Una entrada en el blog de Seth Godin me mueve añadir un ángulo adicional a su reflexión.

Imagina que te regalan una fantástica caja de 120 colores, con un único requisito: Dar un nombre a cada uno de ellos. ¿Cómo responder?

Imagino varias alternativas:

  • Una descripción técnica, en la línea de las que algunos enólogos insertan en las etiquetas de sus vinos. Accesible a los expertos o connaisseurs, pero incomprensible para el resto de los mortales.
  • Una descripción poética, basada en imágenes que podamos evocar, en la línea de «un azul como el del cielo en un día de invierno».
  • El código RGB de cada color.

La propia de la cultura digital es seguramente la más precisa. Pero también la que menos apela a la relación, no exenta de magia, que los humanos experimentamos ante los colores.

Algo perdemos al utilizar la mirada y el lenguaje de lo digital. No sólo en relación con los colores.