No es la tecnología la que suprime trabajos

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Podemos predecir con toda seguridad que las nuevas tecnologías (robots, drones y artefactos guiados por la mal llamada inteligencia artificial) no eliminarán ni un solo puesto de trabajo, ni a corto ni a medio plazo. Y, al mismo tiempo, pronosticar que el uso que se hará de esas tecnologías cambiará el mundo del trabajo de forma radical. Eliminando puestos de trabajo a corto plazo; quizá también creando nuevas profesiones y empleos, pero tal vez ni en la misma cantidad ni al mismo ritmo.

No es una contradicción. Porque no son las pistolas las que matan, sino los pistoleros. Ni los pinceles quienes pintan, sino los pintores. Del mismo modo, lo que amenaza con destruir puestos de trabajo no es la tecnología, sino quienes la utilizan como herramienta con el único criterio de producir más (o mejor), aunque sea a costa de eliminar puestos de trabajo. En su visión de progreso, el desarrollo tecnológico es un imperativo que no se discute, y la reducción de puestos de trabajo sólo un daño colateral inevitable como consecuencia.

El trasfondo ideológico de esta visión del mundo es bien conocido. El crecimiento económico y los beneficios se consideran prioritarios, por encima de cualquier otra consideración social. Para ello, capital y trabajo se consideran como insumos intercambiables en el proceso económico; la proporción adecuada de cada uno es en cada caso la que produzca el mayor beneficio económico. 161019 Blog

Un informe reciente de la OCDE («The Labour Share in G20 Economies«, (pdf)) evidencia con cifras y gráficos una persistente tendencia a reducir el peso económico del trabajo. De ellos se desprende:

  • Que el crecimiento de los salarios lleva años siendo mucho menor que el de la productividad.
  • Que se constata una reducción significativa del peso del trabajo en el conjunto de la economía. Una reducción que, dicho sea de paso, es mayor en España que en el resto de los países analizados en el informe.

Todo ello está ya teniendo lugar antes del despliegue masivo de robots y otros artefactos animados por software ‘inteligente’. Como señala el informe de la OCDE, la reducción del peso del factor trabajo no es una consecuencia de la tecnología, sino de que:

(1) Una buena parte del incremento en los beneficios se acumula en el sector financiero.

(2) Los beneficios de las empresas no financieras se han utilizado cada vez más para pagar dividendos y para invertir en activos financieros, en lugar de para inversiones productivas.

Como en otros asuntos de la post-modernidad, los males están más claros que los remedios. Hace pocos días, en una entrevista en La Contra de La Vanguardia, un experto en inteligencia artificial diagnosticaba que «la amenaza a la Humanidad no son las máquinas, sino los hombres». Resumía así su propuesta ante esta amenaza:

«Hay que tener en cuenta las consecuencias sociales e introducir la automatización al paso que la sociedad la puede absorber […] Debemos saber manejar las oportunidades y consecuencias de la tecnología que se está ­desarrollando y que en estos momentos está potenciando los problemas sociales con la destrucción del empleo. Y los políticos no saben solucionarlo

Cabría quizá añadir que tampoco los que desarrollan esas tecnologías dan precisamente muestras de una gran conciencia de responsabilidad social. Parece pues que será necesario repensar a la vez la tecnología junto con la política y la economía; esto es,  junto con los mecanismos de poder para crear un organismo social más sano. Porque los efectos del más de lo mismo  son a la vez predecibles e indeseables.

¿Viven la tecnología como una religión?

161025 BlogUn artículo en Aeon, una nueva publicación de Internet, a la cual confieso no saber cómo llegué, me lleva hasta la noticia de la publicación de «Utopia is Creepy«, el último libro de Nicholas Carr, una de mis tecno-críticos preferidos.

Sin haber tenido tiempo de leerlo todavía, transcribo y comento alguno de los párrafos del artículo, que dan una idea de por dónde está Carr disparando sus tiros.

«La mayor de las religiones originarias de los Estados Unidos […] es la religión de la tecnología.»

David Noble, un historiador demasiado poco conocido, escribió hace tiempo en la misma línea en «La religión de la tecnología«. En su conclusión apuntaba que:

«La religión de la tecnología se ha convertido en un hechizo común […] La expectativa de una salvación última a través de la tecnología, sea cual sea el coste humano y social, se ha convertido en una ortodoxia tácita, reforzada por un entusiasmo pro la novedad inducido por el mercado […] De este modo, se permite el desarrollo tecnológico sin restricciones para continuar a paso acelerado, sin un escrutinio o supervisión serios: sin razón. [Porque] desde el interior de la fe, todas las críticas parecen irrelevantes e irreverentes.»

El planteamiento de Carr, por lo general menos académicamente riguroso que el de Noble, parece llevar a conclusiones similares. Sostiene que Silicon Valley vende más que artefactos y software: vende una ideología. Lo cual, dicho sea de paso, resulta bastante evidente para quien siga con una mínima atención las publicaciones de los sacerdotes de la Singularity University y sus acólitos.

Carr acaba su artículo con una frase que dejo como una cuestión a meditar:

«Corremos en masa hacia lo virtual porque lo real nos exige demasiado.«

Es posible que sea una verdad a medias, pero incluso esa media verdad merece, creo yo, una reflexión seria. Individual y colectiva.

Es algo personal

Según el titular de una entrevista en La Contra,

Facebook ya sabe si Clinton va a ganar y por cuánto

Me parece un uso poco preciso del lenguaje. Facebook no sabe nada; es gente con nombres y apellidos dentro de Facebook. Es gente concreta la que decide interpretar los datos que sus usuarios regalan a Facebook, así como qué hacer con ello. Es también gente concreta a la que se tendría que poder pedir responsabilidades, también concretas, sobre el uso de esos datos.

Se trata, desde luego, una cuestión personal. Igualmente cuando se hace una referencia a «los mercados» en relación al precio de algo, la prima de riesgo o cuestiones así. Los mercados no existen. Es gente concreta, con nombres y apellidos y despachos concretos en edificios concretos los que toman decisiones en nombre del mercado, ese ente ficticio al que se asigna el beneficio de la invisibilidad y demasiado a menudo de la impunidad.

Alguien puede pensar, desde luego, que se trata de una matización irrelevante, o quizá demasiado fina. Sin embargo, todos sabemos que algo cambia cuando nos tomamos una cuestión como algo personal. “Take care of the sense – dice la Duquesa a Alicia – and the sounds will take care of themselves». Pues eso.

Snapchat: Una cuestión de valores

160524 Snapchat

Leo por ahí que Snapchat prepara salir a Bolsa con una valoración que podría llegar hasta los 25.000 millones de dólares.

Añadiré este dato a la lista de fenómenos que me resultan incomprensibles. En particular, me cuesta entender:

  • Que una app de estas características genere un uso tan intenso como al parecer reflejan las estadísticas.
  • Que haya un esquema de valoración sensato según el cual una empresa que hoy genera una ventas del orden de los 300 millones de dólares pueda de verdad valer casi 100 veces más.

El hecho de que se me escape la lógica (si es que se trata de una lógica) que atrae a los jóvenes a Snapchat puede ser una cuestión de edad, de características cerebrales o de educación. La viñeta del New Yorker sugiere que no debo ser el único al que le ocurre algo parecido.

Sobre el otro punto, el de la valoración, supongo que mi dificultad es la de imaginarme haciendo el trabajo de los Morgan Stanley y similares. En parte, porque tengo edad suficiente para recordar como algunos tampoco entendíamos la lógica que llevó a la burbuja y consecuente pinchazo de la burbuja de las punto_com.

En cualquier caso, no puedo evitar que alianzas (o contubernios) de este tipo entre Silicon Valley – Wall Street me traigan a la cabeza imágenes de un pacto faustiano, con todas sus consecuencias. Un pacto en el que nunca son los bienintencionados los que ganan.

Para completar la lista de tus NO

Fuck

Pillo esta foto en la cabecera de una diatriba sobre los valores (discutibles) con los que algunos configuran la ética start-up.

Se me ocurre que más de uno tendrá la tentación de aplicar la misma foto de cabecera a unas cuantas temáticas adicionales.

Cada cual puede hacer su lista. O incluso compilar las listas de todos en algún sitio. Aunque sólo sea para desahogarse un momento. Pero que sea para seguir luego trabajando en algo que valga realmente la pena.

En la ceremonia de compromiso de uno de los talleres de Creative Leadership en Kaospilot, cada uno de los participantes pronunció solemnemente, en presencia del grupo, una frase tal que así:

«En mi futuro como líder creativo, asumo el compromiso de [____________]
diciendo que SÍ a [________________]
y diciendo que NO a [____________]«.

Últimamente, la lista de los NO con la que completaría el titular se está haciendo más larga. Afortunadamente, la de los SÍ resulta cada día más clara.