezo la entrada con el recorte de titulares de El País sobre la negociación política en curso. Me traen a la memoria, por contraste, una recomendación básica de los principios elementales de la negociación.
Lo mismo se aplica al liderazgo. Porque, en palabras de Peter Drucker:
Las conclusiones, desde mi punto de vista, son evidentes. Suspenso a todos en ambas asignaturas. Me queda la duda de si la cuestión de fondo es que no saben o no quieren. O ambas cosas a la vez.
Hacen falta alternativas a estos inversores
/0 Comentarios/en Economía, Social /por Ricard Ruiz de QuerolDicen por ahí que no hay que desperdiciar nunca una buena crisis, porque los errores y las dificultades son una gran oportunidad de aprendizaje.
Me temo, sin embargo, que no hemos aprendido lo suficiente de la crisis inmobiliaria. Había una coincidencia amplia acerca de los excesos del ladrillo, de su peso excesivo en la economía, de los efectos sociales negativos de la especulación inmobiliaria, etcétera. Uno hubiera, quizá ingenuamente, esperado que la sociedad en su conjunto, y las administraciones públicas en particular, hubieran aprovechado este tiempo de crisis para diseñar y poner en marcha políticas e instrumentos para evitar que la historia se repita. Pero este titular de La Vanguardia (y éste de El País) son un síntoma de que no es así, de que el sector está listo para volver a las andadas.
El texto del artículo contiene apuntes igualmente preocupantes:
Se dibuja pues un panorama en que la inversión y la especulación inmobiliarias (si es que hay diferencia entre ambas) está volviendo por sus fueros. Sin que mientras tanto haya una estrategia y unas políticas claras que aseguren el acceso a una vivienda asequible (en compra o alquiler) a segmentos muy amplios de la población.
Entretanto, algún avispado emprendedor/especulador está aprovechando el boom de la economía colaborativa para promocionar una especie de crowdfunding inmobiliario. Su mensaje es que «gracias a las nuevas tecnologías cualquier persona [puede] invertir en inmuebles y así conseguir una buena rentabilidad por el alquiler y la apreciación de los mismos.»
Quisiera equivocarme, pero presumo que detrás de esta propuesta no hay más ética que la de la especulación en terrenos e inmuebles (un bien ficticio, recordemos, según Karl Polanyi). Con el añadido nocivo de incitar a un mayor número de ciudadanos a convertirse en especuladores colaborativos.
Creo que se impone considerar una alternativa:
Eso no es un aprendizaje profundo
/0 Comentarios/en Tecnológica y Digital /por Ricard Ruiz de QuerolPensad en alguien sabio, o incluso simplemente experto, que conozcáis. Pensad en una pregunta del tipo «¿Cómo funciona …?» sobre algo que forme parte de su dominio.
¿Qué pensarías si la respuesta fuera algo así como : «La verdad es sólo sé que funciona, pero no entiendo ni cómo ni por qué«?
No sé vosotros, pero mi confianza en ese experto bajaría algunos puntos.
Todo eso viene a cuento de un artículo en Wired sobre los nuevos programas de inteligencia artificial, a los que han dado a calificar como de «deep learning» (aprendizaje profundo). Traduzo los párrafos relevantes:
Combinado con los Big Data, este enfoque está haciendo furor. Se publican predicciones acerca de la aplicación de la inteligencia artificial para todo; Amazon incluso anuncia la oferta de capacidades de inteligencia artificial como servicio.
Si, tal como parece, se trata de una técnica factible, útil y rentable, a buen seguro que acabará por imponerse. Probablemente más pronto que tarde.
Para mí, eso es casi exactamente lo contrario de un ‘aprendizaje profundo‘. Llamadme malpensado, pero el hecho de que se haya escogido ese calificativo me hace recordar la cita de Jaron Lanier:
Con un añadido: Una vez se empiece a aceptar que los ordenadores adquieren conocimiento, aumentará la presión para cederles espacio en los procesos de decisión. Lo que, en la práctica, equivale a ceder ciegamente poder en aquellos que han programado cajas negras que protejerán como cajas negras.
Habrá que ir pensando en tácticas de resistencia. Porque, en el fondo, se trata de una batalla por acumular riqueza y poder.
En este contexto, las manifestaciones del CEO de Microsoft suponen un rayo de esperanza:
Es buen objetivo. Que partamos de la ética para diseñar tecnología y procesos. Porque, hoy por hoy, todo apunta a que quienes dominan el diseño de la tecnología dejan la ética de costado.
Acabo con una cita de Bertrand Rusell que ha aparecido por aquí:
Pues eso.
Una historia de espíritu emprendedor
/0 Comentarios/en Caórdica, Economía /por Ricard Ruiz de QuerolCuentan que el organizador de uno de estos macrofestivales de música tuvo la idea de empezar a ofrecer una retribución a los asistentes por cada vaso de plástico o lata vacía que le devolvieran, sin límite de cantidad. Quizá por conciencia cívica, para evitar en lo posible que el espacio quedara convertido en un vertedero. Quizá para ahorrar costes. No lo sabemos.
Sí sabemos, porque nos lo cuenta un profesor de emprendimiento, que había habitualmente dos perfiles de personas que aprovechaban este incentivo: los jóvenes que conseguían así dinero para una cerveza más. También emigrantes emprendedores que pagaban la entrada no para escuchar música, sino para obtenenr alguna ganancia a base de canjear cuantos más residuos mejor.
Cuentan que un año el profesor llevó a su hijo de 14 años al festival y le puso en antecedentes de este esquema de limpieza. Luego se separaron, porque cada uno tenía sus preferencias sobre qué música escuchar y en qué compañía. Al reencontrarse, el padre supo que su hijo no había disfrutado demasiado de la música, pero sí había en cambio recogido 150€ canjeando vasos y envases. Le pareció oportuno felicitarle por su espíritu emprendedor.
Al cabo un par de semanas, padre e hijo negociaban qué compensación habría de corresponder a éste último por ajudar a limpiar a fondo, pintar y renovar un enorme trastero de la casa. Cuenta el padre que les costó hacer que su hijo comprendiera que un salario de 150€ por hora excedía los límites de lo que él encontraba razonable.
¿Moraleja?
Antes de proponer la tecnología como solución, ¿sabemos cuál es el problema?
/0 Comentarios/en Social, Tecnológica y Digital /por Ricard Ruiz de QuerolNos bombardean últimamente (más de lo ya habitual, quiero decir) con mensajes que sostienen que la tecnología es o será la solución de (casi) todos los problemas que a los que nuestras sociedades se enfrentan. La tecnología traerá, como mínimo, crecimiento económico, trabajos, eficiencia, bienestar y comodidad.
Por ejemplo, el mensaje de la Singularity University es:
Su argumento no carece de mérito, pero tiene en mi opinión un muy importante punto débil: los mayores problemas del mundo no son tecnológicos, sino sociales. La tecnología puede ser un instrumento para abordarlos, incluso un elemento necesario, pero sólo uno de ellos.
Extraigo y traduzco algunos párrafos de un artículo reciente de Ethan Zukerman (nada sospechoso de tecnofobia) sobre este tema:
Pero los discursos tecnoutópicos al uso soslayan esa complicación.
Sucede, sin embargo que:
La pregunta final de Zuckerman:
Creo que es posible, pero no trivial. Porque, como recuerda un aforismo sajón, cuando uno sólo tiene un martillo, todo lo que ve son clavos. Más sobre esta temática en próximas entradas.
Entradas relacionadas:
Sir Tim Berners-Lee reconsidera
/0 Comentarios/en Tecnológica y Digital /por Ricard Ruiz de QuerolLeo por ahí que Sir Tim Berners-Lee, el creador de la World Wide Web y director of the World Wide Web Consortium (W3C) lidera un proyecto para explorar cómo diseñar una nueva fase de la red. ¿Por qué? Porque, como manifestó ya en 2010 en un artículo en Scientific American que merecía más atención de la que obtuvo, no está para nada satisfecho con algunas de las consecuencias del invento que hace 27 años, regaló al mundo.
Para uno de los impulsores del grupo de expertos reunido al efecto:
Según la prensa, las conversaciones iniciales del grupo se centraron en la aplicación de posibilidades tecnológicas (criptografía, blockchain, nuevos medios de pago, …) que no estaban disponibles cuando Berners-Lee diseñó y programó la arquitectura de la WWW, con el objetivo de descentralizar el sistema y evitar, o por lo menos disminuir, concentraciones excesivas de poder sobre la red.
Sin embargo, como admite el propio Berners Lee,
Yo pienso más bien que lo que tenemos es en el fondo un problema político. La tecnología y los artefactos tecnológicos (la WWW lo es) tienen política, y su gobierno exige incorporar (también) una perspectiva política.
Queremos que la Red sea un bien común y se gestione como tal, pero no se tomaron en su momento las medidas apropiadas para garantizarlo. En parte porque la cuestión de cómo gestionar desde una perspectiva común es todavía una cuestión (importante) abierta a debate.
Sobre esta cuestión no puedo dejar de preguntarme qué hubiera pasado si en vez de regalar en su momento la arquitectura de la WWW, Berners Lee la hubiera licenciado. Recordemos que el origen de la fortuna de Bill Gates estuvo en su decisión de no licenciar en su momento MS-DOS a IBM, sino de reclamar una (pequeña) cantidad por copia instalada. Casi seguro que un esquema similar hubiera convertido a Berners-Lee en billonario.
Pero podría haberse también pensado en una licencia que no conllevara una contraprestación económica, como las de Creative Commons o las de software abierto. La Web se inventó en Europa, pero fue desde Silicon Valley desde donde se apropiaron antes de la tecnología para luego liderar la industria y la ideología de la industria. Recordemos, por ejemplo, que Netscape, teniendo su navegador Web como producto estrella, salió a Bolsa en un tiempo récord, iniciando de hecho lo que se acabaría convirtiendo en la burbuja de las punto.com.
¿Fue Berners-Lee estratégica y geopolíticamente ingenuo en su momento?
Entradas recientes relacionadas con esta cuestión:
Un relato desengañado sobre tecnoambiciones
/1 Comentario/en Social, Tecnológica y Digital /por Ricard Ruiz de QuerolUna pieza reciente de Ethan Zuckerman en Medium incide sobre un tema ya abordado en entradas anteriores: el contraste entre las realidades actuales del panorama tecnológico de hoy y las expectativas/promesas de los tecno-utópicos de hace diez años.
Traduzco algunos párrafos, pero os invito a leer el artículo completo:
La historia que describe es la de una brecha entre las ambiciones y las buenas intenciones y los efectos colaterales no deseados. La de no tomar suficientemente en cuenta desde un principio que la tecnología da poder, y que si ese poder puede usarse a favor de intereses particulares, aunque sea a expensas de los intereses de muchos otros, alguien lo hará.
Zuckerman escribe que está inmerso en el desarrollo de un sistema de contenidos basado en la tecnología de blockchain que impida puntos de centralización como los actuales. Su conclusión, que suscribo:
Añadiría que la respuesta a esta cuestión necesitará implicar no sólo pensamiento técnico, sino también pensamiento político, en un sentido amplio. La tecnología y los artefactos tecnológicos acaban teniendo aspectos políticos, si es que no los tienen desde un principio. Y, cuando se trata de política o de poder, la inociencia no sólo no funciona; puede incluso ser culpable.
Cuando los robots llaman a la puerta …
/0 Comentarios/en Economía, Tecnológica y Digital /por Ricard Ruiz de QuerolLa figura reproduce la portada del suplemento Dinero de La Vanguardia de 12/6/2016.
Más que el contenido del reportaje, me interesa comentar lo que omite. Una cuestión, a mi entender fundamental:
«Si los robots llaman a la puerta, es que alguien los programa para que lo hagan. Alguien, también, paga a esos programadores, hemos de suponer que con algún interés e intenciones. ¿Cuáles en concreto?«
Por si no encontramos ocasión de preguntárselo, puede ser útil recordar, algunas lecciones de la anterior Revolución Industrial, ahora que se anuncia una nueva. Cito una vez más a Karl Polanyi:
Aventuraré que la sustitución de puestos de trabajo por robots puede tener un paralelo en las enclosures de los principios de la Revolución Industrial. Los grandes terratenientes vallaron y parcelaron las propiedades de cuyo cultivo vivían los aparceros y dedicaron la tierra a pastos para las ovejas que habían de proporcionar la lana que las nuevas fábricas textiles necesitaban para hacer rentable su maquinaria. Los campesinos perdieron su fuente de subsistencia, siendo invitados a migrar a las ciudades, donde se convirtieron en mano de obra desprotegida, a menudo en condiciones infrahumanas. Cito de nuevo a Polanyi:
Esta situación se tardó varias décadas en corregirse. ¿Podría reproducirse ahora? Convendría pensar en ello antes de ensalzar a los robots como progreso o aceptarlos como parte de un futuro incontrolable. Vuelvo de nuevo a Polanyi:
Sobre este particular, lo que preocupa es oir hablar tanto de disrupción exponencial, pero nada de adaptación exponencial.