La privacidad ha de estar fuera del mercado

160404 Blog

Me inquietó hace unas semanas el titular y el contenido de uno de nuestros más ilustres ilustrados-TIC: «Privacidad vs. control: gana el mercado«. Su tesis es que:

«La tecnología ha dado lugar a un escenario en el que, entre el supuesto papel del Estado como regulador y el poder del mercado, este último tiene siempre todas las de ganar.«

Una opinión, aunque se presente como un dogma, preocupante y censurable.

De entrada, porque (no nos cansaremos de repetirlo) la tecnología no ha dado ni dará lugar a ningún escenario. Quien lo hace es la gente que genera, promueve, apoya un cierto modo de despliegue de la tecnología. Hay que ir más allá de las apariencias y los eslógans. «Cherchez la famme.» «Follow the money.»

«Lo que la filosofía puede hacer es decirnos cómo funciona la ideología […] Hacer visibles procesos de pensamiento que de lo contrario serían invisibles.»

Entrevista a Markus Gabriel en Ara (3/4/2016).

También porque las posturas de ese tipo no son conclusiones que se deriven de los hechos, sino consecuencias de una postura ideológica ‘a priori’, según la cual convendría (a algunos) que la mano invisible del mercado sustituyera cuanto más mejor a la dinámica de la política. Cito a Milton Friedman (citado a su vez en la Sociofobia de César Rendueles):

«Cuanto más amplio sea el número de actividades cubiertas por el mercado, menor será el número de cuestiones en las que se requieren decisiones expresamente políticas y, por tanto, en las que es necesario alcanzar un acuerdo.»

La historia muestra que el mercado es un ente artificial, que al ser creado ‘ex-profeso‘ reeemplazó otras prácticas explícitas de organización y gestión de las sociedades. El capitalismo de mercado se conformó abarcando inicialmente tres ‘bienes falsos‘: la tierra, el trabajo y el dinero. En un régimen de mercado, la tierra dejó de ser de quien la trabaja; la vivienda o el trabajo dejaron en la práctica de ser derechos de hecho; el dinero se ha convertido, más que un instrumento para engrasar la economía, en un objetivo abstracto de quienes lo acumulan y exigen su rédito. Los derechos de ‘los mercados‘ acaban prevaleciendo sobre los de la  sociedad y las personas, sin que nadie se haga responsable de los ‘fallos del mercado‘ cuando éstos se hacen evidentes. Lo cual acostumbra a ser después de que algunos se hagan ricos aprovechándolos.

Precisamente por eso los capitalistas más voraces, hoy en el ámbito de los disruptores digitales, se esfuerzan sin descanso en ampliar el catálogo de bienes sometidos al régimen de mercado. Por eso su empeño, apoyado acrítica o interesadamente por los ilustrados-TIC, en que nuestra privacidad pase a ser, despersonalizándola, un artículo más de su catálogo. 

«While industrial-age processes simply removed human beings from the equation, these digital processes seek to simulate humanity through artificial social media.»

Douglas Rushkoff, «Throwing Rock’s at Google´s Bus«.

Puedo entender que haya quien, frente a la inepcia de tantos gobernantes en poner coto a la voracidad de los mercados, incluyendo a los digitales, considere que el mercado resulte una opción menos mala que una regulación defectuosa o ineficiente. Pero nos queda una tercera alternativa, la gestión común de los commons, estudiada, descrita y prescrita por la escuela de Elinor Ostrom.

Seamos, sin embargo, conscientes de una dificultad. Crear instituciones de gestión de los commons para proteger (y más aún sustraer) algo de la expansión de los mercados extractivos requiere una visión maximalista de la innovación social. Nadie puede hacerlo solo. Queda mucho por pensar, escribir, actuar.

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