Hagamos preguntas poderosas, también sobre lo digital

DisfunctionalMe encuentro con un artículo de la siempre articulada danah boyd en Medium («What World Are We Building?«) sobre las interacciones mutuas entre tecnología y sociedad. La sociedad que tenemos genera la tecnología que tendremos. A la vez, la tecnología que tenemos es una herramienta, y muy poderosa, para la construcción de la sociedad que tendremos.

Recomiendo leer el artículo entero, pero me tomo la libertad de extraer y comentar algunos párrafos. Empieza por constatar que:

«Hace trece años, me sentaba con un grupo alrededor de una mesa, imaginando cómo construir herramientas que sustentaran una dinámica social rica. Creo que ninguno de nosotros imaginaba que estaríamos donde estamos.»

No sólo por la rapidez con que la tecnología ha evolucionado, sino porque la tecnología no genera efectos por sí sola, sino como herramienta de quien decide utilizarla y cómo.

«Observé a activistas utilizando la tecnología para conectar a gente en modos sin precedentes, mientras los marketinianos utilizaban las mismas herramientas para manipular a la gente para la ganancia del capital […] A medida que estas herramientas se extendieron, lo que quedó patente no fue la realización de los deseos idílicos de muchos desarrolladores pioneros, sino una complejidad de prácticas que emulaba la confusión de la vida diaria […] Dejé de creer en que la tecnología podría por sí sola producir claridad. «

Sigue un análisis bastante detallado del potencial y de los peligros del ‘big data’. Salto directamente a las conclusiones:

«Uno de los problemas más evidentes es la diversidad limitada de la gente que está creando y utilizando estas herramientas para imaginar nuestro futuro […] Por lo general, estas herramientas se diseñan para ser útiles, para aumentar la eficiencia, para identificar a gente que necesita ayuda. Pero sus aplicaciones positivas coexistirán con usos terroríficos. ¿Qué hacemos?

Está cada vez más claro lo que no podremos hacer:

«Si la gente no entiende lo que estos sistemas está haciendo, ¿cómo podemos esperar que los cuestione?«

También está cada vez más claro lo que tendríamos que hacer:

«Tenemos que aprender a formular preguntas poderosas sobre la tecnología y sobre las decisiones basadas en datos recopilados por la tecnología. Y no será suficiente con abrir la caja negra. La transparencia de los datos, los algoritmos y la tecnología no es suficiente. Necesitamos incorporar la evaluación en cada sistema tecnológico que se despliegue […] Para construir un mundo mejor necesitamos empezar a prestar atención a las diferentes herramientas que emergen y aprender a formular preguntas poderosas sobre cómo deberían utilizarse para mejorar las vidas de la gente de a pie.»

Hasta aquí, los Qué. Sobre el Cómo, una gran frase final:

«Necesitamos que los que piensan sobre la justicia social entiendan la tecnología, y que los que entiendan de tecnología se comprometan con la justicia social»

Pero no es tan sencillo. Intuyo que hay una enorme y significativa brecha digital entre ambos grupos. Difícil de cerrar, además. Porque imagino que conseguir el compromiso con la justicia social de muchos de los que desarrollan tecnologías (y más aún de quienes les financian) es aún mucho más difícil que hacer entender la tecnología a los que piensan sobre la justicia social.

Sobre este último punto, los comentarios de la propia danah boyd sobre lo que observó en el reciente foro de Davos son elocuentes:

«Los que queríamos un ciberespacio universal no podíamos imaginar un mundo en el que Silicon Valley devorara nuestros sueños. La tecnología es políticamente influyente […] Hay un cambio de poder en marcha, y gran parte del sector tecnológico no está capacitado para comprender que sus propias acciones y prácticas forman parte de la élite […] Combaten como si fueran insurgentes, pero operan como si fueran los reyes.

El párrafo final suena como una llamada de auxilio, tanto más sorprendente si se toma en cuenta que danah boyd trabaja en Microsoft.

«Construimos Internet confiando en que el mundo vendría hacia nosotros. Lo ha hecho. Pero el sueño que nos impulsaba en aquellos días no es el de los que están conformando Internet hoy. ¿Qué hacemos?

Pues eso, ¿qué hacemos?

P.S. He copiado en la sección de Apuntes mis notas sobre algo que Langdon Winner escribió sobre estas cosas antes de Internet.

 

 

Dividendos digitales: atacar las causas, no los síntomas

160327 2 BlogCopio de un informe reciente del Banco Mundial sobre «Dividendos Digitales«:

«Las tecnologías digitales se han expandido rápidamente en gran parte del mundo. Los dividendos digitales – el desarrollo amplio de los beneficios del uso de estas tecnologías – se han quedado atrás […]. El efecto de la tecnología en la productividad global, el aumento de oportunidades para los pobres y la clase media, y la propagación de gobernanzas responsables ha sido hasta ahora menor de lo esperado; […] el crecimiento global de la productividad se ha desacelerado; […] los mercados de trabajo se han vuelto más polarizados y la desigualdad va en aumento, sobre todo en los países más ricos, pero cada vez más en los países en desarrollo […] Mientras que las tecnologías digitales se han extendido, no así los dividendos digitales. ¿Por qué?«

La pregunta está bien planteada. Pero es en las respuestas donde el informe se queda (muy) corto. Tanto en lo que señala como, sobre todo, en lo que omite.

Los autores reconocen que maximizar los dividendos digitales requiere una mejor comprensión de cómo la tecnología interacciona con otros factores que son importantes para el desarrollo – los ‘complementos analógicos’. Señalan, por ejemplo, el impacto de las tecnologías en el trabajo:

«La tecnología potencia las habilidades más altas a la vez que conduce a la sustitución de puestos de trabajo rutinarios, obligando así a muchos trabajadores a competir por empleos de baja remuneración […] Cuando Internet automatiza muchas tareas pero los trabajadores no poseen las habilidades que la tecnología potencia, el resultado será una mayor desigualdad, en lugar de una mayor eficiencia.»

Cierto, pero insuficiente. Porque ni Internet ni la tecnología automatizan nada. Quienes lo hacen son las organizaciones que adoptan la tecnología para reemplazar personas, amparadas por un estado de opinión y un entorno de mercado que priman la eficiencia económica por encima de la eficiencia social. Que identifican el progreso con el aumento de la intensidad tecnológica y de la eficiencia, sin hacerse responsables de los daños colaterales.

Al utilizar un lenguaje en que Internet aparece como causa, y no como lo que es – un instrumento – se obvia la raíz del problema.

La referencia que se hace a la posición dominante de las grandes plataformas digitales que actúan como intermediarias en un número creciente de mercados es otro ejemplo.

«La historia económica muestra que las empresas tienen la tentación de explotar una posición dominante. Las grandes empresas de internet no son una excepción. La economía de internet favorece de forma natural las posiciones de monopolio, de modo que algunas plataformas dominan sus mercados. Sus beneficios son tan elevados que pueden capturar rápidamente nuevos mercados comprando a sus competidores. Las startups locales quedan relegadas a mercados de nicho.»

Lo que la historia de verdad muestra es que la economía no tiene leyes en el mismo sentido que las de la Física, por ejemplo. Sus reglas son totalmente una creación humana, y por tanto contingente.

«Antes que las leyes económicas, existen las leyes […] Una vez creado el marco jurídico, la econocracia puede crear la ficción de que las leyes económicas son ‘universales’ y ‘naturales’, ya que se ajustan mágicamente a la legislación vigente. La economía no es más que una rama especialmente virulenta del derecho.» (A. Baños)

Lo mismo es aplicable a Internet y a la economía de Internet.

En su habitual estilo combativo, Evgeny Morozov se despacha sobre este asunto en una pieza reciente en The Guardian: «The state has lost control: tech firms now run Western politics.» En un tono más reposado, Yochai Benkler apunta, también desde The Guardian, a la misma cuestión: la combinación de Internet y la globalización han tenido como consecuencia aumentos de flexibilidad, pero también la dispersión de poder:

«La ubicación del poder se determina institucionalmente, no tecnológicamente […] Sólo construyendo contrapoderes, políticos, legales, sociales y técnicos tendremos una distribución más igualitaria de la riqueza y de los ingresos.«

Cierto. Más allá de los síntomas, lo que es cada vez más evidente es una apropiación cada vez mayor de Internet desde estructuras de poder más interesadas en apropiarse de los dividendos digitales que de distribuirlos. Así y todo, muchos siguen (seguimos) con la dificultad de progresar desde el saber QUÉ queremos hacer, o creemos que hay que hacer, a CÓMO ponerlo en práctica. Aunque pedirle al Banco Mundial que nos lo dijera sería, no os parece, pedirle demasiado.

¿Por qué leer filosofía, hoy?

160307 Blog

Inspirada por John Maeda

Leo en The Long+Short, la nueva revista de Nesta, una entrevista con Alec Ross, un ex-asesor de Obama y de Hillary Clinton en materia de tecnología e innovación. Frente a tanta propaganda tecnológica por parte de los ilustrados-TIC, encuentro interesante su punto de vista sobre los contenidos deseables en la educación:

«In terms of preparing our children for tomorrow’s world, more than anything else I advocate for interdisciplinary learning […] I counsel making sure that students blend the humanities with those things that are scientific and technological […] It’s the combination of domains in the humanities like economics and behavioural psychology in combination with things technical and scientific that will shape the industries of the future.«

Y añade:

«Those things that make us most distinctly human – our emotional intelligence, our creativity and persuasive communication – these are the kinds of attributes that will be all the more necessary in the industries of the future.«

Creo que vale la pena profundizar en cuáles son esas cosas que nos distinguen como humanos. Para defendernos de quienes se esfuerzan en hacer avanzar a los ordenadores para volver obsoletas a más personas, a la vez que, como denunciaba Jaron Lanier, hacen parecer obsoletas a las personas para que los ordenadores parezcan más avanzados».

Por eso, esos días de vacaciones, leo filosofía y recopilo notas que incorporar a mi archivo de lecturas. Filosofía reciente, como la de Marina Garcés, Markus Gabriel, Josep María Esquirol, Emilio Lledó, Juan Arnau (y los que gustéis recomendarme).  Feliz Pascua!

NOTA al PIE:

Uso el término “ilustrados” por referencia a la época histórica de la “Ilustración“, pero también al “despotismo ilustrado “, del “todo por el pueblo, pero sin el pueblo“.

Algunos de los “evangelistas” tecnológicos, siendo un colectivo minoritario, se expresan con argumentos y formas que recuerdan a las de déspotas ilustrados. Convendría, creo, ponerles un contrapeso.

Promueven el outsourcing cerebral

Según un documento del World Economic Forum («Deep Shift: Technology Tipping Points and Societal Impact» .pdf) con el que me tropezado (virtualmente), un 45% de los ‘davosianos’ entrevistados creen que antes de 2025 habrá un Consejo de Administración que tenga como miembro una máquina de Inteligencia Artificial. Leer más

El objetivo de algunos es liquidar la plantilla

160322 Blog

Fuente: Accenture

Leo en un website de Accenture:

«Accenture is in the midst of our own transformation toward a liquid workforce.«

Me intriga ese concepto de ‘liquid workforce‘. Porque sugiere adaptabilidad, pero también ausencia de resistencia. El agua fluye por donde encuentra huecos. Pero también por las cañerías y los desagues que alguien ha previamente dispuesto.

Vale la pena, pienso, fijarse en el doble lenguaje del texto de Accenture. Se expresa de una parte que el foco se pone en las personas. Pero a medio párrafo (el subrayado es nuestro) queda claro que se refieren sólo a sus personas; las que  son útiles en un momento dado:

«All of this starts when digital businesses put their People First. Human beings are at the center of the digital revolution […] Our mission is to improve the way the world works and lives. To do this, we need to improve the way our people work and live. It means having talent practices that attract, develop and inspire people in a uniquely human way – on their own terms.«

La leyenda del gráfico es, si cabe, incluso más ilustrativa:

«Use la tecnología para juntar y desmontar el talento interno y externo que está a su disposición para nuevos proyectos innovativos.»

Citan para ello como ejemplo su Careers Marketplace, una plataforma digital que proporciona a los empleados «una visión transparente de oportunidades personalizadas, basadas en sus habilidades y pasiones». Pero la misma plataforma proporciona a los ejecutivos un modo de «retener a a los empleados más valiosos» y de descartar (liquidando) a los que no lo son tanto (aunque eso último no se menciona).

No quisiera dar a entender que los consultores de Accenture, así como los clientes a los que se dirigen, son insensibles al lado inevitablemente oscuro de esta fuerza de trabajo líquida que propugan. Porque, en el mismo documento reconocen que «los gobiernos y las empresas deben colaborar para reimaginar un nuevo contrato social para la fuerza de trabajo líquida de hoy». Pero habrá que ver cómo la letra pequeña de ese contrato propone repartir los beneficios y las cargas de la liquidación. Y, sobre todo, quién y cómo diseña la red de cañerías por las que circula esa fuerza de trabajo líquida.

 

 

 

 

 

Cuando la voluntad de control añade caos

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Portada El País 17/3/2016

Las noticias de hoy sobre Podemos me llevan de vuelta a una entrada anterior y a repasar mis notas sobre liderazgo de las publicaciones de Margaret Wheatley.

Cito una:

«Cuando nosotros, como líderes, tratamos de dirigir y controlar a las gentes de nuestras organizaciones, negamos el reconocimiento a la fuerzas imparables de la vida.«

Una segunda:

«La única consecuencia predecible cuando los líderes intentan recuperar el control de una situación compleja, incluso caótica, es crear más caos.«

Pasar de activista a líder no es fácil. Tampoco lo es, desde luego, llegar a ser líderes, se venga de donde se venga. Tomo prestadas palabras de Warren Bennis:

«El proceso de llegar a ser un líder es muy parecido al de llegar a ser una persona completa.«

De eso se trata, probablemente.

Crecimiento, responsabilidad, liderazgo, crisis

160310 BlogRecortes de El País de estos días. Crisis (¿de liderazgo?) en Podemos. Reflexión de profundidad en la CUP sobre su modelo de organización.

Incluso suponiendo que lo que refleja El País sea imparcial, que pudiera no serlo, sería injusto y demasiado fácil ensañarse con las dificultades de estos nuevos parlamentarios. Porque no es para nada evidente que quienes les critican serían capaces de hacerlo mejor. Cito (como en una entrada anterior) a Daniel Innerarity:

«Las sociedades encomiendan a sus sistemas políticos la gestión de los problemas más complejos […] Se nos olvida que su incompetencia y desacuerdo (de los políticos) se debe a que les hemos trasladado los problemas que no se resuelven mediante una competencia irrefutable […] Ellos discuten para que los demás podamos ahorrarnos las disputas que más nos incomodan.«

Dos posibilidades. Tal vez los activistas (cuya especialidad es oponerse, movilizarse en contra de algo) sean malos candidatos para responsabilidades de gobierno que exigen actuar a favor de algo, construir. Si es cierto que:

«La política consiste en hacer lo posible en un contexto dado, no en un contexto cualquiera.«

quizá también lo sea que:

«No deberíamos esperar de los movimientos sociales lo que éstos no pueden dar […] La política no elige entre el bien y el mal, sino entre lo malo y lo peor […] Esto exige una cierta complejidad del juicio político, de lo que es incapaz el discurso populista.»

De otra parte, desde una perspectiva más esperanzadora, lo que observamos sería una manifestación de una crisis inevitable en todo proceso de crecimiento de una organización. O, si se prefiere de su transición a la madurez. Es la dificultad en pasar de saber QUÉ queremos hacer, o creemos que hay que hacer, a CÓMO ponerlo en práctica. Muchos lo hemos experimentado en el paso de la adolescencia, cuando nos dominan los ideales, a la edad adulta, cuando hemos de tomar decisiones, asumir responsabilidades y, casi siempre, aceptar compromisos, aunque sean temporales. Lo mismo sucede, aunque con un nivel adicional de complejidad, en una organización (no sólo en las de naturaleza política):

«Hay una gran diferencia entre expresar una aspiración y decidir entre las alternativas posibles […] Nuestros ideales dicen algo acerca de lo que queremos ser, pero nuestros compromisos revelan quiénes somos.»

El objetivo del crecimiento personal es desarrollar positivamente una personalidad. En el caso de un grupo o de un equipo, el equivalente de la personalidad sería la cultura sobre la que ha teorizado Edgar Schein. Desarrollar una cultura exige alinear a los miembros del grupo tanto en torno a su propósito (QUÉ hacer) como a su modus operandi (CÓMO actuar). Un alineamiento que para nada es trivial:

«Cada grupo debe aprender cómo convertirse en un equipo. El proceso no es automático.«

Hemos de entender que este aprendizaje es un paso obligado, aunque sea todavía pronto para valorar si los partidos emergentes lo superarán o no con nota. Innerarity advierte al respecto que:

«La política es el arte de distinguir correctamente en cada caso entre aquello en lo que debemos ponernos de acuerdo y aquello en lo que podemos e incluso debemos mantener el desacuerdo.«

Algo que se aplica tanto a la política parlamentaria como a la política interna de una organización, sea o no un partido político. Para quien tenga una aspiración que vaya más allá de sus propias capacidades y recursos, que requiera juntar y alinear una comunidad, un grupo, un equipo, las experiencias de Podemos o de la CUP son una oportunidad de reflexión y, ¿por qué no?, de aprendizaje.

Eliminarán trabajos, pero no el mío.

160317 Blog

Fuente: PEW Research Center, Marzo de 2016

Están de moda las especulaciones cuántos trabajos eliminará la automatización (la confluencia de los robots y el aprendizaje del software), e incluso sobre el futuro del trabajo, leo con interés una encuesta de PEW sobre la percepción de los estadounidenses sobre esta cuestión.

Sorprende de entrada el resultado representado en la gráfica. El 75% de los encuestados considera Seguro o Problable que los ordenadores acaben haciendo la mayor parte de los trabajos que hoy hacen las personas. Pero el 80% piensa que su trabajo no se verá afectado.

Esto puede recordar el viejo aforismo de ver sólo la paja en el ojo ajeno. Pero creo que la cosa va más allá. Recuerdo haber leído (pero no dónde) que algo así como el 90% de los alumnos de un MBA de prestigio estaban razonablemente seguros de acabar el curso entre el 5% mejor de su clase.

Todo éso, claro está, sólo sucede en los Estados Unidos. Nosotros, tranquilos y a lo nuestro.

 

 

Responsabilidad social, ¿también para los emprendedores?

160307 BlogCopio extractos de un artículo sobre una «Economía poco colaborativa» en El País Negocios. Empieza manifestando que «la promesa de la economía colaborativa es de una belleza irrenunciable«, pero:

«Si hiciéramos una transición masiva desde nuestra economía de mercado hacia ese modelo alternativo se vaciarían de ingresos los sistemas de bienestar y se desmoronaría todo el aparato de derechos basados en las aportaciones colectivas.«

Por si fuera poco, los posibles ‘daños colaterales’ no se limitan a los impuestos. Porque,

«Pese al bello eco de esta idea, la vida no será como la carrera de Alicia en el país de las maravillas: donde había premio para todos. La economía colaborativa esconde una bomba de relojería. Esta propuesta ocupa cada vez a más personas con empleo a tiempo parcial que carecen de los beneficios sociales de un trabajador a jornada completa.«

Más nos vale estar atentos. A los emprendedores disruptivos les encanta la idea de ‘romper cosas‘. En una carta a sus futuros accionistas, antes de su salida a Bolsa, Mark Zuckerberg escribía que:

We have a saying: “Move fast and break things.” The idea is that if you never break anything, you’re probably not moving fast enough.’

Nada que oponer a la disrupción mientras se limite a los mercados. Por contra, la innovación social no debería ser disruptiva, sino inclusiva. Es cierto que por lo menos de momento, las Administraciones no saben cómo reaccionar a ese nuevo fenómeno, que, según el articulista de El País,  ven como «un mundo que se les escapa como el viento en un paisaje«:

Que esta propuesta sea positiva o negativa para el Estado de bienestar depende de cómo el derecho sepa canalizar sus ventajas y minimizar sus inconvenientes. […] aquí no funciona ni prohibir ni desregular y el legislador parece jugar a perseguir los cambios y llegar siempre tarde.

Los abogados de la disrupción a toda costa tienen razón en observar que la tecnología cambia a un ritmo exponencial, hoy mucho más rápido que el de la gobernanza. Pero no corresponde sólo a la tecnología marcar el ritmo del cambio.

Parece evidente que sufrimos un déficit de liderazgo entre los que gobiernan o quieren gobernar los asuntos públicos. Habrá que reconstruirlo, incluyendo también la gobernanza de la tecnología y sus efectos colaterales. Joan Manuel Serrat manifestaba hace años tener ‘algo personal‘ con tipos que  «juegan con cosas que no tienen repuesto«. Los emprendedores disruptivos con sudadera y zapatillas no había nacido todavía, pero me tienta aplicarles el cuento. Sobre todo si me fijo en quiénes les respaldan.

 

Cuando todo el mundo está de acuerdo en que las cosas deben cambiar, pero nada cambia

140517 Economist Climate ChangeAcabo de leer «Switch: How to change things when change is hard» (en inglés, porque sale más barato que en español). Recomendable, por más que algún ‘enterado‘ diga que sólo se trata de sentido común básico muy bien ordenado y empaquetado.

Lo he leído buscando, entre otras, respuestas a cuestiones como la siguiente:

¿Qué hacer en situaciones en las que todo el mundo está de acuerdo en que las cosas deben cambiar, pero parece que no pasa nada?

Su respuesta:

«Lo que parece resistencia al cambio es a menudo falta de claridad.«

Las cosas no cambian si la gente que las puede cambiar no está motivada. Pero motivarla a base de consignas ambiguas o, aún peor, descalificaciones de los demás no basta. Han pasado cinco o seis años desde que el best-seller de Stéphane Hessel consagró la indignación como motor de cambio. Suficientes para demostrar que la indignación por sí sola no genera cambios.

Daniel Innerarity, autor de un muy recomendable «La política en tiempos de indignación» (que comentaré en una próxima entrada) lo resume muy bien en una entrevista en «La Contra» de La Vanguardia:

«La indignación ha estado buscando culpables en vez de soluciones.«

Señalar, denunciar, demonizar lo que estorba y hay que cambiar es mucho más fácil que construir  alternativas.  Como estamos viendo, por ejemplo en Barcelona, convertir buenos activistas en buenos  gobernantes no resulta nada trivial; ni siquiera para los activistas. Innerarity es bastante radical al respecto:

«Hay una gran diferencia entre expresar una aspiración y decidir entre las alternativas posibles […] En una sociedad democrática debe haber espacio para quienes hacen política sin voluntad de compromiso, salvaguardando los principios o expresando valores que deben ser tenidos en cuenta. En este ámbito actúan diversos movimientos sociales, protestas u organizaciones cívicas. Ahora bien, confiarles responsabilidades de gobierno sería un error tan grave como eliminar ese espacio de vigilancia y expresión que les es propio.«

Dicho todo ésto, lo que me parece cada día más claro es que las recomendaciones para un cambio de chip que proponen los autores de Switch sólo abordan dos de los tres ingredientes del cambio transformador: La dirección, que resulta del buen pensar; y el compromiso, cuyo origen es el buen sentir. Pero para conseguir un cambio en el que sea necesario la contribución de muchas personas, y más aún si lo que hace falta es un liderazgo distribuido, el elemento crítico, escaso, intangible y delicado, a menudo ignorado es el alineamiento. Casi siempre el más difícil. Tema para una próxima entrada.

Imagen: The Economist 17/5/2014