La fuerza oscura en la economía digital

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La cara oculta de la Luna. (Wikipedia)

Contundente artículo de Don Tapscott en la Harvard Business Review: «After 20 Years, It’s Harder to Ignore the Digital Economy’s Dark Side«. El autor, que publicó hace dos décadas un muy comentado (y en mi opinión  sobrevalorado) libro sobre la economía digital, señala la emergencia de un ‘lado oscuro’ de la economía digital, concluyendo que:

«Aún cuando la revolución digital nos ha traído muchas maravillas, en retrospectiva llego a la descorazonadora conclusión de que su ‘promesa’ de un mundo más razonable, igualitario, justo y sostenible no se ha cumplido.«

Señala en particular:

  • El impacto en el mercado de trabajo, como consecuencia de la desaparición de industrias y empleos.
  • La destrucción de la privacidad, de un modo irrevocable y sin precedentes.
  • El peligro de una creciente desigualdad social.
  • La dificultad y lentitud de los gobiernos en estar a la altura de los retos sociales de lo digital.
  • La degradación de las democracias.

Me parece especialmente oportuno el párrafo con el que cierra su artículo:

«Los hechos han desmentido a los tecno-utopistas: la tecnología no crea prosperidad, buena democracia y justicia – lo hacen los humanos. Para asegurarse de que la economía digital cumple su promesa, necesitaremos un nuevo contrato social que garantice oportunidades para el pleno empleo, que proteja nuestra privacidad, y que genere prosperidad no sólo para unos pocos, sino para todos.«

No podría estar más de acuerdo. Así y todo, añadiría una reescritura de este párrafo desde un ángulo complementario.

«Constatemos la evidencia de la magnitud y el alcance del lado oscuro de la economía digital. Al mismo tiempo, no aceptemos que sea una consecuencia inevitable del cambio tecnológico: La tecnología no destruye puestos de trabajo, ni genera desigualdad, ni tiene por qué amenazar la privacidad. Son los que han estado consciente o inconscientemente liderando el desarrollo de lo digital los que lo han hecho. La economía digital tiene un lado oscuro porque hay quien la lidera desde el lado oscuro. Contra ellos hay que y habrá que batallar.»

Más fácil, desde luego, decirlo que hacerlo. Este nuevo contrato requiere un liderazgo que hoy por hoy no parece evidente. Y este liderazgo, como todos, exige claridad en la dirección, eficacia en el alineamiento de quienes lo diseñen y un compromiso a medio plazo para una batalla larga y desigual. Habrá que reunir fuerzas para ello.

El dominio de la oscuridad

160415 BlogIntento incluir la Filosofía y la Ciencia entre mis lecturas habituales.

  • La Filosofía porque, en palabras de Josep María Esquirol, «la filosofía es la cura del alma, porque el ejercicio del pensamiento transforma».
  • La Física, porque en una vida anterior tuve la fortuna de poder doctorarme en Física, una disciplina que luego abandoné como profesión por razones que no son del caso.

«The Island of Knowledge«, un libro reciente de Marcelo Gleiser, que tiene como subtítulo «los límites de la ciencia y la búsqueda de sentido», está a caballo entre ambas materias. Transcribo uno de sus planteamientos de partida:

«Debemos preguntarnos si la comprensión de la realidad más fundamental de la naturaleza es sólo una cuestión de empujar los límites de la ciencia, o si estamos siendo bastante ingenuos acerca de lo que la ciencia puede hacer.»

Una de las cuestiones científicas que quizá más claramente manifiesta hoy los límites de la ciencia tiene que ver con lo que se sabe sobre la composición del Universo. Aplicando la teoría de la gravitación universal de Einstein al análisis de los datos la astrofísica de precisión, los científicos han llegado a la conclusión representada en la figura. Una materia oscura de naturaleza desconocida, pero detectada por la fuerza gravitacional que ejerce sobre los cuerpos celestes y sobre la luz, constituye un 27% del Universo. Otro 68% corresponde a una energía oscura, cuya existencia se deduce de la constatación experimental de que el Universo se expande a un ritmo acelerado. La materia ‘convencional’, sobre cuya naturaleza la ciencia ha hecho progresos espectaculares durante los últimos 200 años, representaría sólo del 5%.

Una de las conclusiones del autor es que:

«Si grandes porciones del mundo permanecen invisibles o inaccesibles para nosotros, debemos considerar con gran prudencia el significado de la palabra ‘realidad’.»

Me apunto dos reflexiones al hilo de este asunto. La primera se refiere al dogmatismo de algunos científicos que reclaman para la ciencia una reverencia casi religiosa, que de otra parte niegan a la religión, o incluso a la filosofía. En palabras de Marcelo Gleiser (negrillas añadidas):

«Exponer los límites de la ciencia está lejos de ser oscurantista; más bien al contrario, se trata de un auto-análisis muy necesario en un momento en que la especulación científica y la arrogancia están fuera de control

Una segunda reflexión, menos científica, se deriva de postular que la realidad social incluye también componentes de materia oscura y energía oscura, que no son de ordinario visibles con nuestros métodos convencionales de observación. En el Universo, la energía oscura es expansiva, mientras que el efecto de la materia oscura es contraer. Se me antoja que elementos como la corrupción, o incluso los mercados financieros que reclaman ‘recortes’ serían los análogos sociales de la materia oscura. Contraen el mundo en el que queremos vivir. Se trataría pues ahora de hacer visibles los efectos contrarios de la energía oscura. Una energía que intuimos que existe en el interior de los muchos dispuestos a trabajar por un mundo mejor.

Cuando todos tenemos la culpa, pero la responsabilidad no es de nadie

160413 Culpa y responsabilidad ForgesNo debo ser el único en sentirme aludido por esta viñeta de Forges. Esos políticos son los que hemos elegido. Pese a sus manifiestas divergencias, sus posiciones coinciden en algo fundamental: la culpa de todo siempre la tienen los otros. Y, de rebote, los que hemos votado a los otros. O sea, todos menos ellos. Nadie se hace responsable.

¿Qué pasaría si todos los que albergamos últimamente estos sentimientos hiciéramos, por ejemplo, una huelga de votos caídos? Muy probablemente, que los políticos no votados encontrarían la forma de echarnos a nosotros la culpa de la abstención y salir ellos indemnes.

La situación me hace recordar el viejo chiste acerca de un profesional júnior del marketing que justificaba ante su jefe las bajas cifras de venta de su producto argumentando que “He hecho un estudio de mercado y el mercado se equivoca”. Le despidieron. Para una empresa, el mercado es como es; de lo que se trata es de entenderlo o de influir en él.

160409 Economist Facebook coverPero se puede dar la vuelta al argumento, porque la historia funciona también al revés.

 

Un reportaje en The Economist informa de que Facebook vale en Bolsa 325.000 millones de dólares, lo que la sitúa en el sexto lugar del ranking mundial de empresas cotizadas.

Imagino que si hicéramos una encuesta acerca de la justificación de este fenómeno, serían muchos los tentados de argumentar que el mercado se equivoca. Que lo que Facebook produce no vale tanto. Que  no se le debería dar tanto valor.

Una reflexión que podría a extenderse a la valoración de otras plataformas digitales. (No citaré ninguna, pero mis seguidores, si tengo alguno, sabrán que pienso en primer lugar en Uber y similares).

Así y todo, aún tomando el cuenta la enormidad de estas valoraciones, un informe reciente de McKinsey, citado en Fortune, avisa de que:

«En todas las industrias, los disruptores digitales a menudo destruyen más valor para los incumbentes del que crean para ellos mismos.«

Una afirmación que, viniendo de quien viene, debería hacernos reflexionar.

Por dos motivos. En primer lugar porque, como argumenta apasionadamente Douglas Rushkoff en su último libro, la lógica de estas plataformas digitales es «extraer valor de sus participantes y enviarlo hacia arriba». Un arriba con mucha menos gente que abajo, que alberga a financieros y especuladores del 1% con los que la mayoría tenemos más bien poco en común.

Pero, y quizá éste sea el motivo de preocupación más importante, hay también que reflexionar sobre los daños colaterales que genera la destrucción destructiva de (algunas de) estas plataformas. Los vendedores de enlaces no se sienten responsables del futuro del periodismo. Ni las plataformas de streaming del modus vivendi de los músicos. Ni Uber del transporte público. Ni las plataformas de turismo P2P del equilibrio habitacional de los barrios. Ni Facebook de …

No se trata de nada nuevo. La industria se ha hecho en general poco o nada responsable de los efectos colaterales que su actividad ha generado sobre el patrimonio común (los commons). Sobre el medio ambiente, por ejemplo. Algo deplorable, pero también algo  que, por lo menos en los países democráticos, hemos permitido entre todos que sucediera.

Aunque, dirán algunos, todo eso empezó en un tiempo en que los ciudadanos no teníamos el poder de la Red. Los  tiempos han cambiado. ¿O no?

Vayamos de vuelta a la política. Porque parece que la mayoría de los votantes pensamos que lo mejor sería no repetir las elecciones. Tenemos la legitimidad democrática y la red. Y sin embargo, …

¿Dónde encontraremos respuestas y alternativas? Desarrollando una técnica moral que ayude a conseguir que suceda lo que pensamos que tendría que suceder. Apuntando a una innovación social maximalista, que resulte en nuevas instituciones y equilibrios de poder. Y, por supuesto,  encontrando y apoyando el liderazgo transformador que ponga todo ello en marcha.

En ello andamos.

 

Construir nuevos liderazgos y reconstruir los caducos.

160411 blog«Nada es permanente, a excepción del cambio.»
(Heráclito)

«Todo lo que era sólido se desvanece en el aire.»
(
Karl Marx)

Cambiar no es difícil. Sólo hay que sentarse a esperar y las cosas cambian. Es primavera, y las plantas de mi jardín florecen. La edad hace aparecer signos visibles en nuestros cuerpos. Y otros, a veces menos visibles en nuestras almas.

Siempre ha sido así. Pero parece que los cambios, por lo menos los sociales, son ahora más rápidos que antes. Dos libros recientes, todavía a medio leer y anotar, coinciden en desentrañar las claves de un tiempo social cada vez más acelerado: Hartmut Rosa, «Social Acceleration: A New Theory of Modernity«; Judy Wacjman, «Pressed for Time: The Acceleration of Life in Digital Capitalism«.

La cuestión pues, no es cómo cambiar las cosas, porque ya cambian sin que hagamos nada, sino cómo hacer que cambien en la dirección y al ritmo que queramos.

Por eso me adhiero a la causa de una ‘innovación social maximalista‘ que aspire a ir más allá de ofrecer soluciones paliativas a paliar los efectos colaterales de los desajustes sociales. Que aspire a modificar las causas de esos efectos, que, como se percibe cada vez con más claridad, son desajustes o disfunciones institucionales.

Esa es una de las razones por las que me ha interesado una entrada en Medium («The Challenge of Massive Change«), de la que traduzco la porción que me parece más relevante:

«El cambio en este mundo necesita inversión en hacer crecer objetivos comunes, misiones abiertas, lenguages comunes, inteligencia y acción compartidas […] Es éste un cambio que nos obliga a reimaginar el liderazgo, para que pase de ser un asunto organizativo a organization uno que cree movimientos alrededor de un propósito y una misión compartidos.»

Un liderazgo distinto para un cambio de modelo enfocado a liberar la interoperabilidad de organizaciones diversas en lugar de fomentar que compitan unas con otras.  A construir verdaderos ecosistemas, en los que la inteligencia compartida y colaboración sea por lo menos tan importante como la competencia. De los contrario, los interesados en este objetivo maximalista de la innovación social no pasaremos de ser como mucho un ruido de fondo.

Entre tanto, las fuerzas del 1% avanzan a toda marcha, y además nos roban el mensaje:

«Las estructuras de gobernanza actuales se desarrollaron durante cientos de años. Aunque pueden haber sido adecuadas para un mundo en cambio lento, están listas para ser disruptadas. Mientras que la tecnología cambia a un ritmo exponencial, la gobernanza tiende a hacerlo en forma lineal. Esta discrepancia debe rectificarse.«

No dicen cómo, pero deberíamos saberlo. Los que impulsan los cambios exponenciales, sobre todo desde Silicon Valley, tienden a adoptar una política de hechos consumados. Los suyos, por supuesto.

La privacidad ha de estar fuera del mercado

160404 Blog

Me inquietó hace unas semanas el titular y el contenido de uno de nuestros más ilustres ilustrados-TIC: «Privacidad vs. control: gana el mercado«. Su tesis es que:

«La tecnología ha dado lugar a un escenario en el que, entre el supuesto papel del Estado como regulador y el poder del mercado, este último tiene siempre todas las de ganar.«

Una opinión, aunque se presente como un dogma, preocupante y censurable.

De entrada, porque (no nos cansaremos de repetirlo) la tecnología no ha dado ni dará lugar a ningún escenario. Quien lo hace es la gente que genera, promueve, apoya un cierto modo de despliegue de la tecnología. Hay que ir más allá de las apariencias y los eslógans. «Cherchez la famme.» «Follow the money.»

«Lo que la filosofía puede hacer es decirnos cómo funciona la ideología […] Hacer visibles procesos de pensamiento que de lo contrario serían invisibles.»

Entrevista a Markus Gabriel en Ara (3/4/2016).

También porque las posturas de ese tipo no son conclusiones que se deriven de los hechos, sino consecuencias de una postura ideológica ‘a priori’, según la cual convendría (a algunos) que la mano invisible del mercado sustituyera cuanto más mejor a la dinámica de la política. Cito a Milton Friedman (citado a su vez en la Sociofobia de César Rendueles):

«Cuanto más amplio sea el número de actividades cubiertas por el mercado, menor será el número de cuestiones en las que se requieren decisiones expresamente políticas y, por tanto, en las que es necesario alcanzar un acuerdo.»

La historia muestra que el mercado es un ente artificial, que al ser creado ‘ex-profeso‘ reeemplazó otras prácticas explícitas de organización y gestión de las sociedades. El capitalismo de mercado se conformó abarcando inicialmente tres ‘bienes falsos‘: la tierra, el trabajo y el dinero. En un régimen de mercado, la tierra dejó de ser de quien la trabaja; la vivienda o el trabajo dejaron en la práctica de ser derechos de hecho; el dinero se ha convertido, más que un instrumento para engrasar la economía, en un objetivo abstracto de quienes lo acumulan y exigen su rédito. Los derechos de ‘los mercados‘ acaban prevaleciendo sobre los de la  sociedad y las personas, sin que nadie se haga responsable de los ‘fallos del mercado‘ cuando éstos se hacen evidentes. Lo cual acostumbra a ser después de que algunos se hagan ricos aprovechándolos.

Precisamente por eso los capitalistas más voraces, hoy en el ámbito de los disruptores digitales, se esfuerzan sin descanso en ampliar el catálogo de bienes sometidos al régimen de mercado. Por eso su empeño, apoyado acrítica o interesadamente por los ilustrados-TIC, en que nuestra privacidad pase a ser, despersonalizándola, un artículo más de su catálogo. 

«While industrial-age processes simply removed human beings from the equation, these digital processes seek to simulate humanity through artificial social media.»

Douglas Rushkoff, «Throwing Rock’s at Google´s Bus«.

Puedo entender que haya quien, frente a la inepcia de tantos gobernantes en poner coto a la voracidad de los mercados, incluyendo a los digitales, considere que el mercado resulte una opción menos mala que una regulación defectuosa o ineficiente. Pero nos queda una tercera alternativa, la gestión común de los commons, estudiada, descrita y prescrita por la escuela de Elinor Ostrom.

Seamos, sin embargo, conscientes de una dificultad. Crear instituciones de gestión de los commons para proteger (y más aún sustraer) algo de la expansión de los mercados extractivos requiere una visión maximalista de la innovación social. Nadie puede hacerlo solo. Queda mucho por pensar, escribir, actuar.

La concepción científica del mundo fracasa por razones científicamente verificables

160404 El mundo no existeEsta es una de las tesis del nuevo libro de Markus Gabriel, una invitación a pensar en tiempos en los nos asaltan por todas partes con tentaciones que parecen diseñadas justamente para evitar que pensemos.

Me han interesado su ambición y su frescura:

«La tarea de la filosofía es recomenzar siempre desde el principio, una y otra vez

Pero también muy especialmente que asuma el desafío de plantar cara a la arrogancia del cientificismo y la tecnocracia. Lo confiesa sin ambages en una entrevista publicada (en catalán) en el diario Ara:

«Como filósofo, uno de mis grandes enemigos es lo que denomino como naturalismo o cientismo, que es la idea de que las ciencias naturales han asumido el rol que solía tener la religión. De modo que si quieres entender el universo tienes que entender la cosmología física o la mecánica cuántica, o lo que sea sobre las partículas elementales y la gravedad. Y que si quieres entender la mente humana, has de entender el cerebro humano. Es la idea que para entender alguna cosa has de ser capaz de reducirla a una parte del orden natural. Yo ataco esta idea, porque es completamente falsa.»

Se explica en más detalle al ser preguntado sobre la neurociencia:

«Todo lo que puedes hacer, y en eso cualquier neurocientìfico serio estará de acuerdo, es establecer que un determinado tipo de proceso consciente tienen una correlación con un proceso material […] Un estado cerebral no es la causa de un pensamiento. I si no es la causa de un pensamiento, entonces no significa nada. Hay dos órdenes: la conciencia y los estados cerebrales. Los neurocientíficos sólo pueden decirnos cómo están correlacionados. No pueden explicar la conciencia, pero los filósofos sí podemos.»

Para alguien que, como yo, fue en tiempos formado como científico, las propuestas de Markus Gabriel son como mínimo estimulantes. Al sostener que «la concepción científica del mundo se basa en una percepción distorsionada de la realidad» nos provoca y nos induce a interrogarnos. No pide que le demos la razón, porque sostiene que «El sentido de la vida es la vida, la confrontación con el sentido infinito del que afortunadamente podemos participar.» No busca el consenso, sino la conciencia:

«Estoy totalmente en contra de la idea de que tendríamos que juntar las humanidades y las ciencias […] Han de estar separadas y pelearse entre ellas; son incompatibles […] Una cosa es describir biológicamente el animal que soy y otra describirlo sociológicamente yendo a un museo. Nose puede traducir la sociología a la biología y viceversa. Se interseccionan, pero no podrán nunca ser idénticas.»

Más sobre esta temática en el libro, en mis notas sobre el libro, y en próximas entradas en este espacio.

La inteligencia asombrosa es la natural

screen shot 2016-03-09 at 14Las máquinas, incluso máquinas baratas, ya son capaces de ganar sistemáticamente a cualquier humano al ajedrez. Hemos visto también como una máquina, no precisamente barata, ha ganado claramente a jugadores de Go de primer nivel. Es por tanto obligado pensar a fondo sobre el potencial, positivo y negativo, de la inteligencia artificial (o el ‘deep learning, como parece que se prefiere llamarle ahora).

«The people who say that artificial intelligence is not a problem tend to work in artificial intelligence.»

Nick Bostrom en The New Yorker

De todos modos, si los datos de la imagen son veraces, lo que me maravilla de verdad es que una persona sea capaz de plantar cara a un ejército de máquinas respaldado por un ejército de científicos y programadores, sin duda inteligentes.

Yendo más allá, creo que se puede decir que nadie entiende todavía por completo lo que es la inteligencia. Ni siquiera está claro que se trata de una única facultad (‘la inteligencia’) o de un variedad de ellas (‘inteligencias múltiples).

Supongo pues que sería razonable apostar a que los científicos y técnicos del equipo AlphaGo no son capaces de explicar en detalle, y menos aún reproducir en sus máquinas, la inteligencia que les hace capaces de programar esa máquina supuestamente inteligente. Lo cual no deja de ser, me parece a mí, una maravillosa paradoja.

Imagino una analogía. Paseando por el MOMA observamos a un pintor trabajando en una copia, de excelente calidad, de (digamos) ‘La Noche Estrellada‘ de Van Gogh. ¿Qué es lo que nos parecería más admirable?