Debatamos, si así os parece, sobre la seguridad del capital

Caja de Pandora

Pandora abriendo la caja de ídem. Fuente desconocida.

Según noticias de prensa, el presidente de CEOE, Juan Rosell, ha afirmado que el trabajo «fijo y seguro» es «un concepto del siglo XIX», ya que en el futuro habrá que «ganárselo todos los días».

Podemos indignarnos (servirá de poco) o criticarlo (no creo que le afecte). Pero también considerar que ha abierto una caja de Pandora y proponer un debate sobre esta cuestión con todas las consecuencias. Esto es, sin dar nada por sentado.

Convendría, con todo, pedir antes algunas aclaraciones. ¿Cuál es el futuro, por ejemplo, del trabajo «no seguro, pero blindado con dos años de sueldo como indemnización«? Un concepto que, incluso en pleno siglo XXI, parece ser válido en círculos próximos al Sr. Rosell.

Más allá de esa puntualización, sería interesante arrancar el debate tomando en cuenta que los conceptos modernos de ‘capital‘ y ‘trabajo‘ surgieron en paralelo al amparo de la ideología del capitalismo, habiéndose establecido con el tiempo un cierto contrato social de un cierto mutuo respeto. Un contrato tiene dos partes. Si se decide (veamos quién y cómo) modificar el concepto de trabajo reduciendo su carácter de ‘fijo y seguro‘ para adaptarlo al siglo XXI, parece lógico redefinir también los atributos del  capital. Por ejemplo,

  • Si el capital fuera menos fijo, se aplicaría por defecto un interés negativo al capital flotante que anda por el mundo buscando sólo inversiones financieras (sin implicarse en inversiones productivas).
  • Si fuera menos seguro, el acreedor tendría menos derecho (y sobre todo menos derecho moral) a exigir a toda costa el pago de las deudas. Grecia tendría una quita en su deuda. La dación en pago sería siempre una opción.

Parecería también interesante, aunque tal vez algo más complicado, explorar el concepto de que el capital de una empresa pudiera de alguna forma caducar en determinadas condiciones, revertiendo por ejemplo a algún modo de propiedad cooperativa. «El capital – podría ser el eslógan – para quien se lo trabaje«. Seguro que alguien ha pensado en ello.

Me encantaría participar en un debate de este tipo. Más aún si pudiera contribuir en algo.

 

Este ciberoptimista se cae del guindo

160518 BlogLa tercera sesión del curso sobre «Lo común y la democracia» que Joan Subirats imparte en la Escuela Europea de Humanidades, versó sobre «The Wealth of Networks«. Un libro que, publicado en 2005 alcanzó una cierta notoriedad e influencia, ha envejecido mal.

La tesis del libro, desarrollada en cerca de 500 páginas era que una serie de cambios en las tecnologías, la organización económica y las prácticas sociales de producción crean nuevas oportunidades acerca de cómo creamos e intercambiamos información, conocimiento y cultura. Pronosticaba así

«la emergencia de un nuevo entorno de información, en que los individuos tienen la libertad de adoptar un papel más activo del que era posible en la economía industrial de la información del siglo XX. Esta nueva libertad contiene una gran promesa práctica: como dimensión de libertad individual; como plataforma para una mejor participación democrática; como medio para promover una cultura más crítica y auto-reflexiva.»

Esa nueva libertad, habilitada por un incremento espectacular de la disponibilidad de instrumentos tecnológicos entre los ciudadanos, debería

«permitir a las personas creativas trabajar en proyectos creativos de forma más eficiente que la permitida por las empresas y los mecanismos de mercado tradicionales. El resultado es un sector floreciente de producción de información, conocimiento y cultura al margen del mercado, […] sujeto a una ética robusta de compartición abierta.» 

Algo de ello ha sucedido, desde luego. Pero en menor grado de la gran promesa que el autor anunciaba, creo que por varias razones fundamentales:

  • Una proporción relativamente pequeña de la población ha adoptado una postura de aprovechamiento activo de esa libertad.
  • El sector capitalista y de mercado ha sabido usar esas mismas herramientas y posibilidades para construir nuevas posiciones de poder, reforzando también algunas de las antiguas.
  • Como cabría por otra parte esperar, las nuevas herramientas se han usado para intercambiar más información que conocimiento.
  • Al mismo tiempo, si entendemos la cultura como códigos de comportamiento socialmente permitidos y/o recompensados, las nuevas tecnologías se han usado tanto o más para reforzar los valores de una sociedad de consumidores y del capitalismo liberal que para construir o impulsar sus alternativas.

En una publicación reciente (.pdf), el propio Benkler reconoce la existencia de «varios acontecimientos que están virando hacia una Internet que facilita la acumulación de poder por un conjunto influyente y relativamente pequeño de actores estatales y privados». Acierta además en el diagnóstico de lo ocurrido:

«La arquitectura de Internet conforma poder; a diferencia de sus primeros tiempos, todo el mundo lo entiende hoy […] Cuando inició el diseño de la Internet, pocos la conocían y eran menos todavía los que entendían su relevancia. Las mayores decisiones de diseño se tomaron en un vacío de poder.«

Han pasado cosas desde entonces. La primera y más importante es que, como en otras ocasiones en la historia social de la tecnología, los que persiguen el poder porque saben para qué y cómo usarlo se han aplicado, con bastante éxito, en apalancarse en las nuevas tecnologías para sus propósitos y objetivos, aportando para ello sus propios valores, su ideología y su cultura. Ya en 2010, en un artículo en Scientific American cuya resonancia se ha disipado, Tim Berners-Lee alertaba sobre este fenómeno.

Para empezar, sería para ello importante que dejáramos de referirnos a Internet como si fuera una única tecnología o un único artefacto. Porque en realidad es un sistema compuesto de elementos tan diversos como la red de redes (el objetivo original), la WWW o los servicios de tecnogigantes como Google, Facebook o similares. Sospecho que no soy el único al que le costarían hacer la lista completa de todos ellos.

Mi conclusión: Es necesario politizar la tecnología. Y no dejar esta responsabilidad en manos de los tecnólogos, ni de los tecno-utópicos, ni mucho menos en manos de los propagandistas del lado oscuro, que los hay.

Politizar la tecnología

160517 Blog«Hay un vacío moral creado por una tecnología que ha superado la política.» (Zygmunt Bauman, «Ceguera moral«)

Estoy seguro de que suena raro. Abogar, en tiempos de descrédito de la política, por politizar la tecnología. Pero lo hago a conciencia. Podría matizarlo, pero poco. Defendiendo, por ejemplo, que la tecnología se politice bien. Pero eso no niega la mayor. Que la evolución de la tecnología, el debate sobre cómo se desarrolla, cómo se ofrece, cómo se adopta, no debería estar al margen de la política. Pero lo está.

Suscribo el argumento de de Josep Ramoneda en un artículo  en El País:

«Unos dicen que no se pueden poner puertas al campo del progreso tecnológico, y posiblemente tienen razón, pero ello no quiere decir que no se tenga que regular y establecer criterios (legales, culturales y morales) sobre su uso, salvo que asumamos como un destino que si se dispone de instrumentos de destrucción masiva, material o espiritual, se acabarán utilizando. Lo que no cabe en el discurso sobre el progreso es la resignación. No se puede hablar propiamente de progreso si no es desde la crítica y politizándolo, es decir, colocándolo en el centro de la cosa pública, de lo que nos atañe a todos en tanto que animales políticos, condenados a vivir con los otros.«

Hay un contraste evidente, para nada trivial, con otra pieza reciente, también en El País. En la línea del discurso tecnófilo al uso, empieza reconociendo que «el nuevo ecosistema digital genera cambios de extraordinaria magnitud que inciden ya o van a incidir directamente en la vida de las personas«. Lo cual justificaría, en la línea de lo anterior, una visión crítica y una gestión política. La conclusión, sin embargo, es la opuesta:

«Para que la sociedad de la información y del conocimiento funcione son necesarias una educación y una cultura acordes a las prácticas digitales. Solo así se conseguirá superar la brecha tecnológica que todavía divide a quienes han abrazado con firmeza la innovación y la creatividad y quienes viven todavía en modo analógico.«

Suena bonito, superficialmente. Pero hay que entrar en los detalles de cómo se conforma esa sociedad de la información y el conocimiento que el editorialista da por buena pero no se molesta en definir. Como apunta Josep Ramoneda:

«Las redes eran una promesa de descentralización y de libertad personal y si no nos defendemos —si no hacemos política— producirán una concentración inmensa de poder, es decir, de control […] No podemos olvidar, por tanto, que estamos expuestos a poderosas organizaciones que tienen como objetivo conocernos hasta el último detalle, para encuadrarnos como ciudadanos y domesticarnos como consumidores. Para sacar el máximo rendimiento de nuestros deseos cuentan con la ingenua complicidad que deriva del hecho de que nos creamos plenamente libres cuando nos exponemos a su vista.»

Acumulo últimamente lecturas en la onda de esta visión crítica, que creo cada vez más necesaria. Las iré compartiendo en próximas entradas. Con la intención de acumular madera para un ‘do-tank’  a base de respuestas a las cuatro ‘preguntas poderosas’ de la figura.

 

 

 

 

 

 

Vemos según miramos

160505 BlogDos titulares contradictorios en la prensa del 5 de Mayo, ambos basados en un estudio de la Fundación AXA (que no parece estar aún online):

Mi lectura, a tenor del gráfico resumen que añade El País, casi la mitad de los jóvenes universitarios (el 47,8%) aspira a trabajar en una multinacional (22,6%) o en la función pública (25,2%). Sólo el 18.8% se plantean crear su propia empresa.

Estamos habituados a esta disparidad de lecturas en la información política. Parece más sorprendente en una noticia como la que comentamos.

 

Como ranas hervidas

160502 BlogHe empezado a asistir a las lecciones de Joan Subirats sobre «El común y la democracia. Economía, sociedad y poder«, dentro del programa de la Escuela Europea de Humanidades.

La primera sesión estuvo oportunamente dedicada a una relectura de «La Gran Transformación«, un libro clave en el que Karl Polanyi diseccionó la utopía de una economía basada en mecanismos de mercado autoregulado y los efectos de la introducción de esa utopía, apoyada por las políticas (ultra)liberales, en la destrucción de redes y mecanismos sociales de solidaridad y reciprocidad.

Uno de los conceptos clave del análisis de Polanyi es la consideración de la tierra, el capital y el trabajo como bienes ficticios:

«Incluir al trabajo y a la tierra entre los mecanismos de mercado supone subordinar a las leyes del mercado la sustancia misma de la sociedad […] Es evidente que trabajo, tierra y dinero no son mercancías, en el sentido de que, en lo que a estos tres elementos se refiere, el postulado según el cual todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para la venta es manifiestamente falso.«

Este análisis sigue siendo vigente y sus consecuencias palpables, como pueden atestiguar los millones de personas que, excluidas del mercado de trabajo, quedan de hecho devaluadas como ciudadanos y como miembros de la sociedad.

Hay más motivos para una reflexión, previa a una acción social cada vez más necesaria. Porque últimamente el empuje del mercantilismo está teniendo como consecuencia la ampliación del elenco de bienes ficticios. Especialmente a raíz de la extensión de Internet, se han mercantilizado o se están mercantilizando la cultura y los productos culturales, la privacidad, las relaciones, la sociabilidad e incluso la amistad.

El auge de la llamada economía colaborativa proporciona ejemplos de los potenciales daños colaterales de este fenómeno. Antes de la aparición de Airbnb y similares, quien tuviera una habitación libre no dudaría en ofrecerla gratis a un amigo que estuviera de paso en la ciudad. Pero en el momento en que esa habitación se ofrece en la red y adquiere un valor de mercado, se abre un resquicio. Acoger gratis a un amigo representa ahora una pérdida potencial de ingresos. Casi imperceptiblemente, ofrecer la habitación en la red obliga en la práctica a poner precio a la amistad.

En un principio, la tensión social se producía en la decisión entre dar prioridad a la mano invisible del mercado o a políticas de protección y cohesión social, defendidas sobre todo desde el ideario socialdemócrata. Hoy, habiendo quedado en descrédito el ámbito de la politica tradicional y habiendo quedado también en evidencia los límites de la socialdemocracia («Algo va mal«, escribió lúcidamente Tony Judt) el auge del mercantilismo toma otros derroteros. Como en tiempos pasados, la mayoría de promotores del desarrollo tecnológico se alinean sin disimulo con el mercantilismo. En paralelo, el énfasis se pone en los efectos de la tecnología en la emancipación individual, animando así a todo el mundo a poner en valor (de mercado, por supuesto) todos los activos personales, materiales o no, incluyendo privacidad, relaciones, gustos y querencias. Se obvian en cambio los efectos potencialmente negativos sobre la cohesión social, o se responsabiliza incluso a las instituciones por su incapacidad de re-regular las cosas al ritmo supuestamente imparable de la tecnología.

Hace pocos días, El País se hacía eco de que «Conceptos como la soberanía nacional o el derecho a la privacidad han cambiado de significado sin un debate público«. Apareció en la sección de Tecnología; debería haberlo hecho en el de Política o el de Sociedad.

Dicen que si se intenta sumergir a una rana en un cazo de agua hirviendo, intentará escapar. Pero si se sube poco a poco la temperatura del agua, la rana acaba dejándose hervir sin plantear batalla. No hace falta explicar por qué me ha venido esta analogía a la cabeza.